Estaba yo viendo La joven de la perla y me entraron más ganas de saber sobre ese señor, Vermeer. Lo bueno de ser compradores compulsivos de libros es que en casa hay de todo, por lo que a la una y media de la mañana pude abalanzarme sobre este libro que no sé por qué había comprado (en realidad, sí lo sé, leo a Manuel Rivas).
El libro comienza con un breve bosquejo biográfico. Breve, porque no es el fin del libro, y también porque del Vermeer histórico se sabe muy poco. De qué vivía, cuántos hijos tuvo y poco más. Tenía una hostería, comerciaba con objetos artístico y cuando le sobraba tiempo pintaba un par de cuadros al año.
Luego se lanza a examinar los cuadros, uno a uno. Tarea fácil, porque son una treintena o así. Los va agrupando -«añoranzas secretas», «dar ejemplo», «turbantes, perlas de Oriente, motivos, chinescos»,…- y dentro de cada grupo establece pautas generales y conexiones con otras obras.
Lo más llamativo de Vermeer, evidente en cuanto miras uno de sus cuadros, es esa luz maravillosa de la que era capaz. También el uso de los colores, y esa ambientación general que conseguía crear. Además, muchos de sus cuadros parecen instantáneas, momentos de la vida donde los protagonistas no posaban, sino que ejecutaban una acción cotidiana. El pintor, sin embargo, había conseguido plasmarlos en medio de la acción. Al examinarlos de cerca, esa inmediatez se vuelve tremendamente sugestiva.
Pero lo que yo no sabía es que esos cuadros se podían leer con tanto detalle. Lo que primeramente parece una escena cotidiana, incluso vulgar en su sencillez, resulta ser un complejo texto donde el pintor está realizando declaraciones morales -por ejemplo, pintando de fondo un cuadro que alude a un problema ético- o políticas -situando un mapa de fondo que alude a una situación particular del país. Incluso muchos elementos -la leche, el pan, la perla, el agua, el vino, la música, las notas, la posición de puertas y ventanas, el movimiento de las cortinas- tienen lecturas precisas que permiten reconstruir toda una narrativa y toda una encrucijada moral o política.
Al final, ese tipo de lecturas se vuelven tan fascinantes, que deseé que Vermeer hubiese pintado algunos cuadros más para poder seguir leyéndolos.
Y sí, ahora disfruto mucho más del recuerdo de La joven de la perla. Ahora sé cuál es el chiste con la silla, qué significa la perla, qué partes son inventadas y qué partes son reales. Y sobre todo, lo que va significando la sucesión de cuadros.
Ahora me has dejado a mi con la mosca detras de la oreja. Se que la silla es siempre la misma, o muy parecida, pero, ¿cual es al chiiste de la silla?
En la película, mueven una silla de sitio. Es una silla que sale en muchos de sus cuadros y precisamente en ese que está pintando -y que originalmente en la película tenía esa silla que luego borra cuando se la mueven- la silla no está. Aparte de demostrar la comunicación casi telepática entre los dos protagonistas, me pareció un buen chiste.
Vermeer es único, es uno de los pocos pintores que parece tener el secreto de cuál es el color la luz además de poseer ese color. Sorolla quizás sea el otro.