En las facultades de humanidades -sobre todo en las anglosajonas- se han instalado una serie de ideas que… bien, digamos que sólo pueden sostenerse seriamente desde la torre de marfil de la academia, porque se estrellarían si se enfrentasen al mundo real. Son ideas que de alguna forma u otra niegan la realidad, la posibilidad de conocer el mundo o una mínima aproximación a la objetividad. Son las tonterías de moda, como reza el título del libro.
The Dictionary of Fashionable Nonsense -subtitulado A guide for edgy people- está compuesto por una serie de entradas que satirizan esas corrientes. En ocasiones, llevan las ideas hasta el absurdo, para demostrar que no se sostienen sobre nada, o emplean algún juego de palabras para dejarlas en evidencia. Por ejemplo, la definición de ciencia tiene cuatro acepciones. La primera dice: «Una disciplina inconveniente que tiende a minar nuestras más queridas creencias». La tercera dice: «Una religión civil».
Un par de ejemplos más:
Rape
What scientist do to Nature, Mother Earth, Gaia, Oil-seeds. See BACON, NEWTON.Quixotic, Don
A hero, he fought a giant suspected of biological determinism.Lacan, Jacques
Psychoanalyst with an imaginary penis. Or an imaginary psychoanalyst with a real penis. One of those.
Ya ven, una especie de Diccionario del diablo contra el postmodernismo, el relativismo y demás. Muy divertido, sí, aunque con dos problemas potenciales.
El primero es evidente: para poder reírte tienes que saber de qué están hablando. Si no sabes quién es Lacan, o no has leído Imposturas intelectuales, el comentario no tiene la más mínima gracia. Otro ejemplo es la entrada dedicaba a lña sociobiología, en medio de la cual se dice: «Therefore, the best policy is simply to throw water at anybody who suggest that evolution has anything to do with social behaviour». Si uno no conoce el incidente y quiénes estaban implicados, no entenderá a qué viene el comentario.
El segundo problema es algo profundo. El humor es un arma poderosa, pero a veces algo roma. En un libro como éste, se corre el peligro de despreciar lo bueno que pudiesen tener esas ideas al combatir sus excesos más absurdos e influyentes. La propia naturaleza del libro impide los grises. Por suerte, los autores han escrito otros libros donde matizan bastante más lo que quieren decir.
Es decir, un libro que hay que leer por su espíritu combativo, no por su capacidad de articular argumentos.
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