Nunca pensé que llegaría a decir tal cosa de una película de Woody Allen, pero Un final made in Hollywood es demasiado larga. El problema está en el chiste. Colocado en medio, después de un largo proceso de preparación en el que vemos cómo se pone en marcha la película, no es más que eso, un chiste: el director va y se queda ciego, psicosomáticamente, el día de comienzo del rodaje, y no puede contárselo a nadie, porque le despedirían y su carrera, ya bastante maltrecha, acabaría para siempre. Vaya putada.
Y nada más.
Es un problema dirigir una película ciego (aunque, como comenta un personaje, viendo las últimas producciones de Hollywood…) pero casi todas las situaciones son repeticiones unas de las otras. A uno se le ocurren varios problemas en la vida laboral para fingir ver cuando no se ve, pero en la película sólo aparecen los más obvios. Es decir, la situación central ?director dirige película a ciegas, ja, ja, ja- se estira cual proverbial chicle hasta ocupar una cantidad de tiempo que no se corresponde con la calidad del chiste.
Da la impresión de que Woody Allen ha encontrado la fórmula para hacer películas de Woody Allen. Por ejemplo, meter muchos personajes, para que no se note que ninguno de ellos está mínimamente desarrollado. Lanzar muchas frases ingeniosas, para disimular que el guión no está trabajado. Reírse de sí mismo y remozar clichés como si fuesen nuevos.
Por ejemplo, el personaje interpretado por Tiffani-Amber Thiessen sobra totalmente. Sale tan poco, y su papel es tan limitado, que uno sospecha que apareció en la película sólo para poder decir que había trabajado con Woody Allen. El personaje del traductor chino, que conoce el secreto del protagonista y hace de sus ojos sin tener ni la más mínima idea de cine, está francamente desaprovechado y hubiese dado mucho más juego. George Hamilton hace de ejecutivo de Hollywood del que nadie sabe a qué se dedica y se limita a pasear el moreno por el plató.
Hay sin embargo momentos brillantes. La conversación del director con su ex-mujer en un bar es magnífica: intentando hablar de negocios y acusándola simultáneamente de adulterio. La escena con el hijo, personaje que demuestra ser mucho más maduro, atento y cariñoso que su padre, músico punk que se dedica a comerse ratas en el escenario, es también uno de los grandes momentos. Y el final, que no encaja ni con cola en la película es precisamente perfecto por eso: un falso final feliz encajado a la Hollywood en una película que no podría tener un final feliz de ninguna forma.
No es que Un final made in Hollywood sea una mala película. Es mejor que las últimas que ha ofrecido, y ciertamente te ríes en muchas ocasiones. Pero confieso que añoro al Woody Allen que parecía poner más corazón en su cine.
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