Ayer estuve enfermo. No se preocupen, no iba a morirme. Simplemente me dolían tanto las tripas que pensaba que una manada de ñus salvajes me atravesaba el intestino grueso después de haberse dado un garbeo por el delgado. Una comida razonablemente ligera y unas infusiones milagrosas me salvaron del dolor. De eso, hoy estoy recuperado. Por desgracia, debe haber quedado algún tipo de secuela, porque se me ha parado el cerebro. Parado, tal cual, no arranca; como un funcionario un día de verano.
Es profundamente desagradable.
Ya sé que muchos dirían que siempre he tenido el cerebro parado, a lo que no diría que no. Pero esto es diferente. Es como nadar en gelatina, como correr cuesta arriba, como… ¿lo ven?, ya no se me ocurren más metáforas. No puedo leer, no puedo ver la tele, no puedo siquiera navegar por Internet porque no entiendo la mitad de lo que encuentro. Me siento como el Sansón de Milton… bueno, sólo que yo no estoy ciego, ni en Gaza, ni en el molino, ni me acompañan esclavos, pero ya me entienden.