El tiempo ya no es lo que era. Uno pensaba que se trataba de algo más o menos continuo que fluía de pasado a futuro (en el sentido, por el momento, de la entropía creciente) y resulta que no. El tiempo está cuantizado, cada segundo dividido en pequeños fragmentos, 137’04 momentos por segundo. Más aún, cada uno de esos momentos por segundo es en realidad un universo independiente, que no se sigue causalmente del anterior ni influye causalmente en el siguiente. Por tanto, uno puede viajar en el tiempo, por ejemplo a la Jerusalén de los tiempos de Cristo, montar un casino, edificar un par de hoteles de lujos y organizar visitas a la crucifixión sin alterar para nada el futuro. Es decir, el pasado puede ser colonizado y explotado de forma segura. ¿Quiere usted oír a Elvis?; nada más fácil, se viaja a uno de esos universos, se secuestra al Elvis que uno prefiera (antes de ser gordo, por ejemplo), se le lleva al futuro y a grabar discos. O puede uno tener tres posibles versiones de Jesús, o los Beatles si Lennon hubiese sobrevivido. Todo eso es posible, cuando el pasado está permanentemente disponible 137 veces por segundo. Incluso, secuestrar un dinosaurio. Todo eso es Corrupting Dr. Nice, y algunas cosillas más.
John Kessel parece el ideal de escritor de ciencia ficción. Licenciado en física, cosa que se nota en los decimales del 137, e inglés (doctor en esto último y profesor de teatro) es capaz de combinar el rigor científico con el ritmo endiablado de la mejores comedias, la reflexión profunda sobre el tema a tratar con los mejores personajes. Normalmente se le considera un humanista, preocupado por la condición humana frente a la superficialidad estética del ciberpunk, y se admira la estructura cuidada de sus argumentos.
Corrupting Dr. Nice es hasta el momento su novela más celebrada. Se trata de una curiosa combinación de ciencia ficción dura, toda la fundamentación del viaje en el tiempo emparentada con la interpretación de mundos múltiples de la mecánica cuántica, y comedia alocada. Aquí la gente se enamora, se pelea, se confunde y se reencuentra con el ritmo endiablado de los momentos dorados del género. La trama, como tenía que ser, es una historia de amor, pero la acción, gracias al viaje en el tiempo, se desplaza por el París revolucionario, la américa del futuro y el Jerusalén después de Cristo (del que los viajeros del tiempo, usando armamento moderno, han expulsado a los invasores romanos y le han regalado un coche a Herodes para mantenerlo feliz).
Owen Vannice, el Dr. Nice del título, multimillonario hijo de multimillonarios, paleontólogo e ingenuo, secuestra un dinosaurio del Cretaceo. En el camino de vuelta al futuro, debe pasar por Jerusalén, a tiempo para ser retenido por un grupo rebelde judío. Allí, durante su breve estancia con un dinosaurio que no para de crecer, se encuentra con una pareja de timadores, padre e hija. Claro está, raudo se enamora de la hija y la rescata heroicamente de los secuestradores. Pero pronto comienzan los malentendidos y cuando Owen la deja plantada, Genevieve, que, claro está, también se había enamorado de él, planea su venganza.
Por supuesto, semejante planteamiento da para muchas situaciones graciosas y comicidad ciertamente no le falta. Pero como muchas grandes comedias, entre situación graciosa y situación graciosa se habla de cosas muy serias. No en vano, el líder de la rebelión judía contra los invasores del futuro es Simón el apóstol, que todavía no ha podido aceptar que los invasores se llevasen por el tiempo a su maestro Jesús. Buena parte de la novela se dedica a la preparación y ejecución del delirante juicio de terrorismo, en el que el juez observa constantemente los índices de audiencia para saber qué decisión tomar, y en el que el fiscal y la defensa traen testigos tan curiosos como Lincoln o el propio Jesús (la versión mayor). ¿Qué derecho tiene el futuro de colonizar el pasado? ¿Que cada uno de los 137 universos dentro de un segundo sea independiente, y su alteración no varíe el futuro, justifica el pillaje y la ocupación?
Lo mismo sucede en otros aspecto. Si uno puede traerse a cualquier artista del pasado, ¿qué actriz puede competir con Marilyn Monroe en la cumbre de su carrera? ¿Qué músico podría superar a Mozart? ¿Qué universidad puede darse el lujo de tener a Einstein y Newton entre sus profesores? ¿Quién puede hacerse un nombre en un mundo en el que el pasado está continuamente presente y es siempre mejor que el presente?
Corrupting Dr. Nice es humor y sátira en la mejor tradición del género, que se remota a Mercaderes del espacio y que hoy parece el territorio habitual de Connie Willis (autora, también amante de las comedias alocadas, que se ha superado a sí misma en su última novela To say nothing of the dog). John Kessel se aprovecha de las posibilidades que ofrece la ciencia ficción para crear esa imagen distorsionada de nuestra sociedad que es paradójicamente más fiel que un retrato realista.
John Kessel ha construido una de esas raras novelas de ciencia ficción: una de esas obras tremendamente divertidas (odiadas habitualmente por los snobs) que se recuerdan y fermentan lentamente en la mente del lector. Como la mejores comedias, tiene ideas, una trama enloquecida, un defensor de los débiles, una historia de amor y un dinosaurio llamado Wilma. ¿Qué más se puede pedir?
Publicado en BEM 64 (agosto-septiembre, 1998)