En Cómo visitar un museo de arte, Johan Idema ofrece distintas claves y consejos muy útiles para disfrutar mucho más de tu próxima visita al museo. No te dejes intimidar por lo que parece un mundo solo para iniciados.
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TRANSCRIPCIÓN
Cómo visitar un museo de arte, de Johan Idema y publicado por GGili. El subtítulo es claro: “Y convertir tu visita en una experiencia gratificante”. O como dice una estrella en la portada: “Deja de deambular y actúa”.
Te lo cuento.
El cubo blanco es uno de los inventos más odiosos de los museos. Como cuenta la introducción, la intención era “buena”. Crear un lugar puro, limpio, pulcro, un lugar sin contexto para que las obras de arte brillasen por sí solas. En silencio te enfrentas tú solo a la creación artística.
A la obra.
Pero los seres humanos precisamos contexto. Y si no lo tenemos, lo creamos. Así el cubo blanco adquiere sus connotaciones negativas: da miedo, resulta antiséptico, produce rechazo y frustración. Y las obras expuestas son las que acaban pagando. Y si no hay cubo blanco, tenemos el tono de templo, de lugar sagrado al que accedes vacilante —porque es evidente que no eres un iniciado.
Induce a la pasividad.
Pero con este libro, Johan Idema nos recuerda que visitar un museo de arte es un proceso, algo que hacemos, una interacción. El museo está para vivirlo.
El libro está escrito como una serie de consejos, directos y breves. Son ideas que quiere que pongas en práctica con la mayor facilidad posible. Son consejos que vienen de alguien que sabe de arte y de ir a museos.
Un ejemplo.
“El arte solo existe si se observa”. Podemos aprender mucho mirando cómo otros miran el arte. Podemos estudiar las reacciones de los demás.
Más propuestas.
Dejarnos escandalizar. Enfrentados a esa obra incomprensible, disfrutar de la conmoción momentánea, permitir que nos guíe.
Encontrar tu obra maestra. Podemos concentrarnos en unas pocas obras y dejar las demás de lado.
Si puedes, haz fotos. Es una forma de relacionarte con el arte. Puedes intentar fotografiar tu experiencia.
El restaurante y la tienda del museo son lugares muy importantes que hay que saber aprovechar. En la tienda, por ejemplo, suele haber análisis profundos.
Escucha música mientras haces la visita. Crea tu propia banda sonora para ese día en el museo.
Llevar a un niño o niña al museo. Aventajan con creces a los adultos. No vacilan en hacer preguntas, porque no sienten la necesidad de fingir que entienden. Si puedes, no pierdas la oportunidad de ver un museo a través de sus ojos.
Cómo visitar un museo de arte es un libro que está a favor del visitante. El tono es amable, los consejos claros y su intención última es darte herramientas para mejorar tu próxima visita. Es ideal para aquellos de nosotros que nos gusta visitar museos, sobre todo de arte contemporáneo, pero que no somos entendidos. Nos invita a dejar de lado nuestros recelos y disfrutar de todo lo que puede ofrecernos un museo. Y tal y como deja bien claro el libro, un museo nos ofrece mucho más que la posibilidad de mirar algunas obras.
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El bebedor de vino de palma, de Amos Tutuola, y publicado por Navona. Una impresionante novela que hunde sus raíces en la oralidad y la mitología de África.
Te lo cuento.
Hace años leí este libro en su edición de 1974 y quedé absolutamente fascinado. Es uno de esos maravillosos encuentros con otra forma de concebir lo literario y lo fantástico.
El bebedor protagonista.. que por cierto, se llama “Padre de los dioses que todo lo puede en este mundo”… ya puestos a ponerse un nombre…
Pero a lo que iba, el bebedor protagonista se bebe al día 150 pipotes de vino de palma. Como su padre sabía que el chico no valía para otra cosa, le regaló una finca con quinientas sesenta mil palmas y un sangrador capaz de extraer los 150 pipotes y producir el mejor vino.
Por desgracia, la vida regalada se termina un día, cuando el sangrador se cae de una palma y se mata. Desde ese momento, es imposible conseguir la cantidad necesaria cada día y menos la calidad acostumbrada.
Por tanto, el bebedor decide partir en busca de su sangrador, porque sabe que los muertos pasan un tiempo en algún pueblo lejano.
Así se inicia un viaje fantástico en busca del sangrador muerto. Por el camino, el bebedor encuentra todo tipo de seres fabulosos, se pelea con muchos, gana algunas batallas por puro ingenio, y otras por pura suerte. Incluso se casa, destruye todo un pueblo, huye de un ejército de bebés con muy malas pulgas y pasa largos periodos de tiempo en pueblos extraños.
En ocasiones parece que la narración se refiere a un tiempo anterior al mundo; en otras, parece que habla de ayer. No lo considero realismo mágico, porque no se trata de que lo fantástico irrumpa en lo cotidiano. Aquí el mundo completo del bebedor es fantástico. Él mismo es un gran hechicero con grandes poderes … si tiene la poción adecuada.
Amos Tutuola era de origen yoruba y aprovechó toda esa tradición mitológica. Hay un sentido del humor diferente, un gusto especial para lo fantástico y cada episodio manifiesta una crueldad asombrosa, que recuerda a los cuentos de hadas clásicos antes de que los domesticasen.
La muerte en omnipresente, como también la enfermedad y el hambre. La obsesión por la comida es continua. Al menos aparecen dos personajes fantásticos que no hacen otra cosa que comer. Y también tenemos el continuo deseo de venganza. Abundan los hechizos y los objetos con grandes poderes.
El ritmo es repetitivo reflejando oralidad, con una prosa fragmentada que en ocasiones es preciso releer para comprender del todo. La estructura narrativa también es diferente. Cumplida la misión, la historia no se detiene, sino que sigue avanzando por otros vericuetos. Cuando llega el final, no parece tanto que la narración haya terminado como que el narrador ha dejado de hablar.
El bebedor de vino de palma es una novela fantástica en todos los sentidos de la palabra. Nos lleva a un mundo diferente del que estamos acostumbrado y no deja caer sin piedad en las tradiciones de otra cultura.
Magistral.
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Vidas de hombres ilustres, de Achille Campanile. Publicado en su día, 1981, por Plaza & Janés. Una serie de viñetas humorísticas cuando no totalmente surrealistas que satirizan a algunos famosos personajes del pasado.
Te lo cuento.
Achille Campanile fue un novelista, ensayista, dramaturgo italiano del siglo XX. Famoso, en su momento, por su sentido del humor tirando a lo surrealista y unos juegos de palabras que harían las delicias de cualquier padre de este mundo.
Debió tener bastante fama en su momento, pero hoy parece más bien olvidado. Excepto en Italia. Por ejemplo, no tiene entrada en la wikipedia en español. Lo cual me parece una verdadera pena. Creo que es un autor a reivindicar.
Achille Campanile es un maestro sobresaliente del humor. No sólo es surrealista y divertido, dado a los juegos de palabras y a los absurdos más delirante, sino que también posee un exquisito sentido de la ironía. Todo siempre acompañado de un poso melancólico resultado de conocer bien la naturaleza humana.
Vida de hombres ilustres se acerca a distintos personajes, vistos a través del prisma del sentido del humor de Campanile. Son divertidas elucubraciones que parten en ocasiones de alguna observación histórica, de una frase famosa o de alguna anécdota que se les atribuye.
En la mayoría de los casos son retratos teñidos de cariño, pero despiadadamente irónicos. Hacen uso libre de la incongruencia y rebosan una inteligencia desmesurada.
Unos pocos ejemplos.
Sócrates, un fracasado que se enorgullecía de saber solo que no sabía nada y que se atrevió a montar una academia. Un escuela de lo más fácil.
Las preocupaciones de Alejandro Magno por su papagayo, un pobre pájaro perdido en la logística de su ejército.
La intención original de Gutenberg era entrar en el teatro sin pagar, por lo que se le ocurrió la idea de decir “prensa”.
Casanova era realmente un empollón que se inventó sus memorias para que le dejasen en paz.
El verdadero drama de Beethoven no fue haber sido sordo, sino que el pobre hombre creía componer bailables licenciosos y no se explicaba por qué todo el mundo se lo tomaba con tanta seriedad.
Alfred de Musset intentando inventar el café con leche, deseoso de hacer algún gran descubrimiento que le hiciese pasar a la posteridad.
Y mis dos preferidas, las que me resultan más gustosamente extrañas, pero a la vez, más irónicas.
Un general romano. Da una mala orden. El soldado, su hijo, la desobedece, con lo que se gana la batalla. El general declara “Como padre, te abrazo; como jefe del ejército, te condeno a muerte…”.
El autor dice que el general quizá hubiese ofrecido mejor ejemplo de firmeza habiéndose condenado a sí mismo a muerte. Luego añade que el padre fue demasiado benévolo con una falta, desobedecer, y el general demasiado estricto para haber conseguido una victoria. Que lo lógico hubiese sido una zurra del padre, por desobedecer, y una medalla del general, por haber logrado ganar.
Pero ahí no acaba la cosa. Por diversas y alambicadas razones resulta que el general, y padre, es también otros miembros de su familia: cuñado, tío, primo, suegro… incluso jefe del estado. Así que los va consultando uno a uno, pero sin dar con nadie que interceda por el pobre chico.
En otro caso, Vittorio Alfieri solo discutía con personas con las que estuviese de acuerdo en líneas generales. Como tal fenómeno es difícil de explicar, nos propone un ejemplo, en el que un contradictor discute con Alfieri. El tema: ¿es conveniente hacer la guerra? Los dos deciden que no, con lo cual la discusión es absurda, porque ya están de acuerdo antes de empezar.
El problema, es por tanto, encontrar una forma de discutir mientras se está de acuerdo en líneas generales. ¿Solución? Que uno se oponga a la guerra mientras el otro defiende la paz.
Suena absurdo, pero yo tengo la firme convicción de que las discusiones solo son fructíferas si los participantes están fundamentalmente de acuerdo. Es imposible hablar si el desacuerdo es total.
Me parece un tipo de humor que merece la pena. Y Achille Campanile me parece un grande.
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¿Has pensado en cuántos libros puedes llegar a leer en un año? Seguro que son más de los que crees.
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Te has preguntado alguna vez cuántos libros puedes llegar a leer en un año. No cuántos lees, que seguro que son muchos, sino ¿cuántos podrías llegar a leer?
Se lo pregunté a mi hija. Con esa capacidad de los jóvenes para cortar directamente a la raíz del problema, me dijo: uno al día, 365 en un año, 366 si es bisiesto.
Mmmmm… vale… sí… si dedicas buena parte del día a leer, podría ser. Sobre todo, si tu profesión consiste en leer.
Pero digamos que queremos ser más “razonables”. Leer 200 libros en un año. ¿Cuánto tiempo hace falta?
Hace un tiempo leí un artículo que intentaba calcularlo. Vamos a probar a hacer nuestras cuentas. Digamos que un libro tiene unas 250 páginas. Los habrá más largos, pero también más cortos, así que 250 suena razonable. Supongamos además que podemos leer 50 páginas en una hora. Es una velocidad fácil de alcanzar con un poco de práctica. Y si planeas leer 200 libros al año, práctica no te va a faltar.
Pues bien, digamos, 200 libros por 250 páginas nos deja 50.000 páginas. Y 50.000 páginas entre 50 páginas por hora, indica que tendríamos que dedicar 1.000 horas cada año a la lectura.
1.000 horas parecen muchas horas. Eso hasta que compruebas que cada español consume de media unas 1.400 horas al año de televisión. Y si contamos el tiempo dedicado a internet, redes sociales y otras actividades digitales…
Las horas están ahí. Simplemente las empleamos en otras cosas.
Vale, vamos a pensar de otra forma. Nos comprometemos a leer 50 páginas cada día. Hasta compramos una libreta para apuntarlo y llevar un registro.
En ese caso, tendríamos 365 x 50, que nos dejaría con unas 18.250 páginas. Si recurrimos a nuestro hipotético libro de 250 páginas, nos salen 73 libros al año.
No está nada mal.
Esos cálculos, por supuesto, parten de la suposición de que prefieres leer a hacer otras cosas. Evidentemente, si la televisión te gusta mucho más que la lectura, tus horas estarán mejor invertidas delante de la tele. Y lo mismo vale para videojuegos, música o deporte.
No todos tenemos que hacer lo mismo. Ni todos tenemos que ser lectores.
¿Pero qué hay de la gente que quiere leer?
Pues tenemos casos como el de Alan Kay. Según un artículo (algo matizado luego por el interesado) lee entre 4 y 10 libros por semana. Según el mismo artículo, Warren Buffett dedica entre 5 a 6 horas al día a leer. Y cifras similares se dan en figuras como Bertrand Russell. Nassim Taleb o Susan Sontag.
Pero debemos tener en cuenta que por muchos libros que leas, la cifra final no será nada comparada con la cantidad total de libros que hay. Por tanto, quizá el número en sí no sea lo importante, sino que lo fundamental sea saber qué libros elegir para leer.
¿Qué opinas? ¿Es factible? ¿Es deseable? ¿Vale la pena? ¿Es mejor ver la tele? Deja tus opiniones, comentario y consejos.
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Antes estaba el mar, de Éleonore Douspis y publicado por Bárbara Fiore Editora. Un libro ilustrado sobre la catástrofe, la soledad y cómo nos sobreponemos.
Te lo cuento.
Un niño vive en un archipiélago. Su vida, junto a su amiga, Oumy, es feliz. Días de playa, de atrapar cangrejos y comer fresas. Esa parte se cuenta en pasado. Algo sucedió que obligó a todos a abandonar las islas. Que es también abandonar el propio libro que tienes entre manos.
Dije todos, pero no. El niño se quedó atrapado en los confines de las páginas en blanco donde antes estaba el mar. Atrapado por los bordes del papel. Camina por entre ruinas, por entre espacios completamente en blanco, se desespera y busca la forma de escapar.
La historia es sencilla y también es exquisita la sencillez con la que está contada. Las grandes masas de blancos y negros de los dibujos, el usar la estructura física del libro como referencia y la sorprendente tridimensionalidad de sus pop-ups convierte a la historia en metafórica.
¿Metáfora de qué? De cualquier pérdida, imagino, de cualquier trauma o angustia. De la misma forma que el blanco de una página invita a plasmar en ella lo que queramos, nuestra subjetividad, esta historia invita a lector a darle su propio sentido. Yo tengo mi propia interpretación producto de mis experiencias personales. Sin duda tú tendrías la tuya.
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Este libro lo he leído gracias a un ejemplar de prensa de la editorial.
TRANSCRIPCIÓN
Hoy te traigo La chica de Kyushu, de Seicho Matsumoto y publicada por Libros del Asteroide. Una novela de misterio que explora la idea de justicia en el contexto del mundo social del Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Te lo cuento.
Kiriko Yanagida viene desde Kyushu para hablar con Kinzo Otsuka, el más importante abogado penalista de Tokio. Quiere que defienda a su hermano, un profesor acusado de matar a una prestamista a la que debía dinero. La hermana está convencida de su inocencia, pero cree correctamente que el abogado de oficio no está haciendo todo lo posible. Tampoco ayuda nada que primero su hermano confesase para luego retractarse.
Sin duda, un abogado de talento…
Por desgracia, Kinzo Otsuka rechaza el caso. No solo la joven no tiene dinero suficiente para pagarle, sino además el abogado tiene la cabeza en otra parte: ha quedado con su amante. Pero aun así, es un buen hombre… dejando de lado eso de engañar a su mujer y tal… por lo que durante un breve momento se planteó ocuparse del caso.
Simplemente se dejó llevar por una debilidad humana.
Y esos dos fenómenos concurrentes —haberlo considerado, dejarse llevar por sus emociones— son los que disparan lo que sucede a continuación.
Cuando el hermano muere en la cárcel, Kiriko Yanagide se transforma en un frío agente de la venganza, culpando, correcta o incorrectamente, a Kinzo Otsuka de lo sucedido. Su razonamiento es simple: podría haber ayudado… y no lo hizo.
Por su lado, el abogado —con la cabeza algo más fría— va sintiendo dudas. Se pone a investigar el caso…
Toda novela de misterio es una novela sobre la sociedad. El asesinato es un acto social y resolver el crimen es devolver el orden a la sociedad. Pero La chica de Kyushu es una novela negra más explícitamente social. El crimen en sí tiene una importancia limitada. Sí, se descubre la verdad, pero casi como una trama secundaria.
Lo que le interesa realmente a Matsumoto es plantearse quién tiene derecho a la justicia y quién no. Si tener la mejor defensa posible implica el pago de enormes cantidades de dinero, ¿se puede decir realmente que hay justicias y garantías?
Y cuando las instituciones fallan ¿es la venganza la única forma de justicia posible?
Matsumoto explora estas y otras cuestiones en el contexto de un Japón que se va alejando de la guerra y va iniciando su recuperación económica.
Kiriko Yanagida es una joven sin recursos que se da a entender llega a Tokio desde una región provinciana. Su Japón más humilde contrasta con el dinámico Japón de Kinzo Otsuka, rebosante de dinero y placeres.
Para Otsuka el caso es sobre todo un ejercicio que puede contemplar con cierta distancia. Para Yanagida, el caso es mortal. Él puede leer informes cómodamente sentado. Ella debe sobrevivir en la marginalidad.
Y ese es el giro fundamental que da la novela a poco de empezar. Cambia de la historia de un asesinato por resolver a un drama trágico que enfrenta en la distancia a Kiriko Yanagida y Kinzo Otsuka. Pasa de ser una posible investigación a ser un cuadro de la psicología de esos dos personajes.
A medida que Kiriko va desarrollando su venganza, Matsumoto va describiendo cada vez mejor la personalidad de Kinzo. Cada nueva prueba, cada nuevo contratiempo, es un elemento más que permite investigar su psicología.
El plan es preciso y calculado . La resolución es sorprendente. Kinzo Otsuka sufre. Y Kiriko Yanagida también.
En ningún momento Seicho Matsumoto abandona a sus dos personajes. Lo que se pregunta la novela al final es en qué medida los dos papeles ya estaban predefinidos, en qué medida el orden social había dictado ya sus posiciones.
Kinzo Otsuka en particular representa en una persona a todo el aparato de la justicia. ¿Es acaso su crimen el haber querido hacer lo correcto y no hacerlo? ¿No es ese en última instancia el gran fallo del sistema? ¿Querer ser justo y no saber serlo?
La chica de Kyushu te hace pensar en esas cuestiones mientras te va contando una historia apasionante y dramática, con un ingeniosos plan que se va desarrollando hasta su sorprendente conclusión.
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Paco Roca se despide a lo grande con Confesiones de un hombre en pijama, el último volumen (aunque ya se sabe: Nunca digas nunca jamás) de las aventuras de su alter ego pijamero.
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Confesiones de un hombre en pijama, de Paco Roca y publicado por Astiberri. La conclusión tras Memorias de un hombre en pijama y Andanzas de un hombre en pijama. Y Paco Roca pasa página despidiéndose a lo grande.
Te lo cuento.
Cada entrega de la serie pijamas ha sido diferente a la anterior, cada volumen ha tenido su particular personalidad. La idea parte de un personaje, que comparte nombre, profesión y demás detalles con su autor, que logra su sueño de trabajar en casa vestido con pijama.
Se trata de una serie de observaciones sociales, con tonos humorísticos. Pero lo importante es sobre todo la generosidad de su autor. Es el personaje el que se sitúa como objeto de la burla, el detonante para observar la reacción de los demás.
Pero entre el primer libro y este último han pasado años. No solo Paco Roca es mucho más conocido, sino que claramente ha ganado confianza en la serie. Siempre fue un autor comprometido, pero en este volumen es mucho más explícito. Es lo más fascinante de esta tercera entrega. El salirse del formato breve y humorística. El estar dispuesto a desarrollar una idea en todas las páginas que precisa.
Se ve claramente en la primera historia: “La deuda pegajosa”. Paco Roca narrador y contador de historias, alguien que ha invertido años en perfeccionar sus habilidades, se combina con el hombre preocupado por el estado del mundo. Se dan así 18 espectaculares páginas de didáctica, de explicaciones, de historia y de convicciones defendidas.
En el resto del libro hay varios ejemplos más de ese Paco Roca dispuesto a hablar de las causas en las que cree. Sin por ellos abandonar al “Paco Roca” colocado en el centro de la burla, usado como punto de partida para una breve observación social. Hasta llegar al final, donde una sencilla historia de reencuentro se transforma por pura habilidad narrativa en una meditación emotiva y tierna sobre nuestra forma de relacionarnos con los demás y con nuestro pasado.
Un buen cierre, sí señor.
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Un divertido libro de divulgación que te cuenta lo que no sabemos sobre el universo: We Have No Idea, de Jorge Cham y Daniel Whiteson. Habitualmente en la divulgación da la impresión de que sabemos muchas cosas sobre el universo, pero la ciencia es realmente un gran conjunto de preguntas y las lagunas de nuestro conocimiento son enormes.
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We Have No Idea, de Jorge Cham y Daniel Whiteson. Un libro de divulgación muy peculiar que trata, como dice el subtítulo, sobre todo lo que no sabemos del universo. Y la verdad es que desconocemos aspectos muy fundamentales.
¿Te interesa?
Los libros de divulgación tienden a ser libros que explican. Esto funciona así… aquello de esa otra forma… en el año tal se descubrió cual… y así sucesivamente. Lo cual deja, inevitablemente, la impresión de que la ciencia es un gran compendio de respuestas. Dada una pregunta, la ciencia siempre te la podrá responder.
Sin embargo, la ciencia es ante todo un gran compendio de preguntas. Todo descubrimiento plantea su propio conjunto de dudas. La ciencia es más como una niña pequeña de desbordante curiosidad siempre dispuesta a acompañar toda explicación de un genuino y entusiasta “¿Por qué así?”.
Siempre queda más por descubrir.
De ahí parte We Have No Idea. Un libro de divulgación sobre las preguntas sin responder. Es una colaboración entre Daniel Whiteson, físico de la Universidad de California, y Jorge Cham, doctor en robótica y creador del cómic Piled Higher and Deeper, sobre la vida de los estudiantes de posgrado.
Con ese pedigrí, ya puedes imaginar que se trata de un libro muy divertido, lleno de bromas, chistes, juegos de palabras y dibujos tremendamente graciosos. Pero también es un libro muy serio, porque ambos autores comparten el mismo respeto por el conocimiento científico.
Pero respetan, sobre todo, todo lo que queda por explorar.
Un ejemplo muy sencillo.
Consideremos todo el universo. Ahí están todas las galaxias, todos los átomos, todos nosotros, todos los libros. Pues bien, de esa totalidad, lo que conocemos, lo que se puede explicar con las partículas que tenemos controladas y tres fuerzas fundamentales, no es más que un cinco por ciento.
Luego tenemos un 27% de algo que los físicos llaman “materia oscura”. Algo que debe estar ahí para que todo funcione.
¿Y el resto?
Pues el 68% restante es algo llamado “energía oscura”. Si la “materia oscura” es misteriosa, la “energía oscura” lo es todavía más. Aunque se cree que es la responsable de la expansión del universo.
Por tanto, no se sabe prácticamente nada del 95% del universo.
Pero incluso esa delgada porción contiene muchos misterios.
Es una situación ciertamente curiosa saber que queda todavía tanto por saber. Y los autores insisten una y otra vez que eso no tiene nada de malo. Que justo eso es la ciencia. Que el vértigo de tanta ignorancia debería producirnos la alegría de tantos posibles descubrimientos. Que nuestra comprensión del universo podría cambiar radicalmente de una forma que no solo no podemos predecir, es que ni podemos imaginarla.
¿Y de las cosas que se saben?
Pues también, muchas dudas.
¿Las partículas elementales son realmente fundamentales? ¿No estarán a su vez formadas por algo más fundamental? ¿Por qué la masa gravitatoria coincide con la masa inercial? ¿Qué es el espacio? ¿De qué está hecho? ¿Y el tiempo? ¿Qué hay del tiempo?
Y así una y otra vez. El Big Bang. La teoría del todo. La antimateria. Las dimensiones de nuestro mundo.
Misterios. Misterios. Y misterios.
We Have No Idea es un libro optimista. Mira ese mar de ignorancia y se alegra de las posibles respuestas. Pero no es un libro ciego. Es consciente de que cabe la posibilidad de que ese ciclo de preguntas, respuestas, nuevas preguntas no acabe nunca. ¿Podremos algún día responder a una pregunta aparentemente tan simple como “por qué existe el universo”? Nadie lo sabe.
Quizá no.
Quizá sí.
Y desde el punto de vista de este divertido e inteligente libro de divulgación, no saber es buena parte de la gracia.
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Desde el siglo XVII llega Sir Thomas Browne para mirar a nuestra época. Las aventuras de Sir Thomas Browne en el siglo XXI, de Hugh Aldersey-Williams, es un ensayo idiosincrásico e inclasificable sobre el famoso médico inglés.
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Las aventuras de Sir Thomas Browne en el siglo XXI, de Hugh Aldersey-Williams, publicado por Siruela. La figura del médico, filósofo, escritor Thomas Browne traída desde el siglo XVII para mirar nuestro siglo a través de sus ojos. ¿Qué podemos aprender de él? ¿Vale la pena el ejercicio?
Te lo cuento.
Sir Thomas Browne fue un más que curioso inglés del siglo XVII. Las Wikipedia dice de él que fue un excelente médico y polímata, alguien de insaciable curiosidad que tocaba todo tipo de temas. Elocuente, inspirado, metido en medio de la revolución científica, escribía, experimentaba, filosofaba e investigaba todo lo que se le pasaba por delante. De prosa excepcional, le encantaba inventar palabras para describir todos esos nuevos conceptos. El Oxford English Dictionary le reconoce 775 primeros usos de una palabra.
Si eres como yo, conoces a Thomas Browne a través de Borges, que le citaba. Pero su influencia se extiende a autores como Poe, Melville, Woolf, Conrad, Coleridge o Javier Marías.
Un personaje fascinante, por tanto, alguien a tener en cuenta y recuperar. Justo una de las metas de este libro, que sin embargo va bastante más allá. Hugh Aldersey-Williams recupera a Thomas Browne para que mire nuestro mundo. Lo invoca digamos, como si el autor fuese un médium a través del que fluyese esa mente del pasado.
A pesar de contar la vida de Browne, no se trata de una biografía. Es algo mucho más exagerado, fascinante e interesante. Es una combinación de detalles vitales, examen de las obras de Browne, ensayo personal sobre el estado del mundo, análisis de su propia personalidad y su forma de ocupar la realidad. Este libro es pura idiosincracia. Es un libro tanto sobre su autor como sobre Thomas Browne.
Es decir.
Me ha encantado. Si quieres un ensayo diferente, un ensayo ensayo, que se encara con el mundo, que trata cuestiones actuales y complejas desde el punto de vista de una personalidad clara y definida, este es tu libro.
Autor y personaje comparten la misma curiosidad. El libro se pasea por todo tipo de temas, en ocasiones tomando a Browne como mínimo punto de partida: los animales, las plantas, las excavaciones arqueológicas, los jardines, la melancolía, la religión, la identidad, las posesiones materiales… Cuando ya no directamente le imita en alguna de sus empresas, como cultivar un jardín o desenterrar urnas.
Pero me dirás, gente con una curiosidad desbordante ha habido mucha en la historia, ¿por qué en concreto Thomas Browne?
Porque hay unos aspectos de Thomas Browne que le interesan especialmente. De entre todos los posibles Thomas Browne, elige uno en concreto. El Thomas Browne científico, tolerante y muy poco dogmático. Para usarlo de referencia y comprobar en qué medida nuestra época es científica, tolerante y poco dogmática.
Dice de él:
“La forma en la que escribía para que lo entendiera el lego, su estilo, siempre tolerante y comprensivo, lleno de sentido del humor y elegancia, es un modelo para nuestros días.” p. 45
En particular, dedica muchos momentos a comparar la aproximación de Browne a la ciencia con la de los divulgadores actuales. Critica a personajes como Richard Dawkins por su arrogancia e impaciencia, por su incapacidad para aceptar que hay otros puntos de vista. Contrasta esa actitud con la capacidad de Thomas Browne para evaluar una idea y su contraria. Incluso cuando escribía en contra de ciertas creencias, era capaz de compaginar sus críticas con compasión y sentido del humor. Desde su punto de vista, Thomas Browne era consciente de que la ciencia no lo sabe todo, que se ha equivocado en el pasado y se equivocará en el futuro.
El autor extiende esa tolerancia a otros campos. Reclama que hagamos como Browne e intentemos entender todas las religiones tal como son. Cuando habla de animales, exige que los miremos con otros ojos. Continuamente trae las lecciones que encuentra en Browne a nuestra situación actual. Por ejemplo, que el mundo natural no nos pertenece y no nos pide permiso para nada.
La falta de dogmatismo de Browne, su amplitud de miras, es algo que aplica en múltiples de contextos. Cuando habla de una política fundamentada en la ciencia, se plantea si tal cosa es posible o incluso deseable. ¿No hay un espacio para las aspiraciones de los ciudadanos? ¿Podemos estar seguro de que el conocimiento científico que aplicamos es el correcto? ¿No hay posibilidad de manipulaciones políticas?
La idea, repetida una y otra vez, es que podríamos ser mejores de lo que somos. Que por muy tolerantes y comprensivos que seamos ahora, podemos serlo más. Que nos equivocamos en nuestra época como se equivocaban en la época de Browne.
Por supuesto, Sir Thomas Browne sigue siendo un ser humano, y no se ajusta completamente a los ideales del autor. En un momento dado, mantienen un diálogo imaginario. La estatua de Browne baja al suelo. Es un diálogo donde su autor discute realmente consigo mismo. Explora los límites de la empresa de traer a Browne al siglo XXI. Sabe que sus propias ideas son contradictorias.
En ocasiones, su poco dogmatismo hacía que Browne creyese, por ejemplo, en animales que eran total y evidentemente fabulosos. Y está también su participación en el juicio por brujería de Brury, que acabó con dos mujeres en la horca. El testimonio ambiguo de Browne, al que aparentemente el personaje en sí no dio mayor importancia, es un enorme problema para Hugh Aldersey-Williams. Uno se puede pasar de poco dogmático.
Pero incluso en ese caso da con un punto de partida para comentar nuestra época. Una vez más se pregunta qué errores estamos cometiendo en la actualidad de los que no somos ni conscientes. Como cuando medicalizamos la tristeza, sin lograr distinguir una razonable melancolía de una depresión clínica.
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Cómo el reloj y la estandarización tomó el control del mundo. En Cronometrados, Simon Garfield cuenta la historia de la fascinación moderna con el reloj y las horas.
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Cronometrados: Cómo el mundo se obsesionó con el tiempo, de Simon Garfield, publicado por la editorial Taurus. Un libro sobre cómo el reloj acabó convirtiéndose en la referencia de nuestra vida, cómo su ritmo marca el compás de todo nuestro mundo y también cómo nos rebelamos.
Te lo cuento ahora.
Hay un aspecto fascinante en la forma en que está escrito este libro. Como es el primero del autor que leo, no sé decir si siempre es así. Pero si lo es, su uso es francamente magistral. ¿De esos malabarismos que parecen muy fáciles pero en realidad son muy complicados? ¿Sabes?
Luego lo comento un poco más.
Cronometrados es un libro fascinante lleno de más que interesantes anécdotas sobre todos los aspectos de la medida del tiempo. Desde la influencia de la duración de los discos en la música hasta e deseo de comer más despacio. Desde cuánto puede llegar a durar un discurso hasta cómo las películas mudas variaban el tono de una escena moviendo más rápido la manivela del proyector.
Pero posee dos temas fundamentales. Uno es bastante explícito, el otro es igual de importante pero va más por debajo. Los dos hacen honor al subtítulo del libro.
El explícito. El triunfo del reloj. O más concretamente, el triunfo de las tecnologías para dividir, distribuir y universalizar el tiempo.
Viviendo como vivimos en un mundo donde el tiempo es preciso, definido e igual para todos, nos resulta difícil concebir una época donde no fuese así. Pero durante gran parte de nuestra existencia como especie, el tiempo importaba sobre todo en sus grandes cambios: las estaciones, el día y la noche. En sus contrastes más dramáticos.
Si era necesaria mayor precisión bastaba con referirse algún fenómeno cercano, como la posición del sol, o incluso hacer uso de un tiempo local, exclusivo para tu pueblo. ¿Qué importaba si el reloj de tu iglesia llevaba diez minutos de retraso con respecto al pueblo de al lado? Toda tu gente estaba al lado.
El ferrocarril lo cambió todo.
Lo digo ya. Fue el tren.
En cuanto uno tiene la posibilidad de coordinarse con alguien en un lugar lejano, en cuanto enviar lejos bienes y servicios en una opción, entonces es preciso cambiar a un tiempo más universal, para todos, homogéneo. Es necesario eliminar idiosincracias y poner a todos en el mismo año, el mismo mes, el mismo día, la misma hora. Hasta en el mismo microsegundo.
Homogeneizar.
Y homogeneizar es crear un mundo donde todo es más igual.
Y aquí vuelvo al primer punto.
Esos aspectos sobre el triunfo del reloj está contando con muchas anécdotas e historias, todas relatadas con grandes dosis de sentido del humor. Pero en ningún momento se pierde el hilo, en ningún momento da la sensación de que las cosas van cada una por su lado. No, todo lo contrario, la combinación de historias, detalles y anécdotas sigue fielmente el tema.
El dominio de los relojeros suizos. Los cambios del calendario. Cámaras cada vez más rápidas. Simon Garfield te mantiene muy entretenido mientras se asegura de transmitir justo lo que quiere contar.
Sobre todo, en el segundo tema.
El libro ya empieza con él, relatando una historia que muestra la capacidad humana para sentir el tiempo distorsionado, dilatado o modificado. La distorsión del tiempo, la rebeldía ante la tiranía de las horas es otro aspecto de la relación con el tiempo que el libro trata.
Después de todo, inventar el reloj es inventar el accidente del reloj.
Piensa en la naturaleza, que se niega a dejarse dividir como a nosotros nos gustaría. El día no dura exactamente 24 horas, ni el año dura justo 365 días, lo que obliga a realizar continuos ajustes al calendario. Así acabas con horas “imposibles” como la que aparece en portada: 11:59:60. Por no mencionar que los husos horarios obligan a la mayoría de la humanidad a vivir fuera de su tiempo.
Rebeldías más humanas se dan en el arte, con su tendencia a poner en duda el significado del tiempo. Expandiendo una película hasta que ocupe 24 horas. Creando una pieza de exactamente 24 horas formada por imágenes de relojes que marcan la hora concreta de ese momento.
En sociedad. El interés por recuperar otros ritmos, por adaptar la vida a velocidades más humanas, por levantar comunidades donde el devenir del tiempo se produzca de otra forma.
La tensión perfecta entre los temas del libro se da en el capítulo dedicado a Beethoven. El compositor creía en unas medidas metronómicas perfectas, en indicar los tiempo con tal precisión que la pieza sonase exactamente igual independientemente de quien la interpretase. Sin embargo, la posteridad entendió que tales medidas dotaban a la música de una cualidad totalmente mecánica, insufrible a oídos humanos. Por eso las distintas versiones de la Novena Sinfonía pueden variar en varios minutos según el director. Como si esa música exigiese cierto margen, cierta libertad.
Exactamente como sucede con nuestra relación con el tiempo según lo miden los relojes.
Cronometrados es un libro fascinante, una de esas lecturas tan repletas de detalles, información y anécdotas que no deja ni un momento para el aburrimiento. Pero también te hará plantearte el mundo ordenado y metódico en el que vivimos. Lo hemos creado nosotros. Nosotros hemos impuesto el reloj. Y nosotros podemos aprender a rebelarnos de vez en cuando.
Mi vídeo con cuatro libros recomendados para este verano de 2017. Son libros que he leído, que valen la pena, pero que todavía no he tenido oportunidad de comentar en condiciones:
¿Quieres unas recomendaciones para leer en verano? Pues bien, ya seas de playa o de montaña, aquí tengo cuatro libros que creo que vale meter en la maleta y llevarte contigo.
O en la mochila. También los puedes llevar en la mochila.
Empezamos.
Un recordatorio: cuando hago un vídeo sobre un libro es porque considero que vale la pena leerlo. En caso contrario no me molestaría . Por tanto: si lo que recomiendo a continuación no te interesa, tienes toda una lista de reproducción con muchas otras posibles lecturas.
Voy a recomendar cuatro libros que he leído pero todavía no he tenido oportunidad de reseñar.
Todo llegará.
Los Cinco y yo, de Antonio Orejudo. Publicada por Tusquets.
Esta novela fue una absoluta sorpresa. Me la dieron a leer diciéndome que era diferente y tenían toda la razón. Se trata de un merecido ajuste de cuentas con toda la generación que hoy tiene cincuenta y algunos años.
Vamos, mi generación.
Y lo hace usando como referencia los personajes de los Cinco, los de Enid Blyton. Pero lo realmente divertido es como el autor va deformando la estructura del libro, empezando con lo que parece unas memorias de infancia para acabar con un lío serio, sarcástico, sorprendente e hilarante.
Este es un ensayo superpersonal. No es una biografía de ese llamativo médico inglés del siglo XVII, pero tampoco es un estudio académico, ni un diario del autor. Es todo eso junto, en fragmentos y retales. Otro cóctel llamativo, extraño, exuberante, desenfrenado y tremendamente personal.
Su autor pretende mirar al siglo XXI a través de los ojos de sir Thomas Browne, y lo hace con un entusiasmo desmedido, con unas ganas inmensas de pensar, conocer y criticar. Sitúa a Thomas Browne como referente del que podemos aprender. Es un ensayo muy fresco para reflexionar y para disfrutar de las reflexiones de su autor.
La chica de Kyushu, de Seicho Matsumoto. Publicado por Libros del Asteroide.
Novela negra japonesa escrita en 1961. Pero no es un misterio que consiste en descubrir al criminal, aunque sí que aprovecha un crimen como punto de partida.
Una joven va a Tokio a pedir al mejor abogado penalista del país que ayude a demostrar la inocencia de su hermano, acusado, injustamente según ella, de un asesinato. El abogado se niega por un par de razones quizá no del todo buenas y es esa negativa la que dispara la verdadera trama.
Al igual que sucede con muchas obras del género negro, la novela permite entrever la sociedad japonesa de esa época. Quién tiene poder, quién no lo tiene, qué se está permitido hacer y quien puede hacerlo. Una reflexión sobre lo que significa la justicia en la vida real.
Borges esencial, de Jorge Luis Borges. Publicado por Alfaguara.
Estrictamente hablando, este libro no lo he leído. Llevaré un tercio o así. Pero por otra parte, llevo leyendo a Borges desde el instituto. Así que tras más de tres décadas, he leído todo el contenido de este volumen.
¿De verdad es necesario recomendar a Borges?
Claro que es necesario. Es uno de los grandes autores del siglo XX y una enorme influencia en muchos otros escritores.
Este volumen en concreto es realmente esencial. Contiene sus mejores cuentos, sus mejores ensayos y sus mejores poemas. Aunque digamos que nadie lee a Borges por sus poemas. Además, es una edición tremendamente barata. Unos 14 euros.
Si nunca has leído a Borges, esta es una gran oportunidad. Simplemente recuerda que Borges es un autor enormemente divertido y que sus cuentos y ensayos están llenos de detalles graciosos e incluso bromas. Ha corrido la mala suerte de todo clásico, por lo que ahora el mundo lo considera serio y formal. Pero es una impresión falsa. Es correcto reír cuando lees a Borges.
Te puedes saltar también todos los ensayos sobre Borges que vienen en el libro. Yo los leeré, porque siempre me ha gustado leer sobre Borges, pero nunca debemos olvidar que lo importante es la obra del autor.
Y ya está, estas son mis cuatro recomendaciones para el verano. Espero que las disfrutes. Y recuerda, si no te interesan, tengo más lecturas recomendables.
Evidentemente, yo también quiero recomendaciones. ¿Hay algún libro que creas que debo leer? ¿Algún título que seguro que me resulta fascinante? Para eso están los comentarios. Deja el tuyo.
Una novela sobre la soledad, la caída del comunismo, la identidad nacional y la responsabilidad personal. Todo eso es El astronauta de Bohemia, de Jaroslav Kalfař, una novela llena de aventuras, reflexiones y enormes dosis de sentido del humor.
En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.
Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.
El astronauta de Bohemia, de Jaroslav Kalfař. Una novela ¿espacial? sobre la caída del comunismo, los mensajes patrocinados, la culpa, la expiación, los símbolos, los peligros de la fama y la grandeza, el sentido de la historia.
¿Parece poco?
Y eso que no he mencionado a David Bowie.
La publica la editorial Tusquets.
Vamos allá.
Ante todo, voy a pedir disculpas por la pronunciación. Ya no es muy buena habitualmente, pero los nombres checos…
Jakub Procházka es un joven astrofísico al que le han hecho una oferta que no puede rechazar.
En realidad, podría haberla rechazado, pero hay circunstancias que fuerzan un poco la decisión. Lo comentaremos más tarde.
Acepta, ser el primer astronauta de su país, la república Checa, y embarcarse en una misión de varios meses para ir a recoger muestras de una misteriosa nube que ha aparecido cerca de Venus. Una nube, por cierto, gigantesca y perfectamente visible en los cielos de la Tierra.
La oferta se la hace personalmente el flamante presidente del país, un hombre de éxito, que se alzó de entre los restos del comunismo para dar esplendor a la patria.
Y justo eso es lo que quiere, que la república Checa triunfe allí donde otras naciones, que han intentado misiones similares, han fracasado. No repara en gastos e incluso compran al efecto una nave de segunda mano que bautizan como JanHus 1.
El detalle cómico es el número. Un 1. Tal cual como si esperasen una semana después fuesen a tener un dos.
En la primera página de la novela nos encontramos a Jakub dos veces. La segunda vez ya está sentado frente a los controles de su nave, instalada en un campo de tubérculos, a punto de despegar. Y así se embarca en el largo viaje por el espacio. Para vivir bastantes más peripecias de las que uno creía posible, que también son más raras de lo que uno podría haber imaginado al empezar.
Y hasta aquí puedo leer, que decían en aquel concurso de la tele. La multitud de giros de la trama es algo que cada lector hará bien en descubrir por sí mismo.
Vale, Jakub pasa por muchas peripecias. Pero también tiene mucho tiempo para reflexionar.
Mucho.
Mucho.
Mucho tiempo.
Pues verán, el amigo Jakub está siempre en escena, todo se cuenta desde su punto de vista y él pobre es totalmente incapaz de NO pensar.
La soledad del espacio libera la mente.
El astronauta de Bohemia es la primera novela de Jaroslav Kalfař, quien según la contraportada, abandonó la república Checa a los 15 años y se fue a vivir a Estados Unidos. Era por tanto lo suficientemente mayor como para recordar bien su país natal.
Y se nota mucho.
Si algo destaca de El astronauta de Bohemia es la soltura con la que maneja varios temas simultáneamente. La soledad, la responsabilidad personal, la historia y la culpa, lo que debemos o no debemos al pasado, las coyunturas históricas, el paso del comunismo al capitalismo, los símbolos y si son necesarios o no, y también a quién le está permitido convertirse en símbolo y por qué. ¿Puede nacer la verdad de lo falso? ¿Es en ocasiones la mentira la única forma de seguir adelante? ¿Cómo se construye una nación y su identidad cultural?
Son muchos temas. Y sin embargo, jamás se pisan entre sí. Todos están claros. Es más, resuenan unos con otros, y se retroalimentan y se amplifican.
En buena parte se debe a la naturaleza del personaje protagonista, sabiamente escogido, que en sí mismo contiene muchas de esas preguntas. Cuando lo encontramos por primera vez, ya nos informa de que su nombre es muy común, porque sus padres querían para él una vida sencilla al servicio del socialismo. Tras la caída del telón de acero, se negó, nos deja claro, a cambiarse el nombre.
Verán.
Su padre era un fiel funcionario del régimen comunista, que torturaba a disidentes. Lo hacía por pura convicción, para traer el paraíso a la Tierra.
Pero tras la llegada del capitalismo, el nombre de su padre (ya muerto) cayó en desgracia. El pobre Jakub acabó criándose con sus abuelos, personas más unidas a la historia y a la tierra que a un régimen concreto.
¿Por qué aceptó Jakub la misión? ¿Estaba expiando y corrigiendo la infamia de su padre? ¿O se trataba de honrar a su abuelo ya muerto? ¿Justifica cualquiera de esas cosas abandonar durante meses a su mujer? El matrimonio tenía problemas y hubiese requerido algo de atención.
Como ya he dicho, Jakub en el espacio pasa con muchas peripecias. Sus reflexiones internas son el tic tac de crisis y apariciones que podrían ser fantasiosas o reales.
Vamos. Está en la misma portada.
¿No la ven? Está ahí.
Aterradora.
No, en realidad no. No tiene nada de aterradora.
Lo mismo que pasa con los temas se repite con los tonos.
En ocasiones la novela es satírica y despiadada, como cada vez que comenta un producto y nos recuerda que patrocina la misión o cuando hace comentarios sobre Rusia. Y luego de pronto, en el espacio de un punto y seguido, se vuelve seria y reflexiva. De la misma forma, lo onírico nunca acaba de serlo del todo, siempre está la sensación de que la novela tiene los pies firmemente plantados en el suelo. Hay momentos dramáticos cuando el personaje descubre las dimensiones sociales de su mundo personal y sus circunstancias, pero también hay espacio para la aventura.
Me resulta asombroso y es muestra de un gran talento que una primera novela pueda hacer algo así. Que los tonos estén perfectamente encajados y definidos, que jamás se peleen por controlar la narración.
Incluso la primera persona está especialmente cuidada. El punto de vista es firmemente el de Jakub. Pero Jaroslav Kalfař siempre se asegura de incluir otras opiniones. Cuando el protagonista recuerda, el pasado choca ligeramente con su interpretación. Otros personajes aparecen y hablan. Y cuando eso no es posible, porque hay un personaje que debe siempre permanecer en la distancia, usa un dispositivo narrativo para asegurarse de incluir su versión.
El astronauta de Bohemia es una de esas novelas densas sin alargarse en exceso, que introduce temas sin permitir que se desboquen, con mesura y ritmo, que sabe combinarlo todo de forma que sea entretenida y apasionante, pero te haga pensar durante y después.
Todas esas reflexiones sobre la naturaleza última del personaje y la historia del país se pueden aplicar casi a cualquiera y casi a cualquier nación.
Ciertamente es una asombrosa primera novela. Hay que recurrir a muchos nombres de otros autores para intentar caracterizarla. Pero todas esas comparaciones me resultan finalmente imperfectas. Nadie más hubiese escrito la novela así.
Stanislaw Lem, que posiblemente sea una influencia, definitivamente no.
Recopilación de inventos que solo existen en la ficción, catálogo de una exposición, antología de cuentos fantástico. Inventario de inventos (inventados) de Eduardo Berti y Monobloque posee múltiples naturalezas.
En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.
Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.
TRANSCRIPCIÓN
Inventario de inventos (inventados), de Eduardo Berti y Monobloque. Se trata de un… mmm… ¿un libro? …mmm… ¿un catálogo? … ¿una antología literaria? … ¿todo eso a la vez?
Mmmm
La verdad es que hay mucho que explorar.
Lo publica la editorial Impedimenta.
Vamos allá.
Empecemos por el principio.
Inventario de inventos (inventados), el libro, es una recopilación de invenciones que solo existen en la imaginación, inventos que alguien conjuró para la ficción. La mayoría son literarios, pero en algún caso se remite a lo visual.
Como volumen, combina textos de Eduardo Berti con ilustraciones de Monobloque, en una exquisita edición de muchos y agradables detalles, como suelen ser las ediciones de la editorial Impedimenta.
A su vez, es un catálogo de una exposición, que se exhibió en el Centro Cibeles de Madrid, como parte de la feria ARCO.
Como no vi la exposición, no les puedo decir qué tal encaja con el libro. Para mí, como para la mayoría de los lectores, el volumen es todo lo que hay.
Las ilustraciones son maravillosos vuelos de fantasía. Como si fuesen variaciones o fugas a partir de la descripción. A veces se acercan más a la forma física o el funcionamiento del invento al que se refieren, pero en otras ocasiones evocan emociones o sensaciones, cuando no se vuelven decididamente abstractas. Un juego divertido es mirar una ilustración e intentar descubrir a qué invento se refiere.
Los textos juegan continuamente con el concepto mismo de invención. No son descripciones repetitivas, basadas en un patrón. Algunos son extremadamente cortos y otros se alargan más. La forma varía muchísimo y también el punto de vista. El de “Ósculos” está escrito como el prospecto de un medicamento, con su posología, contraindicaciones y demás. El de “¿Despierta-idiomas?” es una breve cita con su correspondiente información bibliográfica.
A veces el invento sirve de punto de partida para cierta reflexión psicológica o social. “Casa móvil”, por ejemplo, se permite un comentario sobre la situación de las mujeres a principios del siglo XX. El paso del tiempo, la vejez, el absoluto de la inmortalidad se congregan en “Detector de muertos y vivos”. La sutil distinción entre semimuerte y semivida es el fondo final de “Moratorio de los Amadísimos Hermanos”.
Hay inventos que cuesta creer que no existan, como “Máquina de reverencias”. Otros son absolutamente imposibles, como esos inventos que son el resultado de un juego de palabras. Algunos inventos son perfectamente reconocibles si eres lector de ciencia ficción… Dick y Fredric Brown hacen acto de presencia… otro son deliberadamente oscuros o incluso… algo más.
En suma, el autor se deleita en la paradoja.
En el absurdo.
En la yuxtaposición de ideas.
O en el simple juego con el lenguaje.
Pero sobre todo, con la ficción en sí, que es la materia prima de estos textos. Por supuesto, los inventos ya están inventados, en el sentido de que son resultado de la imaginación, porque escribir, hacer cine o dibujar es fundamentalmente invención, mentira que se presenta, aunque sea por un breve espacio de tiempo, como real. Y con esa realidad irreal va entretejiendo los textos. El juego borgeano de dar citas, aclarar referencias o incluso datos precisos va floreciendo página a página. Y llega a su máximo cuando el invento es el propio inventor, el hacedor de ficciones convertido en recreación fantástica de su propio invento, transformado en exponente de su texto más famoso.
Inventario de inventos (inventados) es un delirante juego de metaficción.
Quizá.
Quizá valga así. Supongo que podría dejarlo aquí.
Pero la verdad es que hay otra forma de verlo.
Mientras leía este libro comprendí que no era nada de lo que he dicho anteriormente. O mejor dicho, todo eso está ahí, todo eso se puede encontrar. Pero como materia prima, como punto de partida, como base de la intención.
Lo que comprendí es que Inventario de inventos (inventados) es realmente una antología de cuentos. Una recopilación de historias fantásticas o de ciencia ficción. Un conjunto que sabe que hay muchas invenciones anteriores y que aprovecha ese hecho para sus propias escapadas a lo maravilloso. Los inventos se reinventan… digamos… sufriendo su propia mutación, retorciéndose sobre sí mismos. Las ideas de inventos se transforman ante nuestros ojos en pequeñas historias, trágicas o hilarantes, con su trama, sus personajes y sus alocadas inversiones finales.
En resumen, Inventario de inventos (inventados) se puede disfrutar de tantas formas, que el juego último es escoger una de ellas.
Desde mi punto de vista, el coche autónomo es un caballo más rápido, una solución que realmente no soluciona nada o muy poco de los problemas de los coches, pero que permite conservar prácticamente el modelo actual sin cambiar nada. En lugar de repensar el transporte, simplemente hacemos que los coches se muevan solos. Tampoco me resulta convincente la lógica de “eso es el futuro” o “es lo que quiere le mercado”, como si no hubiese opciones.
Sin embargo, mi amigo Álex Barredo tiene ideas diferentes. Espoleado por el anuncio de que Apple trabaja en sistemas de conducción autónomos (sin mayores detalles) ha vuelto a reflexionar sobre esa cuestión en un episodio de su excelente mixx.io: Apple confirma que trabajan en vehículos autónomos.
Lo que él describe se acerca mucho más a una “solución”. Una caja que se mueve por ahí y que ni siquiera tendrás que tener en propiedad. Incluso apunta a una reducción del número final de coches en las calles. Vamos, más similar a un sistema de transporte público que al modelo que tenemos ahora.
Lo de reducir el número de vehículos se me hace un poco extraño. Si vendes 100, pasar a vender 10 no suena a ganancia para el vendedor. Por otra parte, un sistema de transporte privado te hace pensar en qué sucederá con la gente que no lo pueda pagar y qué alternativas tendrán esas personas. Sin embargo, sus reflexiones me resulta muy interesantes y creo que vale mucho la pena escucharlas.
Álex Barredo se está convirtiendo en uno de los comentaristas tecnológicos más interesantes. Es capaz de ir a mirar los detalles pero nunca pierde la visión de conjunto y alto nivel. Si no lo has hecho ya, suscríbete a su boletín mixx.io.
Durante décadas, un grupo extraordinario de mujeres examinó placas fotográficas para realizar grandes descubrimientos astronómico. El universo de cristal, de Dava Sobel, cuenta su fascinante historia.
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TRANSCRIPCIÓN
El universo de cristal, de Dava Sobel. La fascinante historia de un grupo de mujeres de ciencia que nos acercaron a las estrellas. Un gran ejemplo de divulgación científica, de historia de la astronomía y también un recordatorio de cómo se hizo y cómo se hace el conocimiento científico.
Lo publica Capitán Swing.
Vamos allá.
Hasta hace relativamente poco no se sabía nada de las estrellas más allá de lo que se podía ver a simple vista. Nada sobre su composición, por ejemplo. Muy poco sobre su dinámica o vida. Hay quien apostaba que ese era el límite del conocimiento que podríamos llegar a adquirir.
Los avances tecnológicos cambiaron la situación. La fotografía permitió preservar las estrellas y compararlas con precisión de una noche a la siguiente.
También fue posible romper la luz de las estrellas, haciéndola pasar por un prisma. El resultado era una serie de líneas claras y oscuras, el espectro. Y los espectros de las estrellas se podían examinar, comparar y clasificar.
El título de este libro, El universo de cristal, hace referencia a una colección de placas fotográficas de cristal, reunidas pacientemente en el observatorio de Harvard College desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Allí, preservadas, estaban las estrellas, su luz y, muy importante, sus espectros.
Y las encargadas de leer las estrellas fueron las decenas de mujeres de un grupo extraordinario. Usaban los medios más rudimentarios para comparar placas con otras y obligarlas a hablar.
Un trabajo lento, tedioso, minucioso, que exigía unos niveles de concentración casi sobrehumanos.
Por ejemplo, cogían cuatro negativos que formaban una secuencia en el tiempo, más una impresión en positivo. Depositando cada negativo sobre el positivo, cualquier cambio se hacía evidente.
Evidente, si habías invertido años y años y años en entrenar la vista para apreciar esas diferencias. No era un trabajo que pudiese hacer cualquiera.
El universo de cristal es ante todo, un libro de divulgación científica que centrándose en ese grupo de mujeres, explica el origen de algunos descubrimientos importantes y también el proceso duro y penoso que permite el desarrollo de la ciencia. Crear conocimiento científico exige enormes sacrificios, tanto físicos como mentales. Y si algo poseían esas mujeres era fortaleza física y mental.
Dava Sobel muestra un enorme talento para iluminar sus vidas incidiendo en algún pequeño elemento, logrando así situarlas en contexto. Pero las experiencias vitales relatadas son necesariamente fragmentarias al ser un libro que habla de un grupo enorme de personas cuya actividad se extendió durante muchas décadas.
Y vaya un grupo. Estas son algunas de ellas:
Williamina Fleming. Empezó como doncella del director del observatorio para luego pasar a trabajar como calculadora y acabar dirigiendo todo el grupo.
Creó un sistema de clasificación estelar, descubrió diez novas y examinando los espectros dio con más de 300 estrellas variables. Entre sus descubrimientos, la famosa nebulosa Cabeza de Caballo.
Sin embargo, se quejaba, con razón, de cobrar mucho menos que un hombre.
Annie Jump Cannon clasificó los espectros de varios cientos de miles de estrellas. Su sistema de clases espectrales, OBAFGKM se adoptó oficialmente en 1922 y sigue en uso.
Antonia Maury fue la primera mujer con titulación universitaria en trabajar en el observatorio. Desarrolló su propio sistema de clasificación de espectros. A los dos años dejó el trabajo por discrepancias con el director, pero en 1918 volvió a Harvard como profesora adjunta.
Henrietta Leavitt descubrió miles de estrellas variables, en cuyo estudio se concentró. Dio con una relación entre el brillo máximo de las variables y su periodo, una ley que resultó muy importante para medir la distancia en el universo. Eso cambió la concepción del tamaño del cosmos que se tenía en su momento.
Cecilia Payne fue una de las primeras doctoras en astronomía y la primera de la universidad de Harvard. De hecho, su tesis doctoral se considera un clásico de la astronomía. Estudió la temperatura de distintos tipos de estrellas y comprendió que estaban formadas principalmente por hidrógeno, un descubrimiento tan asombroso para su época que se le aconsejo que lo tratase como un error.
Por si no ha quedado claro, este hombre se equivocaba.
El grupo tiene su origen en el cuarto director del observatorio, Edward Pickering. Convencido de que las mujeres podían realizar un trabajo tan bueno como los hombres, procedió a contratarlas. Evidentemente, contratar mujeres salía mucho más barato, pero Pickering parece haber sentido un gran respeto por sus calculadoras. Se aseguraba de dar el crédito que les correspondía y en alguna ocasión el nombre de ellas aparecía antes que el suyo.
Respeto tenía, lo que no tenía era apoyo de la universidad y tampoco dinero. Ya volveremos a ese punto.
El grupo investigaba en una época donde aparecían instituciones educativas destinadas a mujeres, becas, otras formas de apoyo e incluso se les alentaba a colaborar como ciudadanas científicas. Pero era también una época donde simultáneamente a las mujeres se les negaba reconocimientos básicos como ciudadanas. Derecho al voto, por ejemplo. La propia universidad de Harvard tardó mucho tiempo en llegar al nivel de respeto que demostraba el propio Pickering.
Volvamos al dinero, porque eso es parte de la historia.
El libro deja claro que una de las labores importantes del director era encontrar los fondos para mantener el observatorio y poder seguir investigando.
De hecho, a veces parece que no hacía otra cosa.
Y aquí entran otras dos mujeres extraordinarias: Anna Palmer Draper y Catherine Wolfe Bruce.
Anna Draper había sido la colaboradora de su marido en la fotografía de espectros estelares. Al enviudar, y viéndose incapaz de seguir sola con esa labor, decidió honrar el recuerdo de su esposo financiando las investigaciones que finalmente llevarían a un catálogo de espectros estelares.
Catherine Wolfe Bruce descubrió su amor a la astronomía cuando ya era una mujer mayor, pero eso no le impidió financiar distintos proyectos de investigación, así como la creación de la medalla Bruce que premia los aportes destacados a la astronomía. Medalla que todavía se concede.
Las dos fueron mujeres muy importantes para el mantenimiento del observatorio y sus investigaciones.
Y ese es uno tema implícitos del libro: en la época había grandes iniciativas por parte de mujeres para potenciar el avance de las mujeres en la ciencia. El mito del avance científico dice que se trata de una sucesión de personajes extraordinarios. Este libro nos recuerda que cualquier avance requiere de condiciones sociales y económicas adecuadas, que la ciencia es una actividad colectiva que requiere del apoyo social.
No se descubren cosas en el vacío.
A menos que sea el vacío del espacio.
La lección fundamental del libro es que la diversidad en la ciencia es tan importante como en cualquier otra actividad humana. Tener muchos puntos de vista diferentes, poderlos poner en común, reunir todas las ideas posibles no es solo cuestión justicia, que lo es, es que además funciona. Lección que Pickering y su sucesor Harlow Shapley tenían bien aprendida.
El archivo de placas de cristal sigue existiendo y a pesar de los problemas, sigue siendo una fuente enorme de información científica. Es incluso posible que en esas placas se encuentren señales de objetos astronómicos desconocidos en su época. Por su enorme valor científico e histórico, hay en marcha un proyecto para digitalizar esas placas. Dejo el enlace en la descripción.
Dava Sobel ha escrito un estupendo libro de divulgación, lleno de detalles fascinantes, que ilumina una parte importante de la historia de la ciencia y da protagonismo a una serie de personas que lo merecen.
La felicidad. Todos la queremos, pero casi nadie parece capaz de lograrlo. En El antídoto, Oliver Burkeman plantea que nuestro problema es desear demasiado la felicidad.
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TRANSCRIPCIÓN
El antídoto, de Oliver Burkeman. Un libro de autoayuda para los que odian los libros de autoayuda. El subtítulo ya lo deja claro: Felicidad para gente que no soporta el pensamiento positivo. Y está lleno de consejos sobre los que vale la pena reflexionar.
Vamos allá.
Aaaah, la felicidad. Ese objeto de deseo. Todos la queremos, pero pocos parecen capaces de conseguirla y, lo que es más importante, conservarla.
¿Por qué es así?
Después de todo, muchos de nosotros vivimos en condiciones sociales y económicas que serían la envidia de nuestros antepasados. Sin embargo, ese elusivo fin, la felicidad, no parece estar más cerca. De hecho, da la impresión de alejarse cada vez más.
El problema, plantea Oliver Burkeman en este libro, es que queremos demasiado ser felices. Aspiramos tanto a la felicidad, la deseamos tanto, sacrificamos tanto en su nombre que paradójicamente reducimos las oportunidades de lograrla.
Oliver Burkeman es un periodista de The Guardian, donde publica una columna muy irónicamente llamada This column will change your life. Esta columna te cambiará la vida. Hay un enlace en la descripción del vídeo.
La columna está dedicada a distintos temas psicológicos. En esos textos breves va apuntando la raíz última de aquello que nos aflige, nos inquieta o nos intimida. La escribe con sentido del humor y con tono escéptico. No es de extrañar, porque las soluciones suelen ser muy simples, pero muy difíciles de llevar a la práctica.
El antídoto es como una versión larga de una de esas columnas. El punto de partida es la decepción ante los malos resultados que da el pensamiento positivo. ¿Ayuda en algo intentar desterrar los pensamientos negativos? Cuando nos sentimos como fracasados e inútiles, ¿sirve de algo intentar repetirse que no somos ninguna de esas cosas? ¿Sirve de algo esforzarse por mantener continuamente una actitud optimista incluso cuando lo que sentimos es el más absoluto pesimismo?
No, dice Burkeman, no sirve de nada. Por eso el libro trata de otra opción: la vía negativa a la felicidad. En lugar de intentar apartar lo negativo, es mucho mejor mirarlo directamente a los ojos, recibirlo con brazos abiertos, invitarlo a una taza de té y mantener una buena charla. Es más, para muchos, ese proceso es justo la condición necesaria para ser feliz.
Casi todos los capítulos analizan algo que hacemos habitualmente mal y lo que podríamos hacer mejor. Pero los dos primeros son especialmente destacables porque hablan de filosofías que podría ser de gran ayuda: el estoicismo y el budismo. Son dos idearios prácticos traídos de la antigüedad que defienden ideas muy similares. Los dos invitan a liberarnos de nuestro deseo de controlarlo todo y a admitir que buena parte de nuestro dolor deriva de que deseamos que las cosas no sean como son.
Por ejemplo, del estoicismo extrae la idea de imaginar deliberadamente lo peor que nos pueda pasar, e incluso enfrentarse deliberadamente a lo que nos da miedo. Rara vez, dice, lo malo es tan terrible como creemos.
Del budismo destaca el desapego a nuestras ideas sobre cómo deben ser las cosas. También invita a aceptar la idea de que nuestros pensamientos son como nubes que pasan por el cielo, que podemos contemplar con ecuanimidad sin darles mayor importancia.
En ambos casos, la necesidad de no dejarse llevar por las emociones. O mejor dicho, entrenarse para que nuestras emociones no sustituyan a nuestro intelecto, para establecer el necesario equilibrio entre “sentir” y “actuar”.
El libro es como una especie de diario de viaje, donde el autor va recorriendo el mundo charlando con gente que aparentemente sabe hacerlo mejor. Así va reuniendo ideas, opciones y estrategias.
Un ejemplo, ¿es bueno fijarse objetivos? El problema, dice, es que a menudo los objetivos acaban convirtiéndose en propiedad personal, y por tanto percibimos cualquier incertidumbre como un ataque personal. En lugar de cambiar cuando las cosas van mal, esa identificación personal nos puede llevar a persistir en una camino errado que lleve a un fracaso todavía mayor.
Lo mismo sucede con asumir los errores. Sí, la versión oficial es que errar está muy bien y es el camino al éxito. Pero es evidente en nuestro comportamiento diario que pocas personas creen tal cosa de verdad. Sin embargo, el fracaso es lo más habitual en cuanto intentas hacer algo. Cuando hablamos de historias de éxito nos estamos limitando a observar los pocos casos que lo lograron. Rara vez nos molestamos en estudiar a la gente que lo hizo todo bien y fracasó de todas formas. Nos paraliza el miedo al fracaso. Nos gustaría que el resultado fuese seguro, pero hay que admitir que muy rara vez lo es.
Como destaca en el capítulo dedicado al yo, la cuestión es que rara vez tratamos la mente como una herramienta. Asumimos que si lo hemos pensado es que es importante. En realidad, casi todo lo que pensamos es inútil. Hay que saber extraer las pepitas valiosas de nuestro pensamiento y dejar de identificarnos tanto con nuestra mente.
Por desgracia, hay un miedo final mucho más potente y que resulta mucho más difícil de manejar. El miedo a la muerte y el cese definitivo de todo lo que somos. Pero incluso en ese caso Oliver Burkeman, y las personas con las que habla, defiende que la contemplación de la muerte, volviendo a los estoicos, es el camino para lograr una vida más significativa.
Es inevitable, como ya sabían Bill y Ted. “Seas príncipe o seas un mendigo, tarde o temprano bailarás conmigo”.
Pero en última instancia, El antídoto no es un libro de reglas a seguir a rajatabla. El libro es una serie de reflexiones, sin dogmas, un conjunto de consejos que se deben aplicar únicamente cuando son útiles. De hecho admite, que incluso en ocasiones el pensamiento positivo puede ser útil. El problema es que habitualmente sobrevaloramos los beneficios de la positividad, cuando en muchas ocasiones la negatividad nos sería mucho más útil.
El fenómeno puede parecer raro, pero no lo es. La columna original no era resultado de un análisis inteligente, de una reflexión madurada o de una opinión formada tras estudiar los datos. Se trataba simplemente de rellenar una cierta estructura prefijada, sin tener en cuenta si lo que se dice es cierto o interesante. Se podría haber hecho con muchos grupos diferentes sin apenas variar el modelo. El resultado de aplicar un patrón concreto es un texto que se puede publicar como columna.
Es decir, el propósito último era escribir una columna (que a poder ser generase visitas, supongo) y nada más.
Tendemos a creer que una columna de un periódico es algo que se le da a alguien que tiene algo interesante que decir o que expresa opiniones que debemos oír. En realidad, funciona al revés. Es el hecho de escribir una columna lo que te convierte en una persona interesantes con opiniones que debemos oír. La columna es en sí misma la marca que da valor a lo que dices, independientemente de lo que digas.
Al contrario de lo que dice el refrán, es el hábito el que hace al monje. Y eres columnista porque escribes una columna.
De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruki Murakami. Una exploración de sus ideas, opiniones, desarrollo, rutinas y valores contado por él mismo. Un Murakami que se sincera más de lo que parecía posible.
Lo publica la editorial Tusquets.
Vamos allá.
Tras leerlo, ya no tengo claro qué esperaba de este libro. Haruki Murakami tiene fama de ser una persona muy celosa de su intimidad. Era evidente que no lo iba a contar todo. Y hay momentos en que así es.
Un ejemplo.
Su esposa. Es un personaje principal en la historia del origen del Murakami escritor. Pero aparte de lo que ya sabíamos sobre lo de casarse y montar un bar, en este libro se explica la enorme importancia de su mujer como su primera lectora y la primera que critica su obra. Pero solo obtenemos esos pequeños e importantes destellos. Me encantaría saber más sobre ella y lo que piensa.
Por otra parte, Murakami tiene fama de autor políticamente neutral. Es una fama injusta, porque basta con leer atentamente La caza del carnero salvaje, con sus discusiones sobre el pasado militar de Japón, o Baila, baila, baila, con su crítica de la burbuja inmobiliaria, para saber que no es así.
Pero incluso sabiéndolo, sorprende la inclusión de todo un capítulo dedicado a criticar la escuela en Japón. Siendo Murakami, esperaba su defensa del individualismo. Lo que no esperaba es que fuese tan explícito en su crítica. Está claro que Murakami se toma muy en serio su papel social.
De qué hablo cuando hablo de escribir reúne 11 textos que forman una especie de ideario personal. El propio autor los compara con conferencias no leídas y sí tienen ese tono. Están claramente escritos para ser contados, para ser comunicación directa con el público. Dice al final que son puramente reflexiones personales y casi se disculpa al afirmar que no sabe si pueden servir a alguien.
Pero sí que sirven. Si eres seguidor de Murakami, harás bien en leerlo. Mucho de lo que cuenta se refleja directamente en su obra.
Si “todavía” no eres seguidor de Murakami, tengo una recomendación para ti.
En sus casi 300 páginas se tratan muchos temas, más de los que puedo comentar. Casi todos se refieren a Murakami como escritor. Desde el origen de su carrera literaria, que atribuye al azar por un lado y a una fuerza especial que se le ha concedido, hasta el proceso práctico que sigue para escribir: diez páginas al día, parando cuando termina sus páginas.
¿Y cómo ve Murakami lo de escribir novelas?
Pues lo ve muy similar a un trabajo físico. De hecho, destaca la necesidad de mantener una buena forma física. Para él, el ejercicio, las costumbres moderadas, la vida monótona y la fuerza física son elementos imprescindibles para mantener la creatividad. Murakami no es amigo del mito del escritor que se destruye psíquica y físicamente.
Le quita romanticismo a su profesión. Sorprende, sin dejar de tener razón, las actividades que compara con escribir una novela. Nos cuenta que las personas inteligentes se cansan con facilidad de ser novelistas.
Para Murakami, lo realmente complicado es mantener una carrera de novelista. Eso requiere una cierta capacidad que no está al alcance de cualquiera. Para él, exige cierta música, pasárselo bien, mucho tesón y toda la fortaleza física y espiritual que puede lograr.
Concibe la literatura como un proceso de extracción desde unas profundidades ignotas y oscuras. Cuanto más larga y compleja es la novela, más debe cavar y explorar esa oscuridad. Clavar esos cimientos en la oscuridad requiere una sintonía entre lo físico y lo espiritual.
De ahí su insistencia en la resistencia y la persistencia. No es fácil ahondar en esos pozos.
No sorprenderá a nadie que Murakami afirma no sentirse ni genial ni especial. Pero se muestra siempre seguro de sí mismo y de sus convicciones, concluyendo más de una idea con alguna versión de “así soy yo”. Acepta las críticas mientras escribe, pero pasa de ellas tras la publicación. Al contrario que la mayoría de los autores, dice pasárselo bien escribiendo.
Agradece el apoyo de sus lectores, en contraste con el recibimiento frío que recibe en el mundo literario. Le sorprende, no sin cierto orgullo, que no haya diferencia de sexos entre los que le leen y que sus libros traspasen las barreras generacionales. Está claro que le alegra que padres e hijos lean sus obras y las comenten juntos.
En varios momentos, reflexiones abstractas acaban convertidas en comentarios sobre su obra. Cuando habla de la originalidad, acaba extendiéndose sobre los cambios deliberados en su forma de escribir, porque la evolución en el estilo le parece un requisito importante. De la misma forma, comenta el paso de no usar nombres para los personajes a bautizarlos para hacerlos más reales. Hasta el punto de que fue Sara, en El año de peregrinación del chico sin color, la que decidió cambiar el curso de la novela.
El personaje, no el autor. Ella planteó el giro fundamental.
El momento más divertido del libro es cuando se pregunta si al final a Borges le dieron el Nobel. Eso es todo lo que necesitas leer para comprender su relación con los premios.
Por haber, hay un comentario de pasada que es simultáneamente una idea de lo más interesante que merece un desarrollo y a la vez suena a reflejo de su obra. Se da en la página 281, cuando dice que en Japón y Asia oriental no existía la modernidad antes de la llegada de la posmodernidad. Que no había esa separación tan clara entre lo objetivo y lo subjetivo.
¿No suena totalmente a Murakami?
Esa ausencia de separación se manifiesta en muchos puntos de este libro. Podría decirse incluso que es su fundamento y su razón de ser, presentarse tanto en lo objetivo como en lo subjetivo. Te está hablando de oscuridades y sótanos. Y luego te cuenta que salir al extranjero fue una decisión totalmente práctica. Que él mismo se encargó de buscar las traducciones para sus novelas, de forma que pudiese ofrecerla a los editores americanos en las mismas condiciones que un autor nativo.
De qué hablo cuando hablo de escribir no es esfuerzo a medias. Decidido a ser sincero y contar cosas, pues cuenta y se centra en ello. Ofrece muchos momentos deliciosos y muchas explicaciones que te hacen comprender mejor su obra. Manifiesta su seguridad en sí mismo, el empecinamiento que sostiene su carrera de escritor.
Si eres seguidor de Murakami, te va a encantar y lo leerás de un tirón, porque tiene ese tono cercano y cálido de conversación. Si eres seguidor de Murakami, te sabrá a poco, porque por muchas preguntas que conteste, siempre quedan otras sin respuesta.
Habitualmente en este punto es cuando pregunto si el libro te gusta, si lo vas a leer y demás. Pero si has llegado hasta aquí, es que te gusta Murakami. Por tanto, deja en los comentarios tu libro de Murakami, el que más te gusta.
Leyendo la columna titulada ‘Millennials’: dueños de la nada me vienen a la cabeza dos reflexiones habituales que son así como gordas y también toda una constelación de pequeñas ideas.
Entre las pequeñas ideas, que resulta un poco triste que se dedique tanta inteligencia a escribir un texto así. También que después de tantos siglos no hayamos aprendido que cuando una persona de cierta edad se pone a escribir algo de estilo “es que los jóvenes de hoy”, debería parar inmediatamente e irse a hacer otra cosa, porque el resultado no va a ser bueno. O lo absurdo que resulta que por el simple hecho de haber nacido en un periodo de veinte años el mundo injustamente insista en meter en el mismo saco y tratar de la misma forma a individuos muy diferentes –unos están todavía en el instituto, otros salieron hace una década de la universidad– como si todos participasen de la misma mente colmena.
Parece que inevitablemente la edad trae cierto anquilosamiento que le impide a uno ver más allá y solo te permite recurrir a lo fácil. No me alegra comprobarlo una vez más, porque estoy a punto de cumplir los 50. Pero supongo que no tiene sentido negarlo.
Mi primera reflexión mayor es que debe ser duro ser joven en el mundo moderno. Es decir, todos hemos pasado por eso, y a los jóvenes en todas las épocas se les consideraba peores que las ratas que diseminaban plagas. Se joven es ser blanco, forma cómoda de asignar culpas sin necesidad de pensar o hacer uso de otras facultades cognitivas (y, por supuesto, mucho más seguro que meterse con algún otro grupo más merecedor que podría tener poder o similar). Pero hoy en día la cosa suena todavía peor. El desarrollo de internet y las redes sociales en particular permiten que ese discurso fácil se repita una y otra vez. De mí generación decían lo mismo, pero no tan repetida y machaconamente como se habla de los millennials.
La otra es que debe ser duro levantarse un día y comprobar que el mundo ya no te pertenece. O al menos, ya no te pertenece de la misma forma. El centro, el lugar generador de novedad, es de otros; de otros que encima, en su profunda villanía, no se molestan ni en pedirte permiso primero, haciendo caso omiso de la nobleza de tus canas. De nuevo, nos ha pasado a todos y algunos somos incluso capaces de aceptarlo y disfrutarlo. Pero para muchos, es claramente la última humillación de la realidad, un derrocamiento de una posición absoluta que creían inamovible. Perder el puesto que uno creía merecer por derecho provoca ira, está claro, y esa ira hay que descargarla contra alguien.
Los jóvenes son siempre un blanco fácil de las frustraciones de los adultos.
La naturaleza humana es así, imagino, y supongo que no me sorprende. Lo que me sorprende, y mucho, es que los periódicos sigan insistiendo en publicar ese tipo de textos. Aunque en realidad, quizá es que simplemente conocen bien a su público.
Una extraña bomba ha liberado las más alocadas fantasías surrealistas que ahora recorren el París ocupado por los nazis. Ese es el mundo fantástico al que nos invita China Miéville en Los últimos días de Nueva París.
En mi canal de YouTube recomiendo lecturas que me gustan y que creo que podrían interesar a otros. Si quieres saber cuáles son, suscríbete.
Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.
Los últimos días de Nueva París, de China Miéville. Una novela con nazis, demonios y cadáveres exquisitos. Todo eso en un París alternativo radicalmente transformado.
La publica Ediciones B.
Vamos allá.
En 1941, durante la segunda guerra mundial, una bomba estalló en París. La explosión liberó el surrealismo. Sus delirantes creaciones, sus fantasías desquiciadas, sus caprichosas ideas. En particular, los cadáveres exquisitos, criaturas imposibles, combinaciones de elementos totalmente inconexos, que ahora recorren la ciudad como si siempre hubiesen estado vivas.
La acción de la novela se inicia en 1950. París es una ciudad casi en ruinas y aislada del mundo. Todavía está ocupada por los nazis. Nazis que mantienen una incómoda y renuente alianza con demonios surgidos del inframundo.
Lo comento por si lo del surrealismo vivo recorriendo la ciudad parecía poco.
Quedan grupos de resistencia, por supuesto. Y a uno de esos grupos, basado es un colectivo artístico real, pertenece Thibaut, quien ya era un surrealista mucho antes de ser combatiente. Todo su grupo murió en una emboscada y ahora, cansado y totalmente harto, recorre una ciudad que aspira a abandonar como sea.
Así da con Sam, una mujer venida de fuera con la intención, o eso dice, de fotografiar todos los manifs, todas esas creaciones del surrealismo que recorren las calles de París. Por desgracia, Sam fotografió algo que no debería… o sí… y los nazis, ayudados por mesas lobo, la persiguen.
Los capítulos de 1950 se alternan con los de 1941, donde se nos cuenta la historia de la bomba, que es la historia de Jack Parsons, un ingeniero de cohetes americano y miembro del grupo ocultista de Aleistair Crowley. Parsons, deseando luchar contra los nazis, usa su magia y su ciencia para acumular cierta fuerza creativa.
En 1950, Thibaut va acompañado por el más desconcertante de los cadáveres exquisitos, con su sombrero de oruga, su locomotora que le atraviesa la barba. Thibaut decide ayudar a Sam, quien afirma estar preparando un libro de fotografías llamado Los últimos días de Nueva París.
Hay muchos seres raros que fotografiar.
Los nazis por su parte están dedicados a sus investigaciones mágicas y ocultistas, con su intención de invocar algo… ¿el qué? Quizá un manif superpoderoso o un demonio que se deje controlar.
Nada bueno.
Los personajes reales, una mayoría, tienen vidas muy diferentes en este mundo alternativo. Esos personajes, más ocultismo, ciencia, surrealismo, arte a raudales, nazis enloquecidos, sectas religiosas, objetos mágicos que funcionan porque sí son los elementos con los que China Miéville va montando este libro. Se lee en ocasiones como una partida de rol o incluso un videojuego.
Porque en realidad, lo que quiere China Miéville es mostrarte ese París, la ciudad profundamente alterada con su súbita explosión de imaginación surrealista. Se deleita con cada descripción estrambótica, con cada detalle incoherente o contradictorio.
Su prosa se eleva exuberante como las nuevas torres de Notre-Dame y se retuerce como la escalera moteada de serpiente. Tras cada punto y seguido puede surgir una nueva creación de los surrealistas que Miéville recrea con mimo. Al final acabas queriendo más a los manifs que a los protagonistas. Que no dudo, era exactamente la intención del autor.
Con su énfasis en el París trastocada, la novela debe mucho al concepto del flâneur, el paseante que recorre la ciudad, la recrea y la hace suya con el simple procedimiento de caminar. Thibaut es ese caminante, paseándose por su París con un pijama de mujer que le da superpoderes, observando los alocados edificios o las desconcertantes actividades de la fantasía hecha carne.
La novela usa ese deambular para oponer la idea de un arte vivo, revolucionario y desconcertante, contra un arte mucho más decorativos, mucho más ñoño. Incluso en su decepción, Thibaut no puede dejar de admirar su París, mientras que los nazis intentan controlarlo y dominarlo de la forma más burda. Thibaut es un exquisito admirador del surrealismo. Los nazis son unos paletos.
El autor no se limita a mostrar los elementos más obvios del surrealismo. El libro viene con una serie de notas finales donde puedes ir siguiendo los elementos artísticos que van apareciendo. Notas que son parte muy importante de la novela.
Solo tengo dos puntos de insatisfacción. Uno es que la traducción de los diálogos es algo más rígida de lo que debería ser y contrasta con las descripciones. Lo segundo es una peculiaridad de China Miéville como escritor. Sus finales no suelen estar a la altura del resto de la novela. En este caso, el final de la historia encaja totalmente con lo contado, es la evolución natural de la trama, pero sabe a poco. Es como si tuviese miedo de las consecuencias de lo que ha creado, como si no estuviese dispuesto a dar el último paso.
Por suerte, hay dos finales más. Porque una cosa es la historia de Thibaut y sus vicisitudes, y otra diferente, el final del libro, que se produce en el último párrafo de sus notas. Porque insisto, las notas son parte importante de la novela.
China Miéville es un autor de una enorme imaginación y en Los últimos días de Nueva París hace muy buen uso de ella. Logra que añores seguir en la ciudad que ha conjurado. Logra que desees girar una esquina y seguir explorando. Te olvidas bastante de los personajes y deseas permanecer en Nueva París.
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