El 15 de noviembre del 2034, todo el sistema solar queda cubierto por una burbuja impenetrable de dos veces la órbita de Plutón y que lo aísla completamente del resto del universo.
Pero la vida sigue.
Más o menos.
Treintaitrés años después, una mujer, Laura, concebida aproximadamente durante el momento de la aparición de la Burbuja y que padece graves trastornos neurológicos, desaparece misteriosamente de una institución médica. ¿Se trata de un secuestro? Eso es lo que se le encarga investigar a Nick, un ex-policía convertido en detective privado después de una traumática experiencia que causó la muerte de su esposa Karen a manos de Los Niños del Abismo, una secta terrorista que aspira a producir la destrucción que según ellos significa la Burbuja. Después de complejos procesos de investigación, donde se nos va mostrando la complejidad tecnológica y humana del año 2067 (un futuro muy sólidamente construido), el detective encuentra a la mujer (no a la niña, como se dice erróneamente en la contraportada del libro). Cuando intenta rescatarla, en el territorio de Nueva Hong Kong situado en Australia, es reclutado a la fuerza, por medio de un implante, dentro de una misteriosa organización de investigación llamada el Conjunto.
El Conjunto investiga la realidad.
Más o menos.
Realmente investiga los efectos que por medio de la mecánica cuántica, dando por buena en el contexto de la novela la interpretación de Copenhague, podría tener la consciencia humana sobre la realidad. Cosa, por supuesto, que afecta realmente a la realidad tras la realidad, es decir, a la metafísica. Y hacia ahí, como suele ser habitual en la obra de Greg Egan y más en las novelas que pertenecen a su ciclo del universo subjetivo, deriva rápidamente la trama. Hasta que al final se produce la epifanía metafísica y se explican todos los misterios, incluyendo la razón de la Burbuja (que, evidentemente, es de origen extraterrestre); pero en la obra de Egan, por suerte, las explicaciones son más misteriosas y apabullantes que los hechos que explican. Porque en el caso de Greg Egan, la metafísica está siempre sólidamente cimentada sobre la ciencia moderna, y sus revelaciones abren nuevas puerta de lo que podría ser.
Poco más se podría hacer en algo más de 250 páginas, y es una muestra de la capacidad especulativa de Egan que puede meter tanta ciencia ficción en tan poco espacio. Pero si esta novela tiene un defecto, es que precisamente no se atreve a hundirse en la metafísica como por ejemplo hace en Ciudad permutación o Diáspora. Parece escribir con cierta timidez, y si bien plantea grandes cuestiones sobre la forma en que la ciencia moderna podría alterar nuestra visión del cosmos en el que vivimos, también parece quedarse a un paso de llevar la situación hasta sus últimas consecuencias. Y precisamente el final, por poco arriesgado, es la parte más floja de una novela que tantas satisfacciones puede dar a un lector de ciencia ficción. Además, la comprensión total de la novela se pierde ligeramente en Español por problemas de traducción (por ejemplo, ¿por quá «Letargia de Zeno» y no «Letargia de Zenón»?, ó, ¿por qué no usar «disparador» para «trigger»?) y fallos ocasionales en los tiempos verbales. Problemas, que sorprenden tratándose de un traductor de la experiencia de Albert Solé, todos ellos que podrían haberse resuelto fácilmente con una corrección más atenta y cuidadosa.
No estamos ante una de las mejores novelas de Greg Egan, pero ciertamente se trata de una buena novela por cualquier estándar de la ciencia ficción. Curiosamente limitada para lo que este autor es capaz de hacer, Cuarentena dejará un buen sabor de boca a cualquier aficionado al género y además le dará mucho que pensar. No es poco. Y con suerte, esta novela no será más que la primera en esta colección, porque es seguro que la lectura de Cuarentena le dejará con ganas de más. Y hay más.
Publicado originalmente en El archivo de Nessus.