Los placeres de la lectura

Empiezas a leer un libro titulado The Pleasures of Reading in An Age of Distraction, de Alan Jacobs, y te entra un poco de miedo (a pesar de las recomendaciones). Te esperas el habitual texto religioso sobre los grandes milagros de la lectura, sobre todo los bueno que te acaecerá en cuanto decidas leer uno a uno esas listas de libros obligatorios que rara vez son listas de libros agradables sino más bien lo que debes leer si quieres convertirte en profesional académico. Temes una larga tirada contra el mundo moderno, por esa manía que tiene de ofrecernos otras formas de pasar el tiempo, de lanzarnos distracciones que nos impide el monacal y casto ejercicio de la lectura. En suma, esperas una nueva elevación de la lectura al puesto más alto de las habilidades humanas.

Y a pesar de que hay rastros de esas tendencias (por mucho que el autor, sabiamente, intenté controlarlas), el libro es en general una apasionada defensa del simple placer que la lectura ofrece a, y esto es importante, los lectores. Denuncia incluso esos libros tan serios que te explican cómo leer y que jamás se plantean tus razones para leer; dan tan por supuesto la obligación de leer que ni se lo cuestionan (y no hablemos ya de esas listas de libros que debes leer antes de morir, como si al llegar a la otra vida el primer obstáculo fuese sufrir un examen de literatura, como si la idea de morirse no fuese en sí misma lo suficientemente traumática).

¿Cuál es el criterio entonces? Si es todo el placer del lector, si debemos evitar la tendencia a promulgar unas lecturas imprescindibles, ¿caemos entonces en el extremo de afirmar que cualquier lectura es válida? No, responde, y tiendo a estar de acuerdo: si quieres ser mejor lector, debes saber guiarte a ti mismo. Hay guías y guías.

Y en cuanto a las distracciones, siempre las ha habido y siempre las habrá. Cuando yo empecé a leer (a los 9 años, bastante tarde para lo que suele ser habitual) tenía la tele a mi alcance. Hoy hay quizá más aspectos tecnológicos y por tanto más posibilidades de distraerse, lo que puede dificultar las cosas si lo que quieres es leer. El autor recomienda dos soluciones, una de ellas simpáticamente tecnológica: El Kindle por un lado y la lectura lenta por el otro. El lector Kindle porque por su propia naturaleza te obliga a concentrarte al reducir las posibilidades de interaccionar con otras cosas (por no darte, ni siquiera te da la opción de saber físicamente lo que te queda por leer). Comprendo la idea, pero no la comparto en exceso. La otra es simplemente concentrarse en la lectura, leer deliberadamente con lentitud, sin hacer de terminar el libro una carrera. La verdad es que parece mucho mejor solución.

Me gusta este libro por la defensa que hace de leer por gusto, dejándose guiar por los cambios de personalidad e interés. No leer con un plan establecido, sino permitir que lecturas anteriores influyan en las futuras. Otra cosa que me gusta es que admite que ser lector es algo minoritario, que pretender que todos el mundo ame la lectura es absurdo y que ese fin educativo va muy descaminado. Una cosa es leer para obtener información y otra muy diferente es leer por placer. Como en casi cualquier otra afición, los lectores de ese segundo grupo son minoría. Así ha sido siempre y así seguirá siendo; y no tiene nada de malo que así sea.

Desmitificar la lectura es una tarea necesaria y este libro lo hace bastante bien con muy buen humor. No se lanza contra nadie, pero deja claro lo que considera los excesos de la pontificación de la lectura. Su principal objetivo es defender la idea del lector como alguien capaz de seguir sus propio camino entre los libros. Eso mismo.

Categoría: Silva

Pedro Jorge Romero

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