No he visto Los Soprano desde su primera temporada, así que no tengo verdadera opinión sobre el final de la serie y los avatares finales de su protagonista. Dicho lo cual, me ha encantado esta reflexión de Concepción Cascajosa sobre el sentido del final de la serie y el papel de la figura del autor:
Alguna vez hemos comentado por aquí los problemáticos finales que suelen aquejar a los dramas televisivos, que casi nunca suelen acabar cuando les corresponde. O sus vidas son cortadas en seco por tempranas cancelaciones o su trayectoria se prolonga mucho más de lo debido y los capítulos de despedida se suelen enfrentar a una fría recepción. Nada de eso ha ocurrido con Los Soprano, que tras seis prósperas temporadas (en realidad siete si consideramos artificial el parón, como veremos a continuación) dijo adiós como un auténtico fenómeno cultural al que dedicaron rincones en sus portadas la mayor parte de los periódicos norteamericanos. Las expectativas eran tan estratosféricas que la decepción era inevitable. Probablemente David Chase fue el primer consciente de ello y decidió dedicar estos capítulos a realizar el retrato de la decepción vital de sus personajes. Chase nunca fue un creador televisivo convencional. Un oscuro guionista hasta bien entrada la mediana edad, Los Soprano supuso su salto a la fama y la oportunidad de oro de lanzar una diatriba contra el modo del vida norteamericano, el capitalismo, la Iglesia y cualquier otra institución que se cruzara en su camino, incluyendo la propia televisión. Tras un quinto año redondo, Chase ya no tenía nada que perder ni que ganar con la serie, por lo que sólo le quedaba aprovechar esos capítulos de despedida para realizar un insólito ajuste de cuentas con su propia creación.