Pandora by Holly Hollander es la novela más desconcertante que le he leído a Gene Wolfe. Y lo es precisamente porque no lo parece. Parece ser justo lo que parece ser: una novela de misterio con sus asesinatos, sus sospechosos, sus confesiones en cadena y la gran revelación final. Nada más simple y más sencillo.
Lo cual es imposible, porque se trata de una novela de Gene Wolfe. No hay novela de Gene Wolfe sencilla. La “novela simple” de Gene Wolfe pertenece al orden de los animales mitológicos.
Veamos.
Está Holly Hollander, una adolescente que vive con sus padres en una gran casa, porque su familia es propietaria de una empresa de cajas fuertes (ya saben, de esas que se usan para ocultar secretos). Ella es la narradora, nada de fiar, del libro. Es más, se supone que lo ha escrito ella y Gene Wolfe se ha limitado a hacer correcciones, sobre todo en lo que a puntuación se refiere (aunque ha respetado su amor por las cursivas).
Sabemos que a Holly le gusta mucho su caballo, no le cae nada bien su madre y se lleva bastante bien con su padre. Su madre es una dama de sociedad de gran belleza que está teniendo una aventura con el cerrajero del pueblo (Barton, por lo visto basado en la residencia real de Gene Wolfe). También participa en las obras benéficas locales, en particular una feria de antigüedades para que la de Elaine, la madre, ha comprado una caja cerrada que lleva la ominosa inscripción Pandora (se me escapa cómo puedes comprar una caja que pone eso y plantearte abrirlo. Pero lo vamos a dejar ahí). La idea es que el cerrajero (atormentado veterano de Vietnam) abra la caja y el afortunado ganador de una rifa se lleve lo que sea que hay dentro.
O al menos ése es el plan hasta que la caja Pandora estalla matando al cerrajero y al ganador, hiriendo a Holly y provocando innumerables destrozos. Lo peor es cuando se descubre que la explosión la provocó una bomba sin explotar de la segunda guerra mundial, que el padre de Holly (veterano de esa contienda) se había traído como amuleto de buena suerte: en su día podría haber estallado, matándole, pero no lo hizo.
Y pronto, otro crimen más. El tío Herbert muere tiroteado en el aparcamiento del hospital donde tienen ingresada a Holly tras la explosión (por heridas en una pierna). ¿Quién es el tío Herbert? Pues el verdadero dueño de la empresa, que lleva años ingresado en una institución psiquiátrica (de la que acaba de escapar) por haber matado a su mujer, y que estaba en el hospital de camino a ver a Holly.
Y como dije antes, lo habitual. Un detective, varios sospechosos, Holly comentando sobre la vida de todos los que encuentra, varias construcciones aparentemente lógicas sobre lo que ha sucedido y que apuntan a esta u otra persona, una gran revelación final y la justicia que se restaura.
Pero el problema es que el asesino jamás confiesa. Es más, todos –Holly la primera– saben que están metidos en una historia de detectives y en ocasiones comentan lo que debería suceder siguiendo el cliché y se aseguran de no hacerlo. Y encima, el detective se llama Aladdin Blue. Si eso no es un cartel de neón en una noche despejada sin luna diciendo que la novela no es lo que parece no sé lo que puede ser (la novela está dedicada a Aladdin Blue y David G. Hartwell. Éste último es una persona real y el editor del libro).
Y si conoces la obra de Gene Wolfe, aparecen varios de sus elementos recurrentes: la rosa, la sangre, los personajes que van contando sus ideas como una serie de progresiones lógicas (y si se desvían, nunca olvidan el punto en el que se quedaron y esa cuestión se retoma posteriormente). Los personajes de Gene Wolfe tienen sobre todo la tendencia a contar lo que saben, y cuando mienten, cosa que hacen continuamente, es sobre todo por omisión.
Y luego está Holly, de la que no puedes creer nada de lo que dice. Mantiene una cierta relación con Aladdin Blue (antiguo abogado que pasó un tiempo en la cárcel de la que salió convertido en criminólogo, que no detective) como si este fuese su mentor. Luego, está claro que no soporta a su madre, que la propia Holly tenía ciertos sentimientos hacia el cerrajero, que ha leído demasiadas novelas de misterio y que hace afirmaciones sobre los demás que podrían aplicársele a ella misma sin problemas.
Ahora que he leído esta novela por tercera vez, la situación es la siguiente: no hay ninguna razón para creer que la última “elucubración sobre cómo sucedió todo y sus motivos para que sucediese” es más real que cualquiera de las anteriores. A varios personajes se les acusa, y pocas páginas antes del final, un personaje hace una confesión deliberadamente falsa. La inducción nos llevaría a pensar que ésa es la tónica de la novela, que todas las acusaciones son mentira, que al final no se descubre la verdad, que el asesino del cerrajero (Larry Lief) y el tío Herbert sigue suelto y ha logrado salirse con la suya.
El último gran cliché de las historias de misterio sería ése: al final se descubre al asesino. Si la historia concluye, la última acusación es la verdadera. La sospecha es que Pandora de Holly Hollander subvierte incluso ese último cliché, que el hecho de que se acaben las páginas no implica que se haya llegado a la verdad. Una novela que se deleita dando tantas vueltas a los lugares comunes del género ha trastocado uno de los más sagrados: al final no hay justicia y no se restablece el orden en el mundo.
Eso, o simplemente la novela no tiene nada de especial. O mejor dicho, su giro final es ser sencillamente justo lo que es, pero hacerte creer que hay algo más, que hay un sentido oculto que no has logrado desentrañar siendo en realidad la más simple de las historias de detectives.
Cosa que, conociendo a Gene Wolfe, no me sorprendería nada. Sería diabólico, pero no sorprendente.
PS: Devuelvo la novela a su cajita. En unos años la leeré por cuarta vez. A lo mejor entonces…