Acabo de recibir The Pragmatic Programmer, que asegura ser capaz de convertirme en mejor programador.
(También he recibido varios libros sobre Buffy cazavampiros: «Buffy the Vampire Slayer» and Philosophy: Fear and Trembling in Sunnydale y Fighting the Forces: What’s at Stake in «Buffy the Vampire Slayer»?. A este paso, acabaré teniendo más libros sobre Buffy que libros de programación. De producirse, no sé si tal fenómeno me convertiría en mejor programador o en peor fan de la serie).
The Pragmatic Programmer está organizado alrededor de una serie de consejos, 70 en total, que, en principio, te permitirían mejorar el código que produces diariamente (o nocturnamente, cada uno programa cuando quiere). Que los consejos deben ser razonables ya me lo imagino, porque quien más o quien menos cualquier programador aplica algunos de ellos en su trabajo. Pero los hay ciertamente curiosos. Por ejemplo, el último es «Firma tu trabajo» (el libro viene con una cómoda cartulina final donde están todos en orden junto con una serie de cosas que debería comprobar periódicamente: «¿Estoy resolviendo el problema adecuado?») y aclaran «Los artesanos de antaño se sentían orgullosos de firmar sus trabajos. Tú también deberías sentir lo mismo».
Aunque confieso que me ha encantado el número 4: «No vivas con las ventanas rotas». «Corrige los errores de diseño, las decisiones equivocadas y el código de mala calidad en cuanto los veas». ¿Por qué? Es decir, aparte de tratarse de cosas malas, ¿por qué hacerlo de inmediato? Bien, todo se fundamenta en una curiosa concepción de la entropía urbana. ¿Por qué hay vecindarios donde todo parece estar en deterioro y luego justo al lado hay otro donde todo parece estar en su sitio y ordenado? Pues bien, nos explica los autores, todo es culpa de las ventanas rotas. Si dejas una ventana rota sin reparar ya instalas en la mente de los miembros de la comunidad la idea de que no te importan demasiado tus condiciones de vida, y entonces, ¿por qué debería importarles a ellos? Poco después, el edificio está lleno de ventanas rotas tapadas con cartón, grafitis cubriendo las paredes, coches quemados, etc…
Por tanto, no permitas que eso le suceda a tu código. No instales en la mente de tus compañeros, y, más importante, en la tuya propia, la idea de que no te importa tu código. Mantenlo en buenas condiciones para que los demás vecinos también cuiden de él.
Y con esto, niños y niñas, termina la parábola zen de hoy.