Habiendo terminado la fiesta mediática del viaje de Pedro Duque a la estación espacial internacional, regresado el héroe a la tierra, José Manuel Sánchez Ron, «Ciencia y política», nos invita hoy en El País a reflexionar sobre esta aventura espacial.
Y la reflexión, aunque expresada con suavidad, no puede ser sino crítica. Ha sido más bien un espectáculo en el que se combinaba más la ciencia que la política, con resultados más bien discutibles. El fenómeno no es nuevo, y ya nos señala los casos de la NASA, de la que se sospecha que ha exagerado sistemáticamente la importancia práctica y científica de sus misiones:
No conozco de estudios rigurosos que hayan evaluado posteriormente en qué medida tales promesas se cumplieron, teniendo en cuenta, por supuesto, como un elemento a considerar el coste por resultado, porque, naturalmente, de programas de la magnitud de los de la NASA u otros organismos aeroespaciales siempre se obtiene algún rédito para la sociedad y para el avance del conocimiento.
En el caso de la misión que nos ocupa, el grueso se concentra en un único párrafo, que a pesar de su longitud cito completo:
Sobre el precio (13 millones de euros), hay que decir que es bastante elevado si lo comparamos con lo que reciben muchos grupos de investigadores de primera línea de nuestro país: con lo que España ha desembolsado se podría dotar generosamente un buen laboratorio, de esos que tanto y con tanta frecuencia reclaman nuestros científicos. En cuanto al argumento de que el gasto merece la pena ya que así nuestro país se suma a un proyecto internacional de enorme interés, aumentando de esta forma tanto su prestigio como su potencia científico, se puede señalar bastantes cosas. La primera, que el atractivo científico y tecnológico de la Estación Espacial Internacional no es tan grande como algunos defienden. Su origen está claro: una iniciativa de cooperación entre Estados Unidos y Rusia, en la que los intereses políticos fueron determinantes; intereses como el deseo norteamericano de favorecer, tras la desaparición de la Unión Soviética, al complejo político-militar-industrial ruso, que desde el abandono y destrucción de la estación Mir carecía de objetivos (y de recursos) claros. Se trataba y trata, en definitiva, de convertir al viejo enemigo en amigo y colaborar en que mantenga algo de su autoestima. De manera sistemática, la NASA ha destacado la importancia de los experimentos en condiciones de microgravedad que se llevarán a cabo en la ISS (experimentos a los que Pedro Duque se ha sumado), pero muchos científicos distan de compartir tal juicio. Catorce años de casi continua ocupación de la estación Mir ofrecieron muy poco a la ciencia, mientras que el robotizado telescopio espacial Hubble ha aportado y continúa aportando un inmenso y valiosísimo caudal de resultados. «Años de investigación en el transbordador espacial y en la Mir», manifestaba hace unos años ante el Comité de Ciencia y Subcomité del Espacio y la Aeronáutica del Congreso estadounidense el físico Robert Park, miembro destacado de la American Physical Society, «no han producido en absoluto evidencia de que un medio de microgravedad ofrezca alguna ventaja para procesar o manufacturar. De hecho, existen fundadas razones científicas, para dudar de que la ofrezca», tras lo cual añadía: «Existen unos pocos experimentos básicos en áreas tales como la turbulencia y las transiciones de fase en fluidos que pueden beneficiarse de un medio de microgravedad, pero no son experimentos de alta prioridad y podrían llevarse a cabo de cualquier modo en plataformas no tripuladas o en el transbordador espacial».
En cuanto al argumento del prestigio científico, sentencia: «El prestigio en ciencia y en política se gana en otros foros». Y poco después:
Los tiempos en que la exploración del espacio constituía una poderosa arma de propaganda política están muy disminuidos, si no es que han pasado, a la espera de un futuro hoy por hoy lejano.
Curiosamente, hace poco la BBC se hacía eco del poco interés que había despertado en Hong Kong la visita del primer astronauta chino.
Por lo demás, para que no lo acusen de criticar sin ofrecer nada a cambio, presenta el proyecto ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor) que mezcla también ciencia y política, y que podría instalarse en Vandellòs, pero con la posibilidad de ofrecer prestigio y resultados. De las implicaciones adicionales de ese proyecto promete hablar en otro momento.