Se me hace raro pensar que Paco Roca es ya cuarentón. Cuando le conocí era joven y tenía un talento enorme. En mi cabeza sigue siendo igual de joven y a juzgar por los cómics que ha ido produciendo, sigue poseyendo un gran talento que ya le ha ganado sus primeros reconocimientos (primeros, digo, porque asumo que vendrán muchos más).
Memorias de un hombre en pijama reúne una serie semanal que se publicó en el diario Las Provincias. Estas historias presentan a Paco Roca en toda su humanidad, pero transformado en un personaje algo torpe que se mueve por el mundo un poco a tientas, como si pisase continuamente un terreno inseguro. Digamos que se convierte en uno de esos personajes de comedia de los años 30, una especie de Cary Grant en pijama. Pijama, como reflejo del sueño infantil de estar todo el día en casa. Y quién mejor que un dibujante de cómics para cumplir el sueño de trabajar en pijama (excepto, quizá, un probador de colchones).
La dos primeras páginas cuentan el proceso que llevó al pijama a convertirse en objetivo vital, la bandera de un pequeño triunfo sobre la vida. Y como es un sueño de infancia, es ahí donde vuelve durante las primeras viñetas, recurriendo a detalles que revive con maestría. Yo había logrado olvidar, por ejemplo, que durante mi niñez la televisión cerraba la emisión al mediodía.
Como dije antes, el centro de estas historias es un Paco Roca permanentemente desconcertado, que se pasea por el mundo empleando una especie de indefensión como si fuese un escudo, manifestado esa extraña sensación —que yo comparto en muchas ocasiones— de llevar aquí muchos años pero no acabar de entender todavía cómo funcionan las cosas. Un Paco Roca increíblemente bondadoso que rara vez saca a relucir los fallos de los demás. Él prefiere ilustrar la condición humana poniéndose a sí mismo de ejemplo, siendo él la diana de los chistes.
Hay dos páginas que ilustran brillantemente lo que estoy intentado decir. Van de un viaje en tren, donde un molesto pasajero hace el viaje muy difícil para otro pasajero. Pero lo que en manos de otro autor se convertiría en una historia sobre lo pesados que son los demás, Paco Roca lo transforma en una reflexión para todos nosotros: el molesto pasajero es el propio Paco Roca, que no deja de incordiar (sin darse cuenta) al pobre hombre que va a su lado. Y por si eso no fuese suficiente, el texto que acompaña a las viñetas es una reflexión del personaje Paco Roca sobre lo maravilloso, estupendo y romántico que resulta viajar en tren, de lo mucho que le gusta. Maravillo, estupendo y romántico para él, que no para su vecino de asiento.
Mil autores insistirían en que los otros nos incordian. Paco Roca prefiere recordarnos que con toda seguridad nosotros mismos somos un incordio para otros.
Y así, en esta recopilación, página tras página, con esa misma inteligencia y con una exquisita y aplicada sencillez.
Resulta que las piezas de Lego dejan un pequeño espacio, lo que permite jugar un poco con las posiciones y crear curvas. Mi primer intento fue un círculo:
La curva queda así:
Por desgracia, para hacerlo hacen falta muchas piezas. Ese círculo lleva 500.
Aquí un triángulo.
E incluso se puede hacer algo cuadrado.
Y aquí un pequeño detalle de un vértice.
Por supuesto, no son más que pruebas iniciales. Con práctica se pueden hacer cosas verdaderamente espectaculares. Como, por ejemplo, lo que se ve en Bendy Lego y Brick Bending.
Lo he visto en No pienso volver a enlazar un medio español. Me ha hecho gracia en plan «utopía del periodismo como nos gustaría que fuese» o algo así.
Comprendí el gran acierto de estas tiras días después, cuando en una conversación me descubrí en varias ocasiones poniéndolas de ejemplo. Porque como es habitual en Mauro Entrialgo, el chiste y el comentario social son lo mismo, hermanados, de tal forma que uno se vuelve indistinguible del otro. Al diseccionar las fallas más habituales de la naturaleza humana, el autor garantiza que esas tiras siempre estarán vigentes, más allá de los vaivenes de la actualidad. No es que no comenten el día a día, que a veces lo hacen, sino que más bien logran extraer la lección más permanente que se derivan de las vicisitudes diarias.
No es que no supiésemos ya que Mauro Entrialgo tiene la inteligencia y la capacidad de observación para lograr ese equilibrio (por ejemplo, Los domingos). Pero la verdad es que una tira diaria parece un género tan terriblemente difícil que lo más lógico sería esperar muchos tropiezos. Pero en esta recopilación de la tira publicadas por el diario Público (primer tomo de tres, aunque lamentablemente en la portada no lo indica, lo que me provocó un momento de decepción (aunque luego me hicieron ver que el lomo sí lo indica)) hay muy pocos fallos, bastantes aciertos y sólo una secuencia de tiras que me disgusta.
Como hacer una tira diaria es muy difícil, el autor recurre a las series recurrentes, con personajes, situaciones, y planteamientos que se van repitiendo y que, asumo, se pueden tener preparadas de antemano por si es necesario. Series como «mentira cochina», «no diga/diga», «cosas que hay en la calle», «ni tanto/ni tan calvo» o «realidad alternativa» (donde suele poner a caldo nuestro mundo comparándolo con otro mundo posible o, mejor dicho, suele desmontar los mecanismos que en nuestra realidad nos sirven de excusa para no cambiar las cosas) o personajes como Silvia, Drugos o El demonio rojo. La recurrencia de varios de esos temas funciona habitualmente bastante bien, porque las ideas acaban superponiéndose y crean una agradable densidad y destapan muy efectivamente todas las mentiras que nos contamos a diario. Sólo me disgusta, y mucho, «Como su propio nombre indica» que simplemente parece una forma cómoda de cumplir con ese día, porque no son más que listas de personas con nombres que tienen relación con sus actividades o profesiones. Son las que al final me acaba saltando como carentes de interés.
Una cosa que me gusta especialmente de estas tiras son los continuos juegos autorreferenciales, especialmente fáciles recurriendo a fechas señaladas (un personaje, por ejemplo, telefonea (en la página 19) a una tira del futuro, y posteriormente, llegado el día concreto, podemos presenciar la recepción de la llamada). Un juego con el propio proceso de crear tiras se da en la página 95, donde el propio autor comenta lo fácil que es dibujar un apagón (lo que recuerda lo fácil que es dibujar una batalla épica que se desarrolla durante una tormenta de nieve). Podemos ver la habilidad de Mauro Entrialgo para desplazar la actualidad en la página 56, donde las polémicas sobre listas más votadas se convierte en una tira sobre niños. O en la 79, donde recurre a los extraterrestres para desarmar vicios cinematográficos. Y por cierto, la inocencia infantil —que tanto desconcierta a los adultos pero que tan certera puede ser— está también muy presente, como por ejemplo en la página 107. Y confieso que me encanta el palo que da a la sección de libros de empresa de los aeropuertos (página 97).
Mi valoración final es que se trata de un libro bastante sólido. Es cierto que hay una serie de tiras que no me gusta, pero aún así agradezco la voluntad completista de la recopilación. Si bien me disgusta no poder tenerlas todas en un único tomo, esta primera entrega me hace desear tener las siguientes. Después de todo, reflejan tan bien lo cotidiano que no dudo que podré recurrir a ellas en más de una conversación.
Lo apunta Roger Ebert en su reseña de John Carter:
I may have one or two details wrong, but you understand the point: When superior technology is at hand, it seems absurd for heroes to limit themselves to swords. When airships the size of a city block can float above a battle, why handicap yourself with cavalry charges involving lumbering alien rhinos? When it is possible to teleport yourself from Earth to Mars, why are you considered extraordinary because you can jump really high?
Pasa tantas veces. Tras idear un mundo extraordinario, lleno de detalles asombrosos, la historia se empeña en dejarlo de lado y los trata como un fondo más o menos chulo: grandes avances en inteligencia artificial sirven para construir un deportivo o fascinantes descubrimientos sobre el cerebro se emplean para montar un burdel. Es el gran problema de la ciencia ficción (aunque, siendo justos, pasa también con la fantasía): la necesidad de contar una historia a escala humana. Enfrentándose a un, por ejemplo, impresionante fondo galáctico, a las grandes magnitudes del tiempo y el espacio, a las dimensiones inabarcables de la realidad, la persona que cuenta una historia se ve casi forzada a reducir esa escala, a trivializar muchos de esos detalles para poder contar lo de siempre. Pocas personas se atreven a mirar la realidad a la cara y contar las cosas tal y como son, o al menos, a examinar los fascinantes detalles del paisaje.
Aunque, por supuesto, esas personas tienden a escribir las historias de ciencia ficción más interesantes.
Algo que siempre deberíamos tener presente: Cause And Effect: Why We Need To Tell Herstory.
While the chips are clearly stacked against today’s young girls, amazing women everywhere continue to rise above the stats. You or someone you know is probably one of them.
También está en forma de infográfico:
El iPad ha perdido el apellido que tuvo brevemente (aunque una encarnación del iPad 2 sigue existiendo), al igual que carecen de apellidos otros productos de Apple. Y la verdad, han hecho bien, porque la situación podría haber llegado al absurdo. Si éste era el 3, ¿cómo se llamaría el de dentro de cinco iteraciones? ¿iPad 8? Y si le ponían de apellido una tecnología, iPad HD, ¿qué harían cuando la tecnología cambiase? Ya les pasó con el iPhone, que pasó a llamarse 3G, y luego 3GS por lo de «speed», luego 4 (porque efectivamente era la cuarta iteración), y ahora 4S otra vez por «speed» (o algo). Un proceso tan absurdo que no dudo que pronto el iPhone pase a llamarse simplemente iPhone.
En cuanto a lo demás, el nuevo iPad se resume en «un tablet excelente es ahora mejor». Mejor a la vista, con una nueva resolución que suena francamente impresionante y estoy deseando ver (y que seguro que justifica cambiar de máquina después de haber presenciado el cambio entre iPhone 3GS e iPhone 4), y mejor internamente, aunque lo de dentro es algo que Apple prefiere no comentar. Desde su punto de vista, si las aplicaciones funcionan bien, ¿qué importa cómo se ejecuta el milagro? Apple sabe que una tecnología lo suficientemente usada se convierte en natural.
Y lo que les importa realmente es el software. Por eso se dieron tanta prisa en hablar del cacharro, empleando tal velocidad que pensé que la presentación se les iba a quedar en nada, y pasaron directamente a lo que puedes hacer con el iPad. No se trata de lo que el cacharro sea o deje de ser, sino de lo que te permita hacer. Y como sucedió en la presentación del iPad 2 donde realmente presentaron GarageBand e iMovie para iOS, en esta han presentado iPhoto aprovechando que la nueva pantalla ofrecerá una experiencia espectacular (y además, aprovechara para dar el primer paso en el abandono, cantado, de los mapas de Google).
El iPad está ahora simplemente en fase de consolidación, de camino a convertirse en el modelo de la máquina computacional del futuro. Las mejoras de hardware (la cámara, por ejemplo) combinadas con el software adecuado le permitirán ir cubriendo cada vez más terreno, reduciendo cada vez más la necesidad de un ordenador tradicional.
Pero si para algo sirvió esta keynote fue sobre todo para mostrar a Tim Cook al final diciendo que el año 2012 no ha hecho más que empezar y que podemos esperar muchas más cosas a lo largo del año. La cosa no ha hecho más que empezar, dijo. Lo que, como dice MG Siegler, sonó a promesa para sus clientes y a amenaza para sus competidores.
Y pensar que hace poco más de dos años no existía nada de esto.
Mañana, previsiblemente, se presenta el iPad 3 (o iPad HD que dicen ahora). Está bien y eso, claro, pero teniendo en cuenta que el desarrollo es bastante previsible (mejor pantalla, mejor batería, mejor cámara… Es más, pueden pasarse por el Bingo del iPad3! y ver nuestras predicciones comunitarias), no parece que pueda haber sorpresas. El dispositivo, no lo dudo, será mucho mejor que el iPad actual, pero esencialmente seguirá siendo el mismo aparato. Como además lo más probable es que se venda bien, ayudará a ampliar el campo ya fértil de las apps para dispositivos móviles.
Pero esencialmente estamos hablando de lo mismo que hemos hecho durante los dos últimos años. Lo que está bien, porque esa una estabilidad de la que depende mi negocio y el de otros muchos.
Pero de verdad, lo que me gustaría ver mañana, es una ampliación en otra dirección: la de la tele. No hacia una televisión marca Apple (que la verdad, no sé si llegará a aparecer algún día), sino hacia ese pequeño dispositivo que ya existe y se llama Apple TV. Lo que me gustaría es que el Apple TV pudiese ejecutar aplicaciones iOS.
La buena noticia es que podría ser posible que mañana Apple presente una nueva versión del Apple TV, quizá para ponerlo a la altura de la nueva resolución del iPad. Por desgracia, el Apple TV es un aparato que está situado a varios metros de la persona que lo usa, por lo que el gran problema es la interacción. En dispositivos como iPhone o iPad, que se tienen en la mano, lo que hay en pantalla se toca y se manipula. Por desgracia, en un televisor normal tocar la pantalla no sirve de nada aunque la tengas pegada a la cara. Y el pequeño mando del Apple TV no parece buena forma de manejar un app.
¿Ha resuelto Apple el problema de interactuar a distancia con un Apple TV? Me gustaría pensar que sí y que pronto habrá apps para ese dispositivo. Pero a la vez soy consciente de que el problema es complicado (no tanto hacerlo, como hacer que sea fácil de usar) y temo que tendré que seguir esperando.
Y es una pena, porque estoy ahora mismo trabajando en una app que sería perfecta para el Apple TV.
Básicamente, ¿cómo va a ser buena tu app si tú mismo no estarías dispuesto a usarla o si a ti mismo no te gusta usarla? Llegar a ese punto de perfección es sin embargo muy complicado:
My advice is to train yourself to recognize and note the small (but important) reactions that you have when you’re working with your own apps. Dismiss your professional knowledge about the effort it will take and consider the experience alone. Only when you’re willing and able to do what’s necessary to perfect a feature will you be accomplishing your best work. Your exit criteria should be when you’re delighted to use your own app or feature and surprised that you were able to pull it off.
En Mike Swanson’s Blog • I Have No Idea.
Evidentemente, es un consejo que puede aplicarse a algo más que la creación de apps.
Dos buenos artículos sobre la figura de —The Making of Georges Méliès y The Re-making of Georges Méliès— ese genio pionero del cine, que ha vuelto a la actualidad tras la película La invención de Hugo. En el segundo de ellos encontré una referencia que me llamó la atención:
Georges, meanwhile, began filming with two cameras side-by-side, creating a negative for European distribution and one for Gaston. The mind boggles at these elaborately timed tricks being captured on one camera, much less a matched set of two. Recently, archivist Serge Bromberg realized that the distance between the cameras might be just right for creating a stereoscopic print observable through 3-D glasses. He located European and American prints of The Oracle of Delphi, The Infernal Cauldron, and The Mysterious Retort, and presented them stereoscopically at film festivals worldwide. It’s hard to imagine what would have pleased Méliès more: learning he’d inadvertently made 3-D films, or that he’d one day be the subject of an award-winning 3-D adventure film.
Es mi principal razón para que Hugo me decepcionase. No es que Hugo esté mal. Se trata de una aventura bastante decente, aunque demasiado larga y con cierto regusto al autobombo de «qué guays somos por hacer cine». Lo que me decepcionó fue que se tratase de una película tan convencional, poco imaginativa, tan normal en su uso de los medios técnicos (el libro, la verdad, es a su modo mucho más original. Aunque hay que admitir que el libro parte con ventaja, porque la película es demasiado explícita). Algo chocante cuando precisamente celebra la imaginación y la creatividad representándolas en la figura de un individuo que de haber dispuesto de los mismos medios habría hecho cosas mucho más asombrosas. De hecho, los mejores momentos de Hugo me parecieron sobre todo aquellos en los que se recrea la experiencia de las primeras películas, como si ahora fuésemos incapaces de provocar el mismo nivel de asombro (que no es cierto). Como dice mi amigo Víctor Ruíz, es como si todo lo que sucediese antes de ese punto fuese un largo prólogo a la historia real, que la película realmente empieza cuando arranca la historia de Méliès.
Digamos que mi decepción es que Hugo se rinde ante Hollywood en lugar de rendirse ante Méliès.
Una fotógrafa extraordinaria.
Sherman’s “magic powers” reveal the moment when facades drop and unguarded sadness, revulsion and aloneness seep through the anticipated promise of perfection. She gazes, metaphorically speaking, into the mirror of Narcissus and Echo, cracks it wide open, takes the shards, insets them into her skin, glues them up, pisses and shits on them and finally shines her glaring light onto the rigor and vanity of aging. There is a little bit of everywoman in her denouement, which is why the emotional ricochet shapes so effectively.
En Being Cindy.
La bitácora de fernand0, Reflexiones e irreflexiones, cumple 10 años (a pjorge.com le quedan unos meses, por cierto). Varias personas (muchas, porque fernand0 tiene sobre todo amigos) le han escrito textos para conmemorar la ocasión. El mío se llama «Nacer en el Renacimiento» y empieza tal que así:
Envidio a mi hija porque ella vive en el futuro. Ella con sus seis años vive en el mundo en el que me hubiese gustado vivir a mis seis años, vive en un mundo con el que yo podría haber soñado de haber sabido que era posible.
Reflexiones e irreflexiones – X Aniversario. Pedro Jorge.
Y felicidades, fernand0. 10 años son un buen montón.
Álvaro Pons ha anunciado que la excelente labor que durante nueve años ha realizado en La cárcel de papel ha llegado a su fin. Han sido nueve años hablando de cómics. Nueve años haciendo recomendaciones y, ya en lo personal, descubriéndome muchas obras y autores. En suma, que La cárcel de papel ha sido una de esas bitácoras que hacen que los blogs merezcan la pena existir.
Ante su final siento un poco lo mismo que sentí cuando la desaparición de Tío Petros. Por un lado, la tristeza de no poder disfrutar de un recurso que me resultaba casi imprescindible y que realizaba una labor tan importante. Por otro, la alegría de haberlo tenido (aunque, por suerte, nos queda su cuenta de Twitter: @alvaropons) durante tantos años.
Por tanto, al final lo mejor es simplemente dar las gracias.
Gracias.
Será por listas:
Creo que es algo que sabe todo lector de ciencia ficción: no es difícil predecir la tecnología que ya existe, o mejor dicho, no es difícil predecir variaciones sobre lo que ya sabes. Es algo que se nos da realmente bien. Pero precisamente esa misma «familiaridad creativa», nuestra habilidad para construir sobre lo que ya conocemos, nos limita. Por tanto, cuando alguien hace una predicción, lo interesante no es centrarse en los aciertos, sino prestar atención a los fallos, a aquellas cosas que hoy nos parecen claras pero que no se predijeron, porque de ellos se aprende bastante sobre las suposiciones subyacentes, aquellas que para una época concreta son tan evidente que muy rara vez se articulan explícitamente.
Un ejemplo lo tenemos en un vídeo de 1994 donde se hacen varias predicciones sobre los tablets. Muchos aspectos parecen increíblemente proféticos, pero no lo son tanto si tenemos en cuenta varios elementos de la época, y podemos encontrar detalles interesantes si nos concentramos en lo que no logra predecir.
Lo primero que debemos tener en cuenta que 1994 no es el pasado remoto de la especie. En 1994 ya había varias propuestas de tablets (cosa que el vídeo menciona) e incluso había disponibles sistemas que se le parecían bastante, por lo que la predicción principal no es tan sorprendente como pueda parecer. De hecho, la Wikipedia tiene un artículo sobre la historia de los tablets que se remota incluso a los años 50. Por ejemplo, el Dynabook de Alan Kay se propuso en 1968 y en 1987 Apple ya había presentado su concepto de un navegador de conocimiento. Y eso, por supuesto, sin hablar de un buen montón de películas, series y novelas de ciencia ficción, que de cientos de formas diferentes elucubraban continuamente sobre formas distintas de comunicarse o compartir el conocimiento.
Pero como dije antes, lo interesante es lo que no predicen. Me llama la atención la ausencia en el vídeo de dos tecnologías que ya existían en ese momento, cuyo impacto ha sido monumental, y que apenas se mencionan: la web y de la telefonía móvil. En concreto, el vídeo acaba prediciendo que irás a un quiosco a comprarte el periódico que luego insertarás en el lector, justo como hoy —o en 1994— vas al quiosco a comprar el periódico en papel. No se da el paso adicional de pensar que la telefonía móvil avanzará tanto que permitirá conectarse desde casi cualquier parte. Es más, las tecnologías que convergen en el móvil permiten hoy en día prescindir del tablet que se muestra en el vídeo. Cualquier teléfono moderno hace eso sin mayores problemas.
El vídeo plantea los periódicos como algo monolíticos, que leerás sobre una pantalla pero más o menos de la misma forma que lees un periódico de papel. Es decir, plantea el periódico como un todo, sin predecir que unos pocos años, gracias a Internet, tendemos a consumir los periódicos como fragmentos, combinándolos según nuestros gustos y nuestros intereses. En parte es un caso de miopía quizá deliberada, porque el vídeo va de situar el periódico en el futuro digital, por lo que la disgregación del periódico no es una opción que pueda agradar a los que pagan esas investigaciones.
Pero lo realmente difícil de predecir no es la tecnología, sino los cambios sociales producidos por la tecnología. De ahí incontables historias que transcurren en un imperio galáctico pero donde todos se comportan como en la América de los años 50. Resulta relativamente fácil predecir el automóvil, pero mucho más difícil (aunque no imposible) predecir los atascos. El origen de la dificultad está en que los seres humanos tenemos una capacidad asombrosa para usar la tecnología de forma diferente a la concebida por sus creadores, y todo sistema lo suficientemente complejo contiene sorpresas de funcionamiento que se pueden explotar con ingenio (y cuando metes en la ecuación a millones de seres humanos, lo que sobra es ingenio).
Es aquí donde el vídeo se vuelve más interesante.
Como dije, se da por supuesto que el periódico tal y como lo conocemos no va a desaparecer. Se dice explícitamente, en lo que me parece más una declaración ansiosa que producto de la seguridad en el futuro. Es normal, porque ya dije que de eso va el proyecto en el que trabajaban: preservar el periódico tal y como era. Por esa razón muestran el periódico de siempre, limitándose a un simple cambio de dispositivo, sin plantearse otros posibles cambios de hábitos. De hecho, el uso que se le da es como si estuviese impreso en papel exceptuando los detalles multimedia. La gente lo comparte, pero en la misma mesa. Hay que comprar un ejemplar nuevo cada mañana (en lugar de suponer un mundo informativo continuo). Incluso el componente social que se muestra se parece más al clipping de toda la vida, con tijeras, que al que practicamos hoy. A pesar de los avances tecnológicos que se predicen, es un vídeo bastante conservador que plantea un mundo que es continuación directa de su presente. Por no predecir —aunque está muy relacionado con el enfoque— no predice ningún uso del dispositivo que vaya más allá del periódico. Por ejemplo, los elementos multimedia se muestran en relación con una noticia. Una predicción social hubiese sido profetizar el vídeo personal, YouTube y los memes de gatitos.
Pero quizá el cambio más grande que no predice es el uso actual que hacemos de la fuentes de noticias. No sólo el periódico ha perdido buena parte de su autoridad (en parte por razones tecnológicas y en parte también por el proceso de suicidio en el que se ha embarcado la prensa) sino que las cabeceras no tienen la importancia que se les atribuye en el vídeo. Para muchos de nosotros, la situación actual es precisamente la inversa de la mostrada. No empezamos con un periódico concreto, sino que partimos del proceso de compartir (vía Twitter en mi caso) y a partir de ahí vamos distribuyendo aquellas noticias o textos que nos interesen, sin importar su procedencia de una fuente u otra. Hoy en día, el recorte es en sí el punto de partida, en un proceso en el que mezclamos todo tipo de fuentes y medios. No tomamos un todo para fragmentarlo, sino que reunimos fragmentos para montar un todo.
Digamos que el vídeo plantea el mundo de siempre donde el canal de comunicación (de unos pocos a muchos) tiene una dirección concreta (del medio al público y rara vez a la inversa). Es el modelo de los grandes medios de comunicación que Internet hace años ya se encargó de modificar, haciendo que progresivamente sea más absurda la idea de empaquetar las noticias y vender el paquete. Eso tenía sentido cuando la tecnología –tener que imprimir sobre papel– hacía que resultase más conveniente y económico. Cuando cambias la tecnología… bien, las opciones son otras muy diferentes.
Eso sí, nada de lo que he dicho implica que nuestra época se libra de esa tendencia humana a extrapolar sobre lo conocido. Asumo que gran parte de lo que decimos hoy sobre el futuro, incluso el futuro a relativamente corto plazo, resultará también errado en lo social. Probablemente podamos acertar con la potencia de cálculo y las capacidades de los ordenadores del futuro, pero tengo claro que nos equivocaremos al predecir los usos que les daremos.
Que es precisamente lo interesante del futuro.
Otra lista más:
Me sucedió con una colección de cuentos de Ballard. Al principio pensé que era un efecto producido por mi caótico orden de lectura, que al ir encadenándolos aleatoriamente había logrado producir sin querer ese elemento sexista. Pero poco a poco la repetición de un mismo patrón hizo que la hipótesis de la aleatoriadad perdiese sentido y acabase admitiendo que había dado con un patrón, una incapacidad del escritor para salirse de un cierto cliché, de cierta forma de concebir los retratos literarios de mujeres.
En otro caso reciente, he acabado admitiendo que lo que podría haber sido producto de la casualidad —una forma concreta de expresar una idea— sea un patrón. Al principio, admito de nuevo, las acusaciones de sexismo hacia las nuevas temporadas de Doctor Who me parecieron un poco exageradas. Dudé posteriormente, al comprobar que un personaje tan bueno como River Song (que tuvo una gran presentación en «Silence in the Library» y al que se le concedió una muerte heroica en «Forest of the Dead») iba quedando progresivamente sometido a la figura del Doctor, hasta perder por completo su razón de ser excepto teniéndole a él como referente (dejo de lado al personaje de Amy Pond, que tiene otros problemas diferentes). No sólo es River Song un arma contra él, sino que también fue prácticamente fabricada para el Doctor y que su obsesión con él es producto de lo que parece un proceso de tortura. Me incordió el trato final que se le daba al personaje al concluir la sexta temporada, pero decidí atribuirlo a unas condiciones concretas, a una narrativa que se había plegado tanto sobre sí misma que no había dejado más opción, por lamentable que fuese.
Decidí pensar que era una casualidad.
Por tanto, no se pueden imaginar mi sorpresa al ver el primer episodio de la nueva tanda de Sherlock, «A Scandal in Belgravia», y encontrarme con un personaje llamado Irene Adler que no es más que una nueva versión de River Song. Empieza como mujer inteligente, independiente, combativa, capaz ampliamente de dar la réplica a Sherlock. Pero a partir de ese punto de partida, el episodio progresivamente la va aplastando, sometiéndola lentamente al personaje protagonista, tornándola un objeto sexual —de paso, convirtiendo la serie en un juego de niños pasándoselo bien—, hasta concluir con una escena de dominación masculina tan esperpéntica y ridícula que sólo puede tener sentido si la consideramos una fantasía de poder producto de la mente enferma del protagonista. Aumentando el paralelismo, incluso descubrimos que Irene no actuó por iniciativa propia, sino que ella es también un arma lanzada específicamente contra Sherlock. Ante ese panorama, lo que empezó pareciéndome un episodio ingenioso se me fue desmoronando con el paso de los minutos.
(Más detalles sobre el sexismo en el episodio se pueden encontrar en An Scandal in Belgravia y Steven Moffat, Sherlock, and Neo-Victorian Sexism).
Lo más asombroso es que Irene Adler es un personaje de una obra de Doyle (que no he leído, pero por lo que comentarios que he visto parece diferente a su versión televisiva). Vamos, que la única razón para que siga el mismo patrón que River Song es que su guionista lo ha decidido así. La cosa empieza a dejar de ser casualidad y me obliga a volver atrás y considerar de nuevo lo que sucedía en Doctor Who. Aunque por otra parte, tampoco es de extrañar en la medida en que esta versión de Sherlock se parece mucho a la versión actual de Doctor Who, sobre todo si uno cree que la escena final es real, porque en ese caso el detective posee las mismas capacidades de doblegar el espacio y el tiempo que el extraterrestre (y de hecho, Doctor Who tiene en «A Good Man Goes to War» un momento muy similar al final de Sherlock).
Parece quedar claro, pues, que en el arsenal de trucos de Moffat (que por lo demás, es un guionista de una gran imaginación) hay uno que se repite demasiado y siempre de la misma forma: una limitación enorme de los personajes femeninos. Ya se le ha acusado antes de sexismo y en ese aspecto creo que el especial Navidad de Doctor Who de este año es su intento de redimirse. Para empezar, el Doctor es más bufón y bobo que nunca (y eso que la versión actual del viajero en el tiempo es especialmente bufa), siendo un pobre diablo con buena intenciones que se las arregla para meterlos a todos en un lío monumental que es incapaz de resolver. Tiene que ser una mujer fuerte e inteligente la que acabe salvándolos a todos. Mujer que acaba con su dignidad y su orgullo intactos.
Por desgracia, la caracterización es igualmente superficial, sin que Moffat se moleste más allá de los mínimos, porque se la define unidimensionalmente sobre todo como madre, con la versión más cliché de madre. Por tanto, cuando el personaje dice que viene a buscar a sus hijos, ya sabes que no habrá fuerza en el universo capaz de detenerla (y un comentario similar sobre las madres se hace en Jekyll, por lo que el asunto viene de lejos), porque eso es lo que hacen las madres de ficción por el simple hecho de ser madres, sin que sus individualidades intervengan en lo más mínimo. Si el personaje que se ve en la pantalla supera esa unidimensionalidad, el mérito es de la actriz, que consigue elevar al personaje más allá de lo que podría esperarse de ese lugar común. Pero al menos el guión le concede escapar al destino fatal de River Song e Irene Adler, y le deja conservar su autonomía y sus méritos. Doctor Who sigue siendo el protagonista, pero de una forma bastante distante.
Viendo juntos el especial Navidad de Doctor Who y el «A Scandal in Belgravia», uno podría acabar pensando que Moffat sólo es capaz de escribir dos tipos de personaje femenino: la madre y la puta. No puede ser, porque yo a la protagonista de Press Gang la recuerdo como un gran personaje y me cuesta conectarla con estas mujeres recientes.
Quizá sea simplemente una cuestión de edad.
De la de Moffat.
O de la mía.
* * *
Tras escribir lo anterior, decidí leer «A Scandal in Bohemia», el cuento corto de Doyle que inspira el episodio de Sherlock. La lectura no pudo ser más reveladora, porque al terminarla el episodio me parecía todavía más ridículo y la deriva machista todavía más evidente. No es sólo un cuento donde, se recalca, Holmes pierde, sino que además Irene Adler, a la que jamás se despoja de su dignidad, le derrota empleando contra él precisamente las armas que caracterizan al detective. Es más, el cuento acaba bien —recordándonos que acabar bien no es lo mismo que terminar con el triunfo del héroe— porque Irene da su palabra y el futuro rey de Bohemia la considera tan sólida que no duda ni por un momento en aceptarla. Son ella y el futuro rey los que empleando a Holmes como conducto resuelven la situación.
Ciento y pico años después de que ese cuento se escribiese, su «adaptación» al siglo XXI convierte a una mujer fuerte e inteligente en un objeto sexual. Transforma la historia de una derrota merecida en una fantasía de poder. Las peripecias de dos caballeros británicos intentando resolver un caso se tornan en una aventura de adolescentes bobalicones.
Y Doyle es el victoriano.
(Postre: Steven Moffat Does the Classics)
Actualización: Imprescindible Imaginary Interview With Imaginary Steven Moffat.
Y te encuentras con erratas. No tiene nada de raro, ya que ninguna labor humana es perfecta y los errores son inevitables. Pero lo simpático es mi reacción al dar con el fallo (una a que falta en medio de una palabra, digamos, o «fugo» por «fuego»): no me sorprende el error. Lo que me sorprende, durante una fracción, de segundo es no ver una línea roja ondulada bajo la palabra, indicando que no aparece en el diccionario y que por tanto es preciso revisarla.
Qué conveniente sería. Para que luego digan que los libros en papel no tienen sus limitaciones.