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Estoy acumulando películas japonesas para ver. Anoche, puse en el DVD After Life de Hirokazu Koreeda. Mi intención no era ver la película (tengo algo de trabajo), sino más bien catarla un poco, ver cómo empezaba y eso. Pero está tan bien hecha, es tan profundamente hermosa y está dirigida con tal absoluta sencillez que simplemente no pude parar; una de esas películas de casi dos horas que pasan en un momento. Extraordinaria.

El arranque es el siguiente: los recién fallecidos pasan por una estación de tránsito donde, con la ayuda del personal residente, deben escoger un único recuerdo. Luego cada fallecido se podrá llevar ese único recuerdo a la eternidad.
Acabo de terminar de leer mi libro 42 y ya se sabe que el 42 es un número muy especial; según Douglas Adams es la repuesta a la vida, el universo y todo lo demás. Lo divertido es que el libro ha sido The Science of Doctor Who de Paul Parsons. Al terminarlo, me di cuenta de que había una relación: Douglas Adams fue guionista de Doctor Who.

Más curioso todavía, el año pasado mi libro 42 fue The God Delusion de Richard Dawkins, que también tiene relación con Douglas Adams y Doctor Who. Richard Dawkins era amigo de Douglas Adams y en una fiesta organizada por él, Dawkins conoció a su actual esposa, la actriz Lalla Ward. Lalla Ward interpretaba en Doctor Who a la segunda encarnación de Romana, compañera del Doctor.
Creo que tengo lo suficiente para montarme una religión.
En Boing Boing me encuentro este gran vídeo de 1966 sobre el maravilloso mundo del futuro de 1999, cuando tendríamos terminales en casa que nos permitirían hacer la compra sin movernos de la silla, pagar las facturas online e incluso comunicarnos con todo el mundo con nuestra propia oficina de correo. Como predicción no está nada mal. Pero como dice el artículo, les fallan los roles sociales, ya que sigue asumiendo la misma división sexista: la mujer gasta y gasta mientras el maridito se preocupa por las facturas. Es el problema perenne de la ciencia ficción: predecir la tecnología lo hace más o menos bien, salirse de los estereotipos sociales se le da bastante peor.
Confieso que una de mis razones para desear visitar Tokio (estoy ahorrando) es pasar por el museo Meguro de parásitos. La cosa se me quedó grabada desde que leí un par de libros sobre parásitos (Parasite Rex de Carl Zimmer y New Guinea Tapeworms and Jewish Grandmothers: Tales of Parasites and People de Robert S. Desowitz) mientras simultáneamente programábamos un viaje a Japón, que no pudo ser, y en una de las guías encontré el museo.
Bueno, a lo que iba. Me he encontrado con Friday Parasite #41: The Parasite Museum que ofrece una idea de lo que es visitar el museo:
But the one thing that really makes the exhibits work is that most of them contain real specimens. Specimens are displayed in jars, petri dishes, embedded in lucite, and spread out on wall mounts (like the 28 foot long tapeworm pulled out of a Japanese man who ate an infected Pacific salmon). Some of them are (disturbingly) preserved in situ so you can see how they affected their host’s tissues. The museum’s website claims that they have 300 specimens on display, but it seemed like far more, especially with an 11 year old along who loudly proclaimed exactly how gross each one looked.
Por cierto, en la tienda del museo venden varias cosas chulas. Aparte de camisetas con parásitos, también venden un llavero del que cuelga un Anisakis de verdad. Lástima que no vendan por internet. Se lo tendré que pedir a Antonio la próxima vez.
(vía The Loom)
El cartel promocional de Blue Harvest (dicen que es una referencia), el episodio que Padre de familia dedica a Star Wars:
Giggity giggity goo.
Me gusta mucho la canción «Beautiful Freak» (la verdad es que Eels me gusta mucho). Pues aquí está la canción con un montaje de escenas del capitán Jack Harness:
Y de propina, el capitán Harness, en su encarnación de John Barrowman, interpretando «Anything Goes» en el set de Torchwood:
A estas alturas ya todo vale.
Hace unos días, durante una de mis visitas obsesivas a librerías (me cuesta mucho resistirme a entrar y soy totalmente incapaz de no mirar el escaparate) me encontré con esta curiosa estampa.
Un montón de libros religiosos y en su centro, El espejismo de Dios de Richard Dawkins. Quizá en la librería alguien tiene mucho sentido del humor. O quizá, la capa religiosa externa está ahí para neutralizar el ateismo del libro central. Un poco como lo de los electrones y el nucleo atómico.
Confieso que de este libro titulado The Science of Doctor Who me ha interesado mucho más la parte del Doctor que la parte de ciencia. En primer lugar, porque mi interés por la serie es más bien reciente y todo lo anterior al noveno Doctor me resulta casi totalmente desconocido. En segundo lugar, la parte científica es más bien tecnológica -incluyendo un entusiasmo, que me resulta algo infantil, por el viaje espacial conocido- y aún cuando era científica ya la conocía. Por tanto, mi cabeza se inclinaba naturalmente hacia el mayor desconocimiento de un lado.
En cualquier caso, a la serie Doctor Who le sienta bien usarla como punto de apoyo para exploraciones científica. Aunque no deja de ser curioso, porque no es precisamente una serie muy preocupada por la precisión científica. Quizá sea una cuestión de actitud: una serie de ciencia ficción finge seguir los protocolos de la ciencia, aunque en realidad se lo salte como si fuera pura fantasía. Sea cual sea la razón, el autor no tiene absolutamente ningún problema, es una serie con más de 40 años, en discutir una gran variedad de ciencia y tecnología. El tratamiento no es muy profundo, ni lo pretende, pero sí es entretenido. Como punto muy negativo, en ocasiones parece dar demasiado credibilidad a parapsicólogo y demás.
Pero como ya he dicho, la parte del Doctor fue la que me resultó más interesante. Es una serie con muchos años, en la que el Doctor se ha regenerado ya en 9 ocasiones y ha tenido 10 encarnaciones. Las aventuras han sido muchas y variadas, y con la intervención de talentos como Terry Nation o Douglas Adams, ha dado cosas muy interesantes. La descripción es más bien errática, porque se sigue el orden de los temas tratados no el interno de la serie, pero aún así uno se hace una buena idea. Entre las historias que más me han llamado la atención, destaca «The Trial of a Time Lord» que cuenta el juicio contra el Doctor en su planeta natal acusado de diversos crímenes contra el tiempo y el universo. Y también «The Deadly Assassin«, de 1976, donde el doctor debe entrar en «the Matrix», un mundo de realidad virtual en el interior de un gran sistema informático (sí, varios años antes).
Es una verdad universalmente aceptada que no hay idea por estúpida que sea que algún intelectual no defienda con total convicción. Por tanto, no tiene nada de extraño que las estrafalarias y absurdas ideas de Charlotte Bach sobre evolución, biología, psicología y demás cautivasen a parte de la intelectualidad londinense de los años setenta, comparándola incluso con Freud o Einstein. Lo que no debían esperar es que al morir y quitarle la ropa, encontrasen que debajo de la peluca y el vestido había un hombre.
Nació Karoly Hajdu en 1920 (la Wikipedia lo define como «a Hungarian-born impostor») y murió en 1981 como Charlotte Bach, papel que adoptó permanentemente en 1968. Pero también dijo ser más cosas. Afirmó ser barón, afirmó organizar un grupo de resistencia contra la ocupación soviética de Hungría, afirmó ser escritor, afirmó ser hipnoterapeuta titulado… es decir, afirmaba y decía todo aquello que se le pasaba por la cabeza, todo lo que hiciese su vida más interesante. Su vida fue, ante todo, una acumulación de mentiras, cada cual más absurda que la anterior, salpicada por elementos ocasionales de verdad. Cuando un papel ya no le satisfacía, asumía otro diferente, ninguno con tanto éxito como el último.
O quizá su vida no fuese una mentira. Quizá su vida fuese simplemente proteica. Sin saber exactamente quién era, es posible que se lanzase a una errancia que solo terminó en los últimos años. Su vida tiene todo los tonos del fracaso -en casi ninguna empresa logro el éxito, y en casi todas ellas le pillaron- pero quizá sólo sea un problema de percepción por nuestras parte. Acostumbrados como estamos a creer que existimos y que tenemos un yo fundamental, una esencia que nos cifra, se nos hace difícil aceptar una persona que confunde de tal forma nuestras expectativas.
Wheen compone una breve, unas 140 páginas, pero fascinante biografía sobre un personaje que parece inventado. Un atractivo estudio sobre el absurdo, sobre el fracaso y también sobre el éxito. En cierta forma el relato trasciende las peripecias concretas de la vida para ir transformándose, página a página, en una sospecha: que en última instancia, aunque rara vez de una forma tan extravagante, toda vida humana es también fundamentalmente absurda, que en el momento de nuestra muerte hemos fracasado tanto, o tan poco, como Charlotte Bach. Y también su reverso paradójico, su éxito: Karoly Hajdu murió sabiendo exactamente quién era. Su búsqueda incesante de su verdadera identidad es la misma en la que nos embarcamos nosotros, pero nos distingue el desenlace. Es posible que al final Charlotte Bach fue más real que Karoly Hajdu.
Se me había ocurrido la posibilidad de comentar que Steve Jobs es un señor que podría salir a un escenario con una arandela en la palma de la mano (afirmando que nadie más ha fabricado nunca una arandela) y no sólo lograría aplausos entusiastas, sino que además conseguiría vendértelo por 300 euros. Es una habilidad admirable. Es decir, Bill Gates sólo cura la malaria y esas cosas, una bagatela comparada con el campo de distorsión de la realidad de Jobs. Eso es un superpoder y no los de los machangos de Héroes.
(Quizá debamos agradecer que no puedan fusionarse en plan Don Patch y Bobobo. ¿Imaginan la fusión Steve-Gates? Miedo me da sólo pensarlo. Presentaría una caja de fósforos, la gente aplaudiría como loca y te cobraría 300 dólares. Pero tendría WiFi).
Pero no voy a decir nada de eso, porque en Geek in Love he encontrado algo mucho mejor.
Actualización: Apple as the Cargo Cult of Steve
For starters they’re still copying Nokia with pride, first the Nokia 7710 -> iPhone and now the Nokia 770/N800 -> iPod Touch. I’m not too impressed, first thoughts are that it might hurt iPhone sales, although they’ve probably already sold most of the phones they were gonna sell.
No Plot? No Problem! A Low-Stress, High-Velocity Guide to Writing a Novel in 30 Days es la guía de trabajo de una peculiar iniciativa anual. Consiste en escribir una novela, definida como una historia de 50.000 palabras con principio y final, en un mes. En concreto, en noviembre, mes tradicional para escribir novelas (véase National Novel Writing Month).
La idea es uno de esos absurdos brillantes con los que se encuentra uno de vez en cuando. Una de sus grandes ventajas es su carácter paradójico: ¿a qué escribir una novela en un mes cuando podríamos dedicarle dos y dejarla el doble de buena? Pero ya sabemos por experiencia que las cosas no son así, que al contrario, imponernos limitaciones estúpidas nos ayuda a ser más creativos.
Por tanto, la idea es bien simple: empezar a escribir el 1 de noviembre y dejas de hacerlo el día 30. Sin pensar, sin mirar atrás, sin preocuparte por fallos o coherencias. Una vez que tengamos la novela completa, después de haber escrito 1.667 palabras cada día, nos ocuparemos de esas otras trivialidades (en enero, por ejemplo).
Mientras tanto, esta guía sirve de recordatorio de la meta, de la filosofía de trabajo. Ofrece consejos prácticos sobre como organizar la cuestión -no se trata de abandonar a la familia o dejar el trabajo- y cómo encontrar tiempo. Te cuenta, además, cuál puede ser tu estado psicológico durante cada semana. El fin último es convencerte de que es posible y que hay mucha gente que lo ha logrado.
Y al final, la satisfacción de haber llegado a la meta. Como terminar cualquier carrera de obstáculos. Y además, tendrás la novela.
Para triunfar, la opción más cómoda es escoger con cuidado la categoría en la que quieres destacar. Y aún así, a veces… Lo explica el genial Mauro Entrialgo.
Mi amigo David me ha hecho un regalo retrasado de cumpleaños. Al principio, no me quedó claro qué David era (aunque eso de que me felicitase mi 0x28 cumpleaños parecía una tremenda pista) porque aquí en el norte uno de cada dos hombres se llama David, una de cada tres mujeres se llama David y, lo más asombroso, uno de cada cuatro tejones se llama David. Es decir, que si andas por el norte, estás vivo y te relacionas un poco acabas conociendo, sin exagerar, a cuatrol mil quinientos millones de davides como poco. Por suerte, existe el correo electrónico
Pero a lo que iba, el libro es The Cloudspotter’s Guide de Gavin Pretor-Pinney y va de lo bonitas que son las nubes, de cómo observarlas, distinguirlas y demás. No es un libro sacado de mi lista de los deseos. David pensó que sería más divertido enviarme un libro que no se me hubiese ocurrido que me podría gustar. Tengo la impresión de que acertó.
Gracias.
Este libro es exactamente lo que dice su título: una brevísima introducción al ateismo. Lo que significa, claro está, que si ya conoces las posiciones fundamentales del ateismo y sus argumentos principales, lo más probable es que no te aporte demasiado. Eso sí, Julian Baggini escribe muy clarito y se explica muy bien, por lo que siempre resulta agradable leerle. Por otra parte, también resulta asombroso todo el material que repasa en poco más de cien páginas.
Lo más curioso de este tipo de libros es que deben empezar defendiendo el ateismo de todas sus connotaciones negativas. A eso dedica casi todo el primer capítulo, situando al ateismo como un posición naturalista y escéptica, como una forma de humanismo positivo. También dedica bastante tiempo a aclarar que la ética puede surgir del mundo natural, como producto de la evolución, o que la existencia de un ser superior no es necesariamente una buena base para el sentido de la vida.
Qué tiempos aquellos: