Me resulta llamativo que el mayor descubrimiento de la astronomía moderna –ciencia que comprende razonablemente lo sucedido desde una fracción de segundo tras el Big Bang hasta nuestros días y que se hace una idea bastante aproximada de la evolución de las grandes estructuras del universo- sea precisamente no saber de qué está hecho gran parte del universo. No se trata de un forma cualesquiera de desconocimiento. Es decir, no es ignorancia en el sentido de qué no sé lo que hay tras la puerta de una habitación cerrada en la que jamás ha entrado nadie. Todo lo contrario, es una ignorancia cimentada sobre años de estudios y, como he dicho antes, sobre unos conocimientos bastante buenos sobre el funcionamiento del cosmos. Es el simple hecho de saber todas esas cosas lo que lleva a los astrónomos a concluir que falta algo. Algo que no saben qué es.
Debe ser un trabajo de los más divertido.
Y el algo no es poco. Más o menos un 90% del universo repartido por una parte en materia oscura –que sería mayoritariamente muy diferente a la materia que conocemos- y energía oscura, que en su día impulsó la inflación que creó el universo que conocemos y que hoy en día está acelerando su expansión. Es curioso pensar que la materia normal de la que estamos hechos no es nada normal. Todo lo contrario, es bastante poco habitual.
The Extravagant Universe cuenta parte de esa historia, entremezclándola, inevitablemente, con los demás hilos. Trata del uso de las supernovas del tipo Ia para estudiar la, se creía entonces, desaceleración del universo. La investigación, en la que estuvo muy implicado el autor, acabó llegando a la conclusión contraria: desde hace unos cinco mil millones de años el universo pasa por una fase de expansión acelerada. Un universo dominado por una energía oscura desconocida.
¿La energía oscura es la constante cosmológica introducida por Einstein? ¿Es otra cosa diferente, la famosa quintaesencia? ¿De qué está hecha la materia oscura? ¿Se trata de exóticas partículas surgidas de alguna teoría de gran unificación? ¿O todo podría ser un mecanismo más exótico resultado de la teoría de cuerdas?
El autor va salpicando de anécdotas personales –y algún roce con otros individuos y con algunos chistes que no son tan malos como es habitual en los libros de divulgación- una historia que arranca en 1917, con la teoría de la relatividad general de Einstein. Cuando Einstein formuló la teoría, preguntó a los astrónomos cómo era el universo. En aquella época, el universo era estático y eterno, limitado a la Vía Láctea (es curioso pensar en todos los conocimientos acumulados desde entonces y que hoy todavía hay gente que nació en esa época. Para que luego digan que el mundo no puede cambiar en lo que dura una vida humana). Como las ecuaciones no daban ese resultado, Einstein decidió introducir la fatídica constante cosmológica. Fatídica porque de haber confiado en sus ecuaciones, podría haber predicho la expansión del universo que se demostraría poco después. El universo de la astronomía se amplió enormemente en unos pocos años. Y Einstein se quedó entre la manos con una constante que, creía, no servía para nada.
Lo que más me ha gustado de este libro es que no ahorra errores y fallos, ni siquiera los del propio autor, ni tampoco intenta ocultar que la ciencia la hacen personas con una personalidad definida. No oculta en ningún momento las hipótesis equivocadas y los callejones sin salida. Ni tampoco minimiza en ningún momento los complejos problemas tecnológicos que es preciso superar para realizar estudios de este tipo. Incluso habla de equipos que, teniendo la idea correcta, lo intentaron antes de que la tecnología lo permitiese. Se trata, después de todo, de ver la luz emitida por objetos muy brillantes, sí, pero que se encuentran a millones de años luz de la Tierra.
Además, por si los problemas prácticos fuesen pocos, una supernova es objeto cuya naturaleza es preciso estudiar primero. ¿Cuántos tipos de supernovas hay? ¿Todas las supernovas del tipo Ia son iguales? ¿Se pueden usar como puntos de luz de referencia? ¿Qué factores modifican la luz desde el momento en que surgió de la supernova hasta su llegada a la Tierra? Son pequeños detalles que hay que ir resolviendo poco a poco, acumulando datos y creando modelos. Rara vez la ciencia es resultado de un momento de inspiración. Según este libro, es sobre todo resultado de ingenio y mucho trabajo duro. Es más, incluso cuando se llega a la conclusión final, no deja de insistir en otros científicos que proponen mecanismos alternativos que podrían explicar de otra forma esos mismos resultados. Por ejemplo, podría haber en el universo un «polvo de hadas» que alterase sustancialmente los resultados. Pero en ciencia se trata de hacer predicciones concretas que luego se puedan contrastar con la realidad.
Me ha gustado mucho este libro. La imagen que da de la ciencia es tremendamente humana –siendo también un libro muy personal-, como una empresa que siempre se está haciendo y jamás se termina. De hecho, el libro concluye con un epílogo –añadido al texto original- sobre nuevos proyectos de investigación que podrían ampliar, e incluso modificar, las conclusiones iniciales. Nunca se acaba.
Y el mejor ejemplo de la evolución continua de la ciencia es la historia contada en el libro. Empezando por una serie de preguntas sobre la naturaleza última del universo, el proceso científico llevó a responder muchas de esas preguntas pero también planteando finalmente preguntas todavía mayores. Cuando se descubra la naturaleza de la materia oscura –propuesta, por cierto, en 1933- y la energía oscura, ¿con qué preguntas nos quedaremos entre las manos?
«Cuando se descubra la naturaleza de la materia oscura –propuesta, por cierto, en 1933- y la energía oscura, ¿con qué preguntas nos quedaremos entre las manos?»
Mucho más difícil que predecir las respuestas es predecir las preguntas posteriores 🙂 Lo que estoy seguro es que no pararemos de preguntarnos…
Me gusta la reseña, dan ganas de leerlo.