Se publica en España la primera recopilación de cuentos de Haruki Murakami. Son 24 relatos que cubren todo un abanico que va desde primeros esfuerzos, cuando sus temas no estaban del todo perfilados, hasta brillantes obras recientes donde el autor se muestra en control absoluto de su talento. Son cuentos ante todo enigmáticos, que se centran en la personalidad de las personas que los pueblan, que se niegan a dar explicaciones y cuyo regusto permanece mucho después de haber terminado su lectura. De vez en cuando todavía me asalta la imagen de una madre solitaria en la playa o la de un mono que roba nombres.
En muchos aspectos, Sauce ciego, mujer dormida (Tusquets. ISBN: 978-84-8383-047-5. Andanzas 649. 392 pp. PVP: 20€) es el mejor libro para empezar a leer a Murakami. Ante todo, porque el conjunto es excelente y es uno de los mejores libros de su autor. Pero además, ofrece la ventaja de que un cuento es más corto que una novela y tiene una estructura interna más compacta. El lector puede aprehenderlo en poco tiempo, y si un cuento no le gusta, pues bien, hay más.
Casi todos los cuentos de esta antología contienen un enigma central. Digamos que el enigma es el eje a partir del cual se va construyendo la narración, sin el cual no habría nada. Pero el enigma -que suele adoptar la forma de un encuentro súbito con lo extraño, un estallido de irrealidad, un desbaratamiento del orden de las cosas tal y como lo conocemos- no es lo importante del cuento; está claro que para Haruki Murakami explicar lo sucedido no tendría la más mínima gracia: lo extraño dejaría de ser extraño y se tornaría normal, y el pozo convenientemente explorado dejaría de ser una buena metáfora. Lo que le importa, en realidad, es la reacción de los personajes, el comentario individual y en ocasiones el comentario social. Para Murakami el retrato de los seres que habita su mundo, y la evolución del mundo que lo ha dejado en ese estado, es mucho más importante que los avatares concretos de la narración. Si uno exige respuestas a todo, la lectura puede ser muy frustrante; si uno se deja llevar por la narración, es una delicia.
Queda perfectamente claro en el cuento «La chica del cumpleaños». Se nos cuenta el antes y el después de que una chica pida un deseo el día de su cumpleaños. Las circunstancias son extrañas, aunque no claramente sobrenaturales, pero el deseo no se revela. Posteriormente se discute si se ha cumplido o no, y las respuestas son más bien ambiguas. Uno puede estimar cuál podría ser el deseo, pero queda claro que el propósito del cuento es bien diferente. La habilidad del escritor radica precisamente en haber escrito el cuento usando como materia prima lo que no ha expresado en la página.
En ocasiones, lo extraño es realmente lo cotidiano que se sale de los habitual. En «El folclore de nuestra generación: prehistoria del estadio avanzado del capitalismo» se cuenta una historia de amor. Los detalles de la relación y las circunstancias de la narración -un japonés le cuenta la historia a otro mientras comen en un restaurante en Lucca, Italia- repasa la historia reciente de Japón bajo la pretensión de contar una relación de pareja adolescente. Y algo similar sucede con «Tony Takitani», donde Murakami teje detalles adicionales alrededor de la figura y peripecias vitales del protagonista -la historia de su padre, músico de jazz, o la historia final de la ayudante-, narrando no sólo su conmovedora historia sino también la historia del desarrollo de su país.
En otros casos, lo extraño es claramente lo extraño y los cuentos entran directamente en terrenos casi de ciencia ficción. «El hombre de hielo» es la historia del amor de una mujer para con un hombre de hielo. Tan de hielo que acaban todos viviendo en el polo. Y «Conito» es una sorprendente estallido de humor evidente -siempre lo hay subyacente, y leída de cierta forma, las novelas de Murakami pueden ser muy graciosas- parodiando el mundo literario japonés. Después de leerlo, a uno le queda claro que el mundo literario japonés es muy similar el español; prima sobre todo la crítica del molde de galletas (a veces Murakami incluso parece parodiarse a sí mismo. En el caso de «Náusea, 1979», lo extraño es un ataque de vómito que duró 40 días y que coincidió con enigmáticas llamadas de teléfono).
A pesar de todo lo dicho, uno de los aspectos más llamativos de estos cuentos es la casi omnipresencia de un tema adicional, que sirve de acompañamiento al principal. No siempre está presente con la misma intensidad, pero anda por allí: la escritura, el paso de la imaginación al papel. Lo habitual es que el narrador sea un escritor que está luchando por contar la historia de la mejor forma: es decir, modificándola para que sea más verdadera, aunque no más real. Pero en otras ocasiones, adopta una forma mucho más compleja. En «La piedra con forma de riñón que se desplaza día tras día» (por cierto, la página del índice al completo es casi como el cuento 25 de la antología) lo extraño habita en un cuento escrito dentro del cuento, un cuento que simbólicamente reproduce la historia principal. Y en «La tía pobre», el autor se ve obligado, literalmente, a cargar sobre sus hombros con el resultado de su creación: una tía pobre. Los demás la ven interpretándola a su modo. Incluso lo llevan a la tele para que explique cómo es eso de llevar una tía pobre cargada a los hombros.
Dejo para el final mis dos cuentos preferidos: «Hanalei Bay» y «El mono de Shinagawa». Los dos demuestran una gran habilidad para narrar complejas y profundas emociones bajo una superficie de tranquilidad a pesar de lo terrible de las circunstancias. El segundo ofrece además una trama surrealista que, a pesar de lo que se podría pensar, no reduce la tragedia de lo sucedido sino que la hace más evidente. Un triunfo.