Este volumen, Los mejores relatos de ciencia ficción, está claramente dirigido a un público juvenil. Quizá eso explique que ningún cuento sea realmente moderno, que los temas tratados sean los habituales de la ciencia ficción pero sin más honduras de las estrictamente necesarias. Se trata, en suma, de una antología convenientemente domesticada, para consumo de un público que sin bien puede tener simpatías hacia el género no es necesariamente lector habitual. Eso claro, la torna ideal como antología de introducción o iniciación.

No es por ello que los cuentos sean malos. Todos tienen una calidad más que aceptable y son agradables de leer. Como ya he dicho, no hay nada realmente extraordinario y no se ha intentado manifestar el abanico temático de la ciencia ficción. Entre los menos satisfactorios tenemos: «Exilio» de Edmond Hamilton, con una idea que quizá sorprendió en su día pero que es hoy tal cliché que es difícil no averiguar el final nada más empezar a leerlo; «Lección de historia» de Arthur C. Clarke, que no es más que una de sus habituales bromas en forma de cuento, agradable de leer e irónica pero lastrada por su forma; y «Recuerdo perdido» de Isaac Asimov, que trata de seres del futuro que añoran cuando era maravilloso ser humano.

Mas satisfactoria es el resto de la aportación anglosajona. «El sexto palacio» de Robert Silverberg es una agradable historia sobre tesoros perdidos y guardián temible que termina con un adecuado giro irónico. «El ruido del trueno» de Ray Bradbury combina la ucronía con el viaje en el tiempo mostrando las terribles consecuencias de incluso el acto más pequeño. «Deserción» de Clifford D. Simak es el tipo de historia que uno esperaría de su autor: lírica y pastoral, a pesar de situarse en Júpiter, pero que sin embargo consigue reflexionar con cierta hondura sobre la experiencia de «el otro».

Pero tres cuentos forman claramente lo mejor del volumen. El más magistral y mejor contado es «El nuevo acelerador» de H.G. Wells (es interesante observar que el mejor cuento de una antología de ciencia ficción tiene ya un siglo) que comienza como lo que parece un informe más o menos interesante sobre una nueva droga milagrosa y acaba siendo algo completamente distinto, en un giro inesperado y que demuestra la gran capacidad que tenía Wells para la crítica social. «De cómo Ergio el autoinductivo mató a un carapálida» de Stanislaw Lem trae, junto con Wells, un cierto aire diferente al trasladar las preocupaciones básicas de la ciencia ficción a un ambiente fantasioso y juguetón, donde la cibernética convive con los dragones. Y por último, «Lo recordaremos por usted perfectamente» de Philip K. Dick que sirvió de base a la película Desafío total. Lo único a comentar de este cuento es que se conserva sorprendentemente bien, y que los juegos irónicos de la trama siguen siendo dignos de su autor (y que incluso sorprende en la relectura).

Ya ven. Nada es realmente desconocido, y casi cualquier aficionado al género habrá leído la mayoría de los relatos incluidos. Aún así, no deja de ser una antología de calidad a muy buen precio.

Publicado originalmente en El Archivo de Nessus, 2000

Aparte de escribir buenas novelas de ciencia ficción (o cómo se llame lo que hace), Neal Stephenson tiene otra faceta más periodística. No está tan marcada como la de Bruce Sterling, quien ha dedicado muchos esfuerzos a informar desde cinco minutos en el futuro, pero es muy interesante, centrándose sobre todo en el mundo de la informática y las tecnologías avanzadas de comunicación. Y aquí es donde Neal Stephenson gana a muchos de los que tratan esos temas: él realmente entiende el fundamento técnico. No es que sus comentarios sean análisis secos de posibilidades tecnológicas, más bien todo lo contrario. Son piezas llenas de opiniones, subjetivas y claramente escritas por una persona en concreto, pero una persona cuya opinión merece tenerse en cuenta porque demuestra conocer bien el campo sobre el que escribe.

Un buen ejemplo es este libro, ya disponible en formato electrónico, dedicado a los sistemas operativos. In the beginning… es una combinación de historia del software, discusión sobre la progresiva ocultación de la realidad tras un «interfaz» cada vez más bonito, meditación sobre el sentido de la vida, diario de los problemas de enfrentarse a varios sistemas operativos diferentes, canto nostálgico a los días en que las cosas se hacían como debían hacerse y, un poco, defensa de los muy masculinos valores de la potencia y el control.

Todo empieza con una analogía: los sistemas operativos son como los coches. La compañía Microsoft empezó vendiendo bicicletas motorizadas (MS-DOS), luego pasó a producir una actualización (el Windows original) que permitía a la bicicleta ir más rápido. Y finalmente, produce un coche, no demasiado bonito, que pierde mucho aceite pero que la gente compra mucho. La otra compañía, Apple, vende unos coches muy cómodos, fáciles de usar, pero que vienen herméticamente cerrado de forma que es imposible saber qué hay en su interior. BeOS vende coches de alta tecnologías, hermosos, con gran estilo y capaces de volar, ir por el agua o hacer lo que uno quiera, y más baratos que la competencia. Y por último tenemos algo que no es ni siquiera una compañía, sino más bien un campamento de refugiados, lleno de voluntarios de gran talento, que produce tanques. Sí, tanques. Tan buenos, que nunca se rompen, fáciles de maniobrar, que consumen el mismo combustible que un coche, están fabricados con la última tecnología y, lo mejor de todo, son gratuitos. A medida que uno de esos tanques Linux, ¿no lo habían adivinado?, se termina, se deja en la calle y cualquiera puede llevárselo.

A partir de ahí Neal Stephenson construye un discurso en el que explica el valor real de una compañía de sistemas operativos (ninguno; su valor sólo está en la cabeza de los clientes que como Mulder «quieren creer»), analiza la necesidad de la sociedad americana (y por extensión, el resto del mundo) de ocultar la complejidad tras unos bonitos botones, y discute los muchos problemas de instalar Linux. Y cuando uno sospechaba que está a punto de defender los valores de las herramientas para hombres (después de comparar a Linux con un, maravilloso en su experiencia, taladro industrial) se descuelga con una afirmación sorprendente para un hacker: el mejor sistema operativo sería aquel que combinase la potencia con un buen interfaz gráfico. Es decir, uno que te dejase la posibilidad de abrir una ventana a la línea de comando. Es decir, BeOS.

Porque la línea de comando es la mejor forma de relacionarse con el mundo. La línea de comando es lo que te permite acceder a la realidad fundamental. Seguro que dios cuando creo el universo lo hizo como un hacker delante de la pantalla de su ordenador tecleando crípticos comandos para crear universos.

¿Son 150 páginas de un discurso laberíntico? Muy posiblemente. ¿Tiene razón en lo que dice? En buena parte. ¿Se va por las ramas? Ciertamente. ¿Es apasionante de leer? Puedes darlo por seguro. Porque In the beginning… está escrito con pasión, y por un autor que sabe utilizar atrevidas metáforas y brillantes imágenes, que a cada página puede sorprender con una observación inteligente o un dato interesante. Cuando terminas, te quedas con el inexplicable deseo de instalar BeOS en tu ordenador. Lo que puede resumirse diciendo que es otro buen libro de Neal Stephenson.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus

Neil Gershenfeld es un tecnólogo singular. Defiende muchas ideas innovadoras y avanzadas sobre cómo deberían funcionar los ordenadores, pero lo hace siempre desde el punto de vista humano. Por ejemplo, ¿a qué debería parecerse un ordenador portátil? Pues a un libro. Un libro se puede llevar a cualquier sitio. La resolución es impresionante y puede leerse incluso en las condiciones de iluminación más extremas. Pesa poco. No consume energía. Carga instantáneamente. Es resistente (se cae al suelo, y no pasa nada). Es fácil de anotar. El acceso es rápido a cualquier parte. Visto así, al ordenador portátil le queda mucho camino por recorrer. Y ésa es, precisamente, la perspectiva de Gershenfeld: las personas no debe adaptarse a las máquinas sino las máquinas a las personas. Y su ideal es un mundo en el que nadie piense en los ordenadores porque estarán por todas partes (pero tampoco se trata de fantasías absurdas de inteligencias artificiales por todas partes, sino de objetos comunes que conservarán su función, pero la ejecutarán mejor). Todo lo que nos rodea, será un poco más inteligente y cumplirá mejor con su función, que es servir a las personas (por ejemplo, ¿por qué el teléfono se empeña en sonar cuando no podemos cogerlo, o cuando llama alguien con el que no queremos hablar? ¿Por qué los relojes no son capaces de ponerse en hora solos? ¿Cómo es posible que mi cafetera todavía no sepa cómo me gusta el café?).

Y eso es When Things Start To Think, un repaso variado a las posibilidades nuevas que se abren cuando uno intenta dotar de cierta inteligencia a objetos comunes de la vida diaria (¿por qué no podemos marcar directamente un número de teléfono simplemente pasando por delante del aparato la tarjeta de visita de la persona a la que queremos llamar? ¿Por qué la ropa no le indica a la lavadora la cantidad de detergente que necesita?). Dividido en tres partes, que a su vez se subdividen en una serie de ensayo breves y de fácil lectura, va repasando el «Qué»: libros (sobre todo, las grandes posibilidades del papel electrónico), instrumentos musicales que conserven el interfaz habitual pero permitan mayor expresividad, la ropa, el dinero inteligente, el fabricador personal (una especie de impresora tridimensional que fabricaría sobre la marcha los objetos que queremos. Se acabó esperar al cartero después de haber hecho un pedido en Internet). El «porqué»: nuestros derechos como usuarios, los derechos de las máquinas, las falsas creencias (como «realidad virtual» o «lógica difusa») y la naturaleza del interfaz que ponemos al mundo. Y la parte más interesante, el «cómo».

Porque olvidaba comentar que Neil Gershenfeld es físico y trabaja en ese fascinante lugar de investigación conocido como Media Lab. En particular, investiga en el consorcio Things That Think (cosas que piensan). Es decir, esté señor no sólo explica cosas que podrían hacerse mañana, sino que además tiene una idea bastante ajustada de cómo hacerlas realidad. Y en ese tercer apartado es donde se explica, con bastante claridad, cómo efectivamente podría hacerse que las cosas pensasen. Y en ocasiones, curiosamente, consiste en eliminar el ordenador tal y como lo conocemos. A veces lo digital no es la mejor solución, y en ese caso se propone utilizar propiedades físicas para que el objeto gane en capacidad, recurrir a sistemas analógicos, o, ya haciendo cábalas, ir a por el ordenador cuántico. Lo importante, es que Neil Gershenfeld comprende perfectamente que uno no debe detenerse en el nivel tecnológico de la informática actual, sino que debe en muchas ocasiones descender al fundamento físico de lo real. Hoy día, combinar un ordenador con una cámara sólo produce una cámara más confusa y difícil de usar. El autor propone romper esa situación.

Ya sea describiendo cómo fabricar un mejor violonchelo para Yo-Yo Ma, como poner en marcha una PAN (Personal Area Network) para aprovechar las propiedades de la piel y permitir que dispositivos distribuidos por el cuerpo se comuniquen entre sí (por ejemplo, los zapatos con las gafas. Los zapatos son un lugar perfecto para colocar un ordenador, porque se puede aprovechar la energía producida al caminar para alimentarlo. Y las gafas, claro, es el lugar perfecto para llamar nuestra atención), cómo dotar de inteligencia al dinero de forma que tenga distinto valor dependiendo de la forma en que se ha ganado (una idea bastante más interesante y lógica de lo que parece) o discutiendo el fundamento físico último de la computación, Neil Gershenfeld nunca olvida ni por un momento que el fin último de todo esto es hacer que la vida de las personas sea más cómoda, fácil y agradable.

Lo dicho, un tecnólogo singular que sabe combinar su capacidad creativa con una gran claridad expositiva. When Things Start to Think es una lectura fascinante para cualquiera que sienta interés por las grandes posibilidades del mañana. El futuro de los ordenadores es acabar hechos pedazos y sus fragmentos dispersos por el mundo, para permitir que las cosas piensen.

El tío Petros y la conjetura de GoldbachEs fácil entender la fascinación de la matemática. Después de todo es una ciencia, o un lenguaje, donde la verdad o falsedad de las proposiciones puede demostrarse con unos pocos pasos lógicos. Aceptando un conjunto, cuanto más limitado mejor, de axiomas, la belleza de un mundo perfecto de teoremas no manchados por lo cotidiano se despliega ante el practicante. La matemática es como un reino remoto muy alejado de las preocupaciones de todos los días, donde uno puede perderse, aislarse o vivir una vida relajada… o no. O al menos, así era hasta principios del siglo XX, cuando alguna de las más preciadas convicciones matemáticas se tambalearon y derrumbaron ante el terremoto de algunas nuevas demostraciones. La matemática, aunque extremadamente bella y abstracta (y esa abstracción es un componente importante de su atractivo), no era tan perfecta como parecía.

El tío Petros y la conjetura de Goldbach a pesar de su título, que engaña con sinceridad, es realmente la historia del sobrino, que crece fascinado por la figura de un enigmático anciano al que su familia de comerciantes considera una oveja negra a pesar de su indiscutible y brillante pasado como matemático. Pero tío Petro no es ahora más que un anciano que vive recluido en una casa de campo, rodeado de libros de matemática que ya no lee, y enfrascado en los problemas del ajedrez. Un poco de rebeldía juvenil se combina en el sobrino con la fascinación por el hombre hasta hacerle desear convertirse también en matemático. Pero su tío le ofrece una prueba, demostrar una simple proposición matemático. Si lo consigue, habrá demostrado tener talento para esa disciplina. Pero un verano de trabajo no sirve de nada, y el joven se ve obligado a firmar un documento en el que asegura que jamás estudiará matemática y parte a América para realizar sus estudios universitario.

El problema planteado por el anciano es muy simple: demostrar que todo número par superior a dos es la suma de dos primos. Expresable en pocas palabras, es sin embargo uno de los grandes problemas no resueltos de la matemática, la conjetura de Goldbach. Cuando su compañero de cuarto llama la atención del joven al hecho de que su tío le había planteado como prueba un famoso problema no resuelto, éste estalla en cólera y decide enfrentarse al anciano.

La narración cambia después a la tercera persona, hasta ese momento el sobrino narraba en primera, y asistimos a los esfuerzos del joven y brillante matemático Petros Papachristos por resolver la conjetura de Goldbach y su fracaso. Pero la narración es misteriosa y no deja clara del todo los motivos y las razones del fracaso. ¿Qué sucedió? ¿Qué hizo realmente que Petros abandonase la búsqueda de la preciada demostración de la famosa conjetura, demostración que le hubiese garantizado la inmortalidad en el panteón de los grandes matemáticos?

Continúa así una aventura fascinante que en menos de doscientas página entremezcla personajes inventados con grandes matemáticos de principios de siglos (como Hardy, Ramanujan, Turing y Gödel). Es evidente en su lectura que Apostolos Doxiadis podría haber escrito un libro de historia, pero al decidir escribir una novela ha construido una ensayo sobre el placer y los peligros de la matemática. El tío Petros y la conjetura de Goldbach es una reflexión sobre la admiración, el orgullo y la iluminación casi religiosa del descubrimiento. La narración es ágil y perfecta, tomándose gran cuidado en construir los personajes y destacar sus motivaciones. En ocasiones, se lee como una novela de aventuras que tiene como eje central la matemática. Pero son los conflictos personales los que soportan, con soberbia resistencia, el peso de la trama.

Los elementos matemáticos del argumento se explican con total claridad y son fáciles de entender hasta por el más negado para esa ciencia, o lenguaje (de hecho, da la impresión de que Apostolos Doxiadis podría ser un espléndido divulgador). Pero más importante, expone perfectamente por qué hay gente capaz de dedicar toda una vida a demostrar teoremas que aparentemente no tienen mayor interés práctico (la figura de Erdös viene inmediatamente a la cabeza). En general, cualquier persona que alguna vez haya admirado la belleza de la matemática se identificará inmediatamente con el tío Petros. Todos los que habiendo admirado la belleza de la matemática sabemos que estamos negados para ella, nos identificaremos con el sobrino. Todos los capaces de disfrutar de una buena novela, leerán El tío Petros y la conjetura de Goldbach con absorbente placer.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus, 2000

The Last Continent de Terry Pratchett

Rincewind va a Australia.

Básicamente no hace mucho más (e irse a XXXX, la Australia del Mundodisco, es lo que le sucedía al final de Interesting Times. En la edición de Martínez Roca de la serie, Rincewind aparentemente moría al final de Rechicero, pero reaparecía poco después en Eric, uno de los mejores libros de la serie, pero que los editores españoles decidieron saltarse). El bibliotecario, que es un orangután, de la Universidad Invisible sufre una terrible enfermedad y los magos están dispuestos a ayudarle. El problema es que para ayudarle necesitan conocer su verdadero nombre, secreto que el bibliotecario se ha preocupado mucho de ocultar (podrían devolverle a la forma humana). El único que conoce su verdadero nombre es su antiguo ayudante… ¿que era?… Rincewind. Quien ahora anda por…

Y así todo el personal de la Universidad Invisible acaba perdido también en el Continente XXXX, pero varios miles de años en el pasado, cuando el continente estaba siendo terminado y todavía podía hacerse modificaciones. Y aparentemente los magos son los responsables de que en el presente en el continente XXXX no llueva, y toda la isla esté rodeada de una tormenta permanente que impide el paso.

No hay mucho más. A partir de ahí Rincewind y los magos corren sus aventuras paralelas, pero ciertamente el lector no sabe muy bien por qué. Los chistes en ocasiones son muy buenos. Los magos encuentran al dios de la evolución (que todavía no ha conseguido inventar el sexo) y Rincewind conoce a Mad Max y a tres travestidos que recorren el desierto de XXXX en un extravagante carruaje (uno de los mejores chistes es que en el continente XXXX a los políticos los meten directamente en la cárcel al momento de ser elegidos: se gana tiempo). Hay también muchos juegos de palabras con los modismo del inglés de Australia, que previsiblemente harán la vida difícil al traductor. Pero el final tarda en llegar, y ciertamente, después de 400 páginas, tampoco es que sea demasiado satisfactorio. Hay muchas peripecias, pero poco argumento en esta novela.

No es tampoco la peor novela del Mundodisco (Hoghfather o La luz fantástica podrían ocupar ese puesto), pero ciertamente es una de las que tiene un argumento más pobre y falto de interés. Se puede leer, por supuesto, pero después de los niveles alcanzados por Pratchett como Small gods o Jingo, sabe ciertamente a poco.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Ella, maldita alma de Manuel Rivas

Manuel Rivas es poeta y periodista. Quizá eso explique su literatura. Lo de poeta no implica el uso de términos raros y oscuros, más bien todo lo contrario: precisión y corrección. Y también es uno de esos raros periodistas, más raros aún hoy en día, capaces de mirar en el interior de las personas, no con sensiblería sino con verdadero deseo de entender y con ternura. La concreción escueta casi de miniaturista y el examen atento de la realidad se combinan en este volumen de cuentos, historias que podían haberse quedado en meras anécdotas de no ser por la visión de su autor.

No son cuentos fantásticos, pero sí es fantástica la mirada del escritor, que recrea pequeñas tragedias humanas en líneas claras y limpias que las elevan a lo épico (véase, por ejemplo, el genial juego de palabras en «O’Mero»). De pronto y por sorpresa, cada uno de esos cuentos deja entrever a una persona tras el nombre, la esencia de un ser humano hasta ese momento oculta. Abundan por tanto los descubrimientos. Pero si bien abundan las tragedias menores, de esas que nos suceden a todos, no son cuentos infelices. Incluso cuando la historia termina con la muerte, como en «La vieja reina alza el vuelo», al final hay una especie de triste alegría al comprender por fin. La revelación parece destruir a un ser humano para dejar a otra persona, con el mismo nombre, más sabia.

Manuel Rivas se recrea en el conocimientos cotidiano, en la iluminación alcanzada por medios simples. Una barra de pan, un loro, una colmena, una pelota, unas rosas, son elementos más que suficientes. Me resulta difícil fijar un favorito, pero quizá sea «Charo A’Rubia». Un muchacho que observa a una mujer que llora en el cine al ver Capitanes intrépidos aclara, en siete página, una vida.

Y también anda muy presente una tierra, Galicia, que parece ser el fundamento último de su vida. El amor que deja entrever por su país parece dar a entender que si Manuel Rivas ve así fue porque creció en una tierra que se lo enseñó.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

The Extremes de Christopher Priest

Teresa Simons, agente del FBI y nacida en Inglaterra, ha perdido a su esposo Andy Simons, también agente del FBI. Andy investigaba los ataques repentinos de violencia, esas personas que de pronto cogen un arma y salen a la calle disparando a todo lo que se mueva. Y murió cuando asistía/predecía una de esas situaciones. El tirador, aparentemente reducido, tenía todavía una última bala. La suya.

Pero lo extraño y sorprendente que es en ese mismo día, otro hombre, muy lejos, en el pueblecito de Bulverton, Inglaterra, había salido a la calle a provocar su propia masacre. ¿Están relacionado dos sucesos tan distantes? ¿Hay algo que explique la muerte de Andy? Teresa decide que sí, y después de aceptar una baja indefinida del FBI viaja a Inglaterra, a Bulverton, para meterse en la piel del asesino y descubrir qué hacía esos últimos día.

Y aquí es donde entra la realidad virtual.

Que en la novela se llama Extremes Experiences.

La realidad virtual es una forma de entretenimiento, siendo posible entrar en la mente y el escenario de los actos de cualquiera, incluso el asesino más despiadado y la masacre más absurda. Pero hay más, porque cualquier escenario puede llegar a estar relacionado con los demás y el uso de uno de ellos puede afectar a usuarios posteriores. El FBI la usa también, como parte del entrenamiento de los agentes, que pueden así enfrentarse a situaciones reales desde puntos de vista distintos, incluso el del asesino, y todas las veces que sea necesarias.

Y eso hace Teresa. Como parte de su investigación, entra periódicamente en varias experiencias extremas. Pero la cosa no va como debiera cuando la realidad empieza a entremezclarse con la realidad virtual, o la realidad virtual comienza a teñirse de realidad. Aunque quizá ya todo estaba manchado cuando el asesino de Bulverton entró en la realidad virtual justo antes de cometer sus crímenes.

Y no, no es nada de lo que están pensando.

Era difícil creer que alguien pudiese dar un tratamiento original a la realidad virtual. Pero claro, como ya se dice en el epílogo de John Clute, en cierta forma esa ha sido la preocupación fundamental de Christopher Priest a lo largo de su carrera. En cierta forma todas sus novelas tratan del delicado equilibro entre lo fantástico y lo real, y de lo que sucede cuando la fantasía toma cuerpo, o la realidad se torna fantasmagórica. Y especialmente, sobre si las cosas que suceden en sus novelas se refieren a la realidad o son sólo percepción.

The Extremes está narrada con exquisito cuidado. Sólidamente cimentada sobre los detalles, esa riqueza no hace sino destacar las experiencias de Teresa, un personaje bella y delicadamente construido. ¿Se ha vuelto loca al no poder soportar la muerte de su esposo? ¿Ha quedado atrapada en la realidad virtual? ¿Ha dejado de tener realidad el mundo? La explicación no es fácil, especialmente porque es muy posible que no la haya.

Quizá el autor sea el asesino.

O el lector.

Mientras tanto, The Extremes es una novela apasionante, un mundo opresivo y atractivo, una reflexión sobre la violencia cotidiana a la que ya nos hemos acostumbrado (hay muchas descripciones de actos violentos, casi todos cometidos en realidad virtual) y de la que quizá seamos más que responsables, un laberinto de espejos en el que es necesario perderse. De la misma forma que ya nos hemos perdido en nuestro propio mundo, aún más terrible que es de la realidad virtual, la extreme experience definitiva.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Nocturno del sol largo de Gene Wolfe

Pátera Seda recibe la iluminación del apartado dios el Extraño mientras juega a la pelota. Sabe entonces que debe hacer todo lo posible por salvar su manteón, aunque para ello tenga que robar, con la esperanza de que los dioses vuelvan a manifestarse en las Ventanas, especialmente, el Extraño, el dios que está fuera del mundo. Para ello se enfrentará a Sangre, será capturado, tendrá que exorcizar un burdel y acabará siendo propuesto por el pueblo como nuevo caldé de su ciudad de Virón.

Y el nombre del mundo es Vórtice.

Vórtice («whorl» en el original, con lo que se pierde en la traducción el juego de palabras con world -mundo) es una gigantesca nave generacional que vaga por el universo con destino a dos planetas gemelos, Azul y Gerde, y cuya superficie interior esta ocupada por grandes extensiones de terreno sobre el que se alza la llama de fusión que da la luz a todo, que atraviesa el cilindro de la nave de un extremo a otro; el sol largo del título. Ocupado por colonos de origen hispano, el Vórtice está dividido en diversas ciudades que guerrean, comercian y se comunican entre sí básicamente ignorando su verdadera situación, mientras adoran a un panteón de deidades, presididas por el bicéfalo Pas, que son en realidad las copias informáticas (el cielo en el Vórtice es «Mainframe», juego que se pierde en la traducción) de un antiguo monarca de Urth y su corte. Dioses que solían manifestarse en grandes pantallas conocidas como Ventanas, que exigían sacrificios y que eran capaces de poseer a los seres humanos. Pero eso es cosa del pasado, porque el Vórtice se muere y el sol largo está recalentándose.

La novela está narrada, y el narrador es otro enigma más que nos oculta el autor, en tiempo real y va siguiendo las peripecias de Seda en su intento de salvar su templo/escuela. Pero la lucha profunda es más amplia a medida que el Vórtice va comprendiendo que algo va mal. En una mezcla de seres fantásticos, paisajes insólitos y detalles fascinantes, Gene Wolfe ha creado una vez más uno de esos mundos delicadamente construidos que le son tan característicos. Vórtice rivaliza con Urth en fascinación y profundidad, y la prosa cristalina y cuidada deja caer los detalles, como de pasada, en el espacio entre las letras. Nocturno del sol largo, y todo el resto de la serie, es un vasto drama de pasiones, luchas familiares (al igual que en El libro del sol nuevo, los parentescos son problemáticos), intrigas políticas y búsquedas teológica (porque después de todo, Seda no es más que un hombre en busca de su Dios, el Extraño, que se supone es el Dios verdadero).

El libro del sol largo está situado en el mismo universo que El libro del sol nuevo. Gene Wolfe prepara a su vez una trilogía más, llamada El libro del sol corto, que contará los posteriores avatares de los colonos de Vórtice, y donde, aparentemente, las dos series confluirán.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Para muchos quizá la idea de un libro sobre Borges entretenido, inteligente, iluminador y agradable de leer sea extraña y singular. Al menos, para mí lo es. Por tanto, a la evidente satisfacción que tal volumen pueda deparar, se añade el placer de leer a alguien que ha escrito un libro sobre Borges no para ganar puntos académicos, sino como medio de animar a la lectura y reelectura de Borges. Eso es Jugar en serio: aventuras en Borges.

Releer a Borges es un tentación siempre presente, pero más aún después de las reflexiones de Ezequiel de Olaso. Erudito sin ser nunca pedante, el autor va desgranando comentarios sobre algunos cuentos selectos de Borges («El otro», «Pierre Menard autor del Quijote», «El Congreso») añadiéndole elucubraciones personales, anécdotas del propio Borges, aclaraciones de referencias oscuras y exégesis de otros autores, para demostrar la profunda fascinación de la obra de Borges.

Pero este libro, como ya he dicho, no es un final. Es un punto de partida, y lo más importante que transmite es la pasión por leer a Borges. Las reflexiones no tienen como meta fijar la obra borgeana, sino mostrar su carácter abierto y siempre seductor.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Conocido especialmente como estudioso de la religiones (recordar ese espléndido ensayo que es El mito del eterno retorno, o Diccionario de las religiones, en colaboración con Ioan P. Couliano, como testamento de su obra), Mircea Eliade fue también un escritor de ficción, considerado como uno de los autores más valiosos en su país de origen, Rumania. Su literatura se nutre de sus estudios en los mitos y las religiones, extrapolando a partir de los arquetipos repetidos como si de ciencias duras se tratase. Por tanto, siempre hay algo extraño en Eliade, nunca sabe uno si la acción tiene una explicación terrenal, o realmente hay un trasfondo místico que es la causa de todo.

El volumen que nos ocupa contiene dos novelas cortas. La primera «Tiempo de un centenario» trata el tema de un mutante (palabra empleada por el propio autor), un hombre mayor que es alcanzado por un rayo, a consecuencia del cual rejuvenece y se convierte en inmortal (aunque queda claro, que su condición es voluntaria, es decir, que de alguna forma, puede elegir no rejuvenecer). Pero así mismo, como consecuencia del proceso, obtiene también una memoria perfecta, tan perfecta, que parece realmente corresponder a toda la especie, de forma que le basta con oír algunas palabras de una lengua desconocida para aprenderla por completo. Pronto, después de evitar ser secuestrado por los nazis y cuando se ha fingido su muerte, se convierte en leyenda, y el mundo se pregunta periódicamente por ese extraño hombre que rejuveneció.

La situación del personaje es ambigua. No sabe si es un ejemplo de hombre post-histórico, una muestra de la futura evolución de la especie, o un producto místico resultado de la «escatología de la electricidad». Preside el relato la sensación del desastre inminente, de una guerra nuclear que lo destruirá todo, pero que paradójicamente producirá esa humanidad nueva. El recorrido del personaje por el siglo es suficiente por sí mismo, y parece imposible evitar pensar que su interminable búsqueda del conocimiento es la del propio Eliade.

«Dayan» retoma un tema similar. En esta ocasión se trata de un genio matemático con un peculiar parche en el ojo. Un día, después de un encuentro con el Judío Errante, el parche cambia de posición, y eso provoca una investigación por parte de la policía secreta. Después de una desaparición de tres días (que para él, por la peculiar dilatación del tiempo, no ha durado más que unas horas), Dayan es internado en un sanatorio, donde la policía aspira a descubrir el secreto de la «ecuación final» de la que habla Dayan, ecuación que demostraría la falsedad del teorema de Gödel y que daría un poder infinito a la humanidad. Presente también está aquí el desastre inminente, una catástrofe, probablemente una guerra nuclear, que devolverá al mundo a la era secundaria.

Místico, religioso, científico cuando quiere, Eliade en estos dos cuentos teje mundos fantásticos fascinantes, elucubraciones que se fundamentan en los mitos eternos de la humanidad. No hay pretensión de coherencia científica; la única coherencia es la de la fábula que dice más que lo expresado con palabras. Queda eso sí muy clara la concepción de una catástrofe inminente, la muerte que se acerca.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Fremder de Russell Hoban

El primer navegante Fremder Gorn fue encontrado flotando en el espacio, vestido sólo con un mono azul. No hay ningún otro rastro de la nave Hija sabia y todos están interesados en saber qué fue de la nave y como pudo Fremder sobrevivir sin protección en el espacio. A partir de ahí comienza el periplo del personaje que debe enfrentarse a las autoridades del futuro y descubrir el secreto que guarda su mente. Y a la vez, debe desenredar la compleja madeja de la vida de su madre, Helen Gorn, quien inventó el motor de fluctuación que permite recorrer con facilidad el universo.

Superficialmente suena un poco a Las estrellas mi destino, pero el tratamiento de la historia es muy diferente.

Y podría haber sido mejor libro.

La potente visión de Russell Hoban está presente por todas partes. Su mundo futuro, a mediados del siglo veintiuno cuando la humanidad recorre libremente el universo y ha conquistado, se da a entender, otros mundos, es completamente vívido, extraño y brillante. El desfase entre la fecha de los acontecimientos, 4 de noviembre del 2052, podría perfectamente quedar explicado por la resolución de la historia. Aunque es evidente, que la verosimilitud no es una gran preocupación para Hoban.

Y prácticamente esa visión del futuro es lo que carga con todo el peso de la novela. Su Londres tiene todo el carácter de las pesadillas y los encuentros con personajes tenebrosos se suceden en lugares aún más tenebrosos. Muchos de esos personajes son también particularmente interesantes, especialmente la Pitia, con sus 23.700 millones de fotoneuronas.

Lo que falla es el resto de la narración. Realmente no hay mucho que contar, y la explicación final, que realmente se refiere a un problema familiar, es mucho menos interesante que el desarrollo. Se intenta lograr un aire de profundidad con un batiburrillo de referencias literarias, científicas y mitológicas, pero cae más en el terreno del cliché que en el de la profundidad. En realidad la historia es arquetípica, apenas disfrazada para que parezca ciencia ficción (o, en este caso, algo similar). Realmente se queda a medio camino, y aún así sigue siendo interesante.

¿Recuerdan cuando las antologías de los premios Nebula se publicaban en España? Eso fue hace tiempo, antes de que los editores definitivamente se diesen cuenta de que los cuentos de ciencia ficción no venden lo suficiente como para justificar la edición (después de eso, parece que la única forma de publicar una antología es disfrazarla de novela). En Estados Unidos la situación no es muy diferente, pero con un mercado potencial de varios cientos de millones de personas, incluso la idea más extraña puede tener su público, y aunque las antologías no se venden tan bien como las novelas, si se venden lo suficiente como para justificar su aparición. Y eso que ganan ellos, porque el cuento de ciencia ficción es quizá la esencia del género y donde primero se exponen ideas que luego una legión de escritores tratará en sus novelas.

En el caso que nos ocupa, la antología viene avalada por la Asociación Americana de Escritores de Ciencia Ficción y está formada por los ganadores de su premio, el Nebula, y una selección de finalistas; selección de la que se ocupa este año Connie Willis, autora de El libro del día del juicio final y Por no mencionar al perro. Los cuentos normalmente vienen acompañados por comentarios de sus autores, y el volumen se complementa con piezas de reconocimiento a algún autor en particular (este año Nelson Bond y Poul Anderson) y artículos sobre el estado de la ciencia ficción que este año han quedado reducidos a unas pocas páginas de escaso interés. Parece que esta vez se pretendía dar más relevancia a los cuentos.

Lo que es una buena idea, porque ciertamente la calidad es muy alta.

El mejor, con diferencia, es el inclasificable «Three Hearings on the Existence of Snakes in the Human Bloodstream» de James Alan Gardner. En parte ejercicios de historia, ucronía, ciencia ficción dura y fantasía, el autor se las arregla para tejer una narración fascinante sobre la intolerancia y las formas diversas del fanatismo. Estructurado en tres partes, las tres declaraciones del título, cada una centrada en un individuo. En la primera, Leeuwenhoek declara por herejía ante el Supremos Patriarca, de una iglesia que parece considerar a la Virgen María como el Mesías, por haber afirmado que con su microscopio ha sido incapaz de encontrar las serpientes en la sangre que las escrituras dicen que ahí deberían estar. El Patriarca, que resulta ser más razonable que los líderes religiosos reales, decide que si el microscopio demuestra que no hay serpientes, pues habrá que investigar el asunto. El problema en que algunos ven las serpientes y otros no. Y pronto, aquellos que tienen serpientes en su sangre se consideran puro y cercanos a la palabra de Dios, y los que no las tienen se consideran puros y cercanos a la palabra de Dios, y se produce el inevitable cisma por esa religión común que les divide. En la segunda sección, Charles Darwin declara ante la reina, Ana, por haber afirmado que es capaz de explicar por qué los papistas tienen Análogos Serpentinos, evidentemente no eran serpientes, en su sangre y por qué los Redimidos no las tienen. No es más que evolución, después de siglos y siglos durante lo cuales aquellos que tenían análogos serpentinos se casaban con los que tenían análogos serpentinos y los que no tenían análogos serpentinos se casaban con los que no tenían análogos serpentinos. Darwin teme que la especie acabe dividiéndose en dos. La tercera declaración está mas cercana a nuestro presente y se centra en las consecuencias inevitables cuando la ciencia descubre una forma de permitir los cruzamientos entre la gente con serpiente y lo que no las tienen. Con un material tan peligrosamente cercano al terreno fantástico, el autor consigue con total solidez, sobre todo con un hábil uso de los detalles, mantener en todo momento la credibilidad (necesaria, por supuesto, para que la conclusión del cuento produzca su efecto). Este cuento por sí sólo justifica todo el volumen. Cuento que por cierto, no ganó ningún premio, perdiendo frente a «The Flowers of Aulit Prison» de Nancy Kress, una exploración de la realidad en un planeta extraterrestre allí donde colisiona la cultura humana con la extraterrestre, ciertamente muy bueno y fascinante por derecho propio pero que no llega al nivel, muy notable, del anterior.

«Itsy Bitsy Spider» de James Patrick Kelly es la historia de un actor venido a menos que comparte su vida con un robot que pretende ser su hija pequeña justo cuando su hija real, de unos cuarenta años, decide por fin visitarle. «The Dead» de Michael Swanwick es un alegato contra el capitalismo salvaje: la obra de mano barata del futuro serán los muertos resucitados. En «The Martyr» de Poul Anderson la humanidad intenta descubrir el secreto de los poderes psíquicos de una especie extraterrestre para acabar descubriendo algo que definitivamente no quería saber, con una frase final totalmente aplastante. «The Elizabeth Complex» de Karen Joy Fowler y «The Crab Lice» de Gregory Feeley son las narraciones más experimentales del volumen. En la primera, se construye el retrato compuesto de una Elizabeth, combinando la vida de varias de ellas: la reina, la actriz, etc… «The Crab Lice» es un sueño de Aristófanes con el dios Dionisos en el que el comediógrafo intenta descubrir si alguna obra de teatro derrocará alguna vez a un tirano; una reflexión sobre la política sin acción, ya que todo transcurre en el sueño, incluyendo el final con Václav Havel.

«The Bookshop» es una historia algo convencional sobre tienda extraña, en este caso una librería donde se venden obras sin terminar. Pero los dos cuentos menos satisfactorios, por diversas razones, son «Sister Emily’s Lightship» de Jane Yolen y «Abandon in Place» de Jerry Oltion (que ganaron respectivamente los premios a mejor cuento corto y mejor novela corta, así que es posible que yo esté equivocado). El primero explica parte de la inspiración poética de Emily Dickinson como resultado de un encuentro con un alienígena y su nave hecha de luz. Es una de esas historias muy bien documentada, pero sobre las que uno se pregunta si tanto esfuerzo de investigación merecía la pena para tal conclusión. «Abandon in Place» también es una de esas historias muy bien documentadas, y es esa documentación y el sólido trabajo de detalles lo que permite que la narración se sostenga en cierta medida. La historia es agradable de leer, pero periódicamente mi credulidad se perdía en los momentos en que se me recordaba la premisa: en el centro Kennedy empiezan a aparecer fantasmas del cohete Saturno V, después de la muerte de Neil Armstrong, perfectamente sólidos, que despegan y viajan hasta la Luna para desaparecer a 500 metros de su superficie. Tan reales son que un astronauta, Rick Spencer, consigue volar en uno de ellos, obtener acompañantes en órbita (de una misión del transbordador) y el seguimiento de los rusos (la NASA, por supuesto, se niega) para viajar de nuevo al satélite de la Tierra, y con ello devolver al mundo la emoción del viaje espacial. La gracia del cuento está en el sentimiento de nostalgia por la gran época de la exploración espacial, pero para los que somos escépticos sobre todo ese asunto del viaje tripulado al espacio, el no sentir ninguna emoción por el tema hace que la premisa sea demasiado suponer y todo se viene abajo con facilidad.

El volumen se completa con un fragmento de la novela ganadora, La luna y el sol de Vonda N. McIntyre, una excelente obra que pronto publicará en España Ediciones B en su colección Nova. Así mismo, se incluyen los ganadores del premio de poesía Rhysling.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Axiomatic de Greg Egan

Borges lo descubrió en su día: cuando uno quiere hundirse en la metafísica, el mejor formato es el cuento. La novela tiene demasiadas exigencias, es demasiado larga, necesita molestos personajes que hay que desarrollar y que entorpecen la claridad expositiva, y requieren de demasiadas ideas y peripecias para mantener la trama en marcha. Mientras que en el cuento se puede prescindir casi de todo, puede uno concentrarse en el efecto final que se busca y la exploración de una idea base puede llevarse con facilidad y rapidez hasta sus últimas consecuencias; y todo ello sin mencionar virtudes como la precisión, la claridad y la contención. Por tanto, no es de sorprender que cuando Greg Egan desbarra hacia la metafísica lo haga mejor en sus cuentos que en sus novelas (pero para la descripción del futuro es mejor la opción contraria). Y no es de sorprender que siendo Axiomatic una recopilación de cuentos de Greg Egan, sea también su mejor libro; pero, además, es una antología de referencia en la moderna ciencia ficción y de lo mejor que ha dado el género en la última década. Si alguien cree que la ciencia ficción está muerta es que no ha leído a Greg Egan, y, en particular, no ha leído esta antología.

Y las ideas serían el motivo central de todos estos relatos. Todas las tribulaciones de los personajes, todos sus dudas existenciales, nacen en esta serie de cuentos de la manifestación en la realidad de alguna idea en ocasiones increíblemente abstracta. En el primero de los cuentos, «The Infinite Assassin», es una arriesgada explicación matemática lo que da sentido a la idea de una serie infinita de asesinos que deben eliminar a una serie infinita de personas que usan una droga que altera la realidad. «The Caress», «Blood Sisters», «The Moat», «The Cutie», «Appropriate Love» y «The Moral Virologist», examinan las posibilidades de las nuevas tecnologías médicas y biológicas; ya sea en el tratamiento médicos, en la posibilidad de crear réplicas de animales inexistentes, o en la generación de una nueva especie humana con un código genético diferente. «The Hundred-Light-Year Diary» y «Into Darkness» exploran ideas astrofísicas; la existencia de galaxias en las que el tiempo fluye en sentido contrario en el primer caso y los agujeros de gusano artificiales en el segundo.

Pero donde realmente deja ver su talento Greg Egan es en aquellos cuentos que tratan sobre el problema de la personalidad humana. «Learning to Be Me», el mejor de la antología, es una aterradora historia de un futuro en el que a los seres humanos se les implanta un pequeño dispositivo que va aprendiendo, de ahí el título, a comportarse como su anfitrión humano para, años después, ocupar el lugar del cerebro cuando comienza el declive físico de éste. La pregunta es: ¿quién soy yo, el dispositivo o el cerebro? Y la respuesta no es tan simple como parece. «The Safe-Deposit Box» relata la historia de un hombre con graves problemas neurológicos que vive su vida intermitentemente ocupando el cuerpo de otros hombres. «The Walk», «Axiomatic», «Seeing» y «Closer» son otras tantas visiones de cómo nuestra biología y la estructura neurológica de nuestros cerebros dan forma a quiénes somos.

Lo que hace especialmente aterradoras esas visiones de la condición humana es que están sólidamente basadas en conocimientos científicos y que las situaciones están descritas con un estilo claro y directo que al no recrearse en los detalles truculentos destaca el fondo metafísicamente aterrador (¿o es aterradoramente metafísico?) de las ideas empleadas. Pocos autores se han atrevido a llevar sus especulaciones hasta las últimas consecuencias, y menos aún son los que han intentado hacer que las ideas abstractas se materialicen para mostrarnos cómo afectan a nuestra idea de quiénes somos.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Cuarentena de Greg Egan

El 15 de noviembre del 2034, todo el sistema solar queda cubierto por una burbuja impenetrable de dos veces la órbita de Plutón y que lo aísla completamente del resto del universo.

Pero la vida sigue.

Más o menos.

Treintaitrés años después, una mujer, Laura, concebida aproximadamente durante el momento de la aparición de la Burbuja y que padece graves trastornos neurológicos, desaparece misteriosamente de una institución médica. ¿Se trata de un secuestro? Eso es lo que se le encarga investigar a Nick, un ex-policía convertido en detective privado después de una traumática experiencia que causó la muerte de su esposa Karen a manos de Los Niños del Abismo, una secta terrorista que aspira a producir la destrucción que según ellos significa la Burbuja. Después de complejos procesos de investigación, donde se nos va mostrando la complejidad tecnológica y humana del año 2067 (un futuro muy sólidamente construido), el detective encuentra a la mujer (no a la niña, como se dice erróneamente en la contraportada del libro). Cuando intenta rescatarla, en el territorio de Nueva Hong Kong situado en Australia, es reclutado a la fuerza, por medio de un implante, dentro de una misteriosa organización de investigación llamada el Conjunto.

El Conjunto investiga la realidad.

Más o menos.

Realmente investiga los efectos que por medio de la mecánica cuántica, dando por buena en el contexto de la novela la interpretación de Copenhague, podría tener la consciencia humana sobre la realidad. Cosa, por supuesto, que afecta realmente a la realidad tras la realidad, es decir, a la metafísica. Y hacia ahí, como suele ser habitual en la obra de Greg Egan y más en las novelas que pertenecen a su ciclo del universo subjetivo, deriva rápidamente la trama. Hasta que al final se produce la epifanía metafísica y se explican todos los misterios, incluyendo la razón de la Burbuja (que, evidentemente, es de origen extraterrestre); pero en la obra de Egan, por suerte, las explicaciones son más misteriosas y apabullantes que los hechos que explican. Porque en el caso de Greg Egan, la metafísica está siempre sólidamente cimentada sobre la ciencia moderna, y sus revelaciones abren nuevas puerta de lo que podría ser.

Poco más se podría hacer en algo más de 250 páginas, y es una muestra de la capacidad especulativa de Egan que puede meter tanta ciencia ficción en tan poco espacio. Pero si esta novela tiene un defecto, es que precisamente no se atreve a hundirse en la metafísica como por ejemplo hace en Ciudad permutación o Diáspora. Parece escribir con cierta timidez, y si bien plantea grandes cuestiones sobre la forma en que la ciencia moderna podría alterar nuestra visión del cosmos en el que vivimos, también parece quedarse a un paso de llevar la situación hasta sus últimas consecuencias. Y precisamente el final, por poco arriesgado, es la parte más floja de una novela que tantas satisfacciones puede dar a un lector de ciencia ficción. Además, la comprensión total de la novela se pierde ligeramente en Español por problemas de traducción (por ejemplo, ¿por quá «Letargia de Zeno» y no «Letargia de Zenón»?, ó, ¿por qué no usar «disparador» para «trigger»?) y fallos ocasionales en los tiempos verbales. Problemas, que sorprenden tratándose de un traductor de la experiencia de Albert Solé, todos ellos que podrían haberse resuelto fácilmente con una corrección más atenta y cuidadosa.

No estamos ante una de las mejores novelas de Greg Egan, pero ciertamente se trata de una buena novela por cualquier estándar de la ciencia ficción. Curiosamente limitada para lo que este autor es capaz de hacer, Cuarentena dejará un buen sabor de boca a cualquier aficionado al género y además le dará mucho que pensar. No es poco. Y con suerte, esta novela no será más que la primera en esta colección, porque es seguro que la lectura de Cuarentena le dejará con ganas de más. Y hay más.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Si no tuviese ninguna otra cualidad, que las tiene y sobre las que volveré más tarde, su capacidad para la trama garantizaría el éxito de los libros de Connie Willis. No es sólo que sea capaz de inventar buenos argumento, sino que los desarrolla con una precisión arrolladora y hermosa. Nada es casual, todos los pequeños detalles tienen su razón de ser, y todo lo que sucede en la página cien tiene su importancia al llegar a la 400. Incluso cuando el lector descubre cuál va a ser la solución, siempre le queda la duda de cómo se las arreglará para llegar a ella. Y el placer proviene de comprobar no sólo que lo consigue, sino que lo hace sin violar las reglas y con facilidad matemática.

Y en ninguno de sus libros es tan evidente como en este que hoy nos ocupa. Posiblemente la novela de estructura más compleja en la que se haya embarcado esta autora, y que se resuelva con total aplomo y suavidad. Y los problema narrativos de Por no mencionar al perro en principio no podrían ser mayores. No sólo es una novela de viajes en el tiempo, con las complicaciones que tal cosa introduce en el orden narrativo, sino además una comedia, con las limitaciones que eso impone en el ajuste de los elementos para producir el humor, y en el equilibrio para hacer estallar la carcajada. El hecho de que Connie Willis lo consiga, mientras reconstruye toda la época victoriana y desenreda la telaraña temporal de paradojas en la que mete a sus personajes, demuestra que es una autora dotada de algo más que de un envidiable sentido para la trama. Demuestra una vez más inteligencia, cuidado y amor por su obra (por ejemplo, el increíble, en apenas unas frases, cambio que se produce entre la personalidad que el lector atribuye a Lady Schrapnell y la que tiene realmente).

Ned Henry corre de arriba abajo por el tiempo buscando el tocón del pájaro del obispo, un misterioso objeto casi legendario que es imprescindible para reconstruir con total fidelidad la Catedral de Conventry (destruida por los nazis). Es uno de los muchos encargo de Lady Schrapnell, una excéntrica millonaria norteamericana, empeñada en reconstruir el lugar donde una antepasada suya conoció a su verdadero amor. Pero Ned está sufriendo de desorientación temporal, así que sus superiores le envían a descansar allí donde la dama no pueda encontrarle: el verano de 1888, en plena época victoriana. Y de paso, devolver algo, algo que no debería haber venido del pasado y que podría provocar una paradoja de trágicas consecuencias. Pero Ned no entiende muy bien su misión. Sólo quiere dormir. Pronto, ésa será su menor preocupación.

Y mientras Ned y su compañera Verity intentan salvar el continuo espacio tiempo de un colapso inminente que ha paralizado casi todas sus actividades, tienen que vérselas con una familia de excéntricos victorianos, un mayordomo culto, una reina del espiritismo, tres hombres en una barca…. y eso por no mencionar al perro. Jugando continuamente con las convenciones de la novela victoriana y de detectives, Connie Willis va desplegando su historia de amor y de paradojas, en una novela que cuando se empieza a leer es imposible dejar. La más divertida de sus novelas es también la más seria. Y una vez más se demuestra que las mejores historias son las historia de amor… con viajes en el tiempo.

Publicado en El archivo de Nessus.

Jingo, de Terry Pratchett

El Mundodisco está en guerra.

Vale, no todo el Mundodisco, sólo Ankh-Morpork y Klatch, y todo por una isla, Lesph (la Atlántida del Mundodisco, con algún atisbo de seres primigenios) que resurge del mar junto a medio camino entre las dos naciones. Y como era de esperar, ambas la reclaman como suya y pronto todos están deseando que empiece una guerra por un trozo de tierra lleno de sal. Todo menos el Comandante Vimes de la Guardia, al que le gustaría poder arrestarlos a todos y que reclama una fuerza policial internacional para detener a las naciones que hacen la guerra, y el Patricio de Ankh-Morpork que debe renunciar a su puesto, porque en tiempos de guerra un político no vale para nada… o casi nada.

Como vigésimo primer libro de la serie, era ya posible esperar lo peor. Los volúmenes anteriores habían visto un descenso de la calidad, especialmente Hogfather, que, dejando los dos primero aparte, bien podría ser el peor de la serie. Eran buenos libros en general, pero parecía que el autor se encontraba bajo de fuerzas, y como novelas carecían de la profundidad del mejor Pratchett. Pero Jingo recupera al Pratchett reflexivo, inteligente, satírico y sarcástico, con esa visión ligeramente diferente de la condición humana, y al Pratchett más serio y más terriblemente divertido.

De Jingo en sí no se puede decir mucho, porque la trama es tan compleja (entre otras cosas incluye un viaje al desierto y una especie de recreación de Lawrence de Arabia) que contar algo es arriesgarse a arruinarla. Sólo decir que es una novela sobre la guerra, sobre la inutilidad de la misma, sobre la naturaleza de la xenofobia, sobre el racismo y el sexismo, sobre las posibilidades bélicas de la investigación científica. Muchos elementos parecen sacados directamente de un conflicto reciente en la zona árabe. Las observaciones son ácidas y no dejan en buen lugar algunas creencias queridas. El humor es curiosamente melancólico, porque después de reír a carcajadas, sólo puede uno callar al comprender las verdades que hay detrás.

Posiblemente el mejor libro de la serie.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Dependiendo de la perspectiva individual de cada uno, el origen y el futuro del universo podrían ser las preguntas más importantes o las menos interesantes. Son acontecimientos que suceden en escalas temporales tan increíblemente vastas que su correcta apreciación requiere de tal desapego del aquí y ahora y tal distanciamiento de las preocupaciones humanas normales que pocos son capaces de soportarlo. Por otra parte, lo remoto de esos acontecimientos hace que realmente no tengan importancia en nuestros destinos individuales. Después de todo, una vida humana no ocupa más que una fracción infinitesimal de la vida del cosmos.

Pero por suerte o por desgracia, nos gusta saber. Y cuando lo que descubrimos supera nuestra compresión y nos cuenta duras verdades sobre nuestra situación… pues bien, seguimos en ello. E incluso, podemos obtener consuelo de nuestra comprensión o incluso apreciar la majestad de esos acontecimientos.

Antes del principio de Martin Rees, astrofísico en activo, es ese tipo de libros de divulgación que no sólo transmite la maravilla de los descubrimientos científicos, sino también la historia tortuosa que ha llevado a su consecución. En varios capítulos va desgranando lo que se conoce actualmente sobre el origen y la evolución del cosmos, describiendo el modelo inflacionario y las distintas hipótesis sobre el futuro lejano del mismo. La historia de los descubrimientos cobra vida, como en el caso del descubrimiento de los cuasares, y muestra el proceso complejo, lleno de casualidades y equívocos, que llevó hasta ellos.

(El propio libro es, involuntariamente, en sí una muestra del complicado camino de la ciencia. En un momento dado, página 166, el autor discute como posibilidad que en el futuro el universo vuelva a colapsar a una singularidad. En ese punto, el traductor, ajustándose a los datos disponibles en el momento de hacer la traducción, inserta una nota donde señala observaciones recientes de supernovas en galaxias remotas que podrían apuntar a que el universo está acelerando la expansión y que por tanto sería abierto. Pero hoy, algunos meses después, hay noticias de que esas observaciones podrían no ser correctas y por tanto el universo podría ser cerrado. Es decir, por el momento, como casi siempre, no hay nada claro).

Pero hay algo más. Llega un punto en el que el libro no puede menos que elucubrar, pero el autor se asegura de dejar bien claro cuándo está haciendo cábalas y cuándo lo que dice se fundamenta en hechos. Es quizá esa la parte más interesante, la que describe las distintas hipótesis sobre el futuro del universo, y la posibilidad de que el nuestro no sea más que un universo entre otros, un racimo de universos que se reproducen, crecen y evolucionan como seres vivos.
Lo verdaderamente interesante de este libro es la voluntad de entender. Y lo que transmite es la emoción de la búsqueda de respuestas a las preguntas de las que hablaba al principio.

Publicado por primera vez en El archivo de Nessus, 1999

Publicado originalmente en El archivo de Nessus, 1999

Con Nos queda la parábola (Ediciones B. Colección Nova ciencia ficción 117. Barcelona. Septiembre 1998. Portada: Samuel Gómez. 320 páginas. ISBN: 84-406-8723-0) estamos ante un libro excesivo y extraño. Excesivo porque está lleno de personajes improbables, de diálogos exageradamente formales, de refrescante pedantería en ocasiones, y exuberantes (un estilo que al principio se hace pesado y difícil, pero que pronto la costumbre convierte en ágil y entretenido), y exhibiendo una ironía que lo permea por completo. Extraño porque se aparta de lo cánones de lo que debe ser una novela de ciencia ficción para buscar su propio espacio, a medio camino entre el ensayo y la ficción. Estamos ante una novela de tesis, que defiende una idea con convicción e inteligencia. Factores todos estos que no detraen sino que forman parte principal de su atractivo. En cierta forma, a su modo, encaja perfectamente en la genealogía de la ciencia ficción española.

Guifré Faust, rebelde y místico, suplanta a su hermano gemelo Marc Faust, famoso astrofísico y respetable investigador, en un primer capítulo titulado «El congreso no se divierte». Su pretensión no es otra que revelar la verdad ante la estupefacta comunidad científica. La Tierra no es más que un experimento de unos científicos extraterrestre. Pero nuestra administración del planeta ha sido nefasta y sus creadores han decidido cancelarlo a menos que se realicen cambios radicales en la administración de los asuntos humanos, cambios que destruirían por siempre el orden político, económico y social establecido. En caso de no cumplirse esa condición, un extraño meteorito perfectamente negro y esférico que contiene un agujero negro, se activará, destruyendo todo el mundo.

A partir de ahí, los acontecimientos se disparan. Todos lo que tienen algo que perder, o ganar, con la situación se afanan en busca del misterioso meteorito (que Guifré encontró cerca de su casa y con el que está extrañamente unidos por canales mentales que no puede entender): grupos terrorista-ecologistas, fuerzas internacionales de seguridad, el mundo científico y tecnológico, los cultos religiosos de nuevo cuño, y algunos personajes normales que se ven casualmente implicados en la acción. Unos con el fin cambiar la situación, otros con la intención de que nada cambie y todo siga igual, y otros simplemente para resolver el problema y poder seguir con sus vidas.

El autor tiene una posición definida ante el mundo y la situación en que vivimos. Y la expone con gran convicción, inteligencia y sentido del humor. En todo momento hace uso de los mecanismos de que dispone para exponer las fallas de los personajes, de las situaciones y de las instituciones. El lenguaje deliberadamente arcaizante, los diálogos formales y la exquisita precisión expresiva no hacen sino reforzar la ironía y el humor. La idea final está expresada en la parábola que contiene el libro (al menos una, nos advierte el autor antes de empezar) en la página 212, relatada irónicamente por el personaje menos adecuado.

No hay final en este libro, y el lector haría mal en esperarlo. Nada se resuelve porque no hay nada que resolver. De la misma forma que nuestro destino sobre la Tierra está controlado por fuerzas e instituciones que nos superan y no podemos entender, el destino total de la Tierra está a su vez controlado, quizá, por extraterrestres remotos que no podemos ver y cuyos motivos nos son tan ignotos como los de nuestros gobernantes. Una fábula sobre la impotencia, y quizá sobre la inutilidad final de los esfuerzos y las revoluciones, Nos queda la parábola se configura como una de las novelas más ricas e interesantes que ha dado la ciencia ficción española. Una reflexión escéptica e irónica sobre el mundo en que nos ha tocado vivir, disfrazada de futuro, pero desafortunadamente demasiado presente. Al final, como nos dice el título, sólo nos queda la parábola.

Uno de los cuentos más hermosos de Charles Sheffield es «A Braver Thing». Dos amigos de la infancia se convierten en físicos de renombre. Uno de ellos es un hombre ambicioso que desea subir en el escalafón académico. El otro, es un hombre atormentado cuyos resultados son productos más de la intuición que de la reflexión. Sus vidas se separan, pero se cruzan de nuevo cuando el segundo no puede soportar más sus problemas psicológicos y se suicida, dejando una teoría que permitiría el viaje a velocidades superiores a la de la luz. El primero la presenta como suya, después de todo, su amigo estaba muerto sin descesdencia, y gana por ella el premio Nobel. Todo el relato está contado por él mismo durante la ceremonia, cuando ha tomado la decisión de contarlo todo en su discurso final; un acto de valor. Ese cuento resumía la pasión y los pesares de la investigación científico, en un par de personajes perfectamente dibujado, uno de ellos en la distancia, y con un dilema moral permeándolo todo.

Lo comento porque una de sus últimas novelas, Tomorrow and Tomorrow [Mañana y mañana], me ha recuperado ese aspecto de Charles Sheffield. Se trata de otra historia de pasión, pero en esta ocasión es el amor de Drake Merlin, músico de talento, por su esposa Ana. Ana se está muriendo de una extraña enfermedad incurable (no hay casos suficientes para justificar la búsqueda de una cura), y Drake concibe un arriesgado plan. Hará congelar a su mujer justo antes de su muerte, y luego, diez años después y convertido en millonario y uno de los grandes expertos en la música de su tiempo, el también será congelado. Su esperanza es que en el futuro alguien se sienta intrigado por sus conocimientos musicales y decida despertarle, dándole así la oportunidad de hacer lo mismo por su esposa Ana y quizá curar su enfermedad.

Y el plan funciona y Drake despierta 500 años en el futuro, pagado por Leon, un estudioso de la música del siglo veinte que desea su ayuda para completar su obra de toda una vida. Pero Ana no puede ser curada. Así que Drake escapa de nuevo al futuro, robando el cuerpo de Ana que se encuentra en la luna Caronte y una nave espacial que le permitirá un viaje relativista hasta la estrella más cercana y de vuelta. Pero durante el viaje comete un error. Para reforzar su propósito, abre el contenedor de su esposa para volver a verla, con el resultado de dañar su cerebro. Cuando regresa a la Tierra, la tecnología de otros varios cientos de años lo más que puede ofrecer es la clonación de Ana y permitir a Drake que vuelva a dormir en busca de otro futuro en que su verdadera esposa pueda volver a la vida.

Comienza así una serie de despertares en futuro cada vez más remotos. En uno de ello le informarán que su cuerpo ya no puede seguir congelado, que los efectos cuánticos lo acabarán destruyendo y que su mejor opción es pasar a almacenamiento electrónico. Y no, Ana sigue sin poder ser resucitada. Pero hay una esperanza. El universo ha resultado ser cerrado, y según algunas hipótesis científicas, es posible que en su final se produzca la acumulación de toda la información total del cosmos, incluyendo la personalidad de Ana. Y en ese punto, quizá sea posible recrearla tal y como fue. Y con esa esperanza, Drake vuelve a dormir. Dormir hasta el sorprendente final en el punto que lo contiene todo.

Sheffield ha hecho algo realmente extraordinario: ha creado una novela de ciencia ficción que recorre la historia del cosmos desde el siglo XXI hasta el final del universo, pero lo ha hecho conservando la unidad narrativa y dándole siempre al lector un punto de referencia al que anclarse. Pero no ha sacrificado por ello la lógica, y ése es uno de los puntos más interesantes de la obra. En uno de los despertares más tristes, Drake debe ayudar a defender la galaxia de una amenaza exterior. La humanidad del futuro, tan evolucionada electrónica y mentalmente que casi no es humanidad, es incapaz de luchar una guerra porque esos rasgos belicosos de la naturaleza humana ha desaparecido. Drake, pacifista cuando era de carne y hueso, es para ellos un superguerrero y un maestro de la estrategia militar. Pero ¿cuánto tiempo llevaría luchar una guerra a escala galáctica? Millones de años, naturalmente. Y eso es lo que sucede, con Drake clonándose y reproduciéndose interminablemente para atender a todos los frentes (ahora no es más que una personalidad electrónica). Y cuando la guerra termina, debe atender a todos los huérfanos del conflicto: los billones, trillones, de copias de su personalidad que vagan por ahí, integrándolos nuevamente en él mismo, con las consecuencias que ello conlleva.

Pero lo más extraordinario de todo es que la novela no llega a las 400 páginas. El esfuerzo de concisión conservando la amplitud temática es extraordinario. Porque realmente se nos cuenta por el camino la historia de varios aspectos de Drake: la patética historia del cuerpo físico resucitado, la aventura de una de sus copias electrónica perdida en una galaxia lejana y que tarda tanto en volver a casa que el universo ya se encuentra en contracción. Tomorrow and Tomorrow es una de esas novelas que se toma la ciencia ficción y a sus lectores completamente en serio. Un esfuerzo que merecía haberse premiado con un Hugo.

Publicado en BEM 65 (octubre-noviembre 1998)

Dan Simmons es más inteligente que todos sus críticos y consiguió engañarlos a todos, exceptuando quizá a su perspicaz editor español, con Endymion. Los comentarios habituales sobre esa novela eran que estaba por debajo de las dos primeras, que no se entendía nada y que nadie sabía por qué se molestaba en contar todo aquello (aparte de unas, más que justificadas, comparaciones con La guerra de la galaxias y Terminator, por mucho que le pese al citado editor español). Además, todo lo que sabíamos del mundo de la Hegemonía no servía para nada, todo había cambiado, nada era lo que creíamos y los que releyeron los dos primeros libros antes de leer Endymion perdieron el tiempo (aunque volvieron a disfrutar de dos magníficas novelas).

¡Ah, hombres y mujeres de poca fe! ¡Cómo pudimos desconfiar de él!

El más que probable ganador del Hugo de este año (con lo que la serie de Hyperion podría recibir premio por el primer y último libro de la saga) tenía más de un as en la manga, y talento más que suficiente para echarse el farol de apostar sin nada y ganar. Después de leer The Rise of Endymion no puede uno dejar de pensar que todo estaba concebido de antemano, que al empezar a escribir la primera línea del primer libro el autor ya sabía que todo era falso, que los últimos dos libros revelarían la verdad y que la misión de la Mesias no iba a ser tan evidente. Es imposible claro, pero está todo hecho con tal habilidad, todas las piezas encajan con tanta precisión, que uno de los placeres de la novela es ver cómo todo está tan bien pensado. Un ejemplo: la historia de Het Masteen no aparece en Hyperion, todo los peregrinos relatan la suya menos él, porque desaparece antes de poder hacerlo para reaparecer moribundo. Pero aquí está, en The Rise of Endymion, como reservada para el final, la historia de la Voz del Árbol y el verdadero sentido de la Yggdrasill. También descubrimos el origen del Tecnonúcleo, la verdadera naturaleza de los cruciformes y quién está realmente tras el rostro metálico del Alcaudón.

Pero aunque pueda parecerlo, The Rise of Endymion no viene a terminar la serie de Hyperion. Nada más lejos de la intención del autor. Viene a trascenderla. El resultado final es una novela que sin bien se ocupa circunstancialmente de explicar algunos de los misterios de los primero libros, realmente mina con cuidado y tranquilidad todos los aspectos de la serie. The Rise of Endymion amplía la imagen del universo y la Hegemonía, la humanidad, el Tecnonúcleo y el mismo Alcaudón no son sino aspectos diminutos de la realidad. Hay muchas más cosas, muchas más, en el cielo y en la Tierra de lo que soñábamos.

La novela comienza con un hecho curioso: la muerte del Papa. Resucita, por supuesto, y el lector hará bien en recordar que lleva dos cruciformes, y adopta el nombre de Urbano XVI. El nombre no es casual, porque inmediatamente declara la cruzada contra los Exters Mientras tanto, el Padre la Soya, desterrado a un lejano planeta, es reintegrado al servicio y se le envía a luchar contra los Exter. En medio de la guerra irá tomando conciencia lentamente del horror de la acciones de la iglesia. Y Aenea, la niña mesías hija del cíbrido Keast, después de un largo aprendizaje con Frank Lloyd Wright, se embarca en la misión final para extender su filosofía e intentar evitar el triunfo final de la Iglesia. O al menos, la Iglesia tal y como existe en ese mundo.
El mensaje de Aenea es bien simple: «elige de nuevo» y la ceremonia más simple aún: basta con beber, literalmente, su sangre. Esa sangre provoca en el sujeto que la bebe una sutil transubstanciación que le permite liberarse del cruciforme y así del control de la iglesia.

Pero Aenea es en el mejor de los casos una mesías renuente. Ella realmente lo que quiere es estar con Endymion y compartir su amor. Sabe perfectamente que tiene una misión que cumplir, pero esa misión no la distrae nunca de su verdadero objetivo. Puede que pretenda salvar a la humanidad por amor, pero ama a un hombre sobre todos.

Los lectores que esperen encontrar Hyperion, o incluso La caída de Hyperion, se sentirán defraudados. Un autor no tiene por qué escribir un mismo libro dos veces, aunque se trate de una gran novela, y eso lo tiene bien claro Dan Simmons. Los que esperen encontrar una buena novela de ciencia ficción, una de las mejores obras de su autor, no se sentirán sin embargo defraudados. Tenemos aquí a un Simmons que escribe como no había escrito en años, y los años de experiencia no han pasado en vano y estamos ante una novela narrada con más convicción, habilidad y claridad que las anteriores. El resultado es una de esas space operasapasionantes que en lugar de reducir las dimensiones del universo las amplía y también una reflexión sobre la religión, lo que representa pertenecer a un grupo opresor, aunque ese grupo puede realmente dar la inmortalidad, y lo que representa poder liberarse hacia otra espiritualidad.
Pero ante todo, The Rise of Endymion, como muchas grandes novelas, es una historia de amor, un amor que comenzó siglos antes del nacimientos de sus protagonistas y que sólo podrá consumarse más allá de la muerte de los mismo. Raul y Aenea son pobres personas que se aman pero a las que ha arrollado la historia. Lo dicho, bien está lo que bien acaba.

Publicado en BEM 62 (abril-mayo, 1998)

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