Intentando reducir los estragos de la más que previsible depresión post-vacacional vine en el avión leyendo a Cioran, Ese maldito yo, cuya obra me parece el único antídoto seguro contra la depresión. La visión de la vida de Cioran eleva con total garantía el espíritu, devuelve la alegría de vivir y te hace pasar un momento de solaz. O al menos, a mí la lectura de su obra me desahoga.
Entresaco alguno de sus aforismos.
Innegable ventaja de los agonizantes: poder proferir trivialidades sin comprometerse.
Las hazañas sólo son posibles en las épocas en que la auto-ironía no ha hecho aún estragos.
El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida.
O mi preferido de este libro:
Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle, ¿cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.
Y ahora que he confesado mi admiración por Cioran:
Quedamos siempre anticuados por lo que admiramos. En cuanto citamos a alguien que no sea Homero o Shakespeare, corremos el riesgo de parecer pasados de moda, o tocados de la cabeza.
¡Vaya!