La editorial Gigamesh acaba de reeditar Lágrimas de luz, la que fue primera novela publicada ?allá en 1984- de Rafael Marín (la edición viene además acompañada de los cuentos «A tumba abierta» y «Ébano y acero», situados en el mismo universo). La contraportada define la novela como «un cantar de gesta arropado con la imaginería del space opera» y, a pesar de tratarse de un volumen con una portada bastante anodina, es una acertadísima descripción de su contenido.
Hace unos años, en 1991, escribí un artículo sobre 10 libros de ciencia ficción que me llevaría a una isla desierta (para los interesados, los libros eran: Frankenstein de Mary Whollstonecraft Shelley, Cántico por Leibowitz de Walter M. Miller, Cronopaisaje de Gregory Benford, Sivainvi de Philip K. Dick, La guerra de las salamandras de Karel Capek, El hombre hembra de Joanna Russ, Flores para Algernon de Daniel Keyes, Tiempo para amar de Robert Heinlein, Lágrimas de luz de Rafael Marín Trechera y El libro de los cráneos de Robert Silverberg ?curiosamente, hoy me sentiría feliz con esos mismos libros). He recortado el trozo dedicado a Lágrimas de luz, lo he reducido un poquito, y aquí está:
Lágrimas de luz reúne en si misma varias características que la hacen interesante. Por un lado es una buena novela y como tal merece ser leída y comentada. Por otro, es en mi opinión la mejor novela de la ciencia ficción española, cuya calidad literaria nunca ha sido superada por una obra publicada.
Rafael Marín Trechera escribió Lágrimas de luz en la época gloriosa de la ciencia ficción nacional, al principio de los ochenta, en los tiempo de Nueva dimensión, cuando parecía que la ciencia ficción española empezaba a levantar cabeza. La novela esta impregnada de ese optimismo con respecto al género; está escrita con verdadero interés y amor al género y a las posibilidades que posee. Es además una sincera historia de la maduración, no sólo de su protagonista sino también de su autor.
La novela se abre en una innominada ciudad de la Tierra donde unos jóvenes, que no pueden ocupar otros cargos en la conquista del espacio, sueñan con convertirse en poetas para así salir de la Tierra y escribir gestas épicas que guarden el recuerdo de esta segunda edad media. Uno de ellos, Hamlet Evans, lo consigue y así comienza su peregrinar por el espacio y las entrañas de la Corporación, que domina todo el universo conocido y es a su vez gobernada por una supercomputadora viviente. Finalmente Hamlet Evans abandona la corporación y se convierte en un proscrito, luchando contra ella con las armas del teatro y el circo.
Quizá así resumida al lector le pueda parecer una novela tonta, acháquese esa impresión a mi incapacidad para resumir en una líneas la sugerente riqueza de Lágrimas de luz. Yo destacaría en primer lugar, y repitiéndome, la impresionante calidad literaria de esta novela. Rafael Marín es conocedor de la literatura como tradición y está atento al placer y al significado de las palabras. No escribe por escribir, no escribe en un rapto de intuición, esa habilidad le está vedada. Cada una de las palabras que usa está cuidadosamente elegida, con la paciencia y el juicio de quien sabe que se juega la perfección de su obra con cada decisión.
Claro está, en la novela hay algo más que buena escritura. Tenemos el sugerente fondo sobre el cual se desarrolla, una recreación de la edad media y de la vida de un poeta de la época. Por supuesto, el escenario en sí es muy difícil de justificar, pero el autor consigue hacer creíble esta edad media con naves espaciales. Pero el fondo es lo de menos, aquí lo importante es el carácter de este Hamlet, dubitativo, indeciso como su alter ego shakespeariano. Hamlet Evans es uno de los pocos personajes realmente vivos de la ciencia ficción. A lo largo de la novela le vemos crecer, desarrollarse, madurar. Invito al lector a leer el último capítulo de la obra y el primero y apreciará como el personaje ha envejecido y ha cambiado con los años.
Hamlet Evans es la expresión del muchacho que salía de su adolescencia que era Rafael. Un personaje que ve truncado sus 20 años para entrar en Monasterio y convertirse en poeta, un joven que debe contemplar la destrucción y la muerte, y que finalmente debe sobreponerse a sus dudas y decidirse a actuar. Hay mucho sobre el proceso de convertirse en adulto, sobre los rigores de abandonar la adolescencia y tomar las propias decisiones. Lo sé bien, porque leí por primera vez Lágrimas de luz al comienzo de mi propia adolescencia y pude comparar mi propio desarrollo con el de Hamlet Evans. Pocas veces en la ciencia ficción ha quedado este proceso mejor plasmado.
Me olvido conscientemente de muchas cosas. En Lágrimas de luz hay también reflexiones sobre el poder, la libertad, la tiranía, el amor, la literatura. Pero como todas las buenas obras, Lágrimas de luz no puede ser reducida a menos palabras que las que contiene. Y no voy a pretender haberlo hecho en esta nota. Sólo espero que el lector se sienta los suficientemente atraído como para leer la obra y juzgar por sí mismo.
Recientemente, en el libro La ciencia ficción española editado por Ediciones Robel, aparece también un breve texto mío titulado «Voces propias de la ciencia ficción española: notas sobre algunos autores y obras entre los ochenta y el 2002» en el que parto precisamente de Rafael Marín y su Lágrimas de luz:
Es muy poco probable que Rafael Marín llegase a pensar que con él se iniciaba la edad moderna de la ciencia ficción española. Su Lágrimas de luz es una de las pocas novelas de ciencia ficción española que se sigue editando casi veinte años después de su publicación original. No es mala señal, en un género patrio acostumbrando a obras que se publican, apenas se leen y pasan luego al limbo perpetuo de los saldos o las librerías de segunda mano.
Lágrimas de luz es radicalmente moderna al combinar esa magnífica característica de la ciencia ficción española, el pesimismo absoluto que lleva a pensar en la inevitabilidad del desastre futuro (en el caso de esta novela, un régimen dictatorial inamovible), con la mejor factura de la ciencia ficción internacional. Hasta ese momento, mucha de la ciencia ficción española se leía como si hubiesen sido escrita bajo una poética del género que jamás hubiese abandonado los años cuarenta. Pero con Lágrimas de luz, Rafael Marín era lo suficientemente joven para conocer y aceptar otro tipo de ciencia ficción y tenía además el talento suficiente para lograr la síntesis.
Hamlet Evans es el curioso protagonista de la historia, un bardo bajo contrato de una corporación/imperio del futuro que arrasa con total impunidad todos aquellos mundos en los que pone los ojos, en una muestra de capitalismo salvaje que, supongo, prefiguraba la actual preocupación por la globalización. La profesión del protagonista nos remite a la novela picaresca y el ambiente medievalizado de alta tecnología del futuro descrito retoma con cariño uno de los lugares comunes del género recreándolo con la suficiente distancia irónica y la dosis justa de inteligencia para hacerlo nuevo y actualizarlo.
Incluso hoy, casi veinte años después de su publicación original en lo que iba a ser el relanzamiento de los libros Nueva Dimensión y fue realmente su canto del cisne, la novela se lee con la misma satisfacción de la primera vez. E incluso más, porque el tiempo nos ha permitido apreciar todas sus grandes cualidades. En suma, se puede considerar una de las grandes obras maestras de la ciencia ficción española.