Lo apunta Roger Ebert en su reseña de John Carter:
I may have one or two details wrong, but you understand the point: When superior technology is at hand, it seems absurd for heroes to limit themselves to swords. When airships the size of a city block can float above a battle, why handicap yourself with cavalry charges involving lumbering alien rhinos? When it is possible to teleport yourself from Earth to Mars, why are you considered extraordinary because you can jump really high?
Pasa tantas veces. Tras idear un mundo extraordinario, lleno de detalles asombrosos, la historia se empeña en dejarlo de lado y los trata como un fondo más o menos chulo: grandes avances en inteligencia artificial sirven para construir un deportivo o fascinantes descubrimientos sobre el cerebro se emplean para montar un burdel. Es el gran problema de la ciencia ficción (aunque, siendo justos, pasa también con la fantasía): la necesidad de contar una historia a escala humana. Enfrentándose a un, por ejemplo, impresionante fondo galáctico, a las grandes magnitudes del tiempo y el espacio, a las dimensiones inabarcables de la realidad, la persona que cuenta una historia se ve casi forzada a reducir esa escala, a trivializar muchos de esos detalles para poder contar lo de siempre. Pocas personas se atreven a mirar la realidad a la cara y contar las cosas tal y como son, o al menos, a examinar los fascinantes detalles del paisaje.
Aunque, por supuesto, esas personas tienden a escribir las historias de ciencia ficción más interesantes.