De lo sublime, de Longino

Un gran clásico de la crítica literaria, una obra que conserva su frescura a pesar de tener casi 2.000 años. «De lo sublime», de Longino.

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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.

TRANSCRIPCIÓN

Hola. Hoy te traigo «De lo sublime», de Longino. Una de las grandes obras clásicas sobre la estética y la crítica literaria. Y también una lectura muy entretenida.

La publica la editorial Acantilado con traducción de Eduardo Gil Bera.

Vamos allá.

Mi nombre es Pedro Jorge Romero y en este canal te hablo de lecturas que valen la pena. Suscríbete para estar al día y no olvides darle a la campanita para no perderte ningún vídeo.

«De lo sublime», conocido en otras ediciones como «Sobre lo sublime», es una de mis obras preferidas de la antigüedad clásica. Ese periodo indefinido que puede llegar hasta la caída del imperio romano. Es un texto fascinante, rico, reflexivo, lleno de ideas y que puede leerse y releerse una y otra vez.

Veras.

Hay un gran texto clásico sobre literatura, que es la Poética de Aristóteles. Cuando lo tuve que leer, la edición que compré venía con otro libro: «De lo sublime» de Longino. No lo conocía. Terminada la tarea que me habían asignado, leí el siguiente.

Ya lo había pagado. Fue hace mucho tiempo y los móviles todavía no hacían nada útil. No daban ni la hora.

Al terminar, sentí el más absoluto entusiasmo. El libro que NO se me había asignado para leer me gustó mucho más y me resultó mucho más extraordinario, cercano y francamente razonable. Comprendo que la Poética es muy importante, pero…

Mi opinión. A Aristóteles no le gustaba el teatro. Lo que le gustaba eran sus ideas sobre el teatro. Y si el teatro real no coincidía con sus ideas, pues peor para el teatro.

También carecía del más mínimo sentido del humor. Jorge de Burgos no tenía nada de qué preocuparse. Su libro sobre la comedia seguro que era el libro de chistes más aburrido de la historia. Ni Freud lo hubiese superado.

Tu vídeo es pueril y desdramatizado. No tiene sentido de la estructura, los personajes o de mis unidades.

Qué te decía.

Pero al contrario, el autor de «De lo sublime»… Nadie sabe cómo se llamaba, pero Longino nos vale… parece que sinceramente disfrutaba del arte, de la literatura, del teatro. Sus palabras parecen derivar de haber estudiado las obras para extraer sus aspectos destacables, su técnica, en lugar de partir de opiniones a priori sobre “así deben ser las cosas”.

Y hay un momento absolutamente luminoso, una revelación maravillosa en la que el autor y yo somos uno y estamos totalmente de acuerdo. Pero ya hablaremos de eso.

Si bien el discurso posee un firme sustrato moral, sí que transmite la cercanía y el calor humano de alguien que disfruta. Longino parece estar pasándoselo bien.

Ayuda mucho que el texto sea una carta dirigida a un amigo y describa una experiencia común a los dos: el desencanto con un tratado anterior sobre la materia. Nuestro autor decide componer su propio texto. Con doble intención. Por un lado, explicar qué es lo sublime, sus efectos y sus usos. Y por el otro, explicar cómo lograr ese efecto sublime, dejando espacio para que cada uno adapte esas enseñanzas a su propia personalidad.

Es a la vez texto de análisis y manual de retórica. Analiza cómo se hace y enseña a hacerlo.

No está nada mal para un libro tan cortito y que además está incompleto. Y siempre con una enorme profusión de citas y comentarios sobre otros autores, usando continuamente ejemplos para apoyar sus palabras. Por citar, incluso cita el Génesis.

Pero ya hemos dado muchas vueltas. ¿Qué es lo sublime?

Pues es un cierto apasionamiento, un cierto éxtasis, es un desborde de emociones atemperado por la razón. Para convencer no basta con argumentar, no basta con dar datos, no basta con los razonamientos. Hace falta mover al público, elevar su espíritu, llevar al cénit su humanidad.

«Lo sublime es una elevación y culmen del lenguaje», dice. «Lo maravilloso y sobrecogedor siempre vence a lo que apunta sólo a persuadir y complacer» añade. «Lo sublime que irrumpe en sazón devasta como un rayo todo lo establecido y muestra en su plenitud el poder del orador», sentencia.

Ya sale una idea importante en todo el texto, que es más o menos explícita en todo el discurso, la de un cierto equilibrio. No se trata de emocionar. No se trata de razonar. Se trata de hacerlo a la vez y en su justa medida.

¿Y de dónde surge lo sublime?

Pues tiene 5 fuentes:

  1. Concepción elevada del pensamiento.
  2. Pasión vehemente e inspirada.
  3. La doble formación de figuras.
  4. La dicción noble.
  5. La dignidad y elevación de estilo en la composición.

Pero ya te habrás dado cuenta de que todas estas fuentes no son iguales. Las tres últimas, son las que se refieren al arte, a la técnica, a la pura composición del texto. Es la parte de escritor, es la parte que se puede aprender, es lo que la experiencia y la cuidadosa selección de modelo te puede enseñar.

Y es a lo que dedica muchas y muchas páginas el autor, a contar, con muchos ejemplos como ya he dicho, como lograr esos efectos retóricos de lo sublime.

Hay pocas reglas en «De lo sublime». O mejor dicho, hay muchas reglas, pero todas están debidamente matizadas, todas están atemperadas y todas definen un dominio sobre el que pueden aplicar. Por ejemplo, en la página 86 dice «La excesiva concisión rebaja lo sublime» para inmediatamente añadir «La prolijidad es fría». Siempre hay un punto justo, siempre hay una razón perfecta. Pero depende de la obra.

«De lo sublime» se escribió en una época muy diferente, alejada de los grandes sistemas filosóficos, de lo esquemas totales, una época en la que resultaba difícil dar con una cosmovisión, con una teoría general que explicase todos los fenómenos. Una época más dispersa que se enfrentaba a una compleja avalancha de hechos y una prolija sucesión de manifestaciones que exigen un análisis individual y concreto.

Por esa razón hay una presencia continua de fondo, un “todo en su justa medida”, que obliga al autor, y a nosotros lectores, a tratar las obras en su individualidad radical. Si no lo hacemos así, al no disponer de recetas, ¿cómo podremos saber si realmente la obra ha alcanzado ese equilibrio y con él lo sublime? Leído ampliamente, «De lo sublime» defiende juzgar cada obra según lo que cada obra ha decidido hacer.

Es más estricto con cierto… minimalismo. Defiende más que nada que las figuras no se noten. Que la habilidad artística pase desapercibida en cuanto ha alcanzado lo bello y sublime. Nada de florituras por las florituras para Longino. No todas las pasiones son iguales, nos dice, y es muy fácil caer en la puerilidad.

¿Y las otras dos fuentes? ¿Las dos primeras?

Pues lamento decirte que según el autor tienden a ser innatas. Aunque el texto también parece defender que emular a los grandes posiblemente te permita elevarte a ti también. Pero en lo que debe ser la distancia más grande con nuestra época, Longino va a un poco más allá.

«Lo sublime es el eco de un alma grande», dice, añadiendo además que «…no es posible que hombres en cuyas vidas prevalecen ideas y propósitos ruines y propios de esclavos produzcan algo admirable y digno de inmortalidad» (p. 20)

Supongo que en esa época una idea de ese tipo debía ser evidente. Ser un genio era ser buena persona o algo así. Una gran obra implicaba un gran creador, o algo así. Para ciudadanos del siglo XXI, acostumbrados a los desmanes de los creadores y hábiles para navegar la distinción entre persona y obra, la idea es bastante más difícil de aceptar. No nos da la impresión de que la grandeza artística requiera de un alma especial.

Bien, espero que te haya quedado claro que me encanta de este libro su disfrute absoluto de la literatura y que esté tan dispuesto a acercarse a las obras en sí. Pero todavía no te he contado el momento más luminoso, el que cuando lo leí originalmente me impactó de verdad y me obligó a tratar «De lo sublime» como un gran clásico.

Se produce en la página 70 de esta edición, al comienzo de la sección XXXIII. Tras conjurar a un hipotético escritor «verdaderamente puro e irreprochable», el autor plantea con inocencia lo que es realmente una pregunta fundamental:

«¿No merece la pena preguntarse en general qué es preferible, en poesía como en prosa, si la grandeza con errores, o la mediocridad en la ejecución, pero pulcra en su conjunto y sin fallos?»

En ese punto, esa persona que habla desde hace casi dos mil años y yo somos uno. Porque la respuesta se decanta de inmediato por la convicción de que la obra genial contiene el error, que lo audaz tiene su mácula, por la idea de que la grandeza tropieza consigo misma. La obra perfecta y pura lo es porque no se arriesga. El genio siempre admite crítica porque la audacia de producir una gran obra implica fallar en algún punto.

Es mejor el error valiente que la perfección estéril.

«De lo sublime» es una gran obra. Todo un monumento al aprecio de la literatura. Y otro libro enamorado de lo literario es «Impón tu suerte», de Enrique Vila-Matas. Ahí encontrarás obras y obras para disfrutar. Aquí te dejo el vídeo.

Gracias y hasta la próxima.

Categoría: Ensayo, Libros

Pedro Jorge Romero

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