Mil años después de la muerte de Alejandro, a los 70 años y en la cumbre de su poder, la Liga de Delos, comandada por Atenas y Esparta, ha conquistado el mundo. Las ciudades griegas se extienden por toda la tierra uniendo a todas las razas. La Academia, expurgada de todo platonismo por Aristóteles, ha conocido un desarrollo científico extraordinario, confirmando todas las ideas del estagirita y Tolomeo, y ayuda activamente en el proceso bélico. La generación espontánea permite la producción de comida en el frente de batalla y el conocimiento exacto de las propiedades de los cuatro elemento y la música de las esferas permite que las naves aéreas no sólo dominen los cielos de la Tierra sino que también se aventuren hasta Selene y más allá. Sólo hay un problema, el Imperio Chino, con su misteriosa ciencia taoísta totalmente incomprensible para los griegos y basada en extraños conceptos y corrientes, se resiste a la conquista y la guerra amenaza ya con hacerse eterna. Pero los jefes de la Liga han concebido un plan genial: una nave aérea viajará hasta la esfera de Helios, el sol, y robará algo de su sustancia para arrojarla sobre la capital del Imperio Chino y acabar así con la guerra. Cosa que los chinos, por supuesto, no están dispuestos a consentir.
Hay veces en que uno lee el planteamiento de una novela de ciencia ficción y sabe que debe leerla entera. Aunque se da fuera del género, es un situación muy característica de la ciencia ficción. Uno lee la premisa inicial y siente esa combinación de sorpresa, ¿cómo se le habrá ocurrido esto?, e incredulidad, ¿cómo va a resolver semejante situación?, que te impulsa a sumergirte inmediatamente en la narración. Curiosamente, pero no es tan de extrañar, es una característica que comparten habitualmente la ciencia ficción llamada «dura», la que sigue con todo rigor ciencias como la física y la biología, y las ucronías, cuando conciben algún cambio en la historia y elucubran a partir de él. En ambos casos sentimos ese cosquilleo intelectual que nos obliga a saber más sobre una situación intrigante. En el primer caso, tenemos por ejemplo la posibilidad de la existencia de los taquiones y la novela Cronopaisaje, y en el segundo la posibilidad de que la Armada Invencible hubiese triunfado en Pavana.
Celestial Matters de Richard Garfinkle es en ese aspecto más interesante aún, al encontrarse en punto intermedio entre esas dos obras. Es una ucronía en el sentido en que describe acontecimientos históricos que nunca tuvieron lugar, pero lo hace, a la manera de la ciencia ficción dura, en un universo que se rige por las leyes de la ciencia griega, en el que realmente hay cuatro elementos, en el que las esferas rigen el movimiento de los astros (y la Tierra, por supuesto, ocupa el centro del universo) y en el que la materia celestial realmente tiene propiedades completamente diferentes a la materia terrestre (lo que permite construir las naves aéreas, que fueron originalmente desarrolladas para contrarrestar las cometas de batalla de los chinos).
Toda la novela está contada en primera persona por Aias, graduado de la Academia en Pirología y Uranología. Empieza relatando como siendo comandante de la nave celeste Chandra’s Tear, disfrutando de unas vacaciones, que recorren el mundo mediterráneo y permite al lector descubrir cómo es una ciudad griega moderna, sufrió un intento de asesinato por parte de los chinos y se le asignó como guardaespaldas a la capitana Liebre Amarilla, una feroz mujer de las lejanas ciudades cheroki graduada en Esparta. La sospechas sobre el intento de asesinato recaen inmediatamente en Ramonojon (que actúa de forma extraña al haberse convertido secretamente al budismo, la única religión no permitida en la liga) que a su vez acusa a Mihradarius, el hombre que debe diseñar la red para atrapar el fuego del sol, de estar saboteando todo el proyecto. ¿Quién dice la verdad? Lo que sigue a continuación es una historia de aventuras en la que se pone en marcha la operación Ladrón Solar, mientras se van desgranando las consecuencias lógicas de la ciencia griega e incluso se acaba descubriendo un posible síntesis con la ciencia taoísta. Hay motines, sabotajes, luchas de poder y un final que parecía imposible y que sin embargo es perfectamente lógico (y se refiere a algo que sí sucedió en la Tierra).
No voy a decir que Celestial Matters sea una novela perfecta. Tiene muchos de los defectos de una primera obra y en ocasiones el ritmo narrativo se resiente. Pero en pocas ocasiones un autor de ciencia ficción ha demostrado tanto valor a la hora de plantear su obra, y en pocas ocasiones el resultado ha sido tan estimulante intelectualmente (especialmente para los que admiramos la civilización griega). Se habla a menudo de la inventiva de los autores del género, de la forma en que dan vida a un mundo completamente extraño. Pero Richard Garfinkle da vida a un mundo más extraño que cualquier mundo extraterrestre, un mundo que existió y en el que la gente creía realmente estar en continua comunicación con los dioses (como sucede a menudo en la novela, cuando los dioses intervienen para dar consejos, nunca para actuar) o que la materia estaba formada por cuatro elementos. Es simultáneamente un homenaje a toda una civilización que pudo quizá haber conquistado el mundo, una elucubración sobre un concepto fascinante y, en el fondo, un comentario sobre nuestro propio mundo.
Celestial Matters pertenece a esa tradición dentro del género que sabe usar la literatura para la exposición de conceptos intrigantes. La continua aparición de novelas como esta demuestra que la ciencia ficción está lejos de haber perdido su capacidad imaginativa y el viejo sentido de la maravilla.
Publicado en BEM 61 (febrero-marzo, 1998)