No es tanto que pesen, que pesan ya un poco, es verdad, sino la inercia. Por ejemplo, no hay problema en invertir 4 días en reimplementar una app que se había hecho de una forma distinta, abandonando una librería que Apple ha dejado (por suerte) obsoleta. Lo difícil de ese proceso es tomar la decisión de ponerse a ello.
Es decir, con 20 años menos pensaba algo y me ponía a hacerlo. Se me hubiese ocurrido «vamos a aprender Ruby» y me hubiese lanzado de cabeza. Ahora lo pienso y voy demorando el día, aunque sé que es inevitable.
Por lo demás, no es que me note menos capaz. Por suerte, internet ha ido ganando penetración a medida que mi memoria ha ido fallando. Ahora es posible que tarde en recordar algo, pero es fácil buscarlo. De hecho, una de mis experiencias recientes más desconcertantes fue encontrarme en situación de no poder usar el móvil para conectarme. Paseaba por una ciudad extranjera, veía algo interesante y no podía hacer nada por descubrir qué era aquello.
Y a lo que iba, por suerte la experiencia vale para algo. Tener 20 años menos y saber lo que sé ahora sería ideal. Pero como la flecha del tiempo va en un único sentido (no recuerdo quién decía que la historia es una carretera anisótropa que no se puede recorrer en sentido inverso), bienvenida sea la poca experiencia que uno pueda ir acumulando.