«Los genes no existen para causar enfermedades» escribe Matt Ridley en mayúsculas para que quede bien claro. Los genes están ahí por sus propios motivos y de paso fabrican un cuerpo. En ocasiones hay genes defectuosos, y eso provoca enfermedades y defectos en el cuerpo. Pero a pesar de lo que pueda aparecer en la prensa cuando se habla de un gen para esto o para lo otro, los genes no existen para producir la enfermedad a la que pueden quedar asociados. Es más, lo más probable es que un gen tenga varias funciones diferentes.
Ése es el primer punto evidente en Genoma. La autobiografía de una especie en 23 capítulos, una fascinante introducción a ese ente elusivo que en cierta forma conecta toda la vida sobre la Tierra. Y el resultado es un viaje fascinante de varios miles de millones de años, que se mueve entre especies, sistemas, teorías y personajes con claridad y sin sacrificar en ningún momento la profundidad.
Matt Ridley ya había escrito desde una visión firmemente darwinista y evolutiva en The Red Queen que trataba del sexo y de las consecuencias de la evolución en la naturaleza humana. Ahora, con Genoma no sólo se catapulta al grupo de cabeza de la alta divulgación, sino que además demuestra que a entusiasmo por el tema no le gana nadie. Entusiasmo, por cierto, que contagia con pasmosa facilidad.
El segundo punto fundamental de Genoma es desterrar definitivamente el espectro del determinismo genético. Devoto evolucionista, Matt Ridley defiende la postura de las bases genéticas de no sólo nuestro cuerpo sino de muchos de nuestros rasgos de personalidad y carácter, acercándose en más de un capítulo a la psicología evolutiva. Pero una y otra vez, insiste en que predisposición genética no implica inevitabilidad. Capítulo tras capítulo, como por ejemplo el 10 dedicado al estrés, muestra como los genes influyen en el ambiente y como éste a su vez influye en los genes, forzando la activación de unos y la supresión de otros. Hay que superar la distinción entre herencia y ambiente, porque en general no existe una separación tan clara, y la oposición es falaz. Así, cuando habla del estrés, dice: «No somos un cerebro que gobierna un cuerpo activando hormonas. Tampoco somos un cuerpo que gobierna un genoma accionando los receptores hormonales. Tampoco somos un genoma que gobierna un cerebro activando genes que activan hormonas. Somos los tres a la vez».
El genoma reside en el corazón de todas las células y es la plantilla para fabricar a todo ser vivo. Pero, la imagen que dibuja Ridley, lejos de ser la de un elemento estático que sirve para crear inicialmente los organismos, es la de un ente mutable, en continuo cambio, lleno de genes que batallan entre sí e intentan aprovecharse de los recursos del organismo, de genes que se activan o desactivan dependiendo de las circunstancias. Su visión es tan dinámica que incluso critica el proyecto Genoma Humano (que no, claro está, la investigación genética), mientras habla en el capítulo 9 sobre las enfermedades:
El Proyecto Genoma Humano está basado en una falacia. «El genoma humano» no existe. Un objeto tan preciso no se puede definir ni en el espacio ni en el tiempo. Diseminados por los veintitrés cromosomas, en cientos de loci diferentes, hay genes que difieren de unas personas a otras. Nadie puede decir que el grupo sanguíneo A es «normal» y los O, B y AB son «anormales». Así que cuando el Proyecto Genoma Humano publique la secuencia de un ser humano típico, ¿qué publicará acerca del gen ABO del cromosoma 9? El propósito declarado del proyecto es publicar la secuencia promedio o «unánime» de doscientas personas diferentes. Pero en el caso del gen ABO esto pasaría por alto lo más importante, porque una parte crucial de su función es que no debería ser la misma en todo el mundo. La variación es una parte inherente e integral del genoma humano, o en realidad de cualquier genoma.
para añadir:
Tampoco tiene sentido tomar una instantánea en este momento concreto de 1999 y creer que la foto resultante representa de alguna manera una imagen estable y permanente. Los genomas cambian. La popularidad de las diferentes versiones de los genes sube y baja a menudo impulsada por el aumento y la disminución de las enfermedades. Los humanos tienen una tendencia lamentable a exagerar la estabilidad, a creer en el equilibrio. De hecho, el genoma es un escenario dinámico en constante evolución.
Genoma es una lectura apasionante, llena de intrigas, trabajos de deducción detectivescos, falsos comienzos, descubrimientos asombrosos y muchas reflexiones. Matt Ridley sabe escribir sobre ciencia sin sacrificar la precisión o la profundidad, y aunque hay capítulos más duros que otros, sabe siempre ser un guía fiel y atento. Su capacidad como narrador haría de él un gran novelista, y en este caso hace que el libro se lea prácticamente de corrido sin que sea posible dejarlo.
La excusa del libro es hacer un repaso del genoma humano en 23 capítulos aprovechando los 23 cromosomas que heredamos de cada progenitor, escogiendo un gen de cada uno de ellos para usarlo como muestra (aunque en al menos una ocasión, no le llega). Digo excusa, porque muy a menudo no vacila en tomar otros derroteros e introducirse en cualquier tema que pueda interesar en un momento determinado. Los priones, el desarrollo embrionario, el libre albedrío, la muerte, los retrovirus endógenos, la enfermedad, la inteligencia o el sexo son algunos de los aspectos que se van tratando.
El autor va pasando con alegría y regocijo de un capítulo a otro como si no pudiese esperar a mostrarnos todas las maravillas que encierra el genoma. Particularmente interesante es el capítulo 7, dedicado al conflicto entre los cromosomas X e Y, al ser estos los únicos que pasan más tiempo en un sexo que en otro. El cromosoma Y se encuentra exclusivamente presente en los hombres y un cromosoma X cualquiera pasa dos tercios del tiempo en cuerpos de mujer. Esa asimetría implica que cada uno de ellos tiene preocupaciones diferentes (y perdonen la personificación) y de ese simple hecho surgen toda una fascinante relación de fenómenos.
Matt Ridley retrata en este libro la simplicidad de lo complejo y la complejidad de lo simple (como en el caso del asombroso desarrollo embrionario descrito en el capítulo 12). En más de una ocasión debe admitir que las pruebas no son concluyentes, pero eso lejos de detenerle le sirve de oportunidad para exponer todo tipo de hipótesis con la total libertad de un investigador. Es ese el aspecto que más probablemente estimule la lectura, que es casi compulsiva, esa curiosidad voraz incapaz de saciarse.
Pero desde mi punto de vista lo que transforma lo que podía ser un gran libro de divulgación en una obra soberbia es su posición claramente contraria a la ignorancia. En el último capítulo, dedicado al libre albedrío, defiende, como ya lo había ido haciendo a la largo de la obra, la necesidad y conveniencia de la investigación genética. El estudio del genoma no es malo en sí, y si se aspiran a tomar decisiones, éstas deben tomarse conociendo la realidad y no ignorándola. Sólo conociendo todos los factores que influyen en nosotros sabremos dónde radica nuestra libertad.
Inevitablemente, dentro de unos años el material presente en este libro quedará atrasado. Pero no el placer del descubrimiento y el entusiasmos por el material. Y esto último hará que dentro de un tiempo su lectura siga siendo tan gratificante como ahora.
Publicado originalmente en El archivo de Nessus.