La ley de Godwin es una de esas curiosas leyendas de Usenet que dice: «As a Usenet discussion grows longer, the probability of a comparison involving Nazis or Hitler approaches one». Situación, después de todo, en la que todos nos hemos encontrado: una discusión se va alargando indefinidamente y los argumentos van dejando paso a los insultos y de pronto alguien llama nazi a otro. La tradición dicta, que no la ley, que a partir de ese punto es preciso abandonar la discusión y que la persona que ha invocado a los nazis ha perdido la discusión. Pero la ley tiene otra simple aplicación: en cuanto se empieza a comparar a los otros con los nazis la discusión ha perdido todo sentido práctico y nada útil o interesante puede extrarse de ella.
Lo encantador es que la ley de Godwin puede considerarse un curiosísimo ejemplo de optimismo por inversión. A ver si me explico: describe un fenómeno lamentable de la naturaleza humana, pero lo hace asumiendo que iniciaremos el proceso comportándonos como seres humanos civilizados, discutiendo como personas razonables e intentando ofrecer argumentos para nuestras posiciones. Inevitablemente acabaremos en el insulto usando la palabra fetiche para la ocasión -terrorista, comunista, radical, nazi o la que sea- ésa cuya sóla invocación basta para detener al contrario y cuyas implicaciones no es preciso examinar, pero al menos habremos empezado bien.
Hoy en día, sin embargo, ya ni se espera a agotar los argumentos para iniciar la ráfaga de insultos. Los políticos, esos espejos deformados y caricaturescos de la sociedad pero que tan bien la reflejan, van directamente a exabrupto y a llamarse nazi a la mínima de cambio. En ese punto siento ganas de invocar el corolario a la ley de Godwin y pedir que paren el mundo, que me apeo. Lástima que no se pueda.
[Estoy escuchando: «Why Don’t I» de Sonny Rollins en el disco Sonny Rollins, Vol. 2]
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