Publicado originalmente en El archivo de Nessus, 1999
Con Nos queda la parábola (Ediciones B. Colección Nova ciencia ficción 117. Barcelona. Septiembre 1998. Portada: Samuel Gómez. 320 páginas. ISBN: 84-406-8723-0) estamos ante un libro excesivo y extraño. Excesivo porque está lleno de personajes improbables, de diálogos exageradamente formales, de refrescante pedantería en ocasiones, y exuberantes (un estilo que al principio se hace pesado y difícil, pero que pronto la costumbre convierte en ágil y entretenido), y exhibiendo una ironía que lo permea por completo. Extraño porque se aparta de lo cánones de lo que debe ser una novela de ciencia ficción para buscar su propio espacio, a medio camino entre el ensayo y la ficción. Estamos ante una novela de tesis, que defiende una idea con convicción e inteligencia. Factores todos estos que no detraen sino que forman parte principal de su atractivo. En cierta forma, a su modo, encaja perfectamente en la genealogía de la ciencia ficción española.
Guifré Faust, rebelde y místico, suplanta a su hermano gemelo Marc Faust, famoso astrofísico y respetable investigador, en un primer capítulo titulado «El congreso no se divierte». Su pretensión no es otra que revelar la verdad ante la estupefacta comunidad científica. La Tierra no es más que un experimento de unos científicos extraterrestre. Pero nuestra administración del planeta ha sido nefasta y sus creadores han decidido cancelarlo a menos que se realicen cambios radicales en la administración de los asuntos humanos, cambios que destruirían por siempre el orden político, económico y social establecido. En caso de no cumplirse esa condición, un extraño meteorito perfectamente negro y esférico que contiene un agujero negro, se activará, destruyendo todo el mundo.
A partir de ahí, los acontecimientos se disparan. Todos lo que tienen algo que perder, o ganar, con la situación se afanan en busca del misterioso meteorito (que Guifré encontró cerca de su casa y con el que está extrañamente unidos por canales mentales que no puede entender): grupos terrorista-ecologistas, fuerzas internacionales de seguridad, el mundo científico y tecnológico, los cultos religiosos de nuevo cuño, y algunos personajes normales que se ven casualmente implicados en la acción. Unos con el fin cambiar la situación, otros con la intención de que nada cambie y todo siga igual, y otros simplemente para resolver el problema y poder seguir con sus vidas.
El autor tiene una posición definida ante el mundo y la situación en que vivimos. Y la expone con gran convicción, inteligencia y sentido del humor. En todo momento hace uso de los mecanismos de que dispone para exponer las fallas de los personajes, de las situaciones y de las instituciones. El lenguaje deliberadamente arcaizante, los diálogos formales y la exquisita precisión expresiva no hacen sino reforzar la ironía y el humor. La idea final está expresada en la parábola que contiene el libro (al menos una, nos advierte el autor antes de empezar) en la página 212, relatada irónicamente por el personaje menos adecuado.
No hay final en este libro, y el lector haría mal en esperarlo. Nada se resuelve porque no hay nada que resolver. De la misma forma que nuestro destino sobre la Tierra está controlado por fuerzas e instituciones que nos superan y no podemos entender, el destino total de la Tierra está a su vez controlado, quizá, por extraterrestres remotos que no podemos ver y cuyos motivos nos son tan ignotos como los de nuestros gobernantes. Una fábula sobre la impotencia, y quizá sobre la inutilidad final de los esfuerzos y las revoluciones, Nos queda la parábola se configura como una de las novelas más ricas e interesantes que ha dado la ciencia ficción española. Una reflexión escéptica e irónica sobre el mundo en que nos ha tocado vivir, disfrazada de futuro, pero desafortunadamente demasiado presente. Al final, como nos dice el título, sólo nos queda la parábola.