Toda época se cree única, el esplendor de la historia humana, el punto más alta que no se puede superar, la cumbre. Y por tanto, las experiencias de la época son muy diferentes a las de cualquier momento de la historia y sus logros únicos. La nuestra también lo cree y, es más, está convencida de haber unido al planeta por medio de un vasto sistema de comunicación que ha aplanado la geografía. Tom Standage en The Victorian Internet dice que no, que nuestra experiencia con Internet sobre todo repite la experiencia de la era victoriana con el telégrafo. Es más, los victorianos fueron los primeros en aniquilar las distancias. En un mundo en que la información sólo podía viajar tan rápido como el medio de transporte más veloz, la posibilidad de enviar un mensaje de ida y vuelta desde Londres a Bombay en cuatro minutos sí que fue toda una revolución: algo que alguien no había visto nunca antes.
The Victorian Internet es una historia divertida, ágil y sin pretensiones sobre el triunfo social del telégrafo, desde sus humildes comienzo como curiosidad científica sin mayor utilidad práctica, pasando por su apogeo como red de redes que cubría el globo y atravesaba océanos, hasta su ocaso final suplantado por otras tecnologías. El paralelismo es, continuamente, con Internet tal y como la conocemos. Al principio sospechas que el autor está cargando las tintas para darte esa impresión, pero luego cita un documento de la época que suena asombrosamente actual.
Como Internet, el telégrafo se comenzó considerando una curiosidad sin mayor utilidad. Algo para entretener. Poco a poco, sin embargo, muchos fueron comprendiendo la gran ventaja de poder enviar y recibir mensajes casi instantáneamente. Precios de mercado, por ejemplo, podían enviarse instantáneamente y el receptor actuar según esa información. Los periódicos, también, sufrieron una transformación: de informar sólo de asuntos locales y alguna noticia extranjera con seis semanas o dos meses de retraso, pasaron a poder informar de lo que sucedía ahora mismo en el mundo. Por ejemplo, enviando informe desde la lejana Crimea para contar al público británico lo mal que se llevaba la guerra. Y también hay historias que demuestran hasta qué punto no se comprendía el telégrafo. Era costumbre que el ejército británico publicase los movimientos de tropas en el Times; después de todo, el periódico en sí no podía viajar más rápido que las tropas. Les pasó también en la guerra de Crimea.
Habla de la jerga telegráfica que usaban los telegrafistas, una serie de abreviatura que se convertían en casi un lenguaje privado. Es más, los telegrafistas eran personas conectadas permanentemente, que hablaban continuamente entre sí, pasándose chistes o anécdotas, y también ligando, lo que provocaba la publicación de los consabidos artículos sobre el amor a través del telégrafo (¿qué me dicen de «The Dangers of Wired Love» publicado en 1886?). Por cierto, la primera boda por telégrafo se celebró poco después de que se tendiese la línea Nueva York-Boston.
En cuanto a la estructura de la red, habla de interconexión de muchas redes nacionales, con cada gobierno intentando imponer sus propias reglas. Es más, comenta que el Imperio Británico tenía una red propia que sólo se conectaba en algunos puntos con la red global. Les parecía que era la mejor forma de administrar el imperio. Esa unión, llevó también a los mismos pronunciamientos utópicos que oímos hoy: que la relación constante entre los pueblos provocaría una era de entendimiento que acabaría con las guerras.
También habla de códigos y cifras, y de los intento de la ITU por regularlos. Del desarrollo de la transferencia de dinero por telégrafo. De la poca adecuación de las leyes a la realidad telegráfica. De la cultura meritocrática entre los telegrafistas, que con sus habilidades conseguían los mejores sueldos pasando de una empresa a otra. Del temor de la prensa a que el telégrafo acabase con los periódicos. De la sobrecarga de información, cuando es demasiado fácil obtener los precios de mercado o cualquier otra información importante para tu negocio, etc…
Pero al final todo cambió. El avance tecnológico transformó la telegrafía de una ocupación de alta tecnología a una de baja tecnología. Al final, la telefonía llegaría a un nivel más: el propio usuario podía organizar sus comunicaciones sin tener que recurrir a personal técnicamente especializado.
En última instancia el mensaje del libro es muy simple: puede que nos consideremos muy importante y revolucionarios, pero la revolución en las comunicaciones de la época victoriana fue mucho más desconcertante para sus habitantes que la nuestra. Un victoriano se sentiría mucho más impresionado por el vuelo supersónicos: «But of the Internet -well, they had one of their own».
Ésta historia me ha gustado sí 🙂
Me lo pido 🙂
¿Llegó a haber servicios de valor añadido, que vendieran información que se enviara por telégrafo?
Sí, claro. La famosa ticker tape 🙂
Sobre el internet victoriano, me recordo algo que habia escrito HGWells.
Un poco de google me da esto:
http://sherlock.berkeley.edu/wells/world_brain.html