No medimos lo que queremos medir. Medimos lo que podemos medir. Y cuanto más fácil resulta medirlo, más dispuestos estamos a hacerlo. Luego confundimos lo que queríamos medir con lo que podemos medir, edificando un laberinto de cifras, cambios y porcentajes. Finalmente nos perdemos alegremente en ese laberinto, creyendo que cada paso nos lleva más cerca de la salida, fingiendo que allí se encuentra lo que buscamos.
De tal suerte, los números que cribamos se acaban convirtiendo en un tamiz incapaz de retener lo que realmente valorábamos.
O mejor leen el cómic: