En, «Contra la lectura», Mikita Brottman, intenta despejar los mitos que rodean al libro.
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Después del vídeo tienes la transcripción del contenido.
TRANSCRIPCIÓN
Hola. Leer es lo mejor que hay, ¿no? Aumenta tu belleza física, incrementa tu altura, te eleva a otro estado superior del ser, te limpia la nevera, se ocupa del perro, te permite sentirte superior a los demás. Leer es lo mejor que hay, ¿no? Pues es posible que no, nos dice Mikita Brottman en «Contra la lectura».
Lo publica la editorial Blackie Books con traducción de Lucía Barahona.
Descubramos la verdad.
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Pocas veces se reconoce que uno de los grandes éxitos del marketing de los últimos cinco siglos es haber logrado convertir un simple objeto, el libro, es una especie de bálsamo de Fierabrás, dotado de unas cualidades prácticamente sobrenaturales.
Un extraterrestre que no hubiese visto jamás un libro creería, al oír algunas de las cosas que se dicen sobre él, sobre la lectura e incluso sobre la industria editorial, que estamos ante una suerte de ente mágica y con seguridad dotado de los atributos de la divinidad. Intento imaginarme su decepción cuando le enseñasen un taco de hojas de papel (o un Kindle).
Yo lo llamo la bobería del libro.
Algo similar debe sentir Mikita Brottman, porque su «Contra la lectura» intenta desenmascarar muchos de los mitos sobre el libro procurando a la vez hacer la menor sangre posible. No intenta tanto hacer que los lectores se sientan mal, sino colocar en su justa medida esa actividad que a algunos nos gusta tanto.
Esa voluntad de no hacer sangre se evidencia en el subtítulo: “Un ensayo dedicado a los lectores que no creen que los libros sean intocables”. Seguimos hablando de lectores, pero de unos concretos. Más claro no puede estar.
El libro empieza muy bien, preguntándose qué significa “leer” para toda esa gente que se preocupa tanto del supuesto descenso de los índices de lectura. ¿Qué les preocupa de verdad? En mi experiencia personal, se trata sobre todo de algún tipo de ansiedad social, una vigilancia fronteriza para poder delimitar bien los grupos. Rara vez es una preocupación puramente cultural.
También nos recuerda que la sacralización de la lectura es un fenómeno relativamente reciente. De hecho, la valoración del acto de leer ha sufrido muchísimos altibajos. En su día, leer novelas se consideraba al nivel al que hoy estimamos, o no, a los realities.
Es más, el valor que le asignamos ahora está muy relacionado con el capitalismo en sí, que precisó en su momento de una fuerza laboral con cierto nivel de alfabetización. Ese importante factor, la lectura como necesaria para el crecimiento, más otros relativos sobre todo a las clases sociales, ha llevado al estado actual donde damos por supuesto que leer es siempre positivo.
Y no dudamos en insultar al que no lee. De hecho, bastaría con repasar los memes que los lectores han ido creando para hablar de los no lectores para confirmar que la lectura podrá ser muy beneficiosa, pero no te convierte necesariamente en mejor ser humano.
La autora resume muy bien su punto de vista cuando dice:
«Simplemente quiero sugerir que no hay nada digno o respetable de manera intrínseca en el acto de leer en sí».
Es una idea más que evidente. Toda actividad humana se puede pervertir, toda actividad se puede malograr, toda actividad puede convertirse en síntoma de un trastorno. Pero la realidad es que nuestra sociedad del libro ha sacralizado la lectura en sí, independientemente de lo que estés leyendo.
Es más, se considera que lo contrario de leer es algún tipo de atrofia intelectual. Que la lectura es la única forma de desarrollar una mente plenamente humana. Lo saben incluso los que no leen, de tantas veces que se ha repetido.
En contra, Mikita Brottman recuerda todo tipo de problemas. Que la lectura puede producir un aislamiento social considerable y limitar el desarrollo emocional, hasta el punto de tener gente que afirma que sus mejores amigos son personajes literarios. Eso sin contar con un progresivo alejamiento de la realidad.
Aunque no llega a afirmar que la bibliomanía, la tendencia a acumular libros porque sí, sea una enfermedad, se acerca bastante a hacerlo. En la mayoría de los casos llamamos bibliomanía a lo que no es más que una variante del síndrome de Diógenes. Yo lo sufro, pero hago lo posible por resistirme.
Eso sin hablar de la tendencia de los lectores a sentirse superiores a los demás, con toda una serie de creencias que normalmente no son más que formas de articular discriminaciones y jerarquías sociales ajenas a los libros en sí.
Nos recuerda que los clásicos se siguen publicando porque dan dinero. Que en muchas ocasiones, son libros aburridos sin el más mínimo interés excepto para especialistas y que te compensa más ver la película. «Solo deberíais leer libros con los que disfrutéis», sin convertir, añado yo, la lectura es un trabajo o un sacerdocio.
Y sobre todo, defiende a la gente que no lee, que el aspecto que más me gusta de este libro. Especialmente a los que no leen porque sus cerebros no funcionan así, porque piensan de una forma diferente a los lectores. Defiende, acertadamente, que otras formas artísticas, como la música o la pintura abstracta, pueden lograr efectos y presentar realidades que escapan a cualquier ficción literaria. Por desgracia, nuestro sistema tiende a dejar de lado a esas personas, sobre todo en el ámbito académico, donde reina la palabra.
Pero no se trata de afirmar que la lectura, y en este caso lectura es leer literatura, no sirva para nada. Por supuesto, tiene sus efectos positivos. Tomado en su justa medida, leer es muy importante. Como también lo es saber cuándo dejar de leer.
Y otro libro contra la idea de lecturas, que va todavía más lejos en sus críticas (por si eso te parecía imposible), es «Metáforas de la lectura», de Víctor Moreno. Aquí te dejo el vídeo.
Gracias y hasta la próxima.