En Galicia llueve con determinación y ganas, con un empeño digno de un escalador del Everest o de un ganador del Tour de Francia. No llueve como puede llover en otras partes. En Galicia llueve de tal forma, que de pronto sientes el deseo de reunir parejas de animales. Llueve tanto, que lo sorprendente es que de vez en cuando no llueva. Aunque incluso entonces la sombra de la lluvia no está lejos.
He de confesar que antes pensaba que la lluvia era otra cosa. Creía, tonto de mí, que cuando caía agua del cielo es que llovía. Además, como nativo de Lanzarote, la lluvia fue siempre algo con un principio definido y una final cercano. Llovía, sí, pero se sabía cuándo comenzaba a llover, y era evidente cuándo había dejado de llover.
Ahora he descubierto que eso no era llover. Que llover es algo que sólo saben practicar bien en el norte. Es más, he descubierto que para llover no es siquiera necesario que caiga agua del cielo. Es decir, la abundancia de agua es conveniente para tener lluvia, pero la lluvia en Galicia es ante todo un estado mental, una alteración de la realidad tan profunda que incluso si no lloviese seguiría, de alguna forma, lloviendo.
Pues mira, yo creo lo contrario. Mi teoría es que los gallegos no saben que en Galicia llueve. Por ejemplo, los soportarles, ese gran invento, no son obligatorios…