En El jardín imperfecto, Todorov se propone escribir una crónica del nacimiento del humanismo. Pero se encuentra con un problema: algunos de esos autores no tenían intención de establecer ninguna doctrina nueva. Simplemente hablaban de cosas que les interesaban, de problemas de su época que hoy ya no lo son, o reflexionaban sobre aspectos ajenos a la doctrina pero que sin embargo, como si de una imagen negativa se tratase, sirven para perfilarla. En suma, la investigación que Todorov se plantea se encuadra directamente en nuestro presente y para algunos de esos autores sería totalmente alienígena. En particular dice:
¿Constituye un anacronismo hacer participar a los textos del pasado en un debate presente? Tal vez, pero se trataría entonces de una «paradoja del crítico», o quizá de todo historiador, que se encontraría en el mismo punto de partida de su actividad, ya que ese crítico, ese historiador, se dirige siempre a sus contemporáneos y no a los de su autor. El estrabismo constitutivo del comentario lo condena a zigzaguear continuamente de un diálogo a otro: el que mantiene con su autor y el que lleva a cabo con su lector; el equilibrio al que aspira no es más que una apuesta. Por añadidura, los pensadores del pasado también tenían en su punto de mira tanto a su contemporáneo, con los que compartían un mismo contexto histórico, como a los lectores por venir, representantes de la humanidad entera; se dirigían a la vez al presente y a la eternidad. Asumiendo el riesgo de disgustar tanto a los historiadores puros como a los ideólogos puros, persisto en creer que el pasado puede ayudarnos a pensar el presente.
Párrafo que me lleva a pensar de inmediato en el problema de los autores y los lectores. Es decir, el autor escribe para sus contemporáneos, porque en realidad no puede evitarlo. Siendo animal de su tiempo, éste inevitablemente le atrapa por mucho que intente vivir en otro momento histórico. Nacemos cuando nacemos y no podemos evitarlo.
Pero por otra parte, el autor escribe ciertamente, como dice Todorov, para el futuro. Pero no un futuro cualquiera, sino en realidad para un lector ideal que le comprenda por completo. Puede que ese autor no exista nunca, o caso de existir, jamás llegue a leer la obra. Eso no importa, lo importante es que está presente en la obra y ésta lo configura con total definición. En ese sentido, todos nosotros, lectores reales, somos lectores parciales porque jamás llegaremos a comprender por completo ninguna obra.
Y a la situación se le puede dar la vuelta. Desde el punto de vista del lector se da la misma situación. Hay un autor real que escribió la obra. Pero también hay un autor implícito que se manifiesta en lo escrito, autor que representa la obra en sí y que no coincide con el autor real que la escribió. Lejos en el tiempo, ya no podemos leer a Homero o Shakespeare como lo leían sus contemporáneos y ni siquiera conocemos a esos personajes como podían conocerlos sus amigos o enemigos. Para nosotros son ahora fantasmas que habitan en libros, que se convierten así en máquinas generadoras de una inteligencia y una personalidad que no se corresponde con los originales.
Y ahora voy al Umberto Eco de Arte y belleza en la estética medieval. El problema, de nuevo, vuelve a ser contemporáneo, porque es dudoso que los medievales se planteasen esas cosas, y menos aún sin referirse a Dios. En particular, se vuelve a encontrar con el problema de Todorov: ¿cómo indagar en la visión de lo bello que tenía, por ejemplo, Santo Tomás, si éste en realidad explícitamente no hablaba del asunto porque realmente lo que le interesaba era otra cosa? La solución, es la misma:
En el fondo, nosotros podemos pensar en los sistemas escolásticos (y el tomista es sin duda el modelo más completo y maduro) como en unos grandes cerebros electrónicos ante litteram: una vez puestas a punto todas las conexiones, toda pregunta que se le introduzca debe recibir una respuesta definitiva. Naturalmente la respuesta será definitiva y satisfactoria sólo en el ámbito de una lógica determinada y de un modo de entender las conexiones de lo real: una summa es un cerebro electrónico que piensa como un medieval. Sin embargo, piensa y contesta también allá donde su autor no había tenido inmediatamente presentes todas las implicaciones de un determinado concepto.
De nuevo, la obra cobra primacía sobre el individuo (quien ya no está presente para contestar a ninguna pregunta) hasta independizarse completamente de él. A la obra de Santo Tomás se le puede interrogar sobre cosas en las que Santo Tomás no había pensado. Eso sólo es posible porque construimos una imagen del autor que en realidad no se corresponde con el real. Es más, se trata de una imagen que cambia con el tiempo, y sin duda cada época y cada individuo ha tenido su visión del «sistema experto tomista». Sistema capaz de responder a preguntas no explícitamente delimitadas en sus reglas.
Debe ser natural para un ser humano poder reconstruir en su cabeza al autor implícito de un texto. Será la base última de lo literario y la comunicación. Allí dónde carecemos de contexto humano, lo recreamos. Razón por la que no nos resulta difícil asignar rasgos humanos a cualquier cosa, sea libro o gato, que nos parezca responder con cierta intencionalidad.
En el caso del sistema tomista o los textos humanista, se requiere, sin duda, una cuidadosa labor de exégesis. No sólo para leerlos y recrear al autor implícito en ellos, sino también para construir las preguntas en una forma que esos sistemas puedan entender. No es muy diferente del proceso informático, cuando los ordenadores se programaban metiendo clavijas en agujeritos, o las respuestas aparecían en forma de cuadraditos en tarjetas perforadas. Al menos, en esos casos, el proceso de traducción era evidente, al contrario que ahora que nos queda oculto y los ordenadores parecen responder por voluntad propia.
Y para terminar, déjenme traer la cuestión a casa. ¿Forma una bitácora también un sistema capaz de responder a preguntas que su autor no había discutido explícitamente? ¿Añadir entradas significa hacer cada vez más complejo el modelo de forma que se ajuste cada vez a un autor ideal que difiere completamente de su autor real? ¿Se aleja cada vez más esta bitácora de mi yo real para conformar un personaje completamente ajeno a mí? De ser así, ¿sería malo?
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