Dora Chance cuenta el día de su septuagésimo quinto cumpleaños —que comparte con su hermana gemela Nora— que casualmente es también el día del centésimo cumpleaños de su padre, el gran actor shakesperiano Melchior Hazard. Todo empieza esa mañana, cuando una serie de confluencias cósmicas trae hasta su puerta una invitación para la gran celebración del padre.
El problema es que el padre jamás las reconoció. Hijas de un encuentro breve entre la supuesta madre y el actor joven que iba de camino a la cumbre, fueron criadas por la abuela Chance (que no era biológicamente su abuela). Más tarde, fue el hermano gemelo (no idéntico) de Melchior, Peregrine, el que las reconoció, y las trató, como hijas. Por si eso fuese poco, las pobres ancianas heredaron a la primera mujer de su padre, el biológico, que ahora vive en el sótano ocupando permanentemente una silla de ruedas. Y hay más hermanos, gemelos, rondando por la narración, en una novela que va soltando personajes y revolviendo sus relaciones de una forma tan absolutamente delirante que no puede ser sino un homenaje al gran bardo. Algunos tienen nombre y apellidos. A otros se les identifica sólo por su función o por el personaje que un día interpretaron.
Dora aprovecha para contarnos, mientras las hermanas se preparan para la fiesta, sus extrañas vidas, la gran confusión de sus relaciones familiares (donde tíos, abuelos, hijos y padres no son lo que sus títulos indican), sus años como actrices de variedades, bailando y cantando por el mundo mientras su padre era el rey del teatro serio, las relaciones con los otros hijos (legítimos, pero no) de su padre, la gran oportunidad de saltar a Hollywood con una versión kitsch de El sueño de una noche de verano. Todo aderezado con apariciones y desapariciones, personajes que se esfuman y luego vuelven, muertos que resucitan cuando hacen falta y muchos —muchos— trucos de magia.
Y, sobre todo, con grandes dosis de humor. Porque el libro, que podría ser una tragedia, es en realidad una comedia, donde todo lo improbable sucede y, como en toda buena obra de Shakespeare, sucede justo en el momento adecuado, donde al final todo confluye en una gran fiesta donde todas las tramas se unen, todos los equívocos se resuelven y (casi) todas las máscaras caen. No podría ser de otra forma, porque tal y como nos recuerda la propia Dora, la muerte y la guerra son las verdaderas tragedias, por lo que los altibajos de su vida no lo son tanto y la realidad depende un poco del cristal con el que se mire. Y además ella se niega a actuar en una tragedia.
Este libro pretende que te pierdas. La abundancia de personajes es deliberada, las complicadas relaciones son precisamente su fundamento central. Unos creen ser lo que no son, otros viven en mundos de fantasía creados por ellos mismos. Todos, de una forma u otra, cargan con ilusiones y pesos del pasado, en todos ejemplifican en distinto grado el difícil equilibrio entre la realidad y la ficción, entre el teatro y el mundo. Pero el pasado, donde nos dicen que viven todos los personajes, no se presenta con nostalgia. Es más bien un territorio que Dora describe como un lugar tremendamente irónico (de un personaje dice que «tenía un gran futuro a su espalda») sin embellecerlo. Dora es fiel al lema de su abuela Chance, «Prepárate para lo peor, espera lo mejor». Y a veces, lo mejor llega justo cuando va a cerrarse el telón.
Wise Children fue la última novela de Angela Carter. Divertida, cómica, reflexión sobre la familia (la biológica y la que uno se construye a falta de la biológica), muestra a una autora asombrosamente capaz, con una deslumbrante capacidad para cargar las frases de sentidos, alusiones e ironías. Un libro brillante que es una sucesión rutilante y teatral de giros argumentales, gracia e inteligencia. Una delicia.