La fascinante cultura japonesa vista a través de 50 películas. Eso es lo que ofrece Carolina Plou en «Bajo los cerezos en flor». Una aproximación singular y muy interesante. Géneros como jidaigeki, kaiju o el anime.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Cuánto podemos saber sobre una cultura a partir de lo que ella misma dice o lo que otros dicen? Pues examinándolo con atención, posiblemente mucho. Y con esa idea, Carolina Plou nos invita a acercarnos a Japón y su cultura a través de 50 películas. Es «Bajo los cerezos en flor».

Lo publica Editorial OUC.

Exploremos.

«Bajo los cerezos en flor», es un libro bien curioso. Ocupa un espacio ciertamente imprevisible, colándose en el hueco que hay entre un complejo libro de estudio sobre la cultura japonesa y una simple lista de 50 películas. En ese aspecto es ideal si quieres ir un poco más allá de lo habitual en lo que a cultura japonesa se refiere sin querer empantanarte en un estudio académico o sencillamente si quieres complementar lo que ya sabes.

De hecho, no dudo que «Bajo los cerezos en flor» podrá descubrirte aspectos de Japón y la cultura japonesa que no conocías y bien podría servir como punto de partida para seguir explorando.

Carolina Plou es licenciada en historia del arte especializada en arte japonés, por lo que está más que cualificada para escribir un libro así, aportando análisis y conocimientos. Es más, el libro se cierra con una muy interesante circularidad que da para reflexionar una vez que has terminado de leerlo. Más tarde lo comento.

Como dije antes, no es una simple lista de 50 películas. Hay varias sorpresas. La primera, es que no todas las películas son japonesas. La mayoría lo son, pero también hay americanas, coreanas, españolas… La segunda sorpresa es que las películas no están ordenadas por su año de producción, sino por la época histórica en la que transcurre la acción. La primera película es «Los tres tesoros», que narra el origen del mundo y con él el de Japón, y la última «Akira», que transcurre en el futuro Neo-Tokio.

Las dos sorpresas se desvanecen en cuanto comprendes que la intención del libro es intentar dar una imagen de cómo los japoneses se ven a sí mismos, de cómo ven el mundo más allá de las fronteras de su país y de cómo el resto del mundo los ve a ellos, con los consiguientes cruces e influencias culturales. El orden elegido ayuda además a que cada texto breve, unas tres páginas por película, se apoye en el anterior y pueda proyectarse hacia el futuro.

Y el resultado es excelente.

La autora aprovecha muy bien cada película. En ocasiones comenta la película en sí, a veces el contexto histórico en que se realizó, otras veces la época en la que transcurre, también su importancia fuera de la pantalla o el simple hecho de que la película en sí exista, como sucede en el caso de las coproducciones. Hay muchas grandes películas en la lista, pero también algunas que no lo son tanto pero que sirven para ilustrar algún aspecto que considera fundamental.

Por ejemplo.

«El bárbaro y la geisha» le permite comentar la historia de Japón. «El último samurai» para tratar las tensiones de la era Meiji y la persistencia de estereotipos hasta el siglo XXI. «El rito de amor y de muerte» para contextualizar a Mishima en cierta tradición japonesa. En el caso de «Seven Weeks», destaca los aspectos artísticos y experimentales de la película. El pánico nuclear está representado por «Godzilla, Japón bajo el terror del monstruo», por supuesto, para reaparecer más recientemente en «The Land of Hope». La larga serie de películas de Tora-san comenta los cambios en el paisaje urbano. «Lost in Translation» permite explorar Tokio como un tercer personaje que tiene su propio arco en la película. Y la curiosísima «Thermae Romae» es un llamativo ejemplo de Japón mirando a la antigua Roma desde un aspecto que para nosotros no podría ser más japonés: los baños. El sincretismo japonés en «La balada de Narayama» o el cambio en la percepción de los fantasmas en «Historia de fantasmas de Yotsuya». La relación con Corea con «The Admiral: Roaring Currents». «La princesa Mononoke» propicia un comentario sobre los pueblos antiguos de Japón, mientras que «Kubo y las dos cuerdas» es el ejemplo perfecto de influencia cultural de Japón en Occidente.

Y así sucesivamente, con todas las películas. Aprovechando muy bien el espacio disponible, especialmente considerando que el libro apenas supera las 200 páginas. Ofreciendo muchos apuntes culturales que se van sumando a medida que pasa de una película a otra. Y logra cerrar el libro muy satisfactoriamente comparando el japonismo, la pasión por Japón, del siglo XIX, con el neojaponismo de nuestro presente, desde el punto de vista de las formas artísticas más populares en cada caso.

Personalmente, he aprendido muchas cosas leyendo este libro. Empecé con cierto escepticismo, pero el formato y la calidad de los comentarios me ganaron al final. Así mismo, me quedo con una lista enorme de películas para ver. Unos ejemplos son: «Vida de Oharu, mujer galante», «Hara-kiri», «Scabbard Samurai», «Zatoichi», «La isla de Giovanni», «Los niños de Hiroshima», «El ahorcamiento» o «Despedidas».

Y algún descubrimiento francamente curioso. Como el mediometraje «El cartero de Alpartir», que puedes ver en YouTube. Una joven japonesa decide ingresar en un convento de clausura en España y los habitantes de Alpartir se vuelca en cumplir su sueño. Luego, el cartero del pueblo viaja a Japón a entregar a los padres de la joven las cartas y postales con mensajes de acogida enviadas desde todo el país. Una historia bien curiosa que se dramatiza en ese mediometraje. Como dice Carolina Plou, es una película interesante como reflejo del contexto social en dos países que en ese momento se estaban recuperando económicamente.

¿Pero tú qué piensas? ¿Te parece una buena forma de aproximarse a la cultura de otro país? Deja tus opiniones, comentarios y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

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El regreso de Haruki Murakami a la novela larga: La muerte del comendador (Libro 1). Una apasionante y enigmática historia sobre arte, soledad, responsabilidad personal y pozos en el jardín…

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https://www.youtube.com/watch?v=rew64vQDabI

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Un mundo extraño, enigmático, irreal, vacío. ¿Un hombre sin rostro que pide que pinten su retrato? ¿Un personaje que sale de un cuadro? ¿Una campanilla que suena en la noche? Tienes suerte, «Matar al comendador» te lleva de regreso al universo de Haruki Murakami, en una reflexión sobre el arte, la responsabilidad, la soledad, el tiempo y la transformación.

La publica Tusquets Editores con traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara.

Venga, vamos, que hay pozos por explorar.

Antes de empezar, este es el libro 1 de 2. El siguiente volumen se publicará traducido a principios de 2019. Por tanto, por ahora hay que leerlo como si esto fuese todo y preguntarse qué tipo de libro es y cómo encaja en la obra de Murakami.

Pues bien, «La muerte del comendador» es fascinante, reflexiva, y deliciosamente extraña, con ese punto surrealista que uno nunca sabe por dónde va a salir. Es Murakami en plena forma, explorando muchas de sus constantes y también metiéndose en territorios nuevos. Tras unos primeros capítulos que muestran con maestría la desintegración de un matrimonio, se adentra en una historia de metamorfosis y regeneración. Cubre además una enorme variedad de tema que se entretejen y se reflejan entre sí. Como se entretejen y se reflejan entre sí la mayoría de los personajes. Manifiesta alguno de los tics molestos de Murakami, pero pasan bastante desapercibidos en el conjunto.

No me puedo resistir. Esta es mi oportunidad. Hablemos de todo eso…

Un poquito del argumento.

Un prestigioso pintor de retratos, de 36 años, sin nombre en la historia, se lanza a un vagabundeo por el norte de Japón cuando su mujer anuncia que quiere divorciarse. A pesar de tener un amante, la mujer tomó la decisión por un sueño que tuvo.

Nuestro vagabundo acaba recalando en Odawara, en la casa del que fuera un famoso pintor de pintura tradicional japonesa, Tomohiko Amada, ahora un señor de 92 años ingresado por demencia senil. La casa se la ha prestado un amigo de la facultad de Bella Artes, hijo del famoso pintor. Es una casa llena de discos de ópera en la que destaca poderosamente la ausencia de cualquier cuadro.

Vale, hay un cuadro. Que descubre un día en el desván, envuelto y bien guardado, lejos de la vista de cualquiera. El cuadro se llama «La muerte del comendador».

Si estás familiarizado con Murakami ya habrás pillado algunos elementos habituales. El personaje carece de nombre y es narrador en primera persona de la historia, porque esta es ante todo su historia personal. Lo del personaje sin hombre es algo que Murakami hacía en sus primeras novelas y que recupera en esta.

Pero en japonés hay varias formas de referirse a uno mismo y Murakami usa dos de ellas. En la serie de novelas del Rata, el yo que habla es “boku”, que normalmente se usa para hombres. En «El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas», el narrador se refiere a sí mismo como “watashi”, que es más formal. Y ese “watashi” es el que conecta esta novela con el febril mundo inconsciente de «Un despiadado país de las maravillas».

Pero hay un par de variaciones.

También suele ser habitual que el protagonista de Murakami despierte de una especie de impasse, siendo ese “despertar” el punto de partida que impulsa la trama de la novela. Pero en «La muerte del comendador», al menos en este primer libro, lo que se cuenta es la historia de ese impasse, de ese largo paréntesis que dura 9 meses. Eso es prácticamente lo primero que se nos dice, antes de revelarnos, también desde el principio, que volverá con su mujer. La novela está contando ese angosto desfiladero. Un poco como sucedía en «Tokio Blues», donde ya sabíamos al empezar que el narrador sobreviviría a la historia.

Y elucubra como te apetezca con el hecho de que el proceso lleve nueve meses. Yo no me voy a meter.

También es normal que Murakami arranque con la mayor de las cotidianidades, estableciendo un entorno muy realista antes de saltar a la parte más extraña y fantástica. No aquí. Todo lo que he contado viene después de un breve prólogo donde se plantea un curioso desafío. Una entidad sin rostro le pide al narrador que pinte su retrato. ¿Cómo pintar el retrato de alguien que no tiene rostro? El protagonista tiene la rara habilidad de fijarse continuamente en las caras y recordarlas, para usarlas como puerta de acceso a la subjetividad de cada uno. ¿Pero sin cara…?

El resto de lo que se cuenta es bastante cotidiano, y los elementos más extraños podrían fácilmente interpretarse como alucinaciones o engaños deliberados. Tanto es así que aún sabiendo que no es ese tipo de novela, casi se podría leer como el relato de un desconcertante trastorno psicológico.

El protagonista ha perdido todas las ganas de pintar y pasa el día dando clase y enrollándose con mujeres casadas, más listas que él. También nos cuenta su vida. Nos habla de su hermana, Komichi, que murió a los doce años por un problema de corazón y lo mucho que la vio reflejada en Yozu, su mujer, y luego en una adolescente de trece años que aparece en medio de la novela. Adolescente que podría ser o no ser la hija de Wataru Menshiki, un misterioso millonario que vive solo en una lujosa casa al otro lado del valle. Millonario que es una especie de versión de Gatsby y que un día insiste en que el famoso retratista le pinte a él. A watashi no le apetece nada hacerlo, pero paga muy bien. La única condición es posar para el cuadro, aunque nuestro artista siempre ha trabajado de memoria.

Y está el cuadro del desván.

El cuadro llamado «La muerte del comendador» resulta ser una escena violenta que parece representar la parte de la ópera «Don Giovanni», cuando el protagonista epónimo mata al comendador. Pero trasladada a la era Asuka, allá por el siglo VII. Es un cuadro extraño, porque hay sangre y violencia, y una incongruente cabeza que asome por una trampilla del suelo, cuando a Amada lo que le gustaba eran las escenas tranquilas y armoniosas ambientadas en la historia antigua del país.

Aunque no siempre fue así. De hecho, de 1936 a 1939 vivió en Viena con la intención de dedicarse a la pintura europea. Pero algo sucedió y tuvo que huir de Europa. ¿Perseguido por los nazis? ¿Se involucró en algún grupo de resistencia? Sea como sea, regresó a Japón y reapareció como pintor tradicional.

Curiosamente, watashi empezó pintando abstracto en la facultad, porque era lo que le gustaba. Se puso a pintar retratos porque daba dinero. Y la verdad es que tiene mucho talento para ello, porque sabe pintar lo que hay bajo la piel de las personas, sabe pintar vidas y no rostros. Impulsado por Wataru Menshiki, redescubre su interés por la pintura, pero con un estilo cambiado, diferente, una metamorfosis del anterior. Menos pecuniario, digamos. Menos mueble.

Tampoco es la primera vez que Murakami hace comentarios políticos. «La caza del carnero salvaje» no es más que una larga crítica al pasado bélico de su país y tanto «Baila, baila, baila» como «Al sur de la frontera, al oeste del sol» contienen muchas referencias a todo lo negativo del crecimiento económico de Japón. Pero rara vez se remonta tanto en el tiempo, rara vez lo conecta tan explícitamente con la historia antigua de Japón.

Y rara vez hace referencias tan explícitas a la literatura de su país. Ya he comentado los ecos de «El gran Gatsby», que queda puramente al nivel de lo que lector puede apreciar y la hermana Kamichi está conectada con Alicia. Pero explícitamente se menciona a Ueda Akinari y su libro «Cuentos de lluvia de primavera», y más adelante a Ōgai Mori y su «La familia Abe». Es más, los propios personajes comentan las similitudes entre la historia de Akinari “El lazo de las dos vidas” y lo que está sucediendo en la trama de la novela. Es como si el propio Murakami estuviese reclamando el sitio que le corresponde en la tradición literaria de Japón.

Es más, ese cuento —que es una crítica despiadadamente satírica de la religión— le deja camino para hacer referencias al budismo, sobre todo a una práctica ascética extrema que permitía la momificación en vida para seguir meditando durante la eternidad. E inevitablemente algunos personajes manifiestan rasgos monacales. El misterioso Wataru Menshiki posee el autocontrol que la cultura popular atribuye a un monje zen. Y watashi es un personaje pasivo no porque se esté dejando llevar por la depresión como el boku en «Baila, baila, baila», sino porque ha decidido entregarse al flujo de la existencia y participar en lo que sea que la vida arroje frente a él.

De hecho, Menshiki y watashi se presentan explícitamente como dobles e inversiones uno del otro, hasta el punto de que Menshiki vive en la diagonal de la casa de Tomohiko Amada. Se establece una complicidad entre ellos que no es fruto de entenderse, porque Menshiki prácticamente no cuenta nada de su pasado, sino que nace de una especie de sintonía o predestinación.

El humor de esta novela es divertido y grotesco, en ocasiones combinado con la crítica. No es de extrañar si recuerdas que «Don Giovanni», a pesar de sus tragedias, es una ópera bufa que no vacila en rimar “Plutón” con “bribón”. En el caso de Murakami, uno de los personajes sale del cuadro y lo hace con el mismo tamaño que tiene en la pintura. Solo el protagonista puede verle, detalle que no impide que lo inviten a cenar. Luego ese mismo personaje de un poco más de medio metro explica que se trata de una idea y que haber adoptado otra forma podría haber violado alguna marca registrada. De igual manera, en uno de los momentos más divertidos, el protagonista descubre que sus cuadros, a efectos fiscales, son considerados muebles de oficina.

En última instancia, el gran tema de este libro es la creación artística. No es vano este primer volumen se titula “Una idea hecha realidad”. Un juego más entre la trama y el tema, porque es evidente que en la narración hay ideas manifestándose y que algunas más están llamando a la puerta.

Hubiese sido demasiado fácil haber puesto a un escritor, así que Murakami recurre a un pintor, alguien que también vive a medio camino, que en su proceso de reflexión encuentra una forma de pintar que no es las de una escuela determinada. Es difícil no ver el camino de watashi como el del propio Murakami.

El arte en esta novela, que se aprovecha de la incapacidad para definir la pintura japonesa, no es tanto crear como revelar lo que ya existe, conectar con ese mundo que hay ahí al lado. Ese mundo de ideas estremeciéndose y deseando nacer, ansiando existir. Se da a entender que algunos personajes ya son conscientes de ese mundo y pueden acceder a él, pero al artista solo le queda usar la pluma o el pincel.

El arte es insinuación y metáfora, es dar con conexiones extraña y en cierto modo inexplicables, como las que en la mente de watashi unen a Yozu y a Komichi. El arte es una búsqueda de la verdad que a veces conduce a la soledad. En ocasiones es tropezar con lo siniestro, aunque uno buscase lo armonioso. El arte, al menos en esta novela, es provocar un cambio de perspectiva que lo transforma todo. Es el arte un espejo en el que no sabíamos que podíamos mirarnos.

Pintar es entender. Y watashi es un personaje con ese inefable poder.

El ritmo es ligeramente diferente. Parece un Murakami habitual, pero no lo es. Hay un cambio sutil en la longitud de la escenas, una mesura cuidada, una cadencia buscada deliberadamente, una breve aceleración episódica que dota a la narración de una música particular, un pulso extraño y sutil, como si la novela en sí fuese el fluir que controla la vida de watashi en la casa, esa corriente de acontecimientos en la que se deja flotar.

Es difícil hacer predicciones, pero si el segundo volumen mantiene el nivel de este, no dudo que «La muerte del comendador» pueda pasar a mi ranking personal de las mejores obras de Murakami. Disfruté enormemente de su lectura, mi ejemplar está lleno de post-its con notas y es seguro que la releeré. Si crees que este vídeo ha sido largo, no sabes lo que me he tenido que controlar para que no lo fuese todavía más. La de notas que se me han quedado en el suelo. Son después de todo más de 400 páginas llenas de ideas y temas que darían para muchos análisis.

El narrador innominado es uno de los mejores creados por Murakami y su relación con Wataru Menshiki me encanta. Y eso sin mencionar la presencia fantasmal de Tomohiko Amada y su estremecedor cuadro.

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Sobre la lectura, de Steve McCurry

En Sobre la lectura, Steve McCurry reúne una serie de extraordinaria fotografías alrededor del tema de la lectura.

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Hola. Para muchos de nosotros, la lectura es una actividad intelectual. Algo que hacen los cerebros, absorbiendo directamente y casi por arte de magia el contenido de las grandes obras. Pero este maravilloso libro de fotografías, Sobre la lectura, de Steve McCurry, nos recuerda que la lectura es ante todo una forma de estar en el mundo.

Lo publica Phaidon Press.

Veamos.

Si no sabes quién es Steve McCurry, no te preocupes, yo tampoco lo sabía. Por suerte, tengo a mi amigo David, del canal David García Pérez Fotografía, al que pido consejo cuando quiero hacer algo diferente con mi cámara. Le pregunté si sabía quién era, él me miró raro y me lo dijo. Resulta que aunque no sepas quién es, es muy probable que hayas visto al menos una foto suya.

Pues bien, a lo que íbamos. Sobre la lectura es un libro de fotografías tomadas en todo el mundo. Desde Brasil hasta Italia. Desde Rusia hasta Afganistan. Desde Marruecos hasta Birmania. Todas muestran la lectura. Vamos, por donde ha pasado ese hombre ha hecho una foto con ese tema. Se completa con un prólogo de Paul Theroux que a mí francamente no me ha dicho nada. Se centra demasiado en la lectura como actividad intelectual, como un paso más de la apreciación de la gran literatura.

Pero esto son fotos. Fotos tomadas por un hombre que sabe captar el momento, que sabe congelar el tiempo. Y lo que muestran es sobre todo la lectura como una postura del cuerpo, como un acto físico, como una ocupación del espacio real. Lecturas en lugares concretos, con un fin concreto, con una actitud concreta. Lecturas reales.

Ya sea una hierática estatua, leer mientras esperas, la pose dinámica de alguien que cuelga de una escalera tras encontrar el libro que buscaba y que se ha puesto a leer sin molestarse en bajar.

El aula, el transporte público, la quietud del parque, la intimidad del hogar, el bullicio de la calle, el estruendo de la fábrica, el recogimiento monacal del museo.

De pie, sentado sobre la primera superficie disponible, apoyado contra un elefante, tendido, recostado o en posiciones inverosímiles. Solo o acompañado. Leer periódicos, libros, cómics… incluso estatuas.

Leer por devoción, para aprender, para informarse, por desafío, por entretenimiento, para estudiar. Y escuchar leer para compartir.

Leer para pasar el tiempo. Leer para evitar que el tiempo pase más rápido.

Y eso es lo que revelan estas fotografías extraordinarias. Leer como algo que hacen cuerpos, como una actividad que se manifiesta físicamente. Y algo más.

Como toda actividad que requiere concentración, la lectura implica un cierto grado de confianza y seguridad. Abandonas momentáneamente el mundo que te rodea, convencido de que en los minutos posteriores no te pasará nada. Y eso es lo que manifiestan muchas de la fotografías. Incluso las que dan a entender un trasfondo violento o un pasado trágico, revelan claramente esa tranquilidad fundamental, ese rendirse brevemente, un momento quizá pasajero de alegría, asombro o entendimiento que la fotografía de Steve MCCurry ha preservado.

¿Pero tú qué opinas? ¿Es la lectura una actividad intelectual o un acto físico? Deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones.

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Kappa, de Ryunosuke Akutagawa

En Kappa, Ryunosuke Akutagawa nos adentra en un mundo fantástico, una visión distorsionada, cómica y exagerada de nuestro mundo real. Parodia de las taras humanas, y más específicamente las costumbres de Japón, es también una historia profundamente melancólica.

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https://youtu.be/Ao1X1E9-iQ8

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Hola. Kappa, de Ryunosuke Akutagawa. Una novela breve sobre un viaje fantástico que, como suele suceder en estos casos, sirve al autor para criticar su propia sociedad. Una de las magistrales últimas obras de un autor magistral.

Lo publica la editorial Ático de los Libros con traducción de David Favard.

Kappa de Ryunosuke Akutagawa recuerda al Gulliver de Swift, incluyendo un más que explícito eco final. En ambas obras, un extranjero llega a un mundo radicalmente diferente en apariencia pero que finalmente resulta ser a la vez reflejo e inversión satírica del nuestro. Pero el tono lo es todo. Gulliver era obra de un misántropo. Mientras que Kappa es el producto de un hombre que se suicidaría el mismo año de la publicación de la novela por el temor a desarrollar una enfermedad mental. Es difícil no leerla como una nota de suicidio.

Los kappa son seres de la mitología japonesa. Algo así como monos con escamas y pico, de hábitos más bien anfibios y con una gran concha como de tortuga a la espalda. No son seres inventados por el autor, por lo cual la conexión con Japón y los comentarios sobre la sociedad japonesa son explícitos. Los kappas son importantes referentes culturales en Japón.

La historia en sí es el delirio del paciente número 23 de un sanatorio psiquiátrico. El autor ya empieza así la narración, explicando que fue el propio paciente quien se la contó con gran detalle y que siempre relata lo mismo si se le pregunta.

Lo que sucedió es bien sencillo. Un día se puso a perseguir a un kappa. Durante la persecución, como si fuese Alicia, cayó por un agujero y llegó al país de los kappas, lugar donde los bichitos viven tan contentos en su sociedad.

Y esa sociedad resulta ser una crítica feroz de varios aspectos de la sociedad humana, donde todo está invertido, ridiculizado o llevado al extremo. Es una sociedad donde distintos cinismos e hipocresías, al contrario que en el mundo humano, se admiten abiertamente. Es una sociedad repleta de leyes y disposiciones invertidas que se consideran tan racionales, es decir, irracionales, como las leyes y disposiciones japonesas.

Es una sátira combinada con enormes elementos melancólicos. Por ejemplo, los niños kappa tienen la oportunidad de negarse a nacer. El padre le pregunta al feto si desea venir al mundo.

Hay otros blancos: los movimientos artísticos, la legislación, la censura, el sexo. Las hembras kappa persiguen a los machos por la calle y los atacan indiscriminadamente. Curiosamente, en su religión es el cerebro del macho kappa el que fue modelado a partir de la primera hembra kappa. El militarismo , la política, el control de los medios de comunicación… O el capitalismo. No hay desempleo porque en cuanto alguien se queda sin trabajo. Se añade el detalle de que cuando el desempleo aumenta el precio de la carne baja proporcionalmente.

Cuando el protagonista, antes de salir corriendo a vomitar, comenta que quizá esa práctica sea un poco extrema, le dicen que en Japón, porque los kappas saben mucho de la sociedad japonesa, hay prácticas perfectamente aceptadas que no son muy diferentes.

El suicidio de un importante filósofo, un súper-kappa entre los kappas -porque lo dicen él y sus amigos-, impulsa a nuestro héroe a buscar el regreso a su Japón. Lo encuentra, de mano de un peculiar kappa que vive su vida al revés y rejuvenece con el paso de los años.

Como se ve, el suicidio y la enfermedad mental son temas continuos en la obra. No es difícil ver en el suicidio del filósofo un presagio del suicidio de su autor. Lo mismo con la locura del protagonista, porque Akutagawa creía haber heredado la esquizofrenia de su madre.

Kappa es un retrato minucioso de todo lo deforme en la condición del kappa, que en esta breve novela es… no sé… caricatura de la condición humana… ya sabes.

Esta llena de momentos humorísticos. Por ejemplo, al asistir a un concierto de música clásica, se comenta que al igual que sucede en Japón los programas se publican, por alguna razón, en alemán. Pero también es una historia tremendamente melancólica que deja un curioso poso de tristeza indefinible.

Kappa sigue siendo un magistral repaso a los males sociales, porque los males sociales no suelen cambiar con el tiempo.

¿Pero qué opinas tú? Deja tus comentarios sobre los kappas, Akutagawa o el Gulliver de Swift, y dime también que otros libros de literatura japonesa debería leer.

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Una antología de ciencia ficción escrita en Japón: Japón especulativo, compilada por Gene Van Troyer y Grania Davis. Interesantes aportaciones sobre todo de los años 60 y 70.

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Hola. Hay mucha ciencia ficción escrita por el mundo. En particular, de Japón conocemos sus películas y series, ¿pero qué hay de la literatura de ciencia ficción? Pues la antología Japón especulativo, recopilada por Gene Van Troyer y Grania Davis, quiere remediar esa laguna.

Lo publica Satori Ediciones con traducción de Alexander Páez.

No nos llega mucha ciencia ficción de países no anglosajones. Hubo una época en la que era más habitual encontrar algo de ciencia ficción francesa o rusa, pero ahora resulta más complicado. Tener al menos una antología de ciencia ficción japonesa es una suerte.

Y la suerte es doble, Pedro, porque casi a la par se ha publicado una antología de ciencia ficción china realmente buena. Se titula “Planetas Invisibles” y en mi canal la comento.

Muy buena noticia. Pues ya sabes, pásate por el canal Breveseñas, de Moisés Cabello, para conocer los detalles de esa antología de ciencia ficción china.

Japón especulativo no es, ni pretende ser, una representación total. Es realmente el resultado de un proyecto de traducción de ciencia ficción japonesa al inglés, iniciado por Judith Merril, y por tanto está anclado en una época concreta: la mayoría de las historias se escribieron en los años 60 y 70. Solo hay dos de los 80 y una solitaria historia, la mejor, pertenece al siglo XXI. Incluso admite la falta de autores. Se menciona a Kobo Abe, pero no hay ninguna historia suya.

La tentación es leer las historias según el modelo de fase presentado en la introducción, que divide la ciencia ficción japonesa en tres periodos, dependiendo de su fidelidad al modelo americano. No lo voy a hacer porque no me resultó muy convincente. Las fases son demasiado genéricas y podrían aplicarse a cualquier país.

Prefiero pensar en estos cuentos como todos escritos a la vez. En ese aspecto, la antología empieza muy bien, con “Fauces salvajes” de Komatsu Sakyō, la historia de un hombre empeñado en devorarse a sí mismo. Arranca como horror corporal, pero lleva la idea hasta sus consecuencias lógicas y pasa a ser algo más. “La hora de la revolución”, de Hirai Kazumasa, cuenta la huida de una distopía futura y lanza un mensaje final antitecnológico. Mientras que “Hikari”, de Kōno Tensei, ya en los 70, describe una curiosa invasión de seres de luz que resulta bastante inquietante y divertida.

“Me desharé de tu pesar”, de Mayumura Taku, es el cuento más antiguo y para mí uno de los más interesantes. Un hombre consigue un dispositivo que al usarlo en una situación de nervios o ansiedad te permite sentirte mejor. Pero solo puede usarse tres veces. A la cuarta pasan cosas malas. No puedo evitar pensar que la historia y su desarrollo parodian el Zen y están comentando la sociedad japonesa de forma muy elíptica.

“El sendero hacia el mar”, de Ishikawa Takashi, es un cuento más convencional, mientras que “¿Adónde vuelan ahora los pájaros?”, de Yamano Kōichi, se permite ser más fantasiosa. “La vida de las flores es corta”, de Fukushima Masami”, plantea un curioso futuro para el ikebana. “Caja de cartón”, de Hanmura Ryō, detalla la vida de una caja, cuya máxima satisfacción es estar llena.

En “Otro Prince of Wales”, Toyota Aritsune presenta un mundo futuro donde la guerra está controlada por Naciones Unidas y es casi un deporte. Solo pueden declararse guerras históricas y deben lucharse con el armamento de la época. La premisa ya de por sí tiene gracia, pero el cuento acaba revelando alguna complejidad más.

“Chica”, de Ōhara Mariko, es el cuento que más se acerca a lo que vemos en animes y películas japonesas de ciencia ficción. Un futuro vagamente ciberpunk, con un protagonista modificado para ser objeto de placer. Es un cuento que fluye muy bien y que finalmente se revela tratando un tema diferente al que parecía inicialmente.

“Mujer de pie”, de Tsutsui Yasutaka, describe una sociedad totalitaria que además dispone de una nueva forma de condenarte: convertirte en un árbol. La mujer del protagonista, un escritor, ha sufrido tal suerte. El cuento es emotivo, meditativo y enigmático, pero se deleita también en las múltiples y grotescas variaciones de la idea central. Es un cuento tremendamente efectivo.

“La leyenda de la nave espacial de papel”, de Yano Tetsu, desarrolla la idea habitual de un ser extraterrestre atrapado en la Tierra, pero lo hace situando la acción en un remoto poblado japonés y perfilando con esmero la personalidad de sus dos protagonistas. También muy efectiva es “La Caja Universo de Reiko”, de Kaijo Shinji, donde un extraño objeto se convierte en metáfora de la vida matrimonial.

Pero sin duda, la mejor historia es “Mogera Wogura”, de Kawakami Hiromi, la más moderna. Un extraño ser, perteneciente a una especie que ha coexistido con la humanidad, va a trabajar a una oficina, se viste normalmente y colecciona seres humanos de los que cuida en su casa. Decir que la historia es enigmática es decir poco. Posee una ambigüedad exquisita, demuestra una habilidad magistral para omitir detalles y recrea una atmósfera fantástica y de sueño.

La antología se completa con un poema que parece sufrir por la doble traducción y una serie de ensayos que no resultan demasiado interesantes. Mi recomendación es, en todo caso, leerlos después de acabar los cuentos.

Japón especulativo es una antología que ya resulta interesante por su planteamiento, pero que por suerte contiene cuentos de muy buen nivel que se parecen a lo que esperas pero no exactamente. Destacan la aportaciones de Tsutsui, Ryō, Ōhara y, sobre todo, la enigmática fantasía de Kawakami.

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Nos vamos a explorar la clave del pensamiento con La analogía, una monumental obra de Douglas Hofstadter (autor de Gödel, Echer, Bach) y Emmnauel Sander.

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Hola. ¿Qué hacemos cuando pensamos? ¿Cuál es ese proceso que nos permite conectar dos ideas totalmente diferentes? ¿Cómo somos capaces de imaginar una situación y trasladarla a la realidad? Pues según Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander en su libro La analogía, el motor del pensamiento es la analogía. Vamos, es el título, más claro no puede estar.

Lo publica Tusquets Editores con traducción de Roberto Musa Giuliano.

Vamos de exploración.

Por cierto, eso de decir que leer es como explorar es una metáfora, que el libro ya nos dice que es un caso de analogía. Leer y viajar se conectan como si en esencia fuesen lo mismo.

¿Ya ha salido mi nombre? Tengo la sensación de que ya he empezado a hablar del libro…

La realidad es infinita en su riqueza de detalles. Somos incapaces de percibirlos todos. Reducimos, abstraemos y, lo más importante, olvidamos diferencias para poder construir conocimiento. Si no, seríamos como Funes, el personaje de Borges, incapaces de comprender que un perro visto a las tres y catorce pertenece a la misma categoría que un perro visto a las tres y cuarto o que incluso son el mismo perro.

Todo lo contrario. A pesar de que una foto salió antes que la otra, no tienes ningún problema en comprender que muestran al mismo perro. Es más, a los pocos segundos de desaparecer, empezarás a olvidar los detalles concretos de ese perro y recordarás simplemente que salía un “perro”. Y pasado unos minutos más, es posible que incluso olvides el animal, porque no es más que una sencilla ilustración irrelevante para el resto del vídeo.

Es realmente impresionante. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo logramos clasificar la realidad en una serie de categorías más sencillas? Y luego al revés. ¿Cómo combinamos esas categorías simples para construir una imagen todavía abstracta pero más compleja de la realidad? Los autores no dudan en calificar de milagro el hecho de que nuestro cerebro pueda asignar casi todo lo que encuentro a una categoría preexistente. ¿Cómo?

La respuesta de este libro es que usamos analogías. Y analogías sobre analogías. Y luego analogías sobre nuestras analogías de las analogías. Y así una y otra vez, es un proceso que podemos alargar en el tiempo todo lo que queramos, creando pensamientos cada vez más complejos en el interior de una mente más que finita.

La analogía es todo un señor libro. Estamos hablando de más de 800 páginas. Es realmente grueso. Además, ni siquiera intenta esconder su tesis, convertirla en un misterio a descubrir o algún truco similar de los libros de divulgación. No, todo lo contrario, prácticamente es lo primero que dice: «Las analogías y los conceptos protagonizan este libro acerca del pensamiento, pues sin conceptos no hay pensamiento y sin analogías no hay conceptos».

Es así de sencillo, pero también así de complicado, que es la razón para requerir tantas páginas. Las ideas sencillas son en ocasiones las más difíciles de justificar. Por tanto, el libro está organizado como una pirámide. Sin abandonar nunca la idea de hablar de la cognición como un fenómeno psicológico, dejando de lado los posibles mecanismos neuronales, cada capítulo va subiendo de nivel.

Los tres primeros capítulos introducen las ideas básicas de categorías y analogías. El primero va de cómo adquirimos conceptos sencillos como “madre” o “silla”. El segundo, de categorías más complejas que requieren de una frase entera como “cuarto de baño”. «Conocemos muchas más categorías que palabras», nos recuerdan. El tercer capítulo trata de conceptos para los que no tenemos una expresión lingüística.

Otros tres capítulos se dedican a nuestro relación con las analogías. El cuarto habla de cómo las usamos en nuestra vida. El quinto, de cómo ciertas categorías condicionan nuestra forma de pensar, nos manipulan, llevándonos a conclusiones absurdas, como en el ejemplo de las Torres de Hanoi. Y por el último el sexto aborda las analogías que nosotros manipulamos para lograr cierto efecto.

Como se ve, cada capítulo va subiendo por los niveles de abstracción, hasta llegar al séptimo y octavo, los mejores y más estimulantes del libro, donde se aborda la importancia de las analogías en el pensamiento científico. El séptimo tratando las analogías ingenuas que limitan nuestra comprensión. El octavo incluye un análisis de cómo Einstein manipulaba analogías para lograr desarrollar su pensamiento científico. De hecho, lo que vienen a decir es que el genio de Einstein radicaba sobre todo en su capacidad de crear analogías científicamente fructíferas.

La postura del libro es abiertamente antiplatónica. Las categorías mentales que usamos no existen a priori. No, las vamos formando a partir de la experiencia, empezando por casos singulares, la primera silla que vemos, añadiendo más y más individuos a medida que ampliamos la categoría. ¿Cómo? Pues es un juego doble. Creamos categorías realizando analogías entre elementos y luego usamos esas categorías para seguir creando analogías.

Nuestra vida mental consiste en ir reorganizando nuestras categorías a medida que resulta necesario. Por tanto, los conceptos o categorías son necesariamente difusos, flexibles y vagos. Todos hemos sentido esa zozobra al encontrarnos con un elemento que no sabemos si encajar o no en cierta categoría. Sillas especialmente raras, por ejemplo. O, ¿una mesa es una silla? Recuerdo que era muy pequeño cuando vi por primera vez un sacapuntas. ¿Y sabes lo que pensé? Que era una representación muy pequeña de una lavadora.

De hecho, un objeto dado puede ir cambiando de categoría a medida que es necesario. Vamos, que el espacio de las categorías es enorme y está lejos de ser único para un elemento concreto. Un ejemplo que ponen es un vaso, que en su relato va cambiando de categoría a medida que se mueve por el mundo. Puede ser “producto” en la tienda, “jarrón” en casa y “basura” una vez roto.

Otra consecuencia evidente es que cada uno tiene su propio conjunto de categorías y a veces simplemente no coinciden. Cada idioma hace lo posible por dividir el mundo en un conjunto mínimo de casos que nos permitan comunicarnos. Pero rara vez dos idiomas lo hacen de la misma forma y de ahí encontramos una fuente habitual de confusiones. Pero igualmente, mis conceptos mentales no tienen necesariamente que coincidir con los tuyos.

Todo eso lo explican en el prólogo, que es el inicio fundamental y que les sirve para construir todos los demás. Pero van más allá. Para ellos, términos como “y”, “pero”, “entonces” o “mientras” son también ejemplos de categorías, conceptos sutiles y complejos, resultado del mismo mecanismo de las analogías.

Un ejemplo.

Una papelera. No recuerdas para nada la primera papelera que viste. Pero alguien te diría que era una papelera. Ahora, no tienes ningún problema en ir por el mundo y reconocer papeleras. Comparas el objeto que estás viendo y decides según compartan o no ciertas características. Aunque encuentras casos curiosos. ¿Esto es una papelera o no?

En cualquier caso, un día descubres que esto también es una papelera. Quizá la idea choca al principio, te lleva un tiempo acostumbrarte. Pero al rato te basta hacer una analogía más profunda entre el concepto de papelera que tienes en la cabeza y eso nuevo que también llaman papelera. Comprendes que abstrayendo un poco más, eliminando algunos requerimientos, por ejemplo, la necesidad de que deba ser un objeto físico, el funcionamiento es análogo entre esa papelera que hay en el suelo y la que tienes en el escritorio del ordenador.

O el mismo concepto de escritorio, que acabo de usar. Ya no es la superficie de una mesa en la que trabajas. Es un “lugar” para trabajar, pero ha abandonado también algunos requerimientos que parecían esenciales.

Y así con todo. Conectando categorías entre sí, edificando sobre ellas, abstrayendo cada vez más. Aunque eso sí, a pesar de considerar la abstracción como un proceso enriquecedor, también indican que tiene sus límites, como ejemplifican en muchas ocasiones.

¿Recomiendo este libro?

Bien, voy a ser cauto. A mí me ha encantado. Me ha parecido una lectura muy impresionante y apasionante. Pero comprende perfectamente que mi entusiasmo por este libro es claramente resultado de mi personalidad. Las ideas que defiende me parecen intuitivamente lógicas. Estoy predispuesto a mirar la realidad como un conjunto continuamente en agitación, un hervor de categorías que se transforman, se forman y se deshacen, con márgenes increíblemente porosos entre ellas. Para mí, hay muchas cosas que solo existen en el cerebro de los seres humanos por muy reales que parezcan.

Es un libro largo, pero desde mi punto de vista se lee de un tirón, o al menos así lo leí yo, acabando un capítulo cada día. Usan continuamente anécdotas e historias, lo que agiliza mucho el texto. También está lleno de ejemplos, ejemplos tras ejemplos, y ejemplos una y otra vez. Muchas personas consideran que hay demasiados ejemplos y que el libro podría haber sido mucho más corto. Yo opino lo contrario. Me encantan los ejemplos y me resulta mucho más fácil pensar con ejemplos en la mano. Me encanta que los autores estén dispuestos a extenderse todo lo que crean necesario, que usen el humor continuamente, que comprendan que están usando los mismos mecanismos analógicos que están comentando y explicando. Ocupamos un «océano de analogías» dicen, «la analogía es la “savia vital”» afirman.

¿Es cierto lo que cuentan? Ni idea. Suena tremendamente persuasivo, pero claro, para eso han escrito un libro, para persuadir. Y también es verdad que rara vez una única idea es totalmente cierta. Pero desde mi punto de vista, lo realmente interesante de un libro así es cómo te hace reaccionar al leerlo. Y al leer La analogía, al recorrer párrafos y ejemplos múltiples, infinitos ejemplos, interminables ejemplos, tenía la sensación de que el libro me estaba obligando a pensar sobre cómo pienso, que me forzaba a plantearme la base de mi pensamiento. Vamos, que tenía la sensación de que el cerebro me crecía mientras lo leía. Otra correspondencia con mi personalidad. Es como si estuviese escrito para alguien como yo.

Desde ese punto de vista radicalmente personal, creo que Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander han escrito justo el libro que el tema requería, el libro necesario para explicar lo que pretendían explicar. Creo que es fácil dejarse engañar por la sencillez de la idea y creer que los ejemplos sobran. Pero desde mi punto de vista, lo mejor de este libro es el esfuerzo por catalogar y apuntalar la idea central. Es más como un libro sobre mariposas donde van saliendo especímenes tras especímenes. Ese es siempre el primer paso.

Contiene momentos que me encantan. Cuando comentan cómo la formulación de los problemas matemáticos puede confundirnos. Aunque es verdad que en esos posibles problemas de la enseñanza tendrían que haberse extendido más. La parte dedicada a la ciencia, como he dicho. Las muchas páginas que dedican a problemas del tipo si abc es a abd, entonces pqrs es a… Y toda la discusión sobre cómo se debe traducir y sus ideas sobre lo que es o no trasladar correctamente el contexto de una obra.

Y hablando de traducción. Este libro se escribió originalmente en francés. Luego hicieron una edición adaptada en inglés, siguiendo sus ideas sobre lo que es o no una buena traducción. Lo divertido es que esta traducción está hecha como si los autores fuesen hispanohablantes. Y la verdad es que está increíblemente bien adaptado, y solo en muy pocos casos se recurre a ejemplos en francés o inglés.

Yo he encontrado este libro fascinante, inteligente, reflexivo y estimulante. Pero hago énfasis en el “yo” de esa frase. He disfrutado enormemente de su lectura. Me ha ofrecido una enorme cantidad de ideas sobre las que pensar y hacer analogías.

Pero, ¿qué piensas tú? Deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones. Y recuerda, si te interesa ver más vídeos sobre lecturas que valen la pena, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Todo un clásico de la ciencia ficción: Las estrellas, mi destino, de Alfred Bester. Siglo XXV. Gully Foyle, abandonado en el espacio, solo desea vengarse de la nave que pasó de largo.

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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Y si pudieses transportarte instantáneamente a cualquier lugar simplemente pensándolo? Si todos pudiésemos hacerlo, ¿cómo sería ese mundo? Otra cosa. ¿Cómo te comportarías si te hubiesen abandonado a tu muerte? ¿Buscarías venganza? Pues te presento Las estrellas, mi destino, de Alfred Bester, un clásico de la ciencia ficción en un mundo donde la voluntad humana ha roto muchas barreras y ha levantado algunas.

La publica la editorial Gigamesh con traducción de Sebastián Martínez.

Vamos allá

Gulliver, Gully para los amigos, Foyle está aislado en el espacio. Es el único superviviente de la nave la Nómada, ahora un pecio destrozado. Vive confinado en un pequeño armario del que solo sale para recargar el aire y buscar comida. Es un hombre bueno para nada, una mediocridad humana.

Lleva así 170 días. Agonizando sin morir. Es un animal atrapado viviendo en su ataúd.

Pero llega una nave. La Vorga-T 1339.

Estamos en el siglo XXV y una nueva habilidad ha transformado el mundo. Se trata del jaunteo. Teletransportarse por pura fuerza de voluntad. Piensas en el destino, lo deseas de veras, lo ves en tu mente y allí vas. Por supuesto hay limitaciones. No puedes saltar a un lugar que no puedas visualizar. No más de 1.500 kilómetros. Y nada de jauntear por el espacio.

El mundo ha cambiado. Ya ningún lugar es seguro si alguien lo ha visto alguna vez. Hay que construir complicados laberintos para garantizar que nadie aparezca en medio de tu casa. Así mismo, cualquier desastre atrae saqueadores desde todos los lugares del mundo. Pero con la misma facilidad, puedes trabajar en un punto del planeta y vivir en el punto opuesto. Las distancias ya no significan casi nada. Solo los ricos usan, en la Tierra, complicados medios de transportes, cuanto más antiguos mejor, simplemente porque pueden.

La Vorga parece que va a rescatar a Gully Foyle, pero en el último momento pasa de largo.

Eso mata a Foyle. El hombre que era arde en el fuego de una furia incontrolable y absoluta. Lo que nace a continuación es otra persona, un monstruo obsesivo y fragmentado controlado por el deseo total de venganza. Antes, Gully Folley era apenas un ser humano, lo mínimo para ocupar un puesto en una nave espacial. Ahora es como un bebé, puro instinto, que solo desea sobrevivir para poder castigar a la nave que lo abandonó.

Vorga. Vorga. VOOOORGA.

Poseído, logra mover la Nómada, llega a un asteroide ocupado por una tribu supuestamente “científica”, regresa a la Tierra, fracasa en su primer intento de venganza, acaba en una cárcel subterránea de la que no se puede escapar, recibe cierta educación, se reinventa como un empresario de circo y…

Las estrellas, mi destino es una extraordinaria novela que se mueve a una velocidad de vértigo, cambiando continuamente de escenario. Es como si las palabras en sí hubiesen bebido demasiado café. No es de extrañar. Alfred Bester se curtió escribiendo cómics de Batman y Superman, y también series de ciencia ficción para la televisión. Sabía llevar una historia.

Pero también es una novela muy breve que mantiene en el aire una cantidad asombrosa de temas, manejándolos con endiablada habilidad y enorme inteligencia. Las ideas se suceden a tal velocidad que si parpadeas es posible que te pierdas algunas. Parte de su gran maestría es que hiperactividad es consustancial a lo que la novela está contando.

Leí Las estrellas, mi destino hace más de 35 años. La recordaba como una gran novela de ciencia ficción. Pero esta relectura me la ha revelado como un clásico absoluto del género. Lo más asombroso es fue publicada originalmente en 1957, pero cambiando pequeños detalles, bien podría publicarse como si hubiese sido escrita hoy. Es más, con sus bebés telépatas, abogados modificados, hombres radioactivos, gente sin sistema nervioso, un capitalismo avanzado neofeudal donde las empresas son casas nobles… bien, Las estrellas, mi destino se adelantó varias décadas al ciberpunk.

El que sostiene la novela es Gully Foyle, el protagonista, que no héroe. Se le describe más de una vez como ogro, criminal, mentiroso, violador, cromañón, cavernícola… un hombre consumido por una sed de venganza tan enorme que está dispuesto a cometer cualquier crimen para lograr sus objetivos. Alfred Bester te deja bien claro quién es Gully Foyle…

En concreto, tiene en la cara la marca del tigre, la señal externa de sus demonios interiores, como se ve en la espectacular portada de Corominas. Cuando pierde el control, las manchas del tigre se iluminan y queda en evidencia lo que es en realidad.

Pero ya dije que Gully Foyle es un bebé. Empieza a crecer y a desarrollarse, empieza a aprender y a reflexionar. Pronto, sus deseos de venganza chocan con su intelecto, nace una tensión que es difícil de resolver y que impulsa la trama en la segunda parte. Mientras hace todo lo posible por vengarse, empieza a fijarse atentamente en el mundo que le rodea.

Es un futuro de guerra y explotación, donde los satélites exteriores se pelean con los planetas interiores. Es una sociedad dominada por psicópatas todavía peores que él. Es un mundo donde las religiones están prohibidas, pero no Dios.

Poco a poco las circunstancias personales de Foyle se van mezclándose con las preocupaciones del mundo. ¿Qué carga llevaba la Nómada? ¿Qué es esa misteriosa sustancia que se menciona ocasionalmente? ¿Por qué le abandonaron? ¿El ser humano puede ser libre? ¿Cuál es el futuro de la especie? ¿Quién debe dirigir el destino de la humanidad? ¿Quién dará el primer paso?

Pero como ya dije antes, Las estrellas, mi destino es mucho más que una frenética novela sobre un antihéroe que empieza demonio. Maneja una cantidad innumerable de temas. La libertad, el compromiso, la toma del control del futuro, quién manda o quién debería mandar son algunos de los más evidentes.

Cierta sensibilidad ecológica. Entornos humanos increíblemente frágiles, ecologías apenas mantenidas, una sensación de limitación que contrasta con los enormes paisajes del espacio.

También una enorme preocupación por la percepción, sobre todo la vista. En algún momento el protagonista se encuentra totalmente a oscura, hay personas que han perdido sus sistemas nerviosos e incluso un personaje que ve de una forma muy peculiar.

Incluso la sociedad que describe indica que Alfred Bester vio en los años cincuenta cosas que no debían ser tan evidentes. Vio evoluciones futuras y preocupantes que le permitieron adelantarse al ciberpunk.

Las estrellas, mi destino es una novela exuberante que en ningún momento pierde el ritmo. De hecho, cuando parece que no puede ir a más, se acelera durante las últimas 30 páginas, refinando los temas que ha tratado, sacando otros nuevo, explorando con todavía más valor la historia que está contando.

¿Esta novela sobre el espíritu humano y su capacidad para superarse es la mejor novela de la historia de la ciencia ficción? Pues es posible. Tampoco las he leído todas. Pero lo que es sin duda es una de las grandes obras maestras del género.

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Gracias y hasta la próxima

La idea de que la Tierra es en realidad un mundo plano es la conspiración de internet más desconcertante e incomprensible. Por suerte, Óscar Alarcia no ayuda a explorarla en el libro La secta de la Tierra Plana.

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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿La Tierra, lejos de ser más o menos una esfera, es realmente un mundo plano? No, claro que no. Pero hay gente que cree que sí. ¿Por qué? ¿Cómo es posible? ¿Hay una conspiración enorme sobre ese punto? Pues para aclararnos un poco tenemos La secta de la Tierra Plana, de Óscar Alarcia.

Lo publica Libritos Jenkins.

Venga, vamos de exploración geográfica.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero. Y en este canal hablo de lecturas que me resultan interesantes y que creo que podrían interesarte a ti. Suscríbete para no perderte ninguna.

Te lo advierto. Esto es muy, pero que muy raro. Hay gente, en pleno siglo XXI, que cree que la Tierra es plana, que niega miles de años de conocimientos y que afirma que hay una conspiración global, en la que participan millones de personas, para hacernos creer que la Tierra es aproximadamente esférica.

Atento, porque aquí voy a hacer una distinción muy importante que luego ampliaremos. Esas personas no preguntan cómo podemos distinguir entre una forma de la Tierra y otro. No se plantean cómo se llega al conocimiento de la esfericidad de la Tierra. Es decir, no preguntan lo que no saben, no se trata de sentir curiosidad por el proceso de obtener conocimiento.

No, se trata de convertir la ignorancia en prueba, de afirmar taxativamente que la Tierra es plana, que el sol y la luna son pequeños objetos cercanos, que un muro de hielo rodea el mundo y que hay muchas pruebas de ese hecho. Pruebas que, por supuesto, no existen.

La secta de la Tierra Plana es un libro que nace claramente del desconcierto absoluto de enfrentarse a esas creencias. Yo mismo lo sentí al leerlo. Una cosa es saber intelectualmente que hay gente que cree algo así y otra muy, pero que muy diferente, leer sus “argumentos”. En lo que a teorías de la conspiración y seudociencias se refiere, la Tierra Plana es la más incomprensible. El libro ya empieza preguntándose cómo es posible que pueda darse el grado de disonancia cognitiva tan mayúsculo requerido para sostener esas ideas.

En La secta de la Tierra Plana, Óscar Alarcia hace de guía, llevándote de la mano a ese mundo tan desconcertante. Capítulo tras capítulo va exponiendo ideas cada cual más descabellada que la anterior. Los complicados modelos de la Tierra Plana, que varían enormemente entre sí, porque cada creyente tiene su propia versión. Todos los hechos del mundo que es preciso negar: la gravedad, la evolución, el cambio climático, el heliocentrismo, el espacio exterior, la luna, los solsticios, los satélites artificiales, los eclipses… El extraño uso que hacen de los mapas antiguos. O los enormes cambalaches con el conocimiento científico que se precisa ejecutar para justificar ese modelo.

Ah, y el odio a la NASA. De hecho, Óscar Alarcia ya comenta que los creyentes son más odiadores de la NASA que terraplanistas.

Vamos, que estamos a cinco elefantes y una tortuga de vivir en una novela de Terry Pratchett.

Oye, no entiendo las instrucciones. ¿Cómo van?

Tortuga, elefantes y disco

Eso no tiene sentido. Los elefantes van sobre la Tierra, y las tortugas son pequeñas, así que arriba

Tú hazlo como lo dice el jefe y deja de pensar

Vale, vale, no te enfades. Imbécil…

Voy a poner un ejemplo de un “argumento” falso que sin embargo se ofrece como real. Atento, ahí va.

El río Nilo tiene una longitud de unos 6.800 kilómetros. Por tanto, en una Tierra esférica, dicen, durante la mitad de su recorrido desde el sur, el Nilo tendría que ir subiendo, para luego caer finalmente hacia el norte. Como el agua siempre va hacia “abajo”, eso es imposible y por tanto la Tierra no puede ser esférica.

Sí, sé lo que estás pensando. Crees que me lo he inventado, que nadie puede considerar que eso es un argumento. Sin embargo, lo he sacado tal cual de un vídeo de YouTube. Luego hay versiones algo más sofisticadas que intentan ocultar su error fundamental.

Y de nuevo, el problema no es NO saber. Si no sabes, puedes preguntar. Y de hecho, las preguntas sencillas son las mejores, porque clarifican conceptos fundamentales. No, aquí el problema es usar el no saber como si fuese una prueba.

Pero esta historia del Nilo ofrece también un buen ejemplo de algo que el libro recalca una y otra vez. Es una forma de escepticismo malintencionado, que sobre todo se centra en negar la esfericidad de la Tierra. Como si negar una cosa implicase que la contraria es cierta.

Como ya dije, si hay un tono que caracteriza al libro La secta de la Tierra Plana es el desconcierto. Es como si el propio Óscar Alarcia no pudiese acabar de creer lo que está contando. Cuando detalla las innumerables y muchas veces contradictorias entre sí creencias que acompañan a la Tierra Plana, uno nota que está demasiado anonadado.

Pero su desconcierto es una suerte para nosotros. Para hablar de la Tierra Plana está obligado a contarnos expediciones polares de verdad, a hablarnos de quién ha dado y dejado de dar la vuelta al mundo (y en qué sentido), a introducirnos en la historia de las sociedades dedicadas a la Tierra Plana. Incluso indica las conexiones de la Tierra Plana con otras conspiraciones de internet que ya no son tan inofensivas. De hecho, Óscar Alarcia te cuenta cosas sobre el mundo que quizá querrías no haber sabido.

Sin embargo, es tal que así. Para hablar de este libro pasé varios días en unos foros dedicados a la Tierra Plana y te aseguro que es peor de lo que parece. No te aconsejo para nada que hagas lo que hice yo. Si quieres saber lo que se dice, lee mejor la selección de citas del capítulo titulado “Museo del pensamiento terraplanista”. Y luego pásate por el capítulo dedicado a la música plana. Para relajarte.

Ahora uno puede preguntarse por las razones para creer. Es algo a lo que Óscar Alarcia intenta responder valientemente. Es decir, ¿qué sentido tendría una conspiración para hacernos creer a todos que la Tierra es aproximadamente esférica? Desde el punto de vista del poder y la política, ¿qué se ganaría con una Tierra esférica que no pudiese ganarse aunque la Tierra tuviese forma de plátano?

En última instancia, las razones para creer en la Tierra plana se reducen a las habituales en una teoría de la conspiración. Sobre todo, la sensación de poseer un conocimiento “especial” y más “real” del mundo del que carecen las personas normales. Pero curiosamente, también se da mucho la necesidad de seguridad. Vivir en un mundo plano, cerrado por una cúpula, ofrece cierta tranquilidad, y el confort de un mundo pequeño y acogedor.

Y sobre todo se da una enorme desconfianza ante la ciencia. Lo cual, como destaca el propio autor, no tiene en sí mismo nada de malo. La ciencia ha dado muchas cosas buenas, pero también muchas cosas malas. Nos ha dado formas de tratar horribles enfermedades y también ha creado armas capaces de destruir el planeta varias veces. Además, en general, es bueno y saludable el escepticismo ante toda institución con poder.

Lo curioso es que a la vez, se reconoce el prestigio de la ciencia y las propias ideas de la Tierra Plana se visten de, según sus seguidores, científicas.

Por supuesto, su versión de la ciencia es tremendamente distorsionada. Siguen un realismo muy ingenuo, confiando solo en sus sentidos. No admiten la posibilidad de que el mundo no sea exactamente tal y como se ve y niegan cualquier prueba contraria a sus ideas. Una acusación que les encanta es decir que esto o aquello es CGI, es decir, que ha sido generado por ordenador. Incluso disponiendo de un satélite como el Himawari 8, en órbita geoestacionaria y que cada pocos minutos ofrece una imagen completa de la Tierra.

Es decir, usan la apariencia de ciencia para defender ideas que nada tienen de científica. Richard Feynman tiene un famoso ensayo sobre seudociencias llamado “Ciencia tipo «cultos cargo»: algunos comentarios sobre ciencia, pseudociencia y aprender a no engañarse”, incluido en el libro El placer de descubrir. En él señala que el fallo de estas seudociencias es justo la ausencia de cierta humildad básica, de un cierto compromiso con la transparencia, el estar dispuestos a aceptar las pruebas en contra y la posibilidad de que uno pueda estar equivocado. Por muy admirable y necesario que sea el escepticismo, en algunas ocasiones el escepticismo es insostenible.

Por tanto, por un lado, estamos hablando de una negativa absoluta a aceptar cualquier prueba contraria. Y por otro, de enormes fallos de educación. Como indica el ejemplo del Nilo, algo hemos hecho muy mal con la escuela si hay gente que acepta ese argumento.

Pero desde otro punto de vista, las “argumentaciones” de la Tierra Plana se convierten en interesantes preguntas. Preguntas que van a lo más básico y fundamental. ¿Cómo funciona la gravedad? ¿Por qué no sentimos la rotación de la Tierra? ¿Por qué las estrellas no parecen moverse a lo largo del año? Esas son las preguntas que requieren respuesta más urgente, precisamente porque a veces lo fundamental es lo que no se menciona porque se da por sabido. En muchas ocasiones, lo básico se escapa por entre los dedos de la educación. Si yo me dedicase a la divulgación, son esas las preguntas que intentaría responder. Los cimientos es justo lo que se debe recalcar una y otra vez. Por desgracia, desde cierta altura es fácil olvidar que esos cimientos están ahí. Por esa razón las argumentaciones de la Tierra Plana son tan importantes: para saber lo que hay que explicar.

La secta de la Tierra Plana no pretende ser un texto académico o un estudio final. Es más bien como un libro de viajes. Óscar Alarcia se ha adentrado en el interior de una subcultura que ha ganando popularidad gracias a vídeos de YouTube y redes sociales y ha regresado para explicarnos lo que ha visto, ofreciendo todo tipo de detalles. Es una lectura apasionante y desenfadada que te abre los ojos a aspectos del mundo que posiblemente no conocieses, pero que hay que tener en cuenta.

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Gracias y hasta la próxima.

Si quieres leer más, estás de suerte, tengo aquí 7 consejos que te ayudarán a desarrollar el hábito de la lectura.

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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Así que quiere leer más. Pues tengo siete consejos para ti. Pero antes de empezar, ¿por qué quieres leer más?

Es decir. Vivimos en una sociedad en la que se defiende la lectura casi como una obligación moral. Cuando no es así, como una cuestión de salud, citándote supuestos beneficios médicos. Yo soy muy escéptico. Si no te gusta leer, no pasa nada. Y para la salud, mira que no hay actividades beneficiosas.

Lo habitual es que uno quiere leer, pero por una de un millón de razones no lee todo lo que le gustaría. No hay problema. No es culpa tuya. Es el mundo. Está empeñado en destruir tu concentración. El presente es tan denso que casi no deja espacio para respirar.

Por suerte, hay algunas cosas que puedes hacer para aliviar esa situación. Pero unas salvedades iniciales. Estamos hablando de leer más, no de leer más libros. Eso último depende de su tamaño… Y tampoco se trata de leer más rápido. Más allá de cierta velocidad, ¿para qué querrías ir más rápido? Y una cosa clara. No me he inventado nada. He leído muchas listas con consejos para leer más. Dejo las mejores en la descripción por si quieres repasarlas. La mejor es la de Austin Kleon. Lo que he hecho es reunir los consejos que me parecen más efectivos, porque los uso o los he usado. Pero son los que a mí me parecen mejor de muchos. Seguro que tú tienes los tuyos. Así que déjalos en los comentarios.

Hechas las aclaraciones, el primer consejo de los siete es…

  1. Crea tiempo para la lectura.

La mala noticia es que leer requiere tiempo. La buena es que tenemos más tiempo del que nos parece. De hecho, hay dos fuentes principales de tiempo.

Por un lado, tenemos todo el tiempo que dedicamos a otras actividades. Si esas actividades nos interesan menos que leer, podemos sacrificar un poco. Ver un episodio menos de una serie cada noche y leer, por ejemplo. Seguro que unos minutos pensando te deja una lista de actividades que puedes recortar un poquito.

Por otro lado, a lo largo del día siempre hay huecos. Momentos de cinco, diez o quince minutos que podemos aprovechar para leer. Esas colas, esas esperas, esas comidas sin importancia. Momentos que rellenamos con cualquier tontería. Sumando sumando, trozo a trozo se terminan de leer libros enteros.

Pero se puede ir más allá. Hay gente que se apunta el tiempo de lectura en la agenda. 1 hora al día, por ejemplo. O que se marca leer 50 páginas al día. No es para todo tipo de lecturas, pero es muy buena opción para esos libros que uno quiere leer pero que por su longitud intimidan o que sabes que van a requerir esfuerzo. Es un truco que funciona, porque a la mente se le da muy bien encontrar razones para no hacer las cosas. Por tanto, si las fijas como “obligatorias”, empezar es siempre más fácil.

Y eso de hablar del tiempo nos lleva a…

  1. Evita las distracciones

Lo dicho, el presente es demasiado denso. Muchas, pero que muchas cosas por hacer. Los videojuegos no se juegan solos. Las series no se ven solas.

Pero es todavía peor. Casi todos llevamos encima un dispositivo con la costumbre de avisarnos de cualquiera tontería. Una y otra vez, varias veces por hora, anunciando que en algún lugar hay un tweet que leer, un meme de facebook del que reír o un vídeo nuevo para ver. Eso mata cualquier intento de concentrarse, aunque solo sea durante cinco minutos.

¿Solución?

Tirar el móvil sería una solución algo cara. Por supuesto, podemos ponerlo en silencio, activar el modo no molestar, abandonarlo en otra habitación o simplemente, pero mucho más difícil, aprender a no hacerle caso.

Aunque no sirve de nada no estar distraído si no tienes nada que leer… por tanto…

  1. Lleva siempre un libro contigo

Si no tenemos un libro a mano, no podemos leer el libro. Si tienes un libro a mano, es más fácil que lo leas. De Perogrullo. Pero así de sencillo.

No es difícil, porque el mismo dispositivo que nos distrae también nos permite llevar cientos o miles de libros encima. Por desgracia, están en el mismo dispositivo que nos distrae, así que a menos que tengas mucha fuerza de voluntad o hayas configurado el móvil para evitar distracciones, puede que no te sirva de nada.

Casi parece mejor llevar encima un lector de libros electrónico, algo cómodo de cargar, lleno de libros y que no te distraiga.

O un libro en papel.

Pero sea digital o en papel, lo importante es tener un libro contigo porque…

  1. El entorno es muy importante

Volvemos a lo de antes. Si no tienes un libro contigo, no puedes aprovechar esos minutos libres que se escaparan entre la lluvia y más allá de la puerta. Pero la cosa va más allá. Una gran forma de lograr hacer lo que quiere hacer es reducir la fricción, el tiempo que te lleva empezar. Si tienes que ir a otro sitio a buscar un libro es más difícil empezar a leer.

Por tanto, coloca los libros allí donde puedas verlos continuamente y donde simplemente sea cuestión de alargar la mano y coger uno. Si quieres leer antes de dormir, pues libros junto a la cama. Si quieres leer mientras comes, pues libros en el comedor. Si quieres leer durante el desayuno, pues libros en la cocina. Ten libros allí donde quieras leer.

Por supuesto, ten libros que quieras leer. Y para eso, lo mejor es…

  1. Hazte una lista

Pues sí, como cualquier otra actividad que uno quiera hacer regularmente, la lectura pide cierta preparación. Si terminas de leer un libro y no sabes cuál es el siguiente, es más fácil que dejes de leer. Pero al contrario, si tienes una lista de los próximo diez, veinte o cien libros que quieres leer, la cosa cambia mucho. Ya no tienes que ni pensar. Coges el siguiente y sigues leyendo. Así de sencillo.

Pensar está muy bien y en muchas ocasiones es muy conveniente. Pero en otras ocasiones pensar es muy contraproducente, porque te obliga a pararte para decidir. Ayúdate a ti mismo a seguir leyendo decidiendo de antemano lo que tienes que leer.

Además, te quedará una bonita lista de libros que has leído.

Eso sí, una lista no es una obligación. Puede cambiarse o modificarse. ¿Ese libro que te parecía tan interesante ya no lo es tanto? Elimínalo sin piedad. Pero llevando esa idea un poco más allá…

  1. No termines libros que no te gustan

En este punto hay escuelas y opiniones variadas. Pero desde mi punto de vista, a menos que la lectura sea una obligación, es tu trabajo, te dedicas a escribir críticas de libros o eres lector editorial, no tiene mayor sentido terminar un libro que no te está gustando o del que no estás aprendiendo nada. Ese libro claramente no es para ti, al menos en ese momento. Puede cerrarlo diciendo “gracias, pero no gracias” y pasar al siguiente. Y si fuese necesario, siempre puedes volver a él más tarde.

Será por libros por leer. Lo que me recuerda…

  1. Lee dos libros a la vez

De nuevo, hay escuelas con este caso. Hay quien opina que si empiezas un libro, no puedes abrir otro hasta que hayas decidido qué hacer con el actual. Yo eso lo encuentro un poco rígido de más.

El problema es que hay ritmos distintos a lo largo del día. Vamos, hay ritmos distintos a lo largo de la semana, del mes, del año. Y se me hace muy rara la idea de que sea posible leer el mismo libro independientemente de las circunstancias.

No. Si estás cansado te apetecerá más una cosa. Si estás más despejado, puedes leer algo más exigente. Una clave para leer más es adaptar las lecturas a tu vida, no pretender que tu vida se ajuste al hecho de leer.

Dos libros al menos. De naturalezas muy diferentes. Un libro para las mañanas, un libro para las noches. De hecho, yo combino 4 o 5 a lo largo del tiempo. Hay momentos para libros duros y momentos para cosas más ligeras. Si estás leyendo un libro muy bueno de ochocientas páginas que exige pararse y reflexionar de vez en cuando, puedes leer otro en medio.

Por tanto, prueba a alternar al menos dos libros muy diferentes. Prueba a ver qué tal. Si te gusta hacerlo así, te ayudará a leer más.

Lo que me recuerda… Una forma de leer más es tener buenas recomendaciones. Por tanto, si te interesa ver más vídeos sobre mis lecturas, ya sabes: suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Con La caída del hombre, el famoso artista británico Grayson Perry se marca una divertida e inteligente exploración de la masculinidad y defiende que debe cambiar para adaptarse al mundo moderno.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Está en crisis el hombre? No, claro que no, dice Grayson Perry en La caída del hombre. Lo que está en crisis en una forma de entender la masculinidad, una que busca la superioridad. Una búsqueda, nos dice, incompatible con nuestros ideales modernos. Nuestras ideas sobre lo que es o deja de ser un hombre, repite una y otra vez, deben cambiar.

Lo publica la editorial Malpaso con traducción de Aurora Echevarría.

Vamos a explorar ese cambio.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero. Y en este canal hablo de lecturas que me resultan interesantes y que creo que podrían interesarte a ti. Suscríbete para no perderte ninguna.

Grayson Perry es una persona singularmente adecuada para escribir un libro así. No solo es un famoso artista, sino que le gusta travestirse y tuvo una infancia marcada por una figura paterna poco adecuada. Esos detalles le permiten tener una visión más lúcida de la masculinidad, un aspecto de ser hombre que es mucho menos rígido de lo que la sociedad quiere hacernos creer. En lugar de una identidad con la que naces, ser hombre es en buena parte una actuación.

Ayuda mucho el que el libro sea tremendamente divertido de leer. Tiene una intención clara, defender el cambio de lo que consideramos un hombre, posición que va apuntalando con muy certera inteligencia. Incluso contiene ilustraciones del propio autor.

A pesar de su título, La caída del hombre no defiende ninguna eliminación o suplantación. Defiende un reajuste, un cambio de la concepción de masculinidad. ¿Por qué? Porque muchas formas de masculinidad causan daño. No solo a otros grupos, sino también a los propios hombres que la manifiestan. Lo presenta como un cambio más que necesario, guiado por la pregunta: ¿qué tipo de hombre haría que la sociedad fuese mejor?

¿Ese cambio es posible? Grayson se muestra optimista pero precavido. Es bien consciente de que serán necesarias muchas generaciones. La forma del hombre del futuro apenas está bosquejada. Pero ofrece el libro como un primer paso de un cambio hacia una masculinidad mejor.

El libro se divide en cuatro grandes capítulos que van describiendo la forma de la masculinidad tradicional. Los enormes privilegios de ser hombre, tan dados por supuestos que muchos ni siquiera somos conscientes de ellos. La fragilidad de la masculinidad, un modelo tan rígido que debe sufrir una vigilancia continua para no desviarse ni lo más mínimo. Para ello usa la metáfora del Ministerio de la masculinidad, pero recordando que ese ministerio reside en la cabeza de los hombres. La nostalgia por una forma de ser hombre que es ahora mismo imposible. O por último, los problema para expresar las emociones y manejarlas adecuadamente.

Vamos, que lo trata prácticamente todo.

El título en inglés el libro es The Descent of Man, que remite, por supuesto, al famoso libro de Darwin sobre la evolución humana, The Descent of Man, donde el naturalista exponía sus ideas sobre la selección sexual. Por desgracia, la traducción habitual de ese título es El origen del hombre, que no se adecua al libro de Grayson Perry. Pero la referencia a Darwin da a entender evolución, y la evolución en el contexto popular es un cambio para mejor. Y eso es justo lo que defiende La caída del hombre, un cambio para mejor.

Por desgracia, la masculinidad tiende a interpretar todo reajuste como caída en picado. Y es justo esa percepción una de las cosas que debe cambiar. Para que ese tipo de suposiciones no sean automática. Una masculinidad diferente y más amplia beneficiaría a todo el mundo y a los hombres en concreto. Grayson Perry defiende esa idea con convicción, inteligencia y humor.

¿Y tú qué piensas? ¿Qué medida deben cambiar los hombres? ¿Cómo nos afectan las ideas tradicionales de masculinidad? Deja tus comentarios, ideas y recomendaciones.

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Gracias y hasta la próxima.

Si pudieses pedir cualquier deseo, ¿qué pedirías? Ese es el punto de partida de La chica del cumpleaños, un cuento de Haruki Murakami.

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https://www.youtube.com/watch?v=bxaSNijBAXQ

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Hoy cumples 20 años. Las circunstancias no son las mejores. Problemas personales y encima tienes que trabajar. Pero inesperadamente, alguien te ofrece como regalo concederte cualquier deseo. El que tú quieras. ¿Qué pides? Pues ese es el punto de partida de La chica del cumpleaños, una enigmática historia de Haruki Murakami.

Lo publica la editorial Tusquets con ilustraciones de Kat Menschik y traducción de Lourdes Porta.

Veamos.

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Tres cosas a destacar de este volumen.

Primero, el cuento.

La joven cumple hoy 20 años. Trabaja de camarera en un restaurante italiano de muy buen nivel. Ha cambiado el turno, por supuesto. Por desgracia, la compañera se ha puesto muy enferma y además una pelea ha provocado la ruptura con su novio. Por tanto, ahí está, de no muy buen ánimo, sirviendo platos. Por si todo eso fuese poco, llueve mucho.

En el restaurante, donde sirve, todos los días, a las 8 en punto, se produce un llamativo pero sencillo ritual. El encargado lleva pollo, siempre pollo, al sexto piso del edificio, donde vive el dueño, a quien nadie ve nunca. Una hora después sube a recoger los platos vacíos. Como un ritual, ya digo.

Pero ese día, el encargado, casualidad de las casualidades, también enferma. Así que es ella la que debe subir el pollo. Así lo hace, charla un poco con el viejo dueño y este, al saber que es su 20 cumpleaños, le ofrece de regalo concederle cualquier deseo. Que se lo piense bien, que es solo uno, pero el que quiera pedir.

Toda esa parte está narrada en pasado. Nos la cuenta alguien que no sabemos quién es. Pero de vez en cuando, esa narración se interrumpe y asistimos a una conversación en presente. La misma mujer, ahora con más de treinta años, recordando ese momento, contándoselo a alguien. Los dos reflexionan sobre los deseos y lo que uno pediría o no.

Por supuesto es un cuento de Murakami. La idea de que algo extraño está sucediendo bajo la superficie es inevitable. Hay una enorme abundancia de números concretos. 20 8 604. Las casualidades llamativas. La lluvia puntuando lo que se cuenta. Es imposible evitar la sensación de ritual, de que ella al llevar el pollo no respetó del todo las reglas, lo que permite la intervención del anciano. Da toda la impresión de que cumplir 20 años y hablar con ese hombre es lo importante.

Además, quién está contando la historia. ¿Quién es ese narrador? ¿Es la misma persona que nos está contando la conversación en tiempo presente? ¿Ese narrador que cuenta en pasado no es tan omnisciente como parece?

Es un cuento tremendamente enigmático, sugerente, que da a entender todo tipo de cosas obligando al lector a intentar adelantarse. Al terminar de leerlo es preciso ir de inmediato atrás y volver a empezar. Da toda la impresión de que… No sé, yo tengo mi interpretación. Incluso tengo una idea sobre el deseo en cuestión. Pero creo que lo voy a dejar aquí… Porque te toca pensarlo a ti. ¿Qué pedirías? Cualquier deseo. ¿Qué pedirías?

Segundo aspecto. El volumen se completa con un texto del propio Murakami sobre los cumpleaños. Un día te levantas y descubres que tu cumpleaños es noticia nacional. Así habla de la generación del baby boom, se plantea cómo podría celebrarse ese día si realmente fuese especial y comenta las extrañas conexiones emocionales que una cifra concreta pero arbitraria produce. Murakami va pintando una capa sobre otra.

Y tercera. El cuento en sí ya fue publicado en la maravillosa recopilación Sauce ciego, mujer dormida, pero esta edición es una preciosidad ilustrada por Kat Menschik. Ese rojo elegido es maravilloso y la portada es espectacular. Y lo mismo sucede con las ilustraciones interiores. Vamos, que es una edición ideal para regalar a cualquiera que aprecie un libro bonito. O directamente para ti mismo, si eres fan de Murakami.

¿Te gusta Murakami? ¿Te gustan los libros ilustrados? Pues deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones.

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Gracias y hasta la próxima

El subtítulo de El ojo del observador, de Laura J. Snyder, es “Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada”, siendo una extraordinaria visita a la pequeña ciudad de Delft durante el siglo XVII. Allí, un gran pintor y el padre de la microscopía aprenderían a ver el mundo. Uno pintando la luz como nadie lo había hecho antes y el otro descubriendo todo un universo de vida en una gota de agua.

El ojo del observador explora una época de extraordinarios descubrimientos que podrían los cimientos de la ciencia moderna.

Lo publica la editorial Acantilado con traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.

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TRANSCRIPCIÓN

Hola. Tras utilizar un nuevo instrumento para examinar la realidad, ¿cuál es el siguiente paso? Has descubierto un mundo nuevo, ¿qué haces? Pues, El ojo del observador, de Laura J. Snyder, nos dice que el siguiente paso es aprender a ver. Y durante una época extraordinaria, nadie aprendió a ver mejor que Antoni van Leeuwenhoek y Johannes Vermeer.

Lo publica la editorial Acantilado. Con traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.

Vamos a ver.

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Dos consideraciones iniciales sobre El ojo del observador. Es un libro extraordinario, lleno de detalles fascinantes, que habla de un momento muy importante en nuestra comprensión del mundo. Si te interesa la historia de la ciencia… Pero también hace algo más. Hay una cierta sincronía entre el tema del libro y el texto en sí.

Volveremos a ese punto, pero primero veamos de qué trata.

Estamos en el siglo XVII, en la República Neerlandesa, en la pequeña ciudad de Delft. Allí, con una semana de diferencia, nacen dos hombres extraordinarios: Johannes Vermeer y Antoni van Leeuwenhoek. Un gran pintor y el descubridor del mundo microscópico. Vivirán y trabajarán alrededor de la misma plaza. A la muerte de Vermeer, Leeuwenhoek se convertiría en su albacea. Pero curiosamente, no hay pruebas de que se conociesen y se tratasen.

La idea central del libro es que esos dos hombres aprovecharon los nuevos instrumentos ópticos para no solo ver lo que nadie había visto, sino para aprender a ver la nueva realidad desvelada por esos dispositivos. Porque tener algo delante de los ojos no significa que lo estés viendo. Porque hay que saber apreciar, distinguir, categorizar, dar sentido a lo que tus ojos miran. Y haberlo hecho es la verdadera grandeza de esos dos hombres.

Y por extensión, de la revolución científica que se estaba produciendo en ese momento. Nuevos instrumentos, como el termómetro, el barómetro, la bomba de aire, el reloj, el telescopio, la cámara oscura y el microscopio permitían una forma diferente de obtener el conocimiento, una nueva forma basada en la experiencia, en lo que puedes percibir y comprobar. Lo que es hoy la ciencia que conocemos.

También una época, en la que arte y ciencia estaban muy unidas, donde la pasión por las lentes y los nuevos instrumentos cautivaban a todos los que se los podían permitir. No era fácil, porque había que comprar muchas lentes para intentar dar con una útil. Se requería mucha dedicación. Es así como un vendedor de telas, Leeuwenhoek, se obsesionó con fabricar lentes y logró resultados que siguen asombrando hoy en día. No solo vio lo que nadie había visto antes. Es que descubrió un mundo totalmente nuevo, un aspecto de la realidad oculto hasta ese momento. Con su microscopio, un instrumento increíblemente simple incluso para la época, dio con todo un mundo de vida microscópica. Su habilidad, su asombrosa paciencia, su entrega sin medida le permitieron lograr éxitos asombrosos.

Él mismo se fabricaba sus microscopios. Se estima unos 500 en total.

De la misma forma, Vermeer empleó la cámara oscura, con la que se logra una proyección plana de una imagen externa. No lo hacía para copiar la realidad, sino para aprender cómo la luz interactuaba con la escena, cómo los colores se transformaban, cómo las líneas se rendían a la vista plana, para lograr así pintar las cosas tal y como eran, no como parecían ser. No imitaba lo que veía con ese instrumento, sino que lo utilizaba para aprender a ver. Y lo que descubría sobre las interacciones de luz, perspectiva y color lo aplicaba a sus cuadros. Es más, la autora dice que la exploración de la mirada es uno de los temas fundamentales de su pintura.

Vermeer y Leeuwenhoek aprendían a ver la naturaleza.

De esa forma, el libro se estructura como una especie de “vidas paralelas”, donde los hechos de Vermeer y Leeuwenhoek van revelando nuevas aproximaciones al mundo, nuevas formas de mirar. En este relato, la cámara oscura de Vermeer se vuelve análoga al microscopio de Leeuwenhoek. Si Leeuwenhoek dio con animáculos nunca vistos, un universo en una gota de agua, Vermeer vio y plasmó la luz tal y como era.

Y esto ya de por sí valdría la pena. Son dos figuras fascinantes que Snyder logra conectar muy bien mientras narra con detalle sus vidas y sus triunfos. Pero lo que eleva este libro es que en sí mismo está estructurado como el tema que trata. El libro funciona de una forma análoga a los instrumentos que está describiendo.

Como si fuese una cámara oscura, pinta continuamente escenas de la vida en Delft, la República Neerlandesa y el mundo de la época, con su incipiente globalización. Para situarnos en el contexto justo, para enseñarnos a ver el pasado. Y como un microscopio, de pronto amplía una sección y durante unas pocas páginas revela los aspectos complejos, los callejones sin salida y la multitud de ideas que rodeaban el desarrollo de conceptos que hoy damos por supuesto.

Porque tendemos a una visión simplificada del pasado, como si al retroceder unos pocos años todo se volviese homogéneo. Para nada. El pasado era tan complejo como vemos el presente. El ojo del observador aspira a enseñarnos a ver el mundo en el que se movían Vermeer y Leeuwenhoek.

Unos ejemplos. La producción en la ciudad de Delft y el coste social, los complicados, y en ocasiones peligrosos, procesos químicos que los pintores empleaban para lograr sus colores, las libertades de la República Neerlandesa, la invención del telescopio, el desarrollo del microscopio, el lento proceso para comprender la perspectiva, entender cómo funcionaba realmente el ojo, el uso de espejos, los estilos de cuadros de la época, la fabricación de lentes, el funcionamiento de la cámara oscura, las disecciones públicas, la muerte y el duelo en una familia típica, la Royal Society, las bases religiosas de la ciencia, la circulación de libros por Europa, los mapas como forma de destacar esa época de todo tipo de descubrimientos. Y más…

El tema constante del libro es hacer visible lo invisible. Esa era la labor de los dos hombres de los que habla y también la que Snyder se impone a sí misma. Desvelar los detalles de una época de cambio extraordinario, donde nacía una forma nueva de concebir la ciencia. En ese aspecto, es algo irónico que tanto Vermeer como Leeuwenhoek tuviesen un pie en el pasado: los dos mantuvieron sus métodos en secreto. Pero la Royal Society ya estaba imponiendo la transparencia, la comunicación y la reprodubilicidad de resultados como elementos fundamentales de la ciencia. En concreto, el secretismo de Leeuwenhoek le ganó mucho escepticismo. Y cabe incluso la posibilidad de que llegase a inventar algún nuevo tipo de microscopio que nunca mostró.

Si te interesa el arte o la ciencia, El ojo del observador es un libro ideal para ti. Si te interesan los dos campos, entonces el continuo paso de uno al otro, usándolos como comparación y reflejo, convierten a este libro en imprescindible. Es un retrato de dos grandes hombres situados en un contexto detallado, maravillosamente bien descrito. Deja claro que los descubrimientos no se hacen solos, sino que son resultado de una enorme red de influencias y colaboraciones. Y sobre todo, muestra lo difícil que fue desarrollar muchas ideas que hoy damos por sentado.

¿Te llama la atención este libro? ¿Te interesa la historia del arte y la ciencia? Pues deja tus comentarios, opiniones y recomendaciones.

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Gracias y hasta la próxima.

Admito que Ready Player One es una película muy entretenida, visualmente espectacular y que se disfruta aunque sepas que aquello no tiene ni pies ni cabeza. Después de todo, la dirige alguien que sería capaz de transmitir emoción aunque usase el móvil para grabar dos guijarros en una playa.

Por lo demás, es tan entretenida como fácil de olvidar, al no poseer ningún aspecto que la haga especialmente memorable o destacable.

Bueno, casi…

En el origen de todo lo que pasa está Halliday, el genio creador de Oasis, el juego/entorno de realidad virtual/mundo paralelo donde transcurre buena parte de la acción. Al morir, dejó su fortuna y Oasis a aquel que pueda resolver tres misterios.

Hasta ahí bien. Halliday es una especie de Willy Wonka, sin su personalidad exagerada o abrasiva, sin su pasión absoluta por todo lo que se mueve a su alrededor y sin su desprecio absoluto por los niños. De hecho, a Halliday se le pinta deliberadamente como muy apagado, estático incluso, como un robot. En muchas escenas, es como si no tuviese claro el uso de manos, piernas o brazos. Se le pinta como alguien que vive tanto en su cabeza que ha olvidado que tiene un cuerpo. Es una persona con una mirada lejana y alienígena, como si solo estuviese parcialmente presente.

Es un contraste curioso con el avatar que ha elegido para guiar las pruebas de su mundo virtual, una especie de mago genérico, que podría ser cualquier mago de un mundo de fantasía. La imagen es diferente, alguien más presente en el mundo, que se mueve y gesticula más que Halliday, una especie de padre bondadoso deseando guiar a sus hijos.

“¿Qué le pasa a Halliday?” es la primera pregunta que se hace la película y, de hecho, resulta ser la línea argumental que corre por debajo. RPO cuenta la muy entretenida y emocionante historia de Wade y sus amigos intentando salvar Oasis de los malos de turno (ese ejecutivo agresivo tan maravilloso, una especie de versión chusca de los violentos ejecutivos de Robocop), pero contiene dentro de sí otra película, que se revela si mentalmente unes los trozos donde sale Halliday. Un poco como esa película de McBain oculta en Los Simpson.

Esa segunda película es muy, pero que muy diferente a la otra. Lejos de la espectacularidad de las aventuras virtuales de sus protagonistas, la película sobre Halliday trata de un personaje tremendamente fallido, un hombre que no sabe cómo presentarse ante el mundo, un hombre que traicionó al que parece su único amigo, un hombre apagado que se oculta ante un avatar grandioso y exuberante. Y sobre todo, es una película sobre un hombre que busca un sucesor que, al contrario de lo que podría esperarse, sea diferente a él y, sobre todo, mejor.

Busca a alguien que pueda hacer lo que hace falta hacer, pero que él es incapaz de hacer.

Mi tesis es que Halliday desde el punto de vista de la película es un personaje ambiguo, una especie de antihéroe, no del todo un villano, pero tampoco un santo. Es alguien que ha hecho algunas cosas muy mal al crear Oasis y que ahora, después de muerto (o no), aspira desesperadamente a una forma de redención. Un hombre tan apegado a su creación que no se atreve a apagar Oasis, cuando claramente sería lo correcto, pero que tampoco es capaz de corregir sus defectos. Atrapado en su ataraxia, su búsqueda es una compleja mezcla de sentimientos encontrados: una excusa, una expiación, una salvación, una justificación… La tarea de reconciliar esas metas se la deja a otro, porque él está preso de una parálisis absoluta. El origen de esa parálisis es lo que esa segunda película intenta explicar. Es lo que late en el corazón de RPO.

Un aspecto interesante de todo el proyecto de Halliday es su carácter desesperado. Resolver las pruebas requiere sumergirse en su vida, entenderla al completo, repasar hasta los más mínimos momentos para encontrar pistas. Podría considerarse una monstruosidad, el triunfo del culto a uno mismo, si no fuese porque parece todo lo contrario. Parece el gesto agónico de un hombre que pide por favor que alguien le entienda, que alguien comprenda su vida y lo que hizo. Es un gesto final que se añade al patetismo y pena que ya proyecta la figura de Halliday.

Hay dos momentos importantes para esa pesquisa. Dos momentos que definen a Halliday y lo que “Spielberg” opina de él (“Spielberg” es el nombre que doy al creador de la película, una entidad que podrá coincidir, o no, con el Spielberg real, quien sin duda también tendrá sus opiniones sobre Halliday).

El primero se da cuando viajan al interior de El resplandor. Ya de principio es una muestra más de que Halliday no acaba de entender el mundo, porque es la película elegida para una primera, y única, cita. También llama la atención porque produce un enorme cambio de estilo en RPO, que modifica su tono durante esos minutos. Además, según me cuentan, es un cambio curioso con respecto al libro (que no he leído), donde la película era Juegos de guerra.

El contraste no podría ser mayor.

El resplandor es una obra meticulosa y detallada, una cinta magistral creada por un director consumado, hombre obsesivo hasta lo demencial. Todo lo que sale en pantalla sale porque se ha puesto ahí deliberadamente. No hay casualidades. Cada actuación es el resultado de decenas y decenas de repeticiones, hasta el agotamiento, hasta el odio y la furia. Es el resultado de un director esforzándose por cargar de sentido hasta el más mínimo elemento, de crear una película que rezuma lecturas por todas partes, que invita a la interpretación, a la reinterpretación y a la recontextulización.

Es, en suma, una obra de arte.

¿Y qué hace Halliday con ella?

La convierte en una película de zombis.

Y por si no lo sabes, porque Spielberg quiere que lo tengas muy presente, hasta un personaje te recuerda que en El resplandor no hay zombis.

Ahí está, una gran película de terror reconvertida en el vehículo del elemento más inane y absurdo, el icono de terror más anodino. El zombi es hoy el símbolo genérico más fácil, desprovisto ya de cualquier cualidad rompedora o transgresora. Como si la única forma de hacer terror fuese meter un zombi.

Por un lado, es una condena a la cultura friki más extrema, que olvida el contexto, la sutileza o el arte y se centra en los elementos más tópico e insiste en su presencia, vengan a cuento o no. Da igual lo que El resplandor quiera contar, al final es simplemente un nivel de videojuego. Si llegar al hotel Overlook produce inicialmente una extraña sensación discordante al cambiar el tono de la película, dicha sensación se repite cuando El resplandor se transforma a su vez en un tópico.

Por otro lado, es una condena al propio Halliday, a quien se muestra incapaz de responder a El resplandor como la película que es, y que debe “mejorarla” introduciendo elementos ajenos. En el contexto de RPO, es Halliday el que transforma lo que no comprende, y es incapaz de comprender, en algo que reconoce. Es el acto reflejo del friki extremo que solo acepta lo que quiere ver, que solo acepta la imagen que tiene de las cosas, que solo acepta los personajes tal y como cree que fueron hace cuarenta años.

El segundo momento se da al final. Wade ha superado la última parte de la última prueba. Ha demostrado ser merecedor del premio. De hecho, ha demostrado algo que va más allá. Ha demostrado no ser el Halliday real. Si puede resolver el último acertijo es precisamente porque entiende a Halliday tan bien que hace lo que Halliday hubiese querido/debido hacer. Wade reinterpreta, analiza y recontextualiza a Halliday.

Halliday es el friki inmovilista, incapaz de aceptar que las cosas puedan cambiar… no, no, incapaz de aceptar que las cosas deben cambiar, incapaz de aceptar que hay algo más por debajo de las referencias frikis que se agotan en sí mismas. Halliday colecciona signos muertos, disecados, clavados con alfileres, estáticos, inertes, siempre iguales, signos sin referente porque han sido amputados de las obras a las que pertenecían, han sido separado del contexto que les correspondía. Como el Gigante de Hierro, extraído de una película emotiva y sentimental y convertido es un artefacto más de la batalla final. Como si la película se volviese hacia los espectadores y les dijese “esto es lo que obligáis a hacer”.

Wade sin embargo es otro tipo de friki. Está dispuesto a mirar dos veces, a comprender, a sentir empatía, a ser mejor…

Wade es el héroe que Halliday buscaba justo porque no es Halliday.

Todo queda claro en la escena final, en la habitación de infancia.

Es cuando comprendes que Halliday nunca salió de ese cuarto. Que siempre ha sido un niño atrapado jugando a videojuegos, encerrado en su propio cuarto. Pero peor aún, incapaz de salir de su cuarto, creó un mundo donde también encerró a millones de personas. Los usuarios de Oasis están tan retenidos y confinados como ese niño pequeño. Cambia la escala, nada más. Oasis es una cárcel donde simplemente no puedes ver las paredes.

En este punto se establece un paralelismo entre IOI, la criminal empresa que aspira al control de Oasis, y el propio Halliday. Los dos encierran a gente. IOI te encierra en un pequeño cubículo y te obliga a jugar a videojuegos. Halliday, quizá sin ser consciente de lo que hace, te encierra en un mundo de fantasía donde nada importa realmente. IOI lo hace por dinero. Halliday porque es un niño pequeño que no sabe que podría hacer otra cosa.

Podría pensarse que Sorrento, el ejecutivo de IOI, es el reverso oscuro de Halliday. En realidad, son dos avatares del mismo individuo. Sus motivaciones son diferentes, pero el resultado final es el mismo. El paraíso infantil de pasarse el día en tu cuarto jugando a videojuegos se convierte en la pesadilla adulta de estar encerrado en un cubículo obligado a trabajar para una entidad superior que te explota. Halliday y Sorrento no son más que dos versiones de las redes modernas. Cada parte necesita a la otra. Las promesas de liberación de internet te permiten soportar trabajar gratis para grandes empresas que se benefician de ti. Pero en el fondo…

Lo importante es que Halliday no puede ejecutar el cambio. Está atrapado en su propia reacción. Solo ve dos opciones. Destruir Oasis o entregárselo a alguien que sepa qué hacer, que sepa liberar su potencial esquivando sus enormes problemas. Que él mismo no lo hiciese indica su impotencia, incapaz de reflexionar, analizar o recontextualizar su propia creación. De nuevo, su relación con Oasis es la del friki extremo, el que no admite ningún cambio, el que quiere vivir toda su vida como vivió su infancia, el que exige que no se toque nada, que todo sea como era, por siempre y para siempre.

Solo deja como única opción, supongo que como mecanismo de seguridad final, el botón que permitiría la destrucción de Oasis. Que se indique la posibilidad de pulsar ese botón por error es lo que deja claro que usarlo debe ser un acto deliberado, consciente, meditado.

La película condena a Halliday, y con él al frikismo más extremo, por su inflexibilidad, por no permitir que las obras respiren, por constreñir lo que ciertas creaciones son o pueden llegar a ser. Defiende una actitud más humana, más empática, más de deleite y disfrute. Y de reflexionar cuando la reflexión es necesaria, de intentar ir un poco más allá y comprender lo que hay por debajo. De la misma forma que Wade va más allá y no se queda con el Halliday de las portadas de revistas, de sus colecciones obsesivas o sus diarios. Es una película hecha por un director que ha visto sus propias películas reducidas a fragmentos, a trozos sueltos desprovistos de lo que les dotaba de vida y sentido.

La redención de Halliday radica en saber que él no es la persona adecuada. Es quizá el único momento de lucidez que tiene el personaje, el único momento donde se reconoce como lo que es, un niño grande que se convirtió en adulto, pero nunca creció, que grita continuamente “no toques mi infancia”.

Pero lo deja todo en manos de otro, alguien que será fiel a lo que Halliday querría haber hecho. El paradójico triunfo de Halliday es aceptar que él mismo no sabe ser el Halliday que querría ser. Así que simplemente renuncia. Coge al niño que era y se lo lleva. Y los dos abandonan por fin el cuarto.

Ahora que lo pienso, quizá Ready Player One no sea tan olvidable como a mí me parecía.

P.S.: ¿Halliday está muerto? Es una situación curiosa, porque se dice que sí, pero la escena del cuarto da a entender que de alguna forma no lo está, que el Halliday que vemos es algo más que una simulación. Quizá sea una inteligencia artificial o quizá Halliday logró el sueño de transferir su mente a un ordenador. En ese aspecto, es llamativa la escena inicial de «Si estás viendo esto es que estoy muerto», con su parafernalia de funeral de la Federación, que remite a la muerte de Spock en La ira de Khan. Por supuesto, algo que Halliday sabría, en la siguiente película, el Proyecto Génesis provoca la resurrección de Spock. ¿Debe entenderse que algo así ha pasado? ¿Halliday de alguna forma escapó a la muerte? ¿Ha trascendido a otro plano?

Tampoco hay que olvidar que La ira de Khan es la película donde aparece la prueba del Kobayashi Maru. Y claro, ya sabemos lo que esa prueba nos enseña…

Filosofía en viñetasUna introducción a la filosofía que es también un cómic muy divertido sobre filósofos que entran, exponen sus ideas, se pelean entre ellos y vuelven a salir de la escena. Eso es Filosofía en viñetas, de Michael F. Patton y Kevin Cannon.

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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. ¿Es la filosofía como un río por el que puedes deslizarte plácidamente? Claro que sí, pero Filosofía en viñetas, de Michael F. Patton y Kevin Cannon, nos recuerda que hay algunos rápidos que debemos evitar. Por suerte, tenemos este cómic, un divertido repaso a los principales y más fundamentales temas de la filosofía. Lo publica Penguin Random House.

Vamos allá.

Filosofía en viñetas es claramente el resultado de una colaboración especial. Un profesor de filosofía, Patton, y un dibujante de cómics, Cannon, que se unen para crear algo que no podrían haber producido por separado. Filosofía en viñetas es una estupenda introducción a algunos problemas filosóficos y también un cómic muy entretenido.

Filosofía en viñetas está muy bien planteado y ejecutado. Evitan, por ejemplo, el simple listado cronológico de filósofos. También se resisten a intentar dar respuestas. No, todo lo contrario, su intención es mostrar la filosofía como un proceso de plantear preguntas, de pensar cada vez con más claridad sobre el tema tratado.

La idea unificadora es la del río, con sus desvíos, sus rápidos, sus cataratas, sus meandros, sus manglares, sus momentos de tranquila navegación. El río siempre igual pero a la vez siempre cambiante. Esa es la imagen que quieren transmitir de la filosofía. Y por supuesto, si hablamos de ríos filosóficos, nuestro guía solo puede ser Heráclito.

Ya sabes. Heráclito la base de la filosofía occidental. Heráclito el de “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Heráclito con su barca asegurándose de que tengamos un agradable paseo.

El problema es que el río de la filosofía es muy largo, caudaloso y tiene varias ramas —Lógica, epistemología, metafísica y axiología— por lo que es imposible recorrerlo por completo en un solo volumen.

Por tanto, los autores toman la decisión más importante de todas y la que convierte a este libro en una introducción estupenda: Deciden tratar 6 problemas importantes de la filosofía y exponer brevemente las ideas principales: La lógica, la percepción, la mente, el libre albedrío, Dios y la ética.

Como resultado, la estructura del libro no es lineal. Los filósofos van apareciendo y saliendo de cada tema, a medida que son necesarios para la explicación.

De tal forma, Aristóteles habla de los razonamientos más básicos y luego reaparece para tratar la ética. Hume habla del libre albedrío y Dios. Mills habla del razonamiento inductivo y luego de los cálculos éticos.

Cada parte deja su mensaje. En la lógica, se nos recuerda que la lógica solo da reglas para razonar. Para deducir la verdad usando la lógica, hay que partir de bases ciertas. Y también señalan los posibles errores de los razonamientos inductivos.

La percepción es algo que no podemos dar por supuesto. El libre albedrío depende mucho de las definiciones de libertad. Dios es un recurso muy habitual para cerrar debates filosóficos, por lo que merece su propio capítulo. Y la ética es un complicado proceso que podría, o no, requerir varios cálculos.

El mejor capítulo, y el más complejo, es el dedicado a la mente. Platón, Descartes, Leibniz, Spinoza, Turing, de la Mettrie y Chalmers va ofreciendo distintas interpretaciones de lo que es o deja de ser la mente. Desde el alma hasta el puro fisicalismo, desde la sincronización del mundo hasta el monismo. Es uno de los capítulos más complejos y mejor ejecutados.

Los autores afirman que las imágenes e ideas filosóficas se prestan muy bien al cómic. Y por lo que se ve, tienen toda la razón. Se deleitan presentando a los filósofos en situaciones inesperadas y hay momentos ciertamente muy buenos. El homúnculo, mostrando nuestro mapa de las percepciones. Darwin apareciendo como un dios salvador. Chalmers que se trae a un zombi filosófico de sí mismo. Aunque yo me quedo con John Stuart Mills explicando sus ideas sobre la ética. Un gran ejemplo de instruir deleitando.

Eso sí, hay que recordar que se trata de una introducción a la filosofía occidental según el canon académico. Eso explica la ausencia de mujeres y de filósofos de otras culturas. Tampoco hay casi nada del siglo XX. Son limitaciones asumida que los autores comentan claramente en la introducción. Quizá en algún futuro libro.

Por lo demás, Filosofía en viñetas es un estupendo punto de partida. Una muy buena explicación de varios problemas claves de la filosofía en un tono divulgativo pero fundamentado que también triunfa como un cómic ágil y divertido. Es un libro que hace gala de una conexión especial entre la claridad de lo que se está contando y el ingenio visual de cómo se cuenta.

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Gracias y hasta la próxima.

Masterpiece Comics, Sikoryak

Grandes obras clásicas de la literatura trasladas a no menos clásicas obras del cómics. Eso es Masterpiece Comics, de Sikoryak. Un sugerente y fascinante choque de mundos.

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https://www.youtube.com/watch?v=dwbvq6WygVo

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Hoy te traigo Masterpiece Comics, de Sikoryak. Clásicos de la literatura trasladados a las versiones más exageradas, chillonas y extravagantes del cómic. Es una parodia. Pero no está nada claro qué está parodiando.

Te lo cuento.

Masterpiece Comics no es una adaptación al cómic de clásicos de la literatura. No es tan simple. Es más bien como si dos planetas hubiesen chocado. Eso. Es una catástrofe. Una catástrofe sugerente e interesante, una hibridación fascinante y llamativa, formas mutantes que recorren las páginas.

Verás, se trata de tomar una obra clásica. Por ejemplo “La metamorfosis” de Kafka, y adaptarla al estilo de un cómic también famoso, por ejemplo, Peanuts de Schulz. El resultado es “Good ol’ Gregor Brown”, donde los personajes de Schulz interpretan el cuento de Kafka casi sin cambiar de personalidad.

Así tenemos la Divina Comedia adaptada a tiras para vender chicles, Fausto convertida en una aventura donde el gato Garfield hace de Mefistófeles. Qué apropiado. Dorian Gray combinado con El pequeño Nemo o Cumbres Borrascosas adaptada como un Cuento de la Cripta.

No estaría mal como broma si no fuese por el pequeño detalle de que todo está al borde mismo de tener sentido. No puedes evitar la insistente sensación de que todo es adecuado. De que es lógico que Cumbres Borrascosas sea ese cómic macabro de colores chillones. O que Beavis and Butt-Head interpreten Esperando a Godot.

¿Entiendes lo que quiero decir? Es como que encaja.

¿Qué podría ser más perfecto que Dostoyevski Comics? Crimen y castigo como si fuese una historia del Batman más clásico, el de Bob Kane ¿Batman como Raskolnikov…?

¿No? ¿No es perfecto?

¿Y qué es esa idea que se forma al leerlo? Quizá sea que los clásicos de la literatura no son tan elevados como se dice. O quizá sea al revés, quizá los cómics no sean una forma tan baja como se dice. Quizá lo humano, todo el rango de nuestras emociones acepte cualquier plasmación. O podría ser que el lenguaje del cómic sea tan eficiente que no precise tantas páginas para expresar lo mismo. Incluso los cómics más exagerados, más claramente infantiles, se basten.

O podría ser simplemente que se esté riendo de todo. Como cuando Moby Dick sale representada como el típico anuncio de los cómics de la época, ofreciéndose a venderte el barco ballenero Pequod, prometiendo horas de aventuras y años de reflexión.

O la sección de cartas de los lectores, que parece parodiar la obsesión de los fans por los detalles y la continuidad más tonta. ¿O estará parodiando la obsesión de los estudios literarios por los detalles y la ansiedad de la influencia?

De todo lo que hay en este libro, la versión más brillante es Action Camus. Cuenta toda la trama de El extranjero como una serie de portadas del Superman de los 60.

Las portadas de Superman siempre prometían una posibilidad demencial y extravagante que contradecía de alguna forma lo que sabías del personaje.

Hay algo perfecto en colocar los elementos claves de El extranjero en forma de portadas. Las ocho portadas van siguiendo la progresión de la narración, cada una ofreciendo su propio comentario, para acabar con Superman de camino a una guillotina indestructible. Superman como protagonista de El extranjero es perfecto, porque es un alien. Y cada una de las portadas podría haber sido perfectamente una portada de Superman casi sin cambiar nada.

¿Qué opinas? ¿Crees que la literatura alcanzaría algún día las grandes cumbres del cómic? Deja tus opiniones, consejos y comentarios.

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Gracias y hasta la próxima.

Los Cinco y yo, de Antonio Orejudo

Antonio Orejudo ofrece, en Los Cinco y yo, una original y divertida visión de toda una generación, la que pudo crecer leyendo a los famosos personajes de Enid Blyton.

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https://www.youtube.com/watch?v=d-ZFqdEA2W8

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Hoy te traigo Los Cinco y yo, de Antonio Orejudo. Una divertida novela sobre la primera generación de españoles que pudo leer las historias de Los Cinco. Un derroche de ingenio e inteligencia que usa los personajes de Enid Blyton para hablar de lo que se pudo hacer y no se hizo en la historia reciente de España. Lo publica la editorial Tusquets.

Te lo cuento.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero. Y en este canal hablo de lecturas que me resultan interesantes y que creo que podrían interesarte a ti. Suscríbete para no perderte ninguna.

Los Cinco y yo es uno de esos libros que no hubiese leído de no tener este canal. Se me ocurrió comentar que ahora leer novelas ya no me sorprende tanto y me dijeron “no tan rápido, vaquero, tienes que leer Los Cinco y yo”. Recibí el ejemplar, lo abrí, leí unas frases y lo terminé antes de que acabase el día.

La razón es muy sencilla. Es una novela tan inteligente como divertida, tan desconcertante como seria, tan dispuesta a pegarte un puñetazo en la boca del estómago como a darte una caricia. Vamos, que es un prodigio y una de mis grandes lecturas de 2017.

Y ahora te voy a explicar por qué.

En este punto es donde normalmente comentaría un poco el argumento, pero en este caso es más fácil empezar por el tema.

El punto de partida es muy sencillo. Las novelas de Los Cinco, los famosos personajes de Enid Blyton, se empezaron a publicar en España en el año 1964. Por tanto, hay toda una primera generación de españoles, que hoy supera los 50… es decir, mi generación… que pudo crecer leyendo las aventuras de Los Cinco.

Es una gran definición, es un gran corte generacional. Primero, porque es perfectamente cierto y objetivo. Segundo, porque es una locura delirante. Como dice un personaje más adelante, las generaciones son entes artificiales diseñados para sobrevivir en terreno hostil… Habla de generaciones literarias, pero la idea viene siendo la misma.

Pero aquí estamos, los que nacimos en los sesenta. Un numeroso grupo de personas que creía que iba a cambiar las cosas, pero que llegó perennemente tarde a todas partes y al final dejó el mundo tal y como estaba.

La verdad es que Antonio Orejudo demuestra un enorme ingenio para inventar nuevas formas de dar unas buenas patadas a su propia generación.

Bien, ahora ten el tema presente mientras pasamos a cómo está hecho. Que es justo la grandeza de la novela y su fantástica muestra de talento.

Empieza así:

«Para explicar el influjo que las aventuras de Los Cinco han ejercido sobre mi generación hay que hacer referencia al precio que alcanzó el trigo en la posguerra española: así empecé mi presentación de After Five en la Blyton Foundation, remontándome a la catástrofe que había sufrido el sector agrario en los años cuarenta, recién terminada nuestra Guerra Civil.»

Guau. Qué grande. Qué forma de empezar. Arranca confundiéndote, empieza combinando niveles, reflexiones y elementos. ¿Qué tienen que ver entre sí? ¿Quién está hablando? ¿Qué es After Five? ¿Qué conexión hay entre el precio del trigo y las novelas de Los Cinco?

Y el ese mismo tono se mantiene. Seguimos a Toni Orejudo, el trasunto del autor, su versión que representa a toda la generación. Sabemos de sus amigos de infancia. Nos cuenta su pasión por invertir en bolsa. Ya no está tan interesado en escribir novelas. El fervor revolucionario solo se le despierta ante los desmanes de las telefónicas.

Siguiendo a Toni aprendemos de su generación. La educación sexual, el mundo intelectual. Conocemos a sus amigos. Uno de ellos es Reig, el autor de After Five, el libro del que se hablaba al principio.

Y Los Cinco. Perfectos ellos. La imagen especular de una infancia ideal, tremendamente activa. Una infancia de adultos casi inexistentes. Además, cuando empiezas a leer sus aventuras, ellos tienen justo tu edad.

Pero de pronto, en un enorme ejercicio de parabiosis, Los Cinco también van creciendo, también van siguiendo sus propias experiencias vitales. También van volviéndose adultos.

De tal forma, los personajes “reales” de la ficción comienzan a interactuar con los personajes “ficticios” de la ficción. Los niveles narrativos se entremezclan. Tanto es así, que personajes de niveles diferentes llegan incluso a casarse y montar negocios juntos.

Y la novela Los Cinco y yo sigue cambiando y mutando, sigue combinando elementos y críticas. Comentarios sobre el capitalismo. Reflexiones sobre los estándares industriales. Empieza con lo que parece un ensayo, pasa a crónica sentimental, tiene momentos de análisis literario con las novelas de Enid Blyton. De pronto se vuelve casi un thriller biomédico. Para luego hablar de los refugiados.

Los elementos se van revolviendo entre sí, te van transportando por la propia fuerza del desconcierto que producen. ¿Qué estás leyendo? ¿De qué va todo esto?

No puedes parar.

Hasta llegar al final, donde todo encaja. En ese punto podrías releer la novela y sustituir el desconcierto inicial por la comprensión.

La acusación final contra la generación de los nacidos en los sesenta se vuelve mucho más devastadora. Transciende los simples cargos de desidia o dejadez, el haber sido siempre una generación acomodaticia.

No. Hay algo más. Algo más importante. Pero también algo más complejo y ambiguo.

Los Cinco y yo es una brillante novela que aspira a mantenerte continuamente desconcertado. Mezcla formas y elementos sin piedad, con unas ganas de pasarlo bien que desbordan las páginas. Te arrastra con su ritmo y sus cambios continuos. Mezcla mundo narrativos y niveles diferentes de ficción. Convierte en ficción el mundo real y en real el mundo de la ficción.

Pero todo eso lo hace con un propósito concreto. Todo su virtuosismo con la forma misma de la novela tiene una razón de ser. Por eso es una de las grandes novelas que leí en 2017.

¿Has leído más libros de Antonio Orejudo? Yo no. Este es mi primero. Pero ya puedo garantizar que no será el último. Por lo demás, deja tus opiniones, consejos y comentarios.

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Gracias y hasta la próxima.

Carrie Fisher cuenta en El diario de la princesa de cómo fue convertirse en la princesa Leia.

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Hola. Hoy te traigo El diario de la princesa, de Carrie Fisher. O como Carrie Fisher se convirtió en la princesa Leia y lo que hizo a continuación. Hay dos aspectos muy fundamentales de este libro. Lo publica Ediciones B en su sello Nova.

Te lo cuento.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y… No. Esto fue muy mala idea.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero. En este canal recomiendo libros para ayudarte a dar con tu próxima lectura. Suscríbete para no perderte ningún vídeo.

Un día Carrie Fisher se presentó a las pruebas de rodaje de dos películas: Carrie y La guerra de las galaxias (esta última la llamamos ahora Star Wars). Hubiese sido gracioso conseguir el primer papel (Carrie interpretando a Carrie en Carrie, dice), pero le dieron el de la princesa Leia en la segunda película, una de ciencia ficción normal y corriente.

Si alguien le hubiese dicho lo que iba a pasar…

De eso va este libro. De recordar, poco antes de iniciar el rodaje del episodio VII, aquella película inicial. De cómo fue ir allí, de cómo se sentía al ser casi la única mujer en toda la galaxia, de cómo aceptó semejante peinado, cómo fue descubrir que en el espacio no existía la ropa interior…

Y sobre todo, cómo fue eso de convertirse en famosa, la protagonista de una película de tal éxito que fue necesario inventar el término blockbuster. Cómo fue eso de convertirse de la noche a la mañana en un icono mundial, en representar a un personaje que amenazaría tragarse toda su vida.

Y todo eso, a los 19 años.

El grueso del libro está dedicado a la relación que mantuvo con Harrison Ford durante el rodaje. De hecho, el título hace referencia a un diario que escribió en su momento, y que aparece reproducido en las páginas centrales.

Carrie Fisher era una escritora increíblemente divertida. Su humor es sobre todo autocrítico: ella y su mundo son los objetos de sus dardos. Lanza una mirada inteligente a lo que es la fama, el ser parte de la nobleza de Hollywood, el sufrir el trastorno bipolar o el simple hecho de saberse un personaje para siempre. Un personaje que en la mente de mucha gente siempre será una mujer de 19 años, mientras la actriz real inevitablemente envejeció.

El diario de la princesa es en ese aspecto un libro agridulce, y no solo porque leerlo ahora es leerlo tras su muerte. Es tremendamente gracioso, está lleno de comentarios ingeniosos. Pero es también la historia de una mujer de casi 60 años que echa la vista atrás a lo que le sucedió a una joven de 19. La mujer que escribe el libro ha vivido mucho más, es más sabia y ahora entiende cosas que se le escapaban a la joven. La mujer mayor conoce el futuro de la mujer más joven.

En ese aspecto, el libro se abre con una fotografía que muestra a la princesa Leia riendo feliz y despreocupada. Pero se cierra con otra fotografía más seria. El contenido intermedio intenta navegar entre esas dos fotos. Es gracioso, animado y despreocupado, pero también es serio cuando debe.

Inevitablemente, los comentarios sobre este libro se han centrado en la relación con Harrison Ford, que efectivamente es la parte más llamativa. Pero como dije al principio, creo que hay dos aspectos fundamentales.

Primero, la fama en sí. Lograrla de esa forma, tan absolutamente de la noche a la mañana. Ser de pronto una persona conocida, alguien que ya inevitablemente vivía su vida en público. Todo eso relacionado con la autoestima, la sensación de no quedar nunca bien, la necesidad de gustar a los demás. Con el punto adicional de la repetición de una historia. Ya había vivido la fama de sus padres y luego le tocó vivir una absoluta fama propia. Una para la que realmente no estaba preparada.

Y segundo, que conecta con la fama, la relación con el personaje en sí. La princesa Leia tan perfecta, tan segura de sí misma, tan absolutamente capaz. Ella que perdió a su planeta entero y sin embargo tuvo que dedicarse a consolar a otro por la pérdida del mentor que había conocido tres días antes. Un personaje que acabaría convertido en icono y fuente de inspiración. Muy difícil estar a su altura. Tanto que la lectura del libro deja claro que la relación de Carrie Fisher con la princesa Leia era compleja, no siempre agradable, jubilosa en ciertos momentos.

Y también, una enorme responsabilidad.

Lo dicho, un libro agridulce. Divertido y de reír en muchas ocasiones. Pero también una reflexión sobre sí misma, sobre su vida y el personaje que la hizo famosa.

¿Has visto su especial de televisión? ¿Bendito alcoholismo? El tono es muy similar, pero el especial se centra más en el mundo de Hollywood, sus padres y su vida aparte de las películas. En cualquier caso, si has leído el libro, deja tus comentarios.

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Gracias y hasta la próxima.

Un libro ilustrado sobre 50 pioneras de la ciencia, desde la antigüedad hasta nuestro presente. Mujeres de ciencia, de Rachel Ignotofsky. Lo publican conjuntamente Nórdica Libros y Capitán Swing

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Bienvenido. Hoy te traigo Mujeres de ciencia, de Rachel Ignotofsky, un libro ilustrado sobre 50 pioneras, mujeres en la ciencia a lo largo de la historia, y de cómo cambiaron el mundo. Lo publican conjuntamente Nórdica Libros y Capitán Swing.

Te lo cuento.

Mujeres de ciencia es un libro ilustrado para todas las edades sobre científicas a lo largo de la historia. El formato es siempre el mismo. A la izquierda, una ilustración de la científica en cuestión junto con algunos comentarios y a la derecha una breve pincelada biográfica e investigadora. El libro recorre el tiempo desde la matemática egipcia Hipatia hasta la matemática iraní Maryam Mirzajani. Es en parte homenaje a las mujeres investigadoras y en parte … algo más.

El orden es cronológico y se trata de ir mostrando mujeres que fueron pioneras de alguna forma. Hay una voluntad decidida por incluir culturas de todo el mundo, aunque hay un importante peso occidental. Un hecho a destacar es que incluye todo tipo de ciencias, desde la psicología a la vulcanología, dejando claro que la investigación es una empresa muy amplia y ofreciendo así ejemplos variados.

Algunas de las mujeres incluidas son nombres famosos y conocidos: Marie Curie, Barbara McClintock, Hedy Lammar, Lisa Meitner o Rosalind Franklin. Otras ya no tanto. De hecho, uno de los grandes placeres de este libro es descubrir otros nombres de mujeres científicas. Como Chien-Shiung Wu, física experimental, Mary Anning, paleontóloga, Florence Bascom, geóloga, o Alice Ball, química.

Con lo dicho, ya es un libro ideal para regalar. Decir que es bonito es quedarse corto. Las ilustraciones son espléndidas, todo el libro es puro y maravilloso color y los textos son informativos. Aunque hay que recordar que son breves apuntes, no biografías. Su necesaria brevedad obliga a comprimir detalles y omitir elementos. Los perfiles de científicas se complementan con páginas sobre el material de laboratorio, las estadísticas de participación en ciencia de las mujeres, un glosario que incluye términos como “abolicionismo” o “sufragista”, lo que deja claro lo que tuvieron que vivir algunas de ellas. Y concluye con una lista final de otras científicas que se cierra dando ánimos a toda futura investigadora.

Pero hay algo más en Mujeres de ciencia.

No oculta en ningún momento que la historia de las mujeres en la ciencia ha sido una historia llena de enormes dificultades, obstáculos y a veces, hostilidad explícita. Trabajar en condiciones penosas, sin recibir sueldo, sin poder publicar, bajo la amenaza del despido si se casaban, asistiendo a clase tras una pantalla para no soliviantar a los estudiantes masculinos o negándosele los premios que merecían. A veces es incluso peor de lo que se cuenta. A Marie Curie, ganadora de dos premios Nobel… en dos ciencias diferentes, se le negó inicialmente su primer Nobel. Y luego, incluso llegaron a plantearse expulsarla de Francia.

Pero lo que más asombra del libro es la cantidad de primeras veces. Una y otra vez salen mujeres que hicieron algo por primera vez. Lo cual es normal, son pioneras. Pero no estamos hablando simplemente de ser la primera en investigar cierta cuestión o descubrirla, sino cosas tan simples como obtener una titulación, poder asistir a clase o que se les permitiese el uso de un laboratorio. Uno esperaría que esa tendencia iría desapareciendo con el tiempo, pero incluso la última mujer, Maryam Mirzajani, es primera en algo: la primera mujer en recibir la medalla Fields en matemática… En 2014.

Mujeres de ciencia celebra a muchas grandes mujeres. Destaca el papel de la mujer en la ciencia, invita a ver la historia de la ciencia de otra forma y cuenta lo mucho que han cambiado las cosas. Pero no te deja olvidar en ningún momento que queda mucho por cambiar. El libro es precioso y es un regalo ideal para casi cualquier persona interesada en la ciencia y en la historia de la ciencia. En el caso de los niños, la variedad de campos tratados garantiza que encontrarán algo de interés.

¿Qué opinas del libro? ¿Alguna otra aproximación a las mujeres en la ciencia? Dejas tus comentarios, opiniones y consejos. Y ya sabes, si quieres ver más vídeos sobre lecturas, suscríbete. Hay un botón por ahí debajo.

Gracias y hasta la próxima.

Un estupendo libro de divulgación filosófica con series de televisión: Everything I Know I Learned From TV, de Mark Rowlands.

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Bienvenido otra vez. Hoy te traigo Everything I Know I Learned From TV, de Mark Rowlands. Un libro de divulgación filosófica con series de televisión. De esas que ves todo el día. Quién te iba a decir lo mucho que estabas aprendido…

Te lo cuento.

Mark Rowlands tiene un libro anterior de divulgación llamado The Philosopher at the End of the Universe, que introducía temas filosóficos usando películas de ciencia ficción. Por ejemplo, el libre albedrío, la identidad personal, la naturaleza de la moral y demás.

En Everything I Know I Learned From TV el gran cambio no es usar series en lugar de películas, sino el tipo de temas que trata. La verdad, lo que cuenta aquí es mucho más importante: nuestra situación actual, nuestra vida en el mundo contemporáneo. Ahora aspiramos, sin conseguirlo del todo, a ser modernos. Creemos haber dejado atrás un mundo arcaico y pensamos que nos aproximamos a la posmodernidad. Pero en realidad, todavía no le hemos pillado el truco a ser modernos.

Las series le sirven de excusa para tratar la condición de ser “modernos”, sus ventajas y sus defectos. Esa modernidad que creemos poseer la define más o menos de esta forma: nuestra meta principal es la realización personal y los demás importan en la medida en que nos ayuden a realizarnos personalmente. Lo que inmediatamente plantea enormes problemas.

Y así coge las series y las usa para desarrollar cada problema.

Buffy cazavampiros (¿tenemos obligaciones ineludibles o podemos elegir?), Los Soprano (¿una buena persona puede hacer cosas malas?), Sexo en Nueva York (¿qué es la felicidad?), Friends (¿qué es el amor?), 24 (¿qué es la justicia?), Seinfeld (¿el egoísmo tiene algo de malo?), Los Simpson (¿cuál es la mejor forma de vivir?) y Frasier (¿cómo puedes conocerte a ti mismo?).

Me gustaron especialmente los tratamientos de Seinfeld y Frasier.

En el primer caso, su conclusión final es que es imposible demostrar con argumentos racionales que uno no debería ser egoísta. Pero igualmente, es imposible demostrar racionalmente que uno debería ser egoísta. Ser un egoísta o un santo son posiciones que trascienden la razón, y la única forma de defenderlas o atacarlas es por medio de ejemplos. Como hace la serie.

En el caso de Frasier, examina el yo. Uno de los problemas de la modernidad es que sitúa al yo en el centro de todo, un yo que reside dentro de nuestro cuerpo. Pero cuando vamos a buscarlo, es imposible encontrarlo, sólo apreciamos un confuso mundo de impresiones y nadie que las observe. Pero si no existe ese yo en el interior, ¿quién se supone que debe realizarse vitalmente?

El libro tiene ya unos años, por lo que las series son de hace una década. Sin embargo, Everything I Know I Learned From TV me parece un ejemplo estupendo de divulgación filosófica. No hay muchos libros así, y debería haber bastante más. Mark Rowlands tiene una habilidad especial para hacerlos, para combinar esas reflexiones con la cultura popular y además con enormes dosis de humor. Sin descartar momentos de seriedad, como sucede en el último párrafo de este libro.

¿Qué opinas? ¿Faltan libros de divulgación filosófica? ¿Se te ocurren más? Deja tus comentarios y opiniones.

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Senos y huevos, de Mieko Kawakami

Una novela fascinada por la relación de las mujeres con sus cuerpos. Senos y huevos, de Mieko Kawakami.

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https://www.youtube.com/watch?v=ygGI5szR2oM

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Bienvenido. Hoy te traigo Senos y huevos, una novela corta de Mieko Kawakami y publicada por SD Edicions. Una historia sobre tres mujeres y la relación que mantienen con sus cuerpos.

Te lo cuento.

Makiko y Natsuko son hermanas. Makiko ha venido a Tokio desde Osaka porque quiere agrandarse los pechos. Le acompaña su hija Midoriko, que está a punto de entrar en la adolescencia y que no habla desde hace seis meses. Se comunica escribiendo.

Natsuko va contando lo que pasa, lo que ve o lo que piensa a medida que sus impresiones se van formando. Los textos de Midoriko interrumpen ocasionalmente la narración. Mientras tanto, Makiko, que trabaja de camarera, no deja de hablar de pechos, de operaciones y tratamientos.

Porque esta historia va del cuerpo de cada una de ellas, de cómo lo perciben, cómo lo siente o lo viven, cómo se adaptan a los cambios producidos por el tiempo y también a la pérdida de control que esos cambios implican.

En el caso de Midoriko, la llegada inminente de la primera regla. Sus breves textos exploran todos esos cambios en el sentido de lo que tienen de inevitable. Naces con un cierto número de óvulos, cada mes se producen ciertos procesos, es posible quedarse embarazada. Son cambios que no puede controlar y que, en su mente, la van acercando a lo que es su madre.

Makiko mantiene su propia obsesión con los pechos, como elemento que cambiará su vida. Cuando va con su hermana a un baño público, no deja de comentar, valorar y clasificar los pechos de otras mujeres. Carga con folletos de clínicas y aparentemente ha memorizado los detalles de todos los tratamientos posibles.

Natsuko ocupa una especie de lugar intermedio, intentando mantener una relación entre una niña que no habla y una hermana que no deja de hablar. Su narración está sobre todo hecha de sensaciones y percepciones, incluyendo muchos comentarios sobre el aspecto físico y el cuerpo, pero también sobre los líquidos y la sustancias.

La pérdida de control, la imposibilidad de recuperar la infancia, el inevitable cambio vital, la necesidad de reconciliar tu imagen interior con tu imagen exterior, los errores del pasado, la maternidad misma como fuente de modificaciones del cuerpo. Todo eso se va desarrollando en poco más de cien páginas, llenas de simbolismos, donde unas cosas están en lugar de otras, donde los estados psicológicos se reflejan en el cuerpo y el cuerpo mismo moldea tu psicología.

La narración de Senos y huevos es muy fluida. La voz de Natsuko va llevándote de un lado a otro, como un torrente, te va situando muy bien dónde está cada una de las tres. Pero ante todo, Senos y huevos. Te recuerda una y otra vez que esencialmente eres un cuerpo, que todo lo que te sucede, le sucede a un cuerpo. Un cuerpo que cambia sin poder controlarlo. Es una historia profundamente fascinada por la misma presencia física de los cuerpos.

¿Te interesa? ¿La has leído? No olvides dejar tus opiniones, recomendaciones y consejos.

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