Everything I know I learned from tv de Mark Rowlands se distingue en dos aspectos muy importantes de su The philosopher at the end of the universe. 1) En lugar de películas usa series de televisión. 2) Los temas tratados son mucho más importantes.
Sí, más importantes. ¿A quién le interesa en realidad el libre albedrío? Estoy seguro de que si mañana se demostrase que el libre albedrío no existe, la sociedad seguiría funcionando exactamente de la misma forma. ¿A quién le importa si al entrar en una máquina teletransportadora quizá acabes convertidos en dos individuos que podrían afirmar, con los mismos derechos, ser tú? ¿Importa si es razonable o no actuar moralmente? Actuamos o no actuamos moralmente, y eso es lo único importante.
Este libro, decía, usa series de televisión en lugar de películas. Quizá se deba a que su propósito sea examinar la condición moderna (dice, sabiamente, que todavía no hemos aprendido a ser modernos, como para plantearnos ser postmodernos) y eso es más fácil en una serie, donde el desarrollo de los personajes puede hacer con mucho tiempo, acumulando muchas experiencias diferentes.
Examina, decía, la condición moderna: sus ventajas y sus defectos. La define más o menos de esta forma: nuestra meta principal es la realización personal y los demás importan en la medida en que nos ayuden a realizarnos personalmente, es decir, la define como una época de individualismo radical. Por desgracia, si la única guía es nuestra propia realización personal, ¿cómo sabemos que nos hemos realizado personalmente si no admitimos ningún baremo externo? ¿Cómo sabemos si alguien ha fracasado en su realización personal, si su realización personal es personal? Además, si los demás son instrumentos para nosotros, nosotros somos instrumentos para los demás. Empiezan a nacer tensiones entre lo que queremos para nosotros y lo que los demás quieren para nosotros. Y así sucesivamente, enumerando más problemas y tensiones.
(El libro no afirma que todos seamos modernos. Lo que dice es que aspiramos a la modernidad y precisamente muchos problemas surgen de que no sabemos ser modernos, aunque es lo que pretendemos. Otros problemas surgen de las contradicciones inherentes a la modernidad tal y como la define. En el libro comenta ambos tipos de problemas.)
Y luego coge las series de televisión, y las usa como ejemplo, elaborando más cada problema.
Las series son: Buffy cazavampiros (¿tenemos obligaciones?), Los Soprano (¿una buena persona puede hacer cosas malas?), Sexo en Nueva York (¿qué es la felicidad?), Friends (¿qué es el amor?), 24 (¿qué es la justicia?), Seinfeld (¿el egoísmo tiene algo de malo?), Los Simpson (¿cuál es la mejor forma de vivir?) y Frasier (¿cómo puedes conocerte a ti mismo?).
Los dos tratamientos que más me gustaron fueron los de Seinfeld y Frasier.
En el capítulo dedicado a Seinfeld, se trata el tema del egoísmo. Como la posición moderna es individualista, podría pensarse que es enteramente egoísta. El autor muestra que una cosa es decir que lo importante es tu realización personal y otra la forma en que se manifestará esa realización, y el egoísmo entra en ese segundo punto. Aprovechando la serie, y retomando una y otra vez el genial capítulo final, va exponiendo una visión del egoísmo. Su conclusión final es que es imposible demostrar con argumentos racionales que uno no debería ser egoísta, pero simultáneamente, es imposible demostrar racionalmente que uno debería ser egoísta. Ser un egoísta o un santo son posiciones que trascienden la razón, y la única forma de defenderlas o atacarlas es por medio de ejemplos. Como hace Seinfeld, mostrando cómo sería la vida de unos egoístas absolutos.
En el caso de Frasier, examina el yo. Uno de los problemas de la modernidad es que sitúa al yo en el centro de todo, un yo que reside dentro de nuestro cuerpo. Pero cuando vamos a buscarlo, es imposible encontrarlo, sólo apreciamos un confuso mundo de impresiones y nadie que las observe. Pero si no existe ese yo en el interior, ¿quién se supone que debe realizarse vitalmente? Los cuatro personajes principales de la serie se van usando como ejemplos de los problemas de la cara que presentamos al mundo y de la cara que nos mostramos a nosotros mismos. ¿Pero quién mira?
El libro me ha encantado, debo decirlo. Los problemas tratados me han parecido fascinantes, con muchas posibilidades para la reflexión. Tanto es así, que lo apartaré para volver a leerlo durante el 2007.
Y cito el último párrafo del libro:
Thanks for buying this book. If I could repay you with a wish it would be that you find something in your life so important that without it you would not be the same person. If you’re lucky you’ll have it already. Modernity can make no sense of this wish. And that, in a nutshell, is the problem of modernity.
Una última cosa. En la contraportada se pregunta a quién preferirías tener como profesor de filosofía, ¿a Homer Simpson o a Sócrates? Considerando que Homer es una buena persona -aunque tontorrón- y Sócrates es más bien un matón de patio de colegio, yo me quedo con Homer.