Dos libros en uno. La primera parte trata de los esfuerzos de Babbage por construir una máquina de calcular. En realidad, varias, porque de un máquina más específica pasó a otra más general –el famoso Analytical Engine, que se parece más al ordenador que tenemos ahora- y cada una de ellas tuvo sucesivos diseños y refinamientos. También se trata de las aportaciones teóricas de Babbage; y de la aportación de Ada Lovelace, que parece no haber sido tan fundamental como se cree habitualmente.
La segunda parte trata del intento de construir una de las máquinas de Babbage, la más simple, para conmemorar su centenario. La idea era hacerlo como se hubiese hecho en la época, usando los mismos materiales y las precisiones posibles en su momento y responder a la pregunta: ¿podría haber funcionado? La respuesta, sí, se complica por problemas de presupuesto, tiempo y los inevitables fallos de materiales.
La primera parte, por supuesto, es mucho más interesante que la segunda. La personalidad de Babbage –dado a enfadarse con todo el mundo- da para una buena historia y su fracaso final –aunque no está claro que de funcionar la máquina hubiese sido útil- es material de leyendas. Además, los detalles sobre la época –por ejemplo, cómo se construían los materiales, tornillos y demás, cuya precisión, antes de la estandarización, dependía de la habilidad de personas concretas- son más que interesantes de por sí. La segunda no carece de sus momentos de interés –por ejemplo, los planos no están del todo completo, ya que Babbage dejó muchos detalles sin especificar, por lo que era preciso realizar toda una labor detectivesca para deducir lo faltante- pero es más normal.
La imagen final que deja es la de un hombre genial, pero que sin embargo fue una persona aislada en la historia de la computación. Hoy, en retrospectiva, podemos situarle en la línea que lleva hasta el ordenador moderno, pero en realidad pocos pioneros de la computación en el siglo XX habían oído hablar de él.