The philosopher at the end of the universe, como bien indica su subtítulo, es un libro de divulgación filosófica que emplea películas de ciencia ficción para explicar los problemas. Más mala es la película, mejor (aunque no todas las películas que aparecen en el libro son malas). Mark Rowlands ha escrito otros libros con otro tono -uno sobre el externalismo, por ejemplo- pero éste es un libro presidido por el sentido del humor. Los argumentos son rigurosos, las explicaciones claras y los problemas son filosóficamente importantes, pero tampoco escasean los chistes. Es más, en ocasiones incluso da la impresión de contener demasiados.
Sin embargo, parece ir totalmente en serio al defender las películas malas:
But that’s just bullshit. And it’s time it stopped. The truth is the many of the so-called bad, or lowbrow movies, embody complex philosophical themes, ones that leave allegedly sophisticated art house movies for dead.
Y la verdad, es fácil estar de acuerdo. Minority Report y Total Recall tratan de temas espinosos y complejos (el libre albedrío la primera y la identidad personal la segunda). En otras ocasiones, como Hollow Man, la película parece más bien una excusa conveniente en la que colgar la explicación. Las otras películas son: Frankenstein (filosofía y el sentido de la vida), The Matrix (la certidumbre), Terminator I y II (el problema mente-cuerpo), The Sixth Day (la identidad personal), Independence Day y Aliens (a quién debemos tratar moralmente), Star Wars (el bien y el mal) y Blade Runner (la muerte y el sentido de la vida). Como ven se ajustan más o menos bien a los temas.
Debo decir que el libro me ha encantado. Algunos de los argumentos ya los conocía, otros me resultaron novedosos. En cualquier caso, presentados así ganan bastante y se vuelven muy amenos. Quizá no tengan el rigor de un tratado filosófico, pero queda lo suficiente para que sean comprensibles y se manifieste su difícil resolución. Además, es cierto que mucha ciencia ficción se sostiene sobre ideas y sobre experimentos mentales (que se lo digan a Greg Egan, que ha cimentado casi toda su carrera es convertir en cuentos diversos experimentos mentales filosóficos). La técnica de usar películas le sirve muy bien en el caso del problema de la identidad personal: empieza usando una película para ir refinando el problema y cuando parece que ha dado con una solución, introduce la otra para demostrar que no hemos llegado a ninguna parte.
Porque en realidad, se trata de explicar los problemas, no de solucionarlos. Todos los textos terminan con las interrogantes iniciales, y en algún caso -por ejemplo, la búsqueda de las razones para comportarse moralmente- parece incluso admitir que posiblemente no exista ninguna respuesta racional a la pregunta de por qué debemos comportamos moralmente (lo que no quiere decir, claro, no haya una respuesta a la pregunta de por qué nos comportamos moralmente). En resumen: es mucho más importantes el viaje en sí que el destino.
Una curiosidad. Compré este libro por su combinación de filosofía y ciencia ficción, como parte de un proyecto. A los dos tercios decidí que no me servía para el proyecto, así que lo dejé. Este año, lo retomé y lo terminé de leer. A continuación, volví atrás y fue releyendo los capítulos anteriores en orden inverso. La lectura postergada tiene estas cosas curiosas.
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