Miró al mismo borde del abismo y el abismo le devolvió la mirada. Ese abismo se encontraba en el mismo centro de un laberinto, junto con la efigie macabra del rey amarillo y, entre todas las cosas, un Minotauro. Es un laberinto demencial, retorcido y confuso, en parte arquitectura monstruosa, desmesurada e inhumana que recuerda a la ciudad de los inmortales, y en parte crecimiento libre de la naturaleza, caótica, imparable, paciente, que no da facilidades, que no se aparta al paso de una persona. Sus entradas y salidas no están claras, los pasillos no siempre son transitables, no hay reglas o atajos para recorrerlo. Es un laberinto levantado cerca del palacio que fue, del antiguo lugar de esplendor, que todavía contiene sus tesoros, pero que ya no relucen con su grandeza sino que más bien acongojan con su confusión abigarrada, con la promesa de desmoronarse en cualquier momento.
El centro del laberinto es también el templo a un dios antiguo, uno que reclama sangre y sacrificios. Un lugar secreto, al que es difícil llegar, para el que no hay hilo posible. Un lugar protegido por su monstruo, simultáneamente esclavo y señor,que lo recorre blandiendo un hacha. Es un lugar de muerte, un lugar que exige siempre un sacrificio, un lugar en que se debe siempre derramar la sangre. Que la víctima no fuese el ciervo es posiblemente una ironía. Que la víctima final pudiese sacarse ella misma el cuchillo no significa que allí no muriese algo, que no cayese ninguna máscara.
Una forma de ser, quizá.
Un punto de vista, es posible.
Algunas convicciones, eso seguro.
Era, en suma, un laberinto irracional. Por eso el abismo podía habitar en su interior. Era un laberinto incomprensible, levantado por la voluntad de seres con instintos, deseos y fantasías que haríamos bien en no intentar comprender. Hay que saber mantenerse en el límite mismo. Y si caes, hay que intentar volver. Seguir la luz inversa, no la que señala el sentido de la otra vida, sino la súbita luz que ilumina el túnel que está arriba, te saca del pozo y te devuelve a la superficie, que te lleva de vuelta al lugar donde habita la razón y las motivaciones comprensibles.
Pero no es la primera vez que el personaje mira directamente al abismo.
Me corrijo, no es la primera vez que el personaje cree mirar directamente al abismo. Es más, se enorgullece de ello. Se imagina un hombre conscientemente situado sobre la línea que separa un mundo de otro, en la misma zona liminar. Si se pintase a sí mismo, se dibujaría como un Jano bifronte que juega con un eterno retorno entre las manos.
Porque verán, hay otro laberinto anterior, una versión paródica e invertida del laberinto real.
Hay que conseguir información de un criminal. Para ello, el personaje se infiltra de nuevo en su organización, regresando así al borde de lo que él cree un vacío insondable (sin comprender que las estrellas son las que viven en ese vacío), tratándose en realidad de una simple operación policial. Cuando un asunto de drogas sale mal, el personaje controla perfectamente la situación, el genio criminal resulta ser un pobre diablo y se inicia una curiosa persecución por un laberinto en el que el perseguido es la parodia de un monstruo.
Como decía, este laberinto es muy diferente. En lugar de arquitectura monstruosa, hay casas suburbanas de escala humana y perfectamente comprensibles. Si uno entra por una puerta, sabe perfectamente lo que hay a cada lado y puede continuar con la huida o la persecución. En lugar de pasillos sinuosos, caminos intransitables, confusión y caos, este laberinto está formando por rectas paralelas y perpendiculares, salpicadas de generosos espacios abiertos de los que la naturaleza huyó hace mucho tiempo. Incluso la cámara sigue linealmente toda la acción, sin parar jamás, sin cortes, como si en realidad todo sucediese sobre una recta racional, como si Lönnrot persiguiese a su pelirrojo limitándose a dividir las distancias usando regla y compás.
Es un laberinto situado en un lugar donde todavía funcionan los móviles y es posible pedir ayuda. Donde las vías de comunicación son rápidas y geométricamente eficientes. Escapar de él no requiere ninguna ninguna intervención de los cielo. Basta simplemente con esperar la llegada del taxi.
Creía mirar al abismo. Se equivocaba, porque en realidad no hay abismo en ese laberinto. Es un laberinto humano, producto de motivaciones humanas perfectamente comprensibles. Incluso el detonante de la acción se puede explicar recurriendo a la avaricia o el afán de poder, emociones de la superficie, emociones comunes. Y aunque toda la escena finge confusión, es perfectamente clara. La cámara siempre se mantiene al mismo nivel. El operador no tropieza jamás. Basta con girar siempre al mismo lado.
Es un laberinto racional.
El verdadero laberinto es todo lo contrario.
Por eso allí habita el abismo.