¿Recuerdan cuando las antologías de los premios Nebula se publicaban en España? Eso fue hace tiempo, antes de que los editores definitivamente se diesen cuenta de que los cuentos de ciencia ficción no venden lo suficiente como para justificar la edición (después de eso, parece que la única forma de publicar una antología es disfrazarla de novela). En Estados Unidos la situación no es muy diferente, pero con un mercado potencial de varios cientos de millones de personas, incluso la idea más extraña puede tener su público, y aunque las antologías no se venden tan bien como las novelas, si se venden lo suficiente como para justificar su aparición. Y eso que ganan ellos, porque el cuento de ciencia ficción es quizá la esencia del género y donde primero se exponen ideas que luego una legión de escritores tratará en sus novelas.

En el caso que nos ocupa, la antología viene avalada por la Asociación Americana de Escritores de Ciencia Ficción y está formada por los ganadores de su premio, el Nebula, y una selección de finalistas; selección de la que se ocupa este año Connie Willis, autora de El libro del día del juicio final y Por no mencionar al perro. Los cuentos normalmente vienen acompañados por comentarios de sus autores, y el volumen se complementa con piezas de reconocimiento a algún autor en particular (este año Nelson Bond y Poul Anderson) y artículos sobre el estado de la ciencia ficción que este año han quedado reducidos a unas pocas páginas de escaso interés. Parece que esta vez se pretendía dar más relevancia a los cuentos.

Lo que es una buena idea, porque ciertamente la calidad es muy alta.

El mejor, con diferencia, es el inclasificable «Three Hearings on the Existence of Snakes in the Human Bloodstream» de James Alan Gardner. En parte ejercicios de historia, ucronía, ciencia ficción dura y fantasía, el autor se las arregla para tejer una narración fascinante sobre la intolerancia y las formas diversas del fanatismo. Estructurado en tres partes, las tres declaraciones del título, cada una centrada en un individuo. En la primera, Leeuwenhoek declara por herejía ante el Supremos Patriarca, de una iglesia que parece considerar a la Virgen María como el Mesías, por haber afirmado que con su microscopio ha sido incapaz de encontrar las serpientes en la sangre que las escrituras dicen que ahí deberían estar. El Patriarca, que resulta ser más razonable que los líderes religiosos reales, decide que si el microscopio demuestra que no hay serpientes, pues habrá que investigar el asunto. El problema en que algunos ven las serpientes y otros no. Y pronto, aquellos que tienen serpientes en su sangre se consideran puro y cercanos a la palabra de Dios, y los que no las tienen se consideran puros y cercanos a la palabra de Dios, y se produce el inevitable cisma por esa religión común que les divide. En la segunda sección, Charles Darwin declara ante la reina, Ana, por haber afirmado que es capaz de explicar por qué los papistas tienen Análogos Serpentinos, evidentemente no eran serpientes, en su sangre y por qué los Redimidos no las tienen. No es más que evolución, después de siglos y siglos durante lo cuales aquellos que tenían análogos serpentinos se casaban con los que tenían análogos serpentinos y los que no tenían análogos serpentinos se casaban con los que no tenían análogos serpentinos. Darwin teme que la especie acabe dividiéndose en dos. La tercera declaración está mas cercana a nuestro presente y se centra en las consecuencias inevitables cuando la ciencia descubre una forma de permitir los cruzamientos entre la gente con serpiente y lo que no las tienen. Con un material tan peligrosamente cercano al terreno fantástico, el autor consigue con total solidez, sobre todo con un hábil uso de los detalles, mantener en todo momento la credibilidad (necesaria, por supuesto, para que la conclusión del cuento produzca su efecto). Este cuento por sí sólo justifica todo el volumen. Cuento que por cierto, no ganó ningún premio, perdiendo frente a «The Flowers of Aulit Prison» de Nancy Kress, una exploración de la realidad en un planeta extraterrestre allí donde colisiona la cultura humana con la extraterrestre, ciertamente muy bueno y fascinante por derecho propio pero que no llega al nivel, muy notable, del anterior.

«Itsy Bitsy Spider» de James Patrick Kelly es la historia de un actor venido a menos que comparte su vida con un robot que pretende ser su hija pequeña justo cuando su hija real, de unos cuarenta años, decide por fin visitarle. «The Dead» de Michael Swanwick es un alegato contra el capitalismo salvaje: la obra de mano barata del futuro serán los muertos resucitados. En «The Martyr» de Poul Anderson la humanidad intenta descubrir el secreto de los poderes psíquicos de una especie extraterrestre para acabar descubriendo algo que definitivamente no quería saber, con una frase final totalmente aplastante. «The Elizabeth Complex» de Karen Joy Fowler y «The Crab Lice» de Gregory Feeley son las narraciones más experimentales del volumen. En la primera, se construye el retrato compuesto de una Elizabeth, combinando la vida de varias de ellas: la reina, la actriz, etc… «The Crab Lice» es un sueño de Aristófanes con el dios Dionisos en el que el comediógrafo intenta descubrir si alguna obra de teatro derrocará alguna vez a un tirano; una reflexión sobre la política sin acción, ya que todo transcurre en el sueño, incluyendo el final con Václav Havel.

«The Bookshop» es una historia algo convencional sobre tienda extraña, en este caso una librería donde se venden obras sin terminar. Pero los dos cuentos menos satisfactorios, por diversas razones, son «Sister Emily’s Lightship» de Jane Yolen y «Abandon in Place» de Jerry Oltion (que ganaron respectivamente los premios a mejor cuento corto y mejor novela corta, así que es posible que yo esté equivocado). El primero explica parte de la inspiración poética de Emily Dickinson como resultado de un encuentro con un alienígena y su nave hecha de luz. Es una de esas historias muy bien documentada, pero sobre las que uno se pregunta si tanto esfuerzo de investigación merecía la pena para tal conclusión. «Abandon in Place» también es una de esas historias muy bien documentadas, y es esa documentación y el sólido trabajo de detalles lo que permite que la narración se sostenga en cierta medida. La historia es agradable de leer, pero periódicamente mi credulidad se perdía en los momentos en que se me recordaba la premisa: en el centro Kennedy empiezan a aparecer fantasmas del cohete Saturno V, después de la muerte de Neil Armstrong, perfectamente sólidos, que despegan y viajan hasta la Luna para desaparecer a 500 metros de su superficie. Tan reales son que un astronauta, Rick Spencer, consigue volar en uno de ellos, obtener acompañantes en órbita (de una misión del transbordador) y el seguimiento de los rusos (la NASA, por supuesto, se niega) para viajar de nuevo al satélite de la Tierra, y con ello devolver al mundo la emoción del viaje espacial. La gracia del cuento está en el sentimiento de nostalgia por la gran época de la exploración espacial, pero para los que somos escépticos sobre todo ese asunto del viaje tripulado al espacio, el no sentir ninguna emoción por el tema hace que la premisa sea demasiado suponer y todo se viene abajo con facilidad.

El volumen se completa con un fragmento de la novela ganadora, La luna y el sol de Vonda N. McIntyre, una excelente obra que pronto publicará en España Ediciones B en su colección Nova. Así mismo, se incluyen los ganadores del premio de poesía Rhysling.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Axiomatic de Greg Egan

Borges lo descubrió en su día: cuando uno quiere hundirse en la metafísica, el mejor formato es el cuento. La novela tiene demasiadas exigencias, es demasiado larga, necesita molestos personajes que hay que desarrollar y que entorpecen la claridad expositiva, y requieren de demasiadas ideas y peripecias para mantener la trama en marcha. Mientras que en el cuento se puede prescindir casi de todo, puede uno concentrarse en el efecto final que se busca y la exploración de una idea base puede llevarse con facilidad y rapidez hasta sus últimas consecuencias; y todo ello sin mencionar virtudes como la precisión, la claridad y la contención. Por tanto, no es de sorprender que cuando Greg Egan desbarra hacia la metafísica lo haga mejor en sus cuentos que en sus novelas (pero para la descripción del futuro es mejor la opción contraria). Y no es de sorprender que siendo Axiomatic una recopilación de cuentos de Greg Egan, sea también su mejor libro; pero, además, es una antología de referencia en la moderna ciencia ficción y de lo mejor que ha dado el género en la última década. Si alguien cree que la ciencia ficción está muerta es que no ha leído a Greg Egan, y, en particular, no ha leído esta antología.

Y las ideas serían el motivo central de todos estos relatos. Todas las tribulaciones de los personajes, todos sus dudas existenciales, nacen en esta serie de cuentos de la manifestación en la realidad de alguna idea en ocasiones increíblemente abstracta. En el primero de los cuentos, «The Infinite Assassin», es una arriesgada explicación matemática lo que da sentido a la idea de una serie infinita de asesinos que deben eliminar a una serie infinita de personas que usan una droga que altera la realidad. «The Caress», «Blood Sisters», «The Moat», «The Cutie», «Appropriate Love» y «The Moral Virologist», examinan las posibilidades de las nuevas tecnologías médicas y biológicas; ya sea en el tratamiento médicos, en la posibilidad de crear réplicas de animales inexistentes, o en la generación de una nueva especie humana con un código genético diferente. «The Hundred-Light-Year Diary» y «Into Darkness» exploran ideas astrofísicas; la existencia de galaxias en las que el tiempo fluye en sentido contrario en el primer caso y los agujeros de gusano artificiales en el segundo.

Pero donde realmente deja ver su talento Greg Egan es en aquellos cuentos que tratan sobre el problema de la personalidad humana. «Learning to Be Me», el mejor de la antología, es una aterradora historia de un futuro en el que a los seres humanos se les implanta un pequeño dispositivo que va aprendiendo, de ahí el título, a comportarse como su anfitrión humano para, años después, ocupar el lugar del cerebro cuando comienza el declive físico de éste. La pregunta es: ¿quién soy yo, el dispositivo o el cerebro? Y la respuesta no es tan simple como parece. «The Safe-Deposit Box» relata la historia de un hombre con graves problemas neurológicos que vive su vida intermitentemente ocupando el cuerpo de otros hombres. «The Walk», «Axiomatic», «Seeing» y «Closer» son otras tantas visiones de cómo nuestra biología y la estructura neurológica de nuestros cerebros dan forma a quiénes somos.

Lo que hace especialmente aterradoras esas visiones de la condición humana es que están sólidamente basadas en conocimientos científicos y que las situaciones están descritas con un estilo claro y directo que al no recrearse en los detalles truculentos destaca el fondo metafísicamente aterrador (¿o es aterradoramente metafísico?) de las ideas empleadas. Pocos autores se han atrevido a llevar sus especulaciones hasta las últimas consecuencias, y menos aún son los que han intentado hacer que las ideas abstractas se materialicen para mostrarnos cómo afectan a nuestra idea de quiénes somos.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Cuarentena de Greg Egan

El 15 de noviembre del 2034, todo el sistema solar queda cubierto por una burbuja impenetrable de dos veces la órbita de Plutón y que lo aísla completamente del resto del universo.

Pero la vida sigue.

Más o menos.

Treintaitrés años después, una mujer, Laura, concebida aproximadamente durante el momento de la aparición de la Burbuja y que padece graves trastornos neurológicos, desaparece misteriosamente de una institución médica. ¿Se trata de un secuestro? Eso es lo que se le encarga investigar a Nick, un ex-policía convertido en detective privado después de una traumática experiencia que causó la muerte de su esposa Karen a manos de Los Niños del Abismo, una secta terrorista que aspira a producir la destrucción que según ellos significa la Burbuja. Después de complejos procesos de investigación, donde se nos va mostrando la complejidad tecnológica y humana del año 2067 (un futuro muy sólidamente construido), el detective encuentra a la mujer (no a la niña, como se dice erróneamente en la contraportada del libro). Cuando intenta rescatarla, en el territorio de Nueva Hong Kong situado en Australia, es reclutado a la fuerza, por medio de un implante, dentro de una misteriosa organización de investigación llamada el Conjunto.

El Conjunto investiga la realidad.

Más o menos.

Realmente investiga los efectos que por medio de la mecánica cuántica, dando por buena en el contexto de la novela la interpretación de Copenhague, podría tener la consciencia humana sobre la realidad. Cosa, por supuesto, que afecta realmente a la realidad tras la realidad, es decir, a la metafísica. Y hacia ahí, como suele ser habitual en la obra de Greg Egan y más en las novelas que pertenecen a su ciclo del universo subjetivo, deriva rápidamente la trama. Hasta que al final se produce la epifanía metafísica y se explican todos los misterios, incluyendo la razón de la Burbuja (que, evidentemente, es de origen extraterrestre); pero en la obra de Egan, por suerte, las explicaciones son más misteriosas y apabullantes que los hechos que explican. Porque en el caso de Greg Egan, la metafísica está siempre sólidamente cimentada sobre la ciencia moderna, y sus revelaciones abren nuevas puerta de lo que podría ser.

Poco más se podría hacer en algo más de 250 páginas, y es una muestra de la capacidad especulativa de Egan que puede meter tanta ciencia ficción en tan poco espacio. Pero si esta novela tiene un defecto, es que precisamente no se atreve a hundirse en la metafísica como por ejemplo hace en Ciudad permutación o Diáspora. Parece escribir con cierta timidez, y si bien plantea grandes cuestiones sobre la forma en que la ciencia moderna podría alterar nuestra visión del cosmos en el que vivimos, también parece quedarse a un paso de llevar la situación hasta sus últimas consecuencias. Y precisamente el final, por poco arriesgado, es la parte más floja de una novela que tantas satisfacciones puede dar a un lector de ciencia ficción. Además, la comprensión total de la novela se pierde ligeramente en Español por problemas de traducción (por ejemplo, ¿por quá «Letargia de Zeno» y no «Letargia de Zenón»?, ó, ¿por qué no usar «disparador» para «trigger»?) y fallos ocasionales en los tiempos verbales. Problemas, que sorprenden tratándose de un traductor de la experiencia de Albert Solé, todos ellos que podrían haberse resuelto fácilmente con una corrección más atenta y cuidadosa.

No estamos ante una de las mejores novelas de Greg Egan, pero ciertamente se trata de una buena novela por cualquier estándar de la ciencia ficción. Curiosamente limitada para lo que este autor es capaz de hacer, Cuarentena dejará un buen sabor de boca a cualquier aficionado al género y además le dará mucho que pensar. No es poco. Y con suerte, esta novela no será más que la primera en esta colección, porque es seguro que la lectura de Cuarentena le dejará con ganas de más. Y hay más.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Si no tuviese ninguna otra cualidad, que las tiene y sobre las que volveré más tarde, su capacidad para la trama garantizaría el éxito de los libros de Connie Willis. No es sólo que sea capaz de inventar buenos argumento, sino que los desarrolla con una precisión arrolladora y hermosa. Nada es casual, todos los pequeños detalles tienen su razón de ser, y todo lo que sucede en la página cien tiene su importancia al llegar a la 400. Incluso cuando el lector descubre cuál va a ser la solución, siempre le queda la duda de cómo se las arreglará para llegar a ella. Y el placer proviene de comprobar no sólo que lo consigue, sino que lo hace sin violar las reglas y con facilidad matemática.

Y en ninguno de sus libros es tan evidente como en este que hoy nos ocupa. Posiblemente la novela de estructura más compleja en la que se haya embarcado esta autora, y que se resuelva con total aplomo y suavidad. Y los problema narrativos de Por no mencionar al perro en principio no podrían ser mayores. No sólo es una novela de viajes en el tiempo, con las complicaciones que tal cosa introduce en el orden narrativo, sino además una comedia, con las limitaciones que eso impone en el ajuste de los elementos para producir el humor, y en el equilibrio para hacer estallar la carcajada. El hecho de que Connie Willis lo consiga, mientras reconstruye toda la época victoriana y desenreda la telaraña temporal de paradojas en la que mete a sus personajes, demuestra que es una autora dotada de algo más que de un envidiable sentido para la trama. Demuestra una vez más inteligencia, cuidado y amor por su obra (por ejemplo, el increíble, en apenas unas frases, cambio que se produce entre la personalidad que el lector atribuye a Lady Schrapnell y la que tiene realmente).

Ned Henry corre de arriba abajo por el tiempo buscando el tocón del pájaro del obispo, un misterioso objeto casi legendario que es imprescindible para reconstruir con total fidelidad la Catedral de Conventry (destruida por los nazis). Es uno de los muchos encargo de Lady Schrapnell, una excéntrica millonaria norteamericana, empeñada en reconstruir el lugar donde una antepasada suya conoció a su verdadero amor. Pero Ned está sufriendo de desorientación temporal, así que sus superiores le envían a descansar allí donde la dama no pueda encontrarle: el verano de 1888, en plena época victoriana. Y de paso, devolver algo, algo que no debería haber venido del pasado y que podría provocar una paradoja de trágicas consecuencias. Pero Ned no entiende muy bien su misión. Sólo quiere dormir. Pronto, ésa será su menor preocupación.

Y mientras Ned y su compañera Verity intentan salvar el continuo espacio tiempo de un colapso inminente que ha paralizado casi todas sus actividades, tienen que vérselas con una familia de excéntricos victorianos, un mayordomo culto, una reina del espiritismo, tres hombres en una barca…. y eso por no mencionar al perro. Jugando continuamente con las convenciones de la novela victoriana y de detectives, Connie Willis va desplegando su historia de amor y de paradojas, en una novela que cuando se empieza a leer es imposible dejar. La más divertida de sus novelas es también la más seria. Y una vez más se demuestra que las mejores historias son las historia de amor… con viajes en el tiempo.

Publicado en El archivo de Nessus.

Jingo, de Terry Pratchett

El Mundodisco está en guerra.

Vale, no todo el Mundodisco, sólo Ankh-Morpork y Klatch, y todo por una isla, Lesph (la Atlántida del Mundodisco, con algún atisbo de seres primigenios) que resurge del mar junto a medio camino entre las dos naciones. Y como era de esperar, ambas la reclaman como suya y pronto todos están deseando que empiece una guerra por un trozo de tierra lleno de sal. Todo menos el Comandante Vimes de la Guardia, al que le gustaría poder arrestarlos a todos y que reclama una fuerza policial internacional para detener a las naciones que hacen la guerra, y el Patricio de Ankh-Morpork que debe renunciar a su puesto, porque en tiempos de guerra un político no vale para nada… o casi nada.

Como vigésimo primer libro de la serie, era ya posible esperar lo peor. Los volúmenes anteriores habían visto un descenso de la calidad, especialmente Hogfather, que, dejando los dos primero aparte, bien podría ser el peor de la serie. Eran buenos libros en general, pero parecía que el autor se encontraba bajo de fuerzas, y como novelas carecían de la profundidad del mejor Pratchett. Pero Jingo recupera al Pratchett reflexivo, inteligente, satírico y sarcástico, con esa visión ligeramente diferente de la condición humana, y al Pratchett más serio y más terriblemente divertido.

De Jingo en sí no se puede decir mucho, porque la trama es tan compleja (entre otras cosas incluye un viaje al desierto y una especie de recreación de Lawrence de Arabia) que contar algo es arriesgarse a arruinarla. Sólo decir que es una novela sobre la guerra, sobre la inutilidad de la misma, sobre la naturaleza de la xenofobia, sobre el racismo y el sexismo, sobre las posibilidades bélicas de la investigación científica. Muchos elementos parecen sacados directamente de un conflicto reciente en la zona árabe. Las observaciones son ácidas y no dejan en buen lugar algunas creencias queridas. El humor es curiosamente melancólico, porque después de reír a carcajadas, sólo puede uno callar al comprender las verdades que hay detrás.

Posiblemente el mejor libro de la serie.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Dependiendo de la perspectiva individual de cada uno, el origen y el futuro del universo podrían ser las preguntas más importantes o las menos interesantes. Son acontecimientos que suceden en escalas temporales tan increíblemente vastas que su correcta apreciación requiere de tal desapego del aquí y ahora y tal distanciamiento de las preocupaciones humanas normales que pocos son capaces de soportarlo. Por otra parte, lo remoto de esos acontecimientos hace que realmente no tengan importancia en nuestros destinos individuales. Después de todo, una vida humana no ocupa más que una fracción infinitesimal de la vida del cosmos.

Pero por suerte o por desgracia, nos gusta saber. Y cuando lo que descubrimos supera nuestra compresión y nos cuenta duras verdades sobre nuestra situación… pues bien, seguimos en ello. E incluso, podemos obtener consuelo de nuestra comprensión o incluso apreciar la majestad de esos acontecimientos.

Antes del principio de Martin Rees, astrofísico en activo, es ese tipo de libros de divulgación que no sólo transmite la maravilla de los descubrimientos científicos, sino también la historia tortuosa que ha llevado a su consecución. En varios capítulos va desgranando lo que se conoce actualmente sobre el origen y la evolución del cosmos, describiendo el modelo inflacionario y las distintas hipótesis sobre el futuro lejano del mismo. La historia de los descubrimientos cobra vida, como en el caso del descubrimiento de los cuasares, y muestra el proceso complejo, lleno de casualidades y equívocos, que llevó hasta ellos.

(El propio libro es, involuntariamente, en sí una muestra del complicado camino de la ciencia. En un momento dado, página 166, el autor discute como posibilidad que en el futuro el universo vuelva a colapsar a una singularidad. En ese punto, el traductor, ajustándose a los datos disponibles en el momento de hacer la traducción, inserta una nota donde señala observaciones recientes de supernovas en galaxias remotas que podrían apuntar a que el universo está acelerando la expansión y que por tanto sería abierto. Pero hoy, algunos meses después, hay noticias de que esas observaciones podrían no ser correctas y por tanto el universo podría ser cerrado. Es decir, por el momento, como casi siempre, no hay nada claro).

Pero hay algo más. Llega un punto en el que el libro no puede menos que elucubrar, pero el autor se asegura de dejar bien claro cuándo está haciendo cábalas y cuándo lo que dice se fundamenta en hechos. Es quizá esa la parte más interesante, la que describe las distintas hipótesis sobre el futuro del universo, y la posibilidad de que el nuestro no sea más que un universo entre otros, un racimo de universos que se reproducen, crecen y evolucionan como seres vivos.
Lo verdaderamente interesante de este libro es la voluntad de entender. Y lo que transmite es la emoción de la búsqueda de respuestas a las preguntas de las que hablaba al principio.

Publicado por primera vez en El archivo de Nessus, 1999

Sewer, Gas & Electric de Matt Ruff

Alcantarillado, Gas y Electricidad; la trilogía de Obras Públicas. Y no es broma. Así se llama.

Supuestamente debería empezar por describir el argumento, pero ¿por donde empezar?. Por el año, supongo: 2023. Y el lugar: América. Y los personajes: Un ecopirata negro, superviviente a una pandemia que acabó con casi todos los seres humanos de origen africano, que tiene un submarino a topos rosas. La ex-esposa de un millonario que se alista en un cuerpo especial de limpieza de alcantarillas y acaba luchando con un tiburón blanco mutante (llamado Meisterbrau) bajo Manhattan. Una veterana manca de la guerra de secesión norteamericana de 181 años. El millonario ex-esposo de la intrépida luchadora subterránea que fabrica androides en serie y rascacielos absurdamente grandes. Un cocodrilo albino (Alligator Manhatoe). Un zumbado excombatiente de una guerra africana obsesionado por la desaparición de los libros eróticos de las bibliotecas públicas. Unos cuantos Boy-scouts urbanos (contador geiger y analizador de residuos químicos en mano). Un submarino tripulado por mujeres (Fabricado en España). El busto parlante holográfico de Ayn Rand, una escritora ultra-reaccionaria. Varios contables y ejecutivos. Una rebelión de autómatas. J. Edgard Hoover. Los cámaras de la CNN.

Y Walt Disney.

La trama en sí: una conspiración con el asesinato de varias personas influyentes. Un marcador público con un número que nadie sabe que significa. Un par de inteligencias artificiales. El averiguar el origen de la anteriormente mencionada pandemia global. La lucha a muerte contra criaturas mutantes -incluyendo ardillas de tres cabezas. Unas cuantas persecuciones alocadas. Y junto a todo eso, unas cuantas bromas a costa del escritor Thomas Pynchon (especialmente con su libro V) y a costa también del libro Atlas Shruged de la mencionada anteriormente Rand, a quien la novela homenajea/parodia constantemente en detalles como el del piratamoderno o en las descripciones de los hombres de negocios.

Uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo. Una brillante combinación de ciencia ficción, drama, documental y trivialidades históricas que hacen que las conspiraciones de Expediente X parezcan juegos de salón entre abuelas. Todo narrado con un sentido del humor magistral, provocando la risa con situaciones completamente disparatadas que sin embargo tienen sentido dentro de la novela -como el formidable Inuit llamado «Veintinueve Palabras para Nieve» y su aterradora arma de artes marciales (un pez de plástico) o el plan secreto de Howard Hugues de provocar una plaga de canguros en Estados Unidos para vengarse de los de Hacienda. A medio camino entre lo completamente serio, lo absurdo, lo irónico y lo «real como la vida misma», esta novela es un ejercicio de inventiva, narración y humor con cierta mala hostia que la convierten en algo imprescindible. Los homenajes son impagables: Star Wars (como metáfora marxista de la lucha de clases), Alien (pero con el susodicho tiburón), Charles Dickens (por Little Nell), Kevin Smith (por Clerks) y Neal Stephenson (por Snow Crash) dandose la mano. Y todo lo demás que uno pueda pensar que debería estar en una novela de culto como esta. Brillante. Y no soy solo yo quien lo dice. Me remito al comentario de Thomas Pynchon en la portada: «A post-millennial spectacular – Dizzyingly readable».

Hermanos de armas de Lois McMaster Bujold

Una reseña la edición española de este libro bien pudiera ser una copia palabra por palabra de la introducción de Miquel Barceló en el mismo libro. Pero como no puede ser, tendré que parafrasear:

Este es un libro de la serie de Miles Vorkosigan. Muy entretenido. Con mucho humor. Grandes personajes. Autora ampliamente premiada. Muy entretenido. Diversión asegurada.

Y ya está todo dicho. ¿Qué más quieren? Es un libro bueno de una serie de aventuras especialmente buena -aunque cuenta con detractores, claro está- que da exactamente lo que promete y, aún así, siempre tiene algo más para la reflexión de lo que pueda dar otro tipo de space opera estándar. Y el personaje principal de la serie es simplemente irresistible: «ese enano con pistola», cínico, manipulador, aunque casi siempre bienintencionado y con más habilidad para encontrarse en medio de problemas que Jessica Fletcher para encontrar asesinatos. En este caso el problema comienza con la imposibilidad de pagar las reparaciones de la flota Dendarii, varada en la Tierra y termina convirtiéndose, como siempre, en una cosa algo más complicada: antiguos crímenes de guerra que vengar, clones, conspiraciones de refugiados, fiestas diplomáticas y todo eso que le gusta al lector de la serie -y yo no soy una excepción.

Así el pequeño Vorkosigan se embarcará en una aventura en la que la cuestión de sus dos identidades -teniente de Barrayar, hijo de un ministro por un lado y comandante de los Dendarii por otro- es usada por McMaster para hilvanar una historia de intriga. En la que las identidades son el meollo del problema, pues como dice la portada del libro, Miles se encuentra de repente con unas amenaza a su persona -y a sus identidades. Así, curiosamente, Miles tiene que usar una para salvar a la otra -y de paso entendérselas con ese súbito añadido a la familia que será su hermano Mark -al que ya se le vio en Danza de espejos, cuya acción transcurre después de la de éste.

Y este es el problema que me fastidia: ¿Por qué Nova no publicó los libros cronológicamente? El propio Miquel es consciente de esto y pide al lector que sea capaz de olvidar el otro libro, pero nadie va a poder hacerlo. Bueno, al menos ha sido editado.

Cryptonomicon de Neal Stephenson

Completamente en serio,pero también delirante. Así es la última novela de Stephenson, aparentemente la primera de una futura trilogía (eso sí, el primer libro tiene casi 1000 páginas). Pero lo curioso está en el enfoque elegido por Stephenson para esta novela: en vez de presentarnos uno de sus mundos ciberpunks –Snow Crash, La era del diamante– a los que nos tiene acostumbrados, lo que tenemos aquí es una narración extraordinaria acerca de… Y aquí llega el problema ¿Qué es Cryptonomicon?. ¿Una descripción de la historia de la criptografía? ¿Una historia secreta del mundo? ¿Un thriller sobre hombres de negocios de finales del siglo XX? ¿Una novela sobre héroes anónimos de la segunda guerra mundial? ¿Un ensayo sobre la importancia de la eyaculación en el desarrollo científico? ¿Sobre la influencia erótica del mobiliario antiguo? ¿Una teoría de conspiración? ¿Un expediente X?. Supongo que todo eso y más.

En principio la acción se sitúa simultáneamente en el pasado de la segunda guerra mundial, en la que un soldado, Bobby Shaftoe, y un experto en criptografía, Lawrence Waterhouse, que forman parte de una unidad de contrainteligencia. En el presente, el descendiente de Lawrence se ve implicado en una conspiración… para mejorar el mundo por medio de la criptografía.

La habitual ironía de Stephenson está presente en este libro en todo su esplendor, pero esta vez los fantasmas que acompañan a la escritura no se reducen a los presentes en la narración ciberpunk – cuyo uso en Stephenson es bastante sarcástico -, sino que también está presente en el Joseph Heller de Trampa 22, el Pynchon de La subasta del lote 49 y algunos otros más. Quizas la obra que más se le parezca en los últimos tiempos sea Sewer, gas & electrict de Matt Ruff -y como en esa novela, algunas de las escenas más memorables transcurren en un submarino, cosa curiosa. Aparte de un sentido del humor magnífico, Stephenson nos presenta también, de forma amena: apuntes sobre criptografía, historia de la segunda guerra mundial (alguna parte de ella completamente verídica) y un pequeño repaso a figuras históricas como Turing o McArthur. Aparte del humor, la narrativa de Stephenson lleva también consigo una enorme carga de tensión y drama: se puede bromear con los temas de la novela, pero en el fondo, pese a lo desquiciado de los personajes, el trasfondo es completamente serio.

De hecho, la intención de Stephenson parece la de unir pasado y presente mediante una narrativa que es tanto un ejercicio de novela sobre historia secreta del mundo como un universo alternativo -unos cuantos detalles difieren de nuestra pobre realidad, como esa especie de islas Orcadas alternativas en las que pasa un tiempo el Waterhouse de la Segunda Guerra o el Sultanato del Pacífico en el que el Waterhouse presente pretende hacer negocio creando un refugio de datos. Para hacer esto, Stephenson recurre a una narrativa múltiple tanto en el pasado como el presente, desde la tercera persona omnisciente para construir un extraño híbrido entre novela posmoderna y saga familiar -los Shaftoes (soldados y hombres de acción), los Waterhouses (matemáticos y analistas)- en la que el pasado es un mensaje más en código a descifrar por el presente (en una alguna ocasión literalmente) para entender el actual estado de las cosas: ¿Qué hizo el abuelo durante la guerra, mamá?

Como primer libro que es, no posee una conclusión en si, pero si una sutil manera de atar cabos para que el lector se pregunte ¿Qué vendrá después?. Y, además, uno de los mejores chistes de la novela está en su conclusión: este tomo de mil páginas es en realidad, por lo que parece, una reescritura de El señor de los anillos. Traten de imaginarse a Gollum como abogado comprometido con la causa survivencialista, si pueden.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus, 1999

Con Nos queda la parábola (Ediciones B. Colección Nova ciencia ficción 117. Barcelona. Septiembre 1998. Portada: Samuel Gómez. 320 páginas. ISBN: 84-406-8723-0) estamos ante un libro excesivo y extraño. Excesivo porque está lleno de personajes improbables, de diálogos exageradamente formales, de refrescante pedantería en ocasiones, y exuberantes (un estilo que al principio se hace pesado y difícil, pero que pronto la costumbre convierte en ágil y entretenido), y exhibiendo una ironía que lo permea por completo. Extraño porque se aparta de lo cánones de lo que debe ser una novela de ciencia ficción para buscar su propio espacio, a medio camino entre el ensayo y la ficción. Estamos ante una novela de tesis, que defiende una idea con convicción e inteligencia. Factores todos estos que no detraen sino que forman parte principal de su atractivo. En cierta forma, a su modo, encaja perfectamente en la genealogía de la ciencia ficción española.

Guifré Faust, rebelde y místico, suplanta a su hermano gemelo Marc Faust, famoso astrofísico y respetable investigador, en un primer capítulo titulado «El congreso no se divierte». Su pretensión no es otra que revelar la verdad ante la estupefacta comunidad científica. La Tierra no es más que un experimento de unos científicos extraterrestre. Pero nuestra administración del planeta ha sido nefasta y sus creadores han decidido cancelarlo a menos que se realicen cambios radicales en la administración de los asuntos humanos, cambios que destruirían por siempre el orden político, económico y social establecido. En caso de no cumplirse esa condición, un extraño meteorito perfectamente negro y esférico que contiene un agujero negro, se activará, destruyendo todo el mundo.

A partir de ahí, los acontecimientos se disparan. Todos lo que tienen algo que perder, o ganar, con la situación se afanan en busca del misterioso meteorito (que Guifré encontró cerca de su casa y con el que está extrañamente unidos por canales mentales que no puede entender): grupos terrorista-ecologistas, fuerzas internacionales de seguridad, el mundo científico y tecnológico, los cultos religiosos de nuevo cuño, y algunos personajes normales que se ven casualmente implicados en la acción. Unos con el fin cambiar la situación, otros con la intención de que nada cambie y todo siga igual, y otros simplemente para resolver el problema y poder seguir con sus vidas.

El autor tiene una posición definida ante el mundo y la situación en que vivimos. Y la expone con gran convicción, inteligencia y sentido del humor. En todo momento hace uso de los mecanismos de que dispone para exponer las fallas de los personajes, de las situaciones y de las instituciones. El lenguaje deliberadamente arcaizante, los diálogos formales y la exquisita precisión expresiva no hacen sino reforzar la ironía y el humor. La idea final está expresada en la parábola que contiene el libro (al menos una, nos advierte el autor antes de empezar) en la página 212, relatada irónicamente por el personaje menos adecuado.

No hay final en este libro, y el lector haría mal en esperarlo. Nada se resuelve porque no hay nada que resolver. De la misma forma que nuestro destino sobre la Tierra está controlado por fuerzas e instituciones que nos superan y no podemos entender, el destino total de la Tierra está a su vez controlado, quizá, por extraterrestres remotos que no podemos ver y cuyos motivos nos son tan ignotos como los de nuestros gobernantes. Una fábula sobre la impotencia, y quizá sobre la inutilidad final de los esfuerzos y las revoluciones, Nos queda la parábola se configura como una de las novelas más ricas e interesantes que ha dado la ciencia ficción española. Una reflexión escéptica e irónica sobre el mundo en que nos ha tocado vivir, disfrazada de futuro, pero desafortunadamente demasiado presente. Al final, como nos dice el título, sólo nos queda la parábola.

Uno de los cuentos más hermosos de Charles Sheffield es «A Braver Thing». Dos amigos de la infancia se convierten en físicos de renombre. Uno de ellos es un hombre ambicioso que desea subir en el escalafón académico. El otro, es un hombre atormentado cuyos resultados son productos más de la intuición que de la reflexión. Sus vidas se separan, pero se cruzan de nuevo cuando el segundo no puede soportar más sus problemas psicológicos y se suicida, dejando una teoría que permitiría el viaje a velocidades superiores a la de la luz. El primero la presenta como suya, después de todo, su amigo estaba muerto sin descesdencia, y gana por ella el premio Nobel. Todo el relato está contado por él mismo durante la ceremonia, cuando ha tomado la decisión de contarlo todo en su discurso final; un acto de valor. Ese cuento resumía la pasión y los pesares de la investigación científico, en un par de personajes perfectamente dibujado, uno de ellos en la distancia, y con un dilema moral permeándolo todo.

Lo comento porque una de sus últimas novelas, Tomorrow and Tomorrow [Mañana y mañana], me ha recuperado ese aspecto de Charles Sheffield. Se trata de otra historia de pasión, pero en esta ocasión es el amor de Drake Merlin, músico de talento, por su esposa Ana. Ana se está muriendo de una extraña enfermedad incurable (no hay casos suficientes para justificar la búsqueda de una cura), y Drake concibe un arriesgado plan. Hará congelar a su mujer justo antes de su muerte, y luego, diez años después y convertido en millonario y uno de los grandes expertos en la música de su tiempo, el también será congelado. Su esperanza es que en el futuro alguien se sienta intrigado por sus conocimientos musicales y decida despertarle, dándole así la oportunidad de hacer lo mismo por su esposa Ana y quizá curar su enfermedad.

Y el plan funciona y Drake despierta 500 años en el futuro, pagado por Leon, un estudioso de la música del siglo veinte que desea su ayuda para completar su obra de toda una vida. Pero Ana no puede ser curada. Así que Drake escapa de nuevo al futuro, robando el cuerpo de Ana que se encuentra en la luna Caronte y una nave espacial que le permitirá un viaje relativista hasta la estrella más cercana y de vuelta. Pero durante el viaje comete un error. Para reforzar su propósito, abre el contenedor de su esposa para volver a verla, con el resultado de dañar su cerebro. Cuando regresa a la Tierra, la tecnología de otros varios cientos de años lo más que puede ofrecer es la clonación de Ana y permitir a Drake que vuelva a dormir en busca de otro futuro en que su verdadera esposa pueda volver a la vida.

Comienza así una serie de despertares en futuro cada vez más remotos. En uno de ello le informarán que su cuerpo ya no puede seguir congelado, que los efectos cuánticos lo acabarán destruyendo y que su mejor opción es pasar a almacenamiento electrónico. Y no, Ana sigue sin poder ser resucitada. Pero hay una esperanza. El universo ha resultado ser cerrado, y según algunas hipótesis científicas, es posible que en su final se produzca la acumulación de toda la información total del cosmos, incluyendo la personalidad de Ana. Y en ese punto, quizá sea posible recrearla tal y como fue. Y con esa esperanza, Drake vuelve a dormir. Dormir hasta el sorprendente final en el punto que lo contiene todo.

Sheffield ha hecho algo realmente extraordinario: ha creado una novela de ciencia ficción que recorre la historia del cosmos desde el siglo XXI hasta el final del universo, pero lo ha hecho conservando la unidad narrativa y dándole siempre al lector un punto de referencia al que anclarse. Pero no ha sacrificado por ello la lógica, y ése es uno de los puntos más interesantes de la obra. En uno de los despertares más tristes, Drake debe ayudar a defender la galaxia de una amenaza exterior. La humanidad del futuro, tan evolucionada electrónica y mentalmente que casi no es humanidad, es incapaz de luchar una guerra porque esos rasgos belicosos de la naturaleza humana ha desaparecido. Drake, pacifista cuando era de carne y hueso, es para ellos un superguerrero y un maestro de la estrategia militar. Pero ¿cuánto tiempo llevaría luchar una guerra a escala galáctica? Millones de años, naturalmente. Y eso es lo que sucede, con Drake clonándose y reproduciéndose interminablemente para atender a todos los frentes (ahora no es más que una personalidad electrónica). Y cuando la guerra termina, debe atender a todos los huérfanos del conflicto: los billones, trillones, de copias de su personalidad que vagan por ahí, integrándolos nuevamente en él mismo, con las consecuencias que ello conlleva.

Pero lo más extraordinario de todo es que la novela no llega a las 400 páginas. El esfuerzo de concisión conservando la amplitud temática es extraordinario. Porque realmente se nos cuenta por el camino la historia de varios aspectos de Drake: la patética historia del cuerpo físico resucitado, la aventura de una de sus copias electrónica perdida en una galaxia lejana y que tarda tanto en volver a casa que el universo ya se encuentra en contracción. Tomorrow and Tomorrow es una de esas novelas que se toma la ciencia ficción y a sus lectores completamente en serio. Un esfuerzo que merecía haberse premiado con un Hugo.

Publicado en BEM 65 (octubre-noviembre 1998)

Dan Simmons es más inteligente que todos sus críticos y consiguió engañarlos a todos, exceptuando quizá a su perspicaz editor español, con Endymion. Los comentarios habituales sobre esa novela eran que estaba por debajo de las dos primeras, que no se entendía nada y que nadie sabía por qué se molestaba en contar todo aquello (aparte de unas, más que justificadas, comparaciones con La guerra de la galaxias y Terminator, por mucho que le pese al citado editor español). Además, todo lo que sabíamos del mundo de la Hegemonía no servía para nada, todo había cambiado, nada era lo que creíamos y los que releyeron los dos primeros libros antes de leer Endymion perdieron el tiempo (aunque volvieron a disfrutar de dos magníficas novelas).

¡Ah, hombres y mujeres de poca fe! ¡Cómo pudimos desconfiar de él!

El más que probable ganador del Hugo de este año (con lo que la serie de Hyperion podría recibir premio por el primer y último libro de la saga) tenía más de un as en la manga, y talento más que suficiente para echarse el farol de apostar sin nada y ganar. Después de leer The Rise of Endymion no puede uno dejar de pensar que todo estaba concebido de antemano, que al empezar a escribir la primera línea del primer libro el autor ya sabía que todo era falso, que los últimos dos libros revelarían la verdad y que la misión de la Mesias no iba a ser tan evidente. Es imposible claro, pero está todo hecho con tal habilidad, todas las piezas encajan con tanta precisión, que uno de los placeres de la novela es ver cómo todo está tan bien pensado. Un ejemplo: la historia de Het Masteen no aparece en Hyperion, todo los peregrinos relatan la suya menos él, porque desaparece antes de poder hacerlo para reaparecer moribundo. Pero aquí está, en The Rise of Endymion, como reservada para el final, la historia de la Voz del Árbol y el verdadero sentido de la Yggdrasill. También descubrimos el origen del Tecnonúcleo, la verdadera naturaleza de los cruciformes y quién está realmente tras el rostro metálico del Alcaudón.

Pero aunque pueda parecerlo, The Rise of Endymion no viene a terminar la serie de Hyperion. Nada más lejos de la intención del autor. Viene a trascenderla. El resultado final es una novela que sin bien se ocupa circunstancialmente de explicar algunos de los misterios de los primero libros, realmente mina con cuidado y tranquilidad todos los aspectos de la serie. The Rise of Endymion amplía la imagen del universo y la Hegemonía, la humanidad, el Tecnonúcleo y el mismo Alcaudón no son sino aspectos diminutos de la realidad. Hay muchas más cosas, muchas más, en el cielo y en la Tierra de lo que soñábamos.

La novela comienza con un hecho curioso: la muerte del Papa. Resucita, por supuesto, y el lector hará bien en recordar que lleva dos cruciformes, y adopta el nombre de Urbano XVI. El nombre no es casual, porque inmediatamente declara la cruzada contra los Exters Mientras tanto, el Padre la Soya, desterrado a un lejano planeta, es reintegrado al servicio y se le envía a luchar contra los Exter. En medio de la guerra irá tomando conciencia lentamente del horror de la acciones de la iglesia. Y Aenea, la niña mesías hija del cíbrido Keast, después de un largo aprendizaje con Frank Lloyd Wright, se embarca en la misión final para extender su filosofía e intentar evitar el triunfo final de la Iglesia. O al menos, la Iglesia tal y como existe en ese mundo.
El mensaje de Aenea es bien simple: «elige de nuevo» y la ceremonia más simple aún: basta con beber, literalmente, su sangre. Esa sangre provoca en el sujeto que la bebe una sutil transubstanciación que le permite liberarse del cruciforme y así del control de la iglesia.

Pero Aenea es en el mejor de los casos una mesías renuente. Ella realmente lo que quiere es estar con Endymion y compartir su amor. Sabe perfectamente que tiene una misión que cumplir, pero esa misión no la distrae nunca de su verdadero objetivo. Puede que pretenda salvar a la humanidad por amor, pero ama a un hombre sobre todos.

Los lectores que esperen encontrar Hyperion, o incluso La caída de Hyperion, se sentirán defraudados. Un autor no tiene por qué escribir un mismo libro dos veces, aunque se trate de una gran novela, y eso lo tiene bien claro Dan Simmons. Los que esperen encontrar una buena novela de ciencia ficción, una de las mejores obras de su autor, no se sentirán sin embargo defraudados. Tenemos aquí a un Simmons que escribe como no había escrito en años, y los años de experiencia no han pasado en vano y estamos ante una novela narrada con más convicción, habilidad y claridad que las anteriores. El resultado es una de esas space operasapasionantes que en lugar de reducir las dimensiones del universo las amplía y también una reflexión sobre la religión, lo que representa pertenecer a un grupo opresor, aunque ese grupo puede realmente dar la inmortalidad, y lo que representa poder liberarse hacia otra espiritualidad.
Pero ante todo, The Rise of Endymion, como muchas grandes novelas, es una historia de amor, un amor que comenzó siglos antes del nacimientos de sus protagonistas y que sólo podrá consumarse más allá de la muerte de los mismo. Raul y Aenea son pobres personas que se aman pero a las que ha arrollado la historia. Lo dicho, bien está lo que bien acaba.

Publicado en BEM 62 (abril-mayo, 1998)

El tiempo ya no es lo que era. Uno pensaba que se trataba de algo más o menos continuo que fluía de pasado a futuro (en el sentido, por el momento, de la entropía creciente) y resulta que no. El tiempo está cuantizado, cada segundo dividido en pequeños fragmentos, 137’04 momentos por segundo. Más aún, cada uno de esos momentos por segundo es en realidad un universo independiente, que no se sigue causalmente del anterior ni influye causalmente en el siguiente. Por tanto, uno puede viajar en el tiempo, por ejemplo a la Jerusalén de los tiempos de Cristo, montar un casino, edificar un par de hoteles de lujos y organizar visitas a la crucifixión sin alterar para nada el futuro. Es decir, el pasado puede ser colonizado y explotado de forma segura. ¿Quiere usted oír a Elvis?; nada más fácil, se viaja a uno de esos universos, se secuestra al Elvis que uno prefiera (antes de ser gordo, por ejemplo), se le lleva al futuro y a grabar discos. O puede uno tener tres posibles versiones de Jesús, o los Beatles si Lennon hubiese sobrevivido. Todo eso es posible, cuando el pasado está permanentemente disponible 137 veces por segundo. Incluso, secuestrar un dinosaurio. Todo eso es Corrupting Dr. Nice, y algunas cosillas más.

John Kessel parece el ideal de escritor de ciencia ficción. Licenciado en física, cosa que se nota en los decimales del 137, e inglés (doctor en esto último y profesor de teatro) es capaz de combinar el rigor científico con el ritmo endiablado de la mejores comedias, la reflexión profunda sobre el tema a tratar con los mejores personajes. Normalmente se le considera un humanista, preocupado por la condición humana frente a la superficialidad estética del ciberpunk, y se admira la estructura cuidada de sus argumentos.

Corrupting Dr. Nice es hasta el momento su novela más celebrada. Se trata de una curiosa combinación de ciencia ficción dura, toda la fundamentación del viaje en el tiempo emparentada con la interpretación de mundos múltiples de la mecánica cuántica, y comedia alocada. Aquí la gente se enamora, se pelea, se confunde y se reencuentra con el ritmo endiablado de los momentos dorados del género. La trama, como tenía que ser, es una historia de amor, pero la acción, gracias al viaje en el tiempo, se desplaza por el París revolucionario, la américa del futuro y el Jerusalén después de Cristo (del que los viajeros del tiempo, usando armamento moderno, han expulsado a los invasores romanos y le han regalado un coche a Herodes para mantenerlo feliz).

Owen Vannice, el Dr. Nice del título, multimillonario hijo de multimillonarios, paleontólogo e ingenuo, secuestra un dinosaurio del Cretaceo. En el camino de vuelta al futuro, debe pasar por Jerusalén, a tiempo para ser retenido por un grupo rebelde judío. Allí, durante su breve estancia con un dinosaurio que no para de crecer, se encuentra con una pareja de timadores, padre e hija. Claro está, raudo se enamora de la hija y la rescata heroicamente de los secuestradores. Pero pronto comienzan los malentendidos y cuando Owen la deja plantada, Genevieve, que, claro está, también se había enamorado de él, planea su venganza.

Por supuesto, semejante planteamiento da para muchas situaciones graciosas y comicidad ciertamente no le falta. Pero como muchas grandes comedias, entre situación graciosa y situación graciosa se habla de cosas muy serias. No en vano, el líder de la rebelión judía contra los invasores del futuro es Simón el apóstol, que todavía no ha podido aceptar que los invasores se llevasen por el tiempo a su maestro Jesús. Buena parte de la novela se dedica a la preparación y ejecución del delirante juicio de terrorismo, en el que el juez observa constantemente los índices de audiencia para saber qué decisión tomar, y en el que el fiscal y la defensa traen testigos tan curiosos como Lincoln o el propio Jesús (la versión mayor). ¿Qué derecho tiene el futuro de colonizar el pasado? ¿Que cada uno de los 137 universos dentro de un segundo sea independiente, y su alteración no varíe el futuro, justifica el pillaje y la ocupación?

Lo mismo sucede en otros aspecto. Si uno puede traerse a cualquier artista del pasado, ¿qué actriz puede competir con Marilyn Monroe en la cumbre de su carrera? ¿Qué músico podría superar a Mozart? ¿Qué universidad puede darse el lujo de tener a Einstein y Newton entre sus profesores? ¿Quién puede hacerse un nombre en un mundo en el que el pasado está continuamente presente y es siempre mejor que el presente?

Corrupting Dr. Nice es humor y sátira en la mejor tradición del género, que se remota a Mercaderes del espacio y que hoy parece el territorio habitual de Connie Willis (autora, también amante de las comedias alocadas, que se ha superado a sí misma en su última novela To say nothing of the dog). John Kessel se aprovecha de las posibilidades que ofrece la ciencia ficción para crear esa imagen distorsionada de nuestra sociedad que es paradójicamente más fiel que un retrato realista.

John Kessel ha construido una de esas raras novelas de ciencia ficción: una de esas obras tremendamente divertidas (odiadas habitualmente por los snobs) que se recuerdan y fermentan lentamente en la mente del lector. Como la mejores comedias, tiene ideas, una trama enloquecida, un defensor de los débiles, una historia de amor y un dinosaurio llamado Wilma. ¿Qué más se puede pedir?

Publicado en BEM 64 (agosto-septiembre, 1998)

¿Por qué leemos ciencia ficción? Yo, simplemente, la leo porque es una literatura que me da algo que no encuentro en otros géneros. No busco exclusivamente el placer puramente literario definido según patrones estrechos, porque en ese caso no dejaría nunca de leer a Shakespeare y no me molestaría con el género. Busco algo más amplio, el juego entre ideas y futuros y la plasmación que puedan tener en obras literarias (porque para mí la literatura está a otro nivel por encima de la combinación de palabras con resultados más o menos eufónicos). Para mí, la ciencia ficción habita en una delgada línea que separa la extrapolación del juego estético; la simultánea estimulación de lo bello y lo sublime. Por supuesto, es un ideal difícil de alcanzar, y muchas obras del género se detienen antes de llegar, pero de vez en cuando… De vez en cuando se tropieza uno con Greg Egan y sabes que la espera ha valido la pena.

Greg Egan, ese australiano extraviado en la metafísica, lleva ya unos años revolucionando el género. Es una revolución silenciosa, pero que dinamita con tanta efectividad los pilares de la ciencia ficción como otras revoluciones anteriores más chillonas. Greg Egan es de esos autores que profundos conocimientos científicos, particularmente en el campo matemático, que le sirven para iluminar su visión del ser humano. En su obra los seres humanos no son entes estáticos que puedan definirse con comodidad; no, para él, una persona no es más, ni menos, que una combinación de estados, y el yo, no más que una sinergía transitoria, una estructura organizada que no tiene sentido más allá de un periodo de tiempo de unos segundos. Cuando Greg Egan explora la condición humana no lo hace desde el punto de vista biológico o social, que también, sino que amplia la discusión para incluir la misma naturaleza de nuestra consciencia y la forma en que el cerebro crea la visión que nosotros tenemos de nuestro ser. Ciudad Permutación fue su alucinante respuesta al problema más fundamental de la consciencia humana: ¿por qué yo soy yo y no otra persona? y de paso era la mejor exploración del posible carácter de seres humanos que sólo viven como programas de ordenador.

Pero cuando Greg Egan se pone a extrapolar, no se detiene con facilidad. En Diaspora, ha conseguido superarse a sí mismo.

Construida casi como una bildungsroman, Diaspora relata la búsqueda larga de Yatima, una personalidad informática creada sin basarse en ninguna referencia humana, “nacida” en la ciudad informática de Konishi donde habitan humanos convertidos en bits y sus descendientes. El magistral primer capítulo, llamado “Orfanogénesis”, cuenta en nacimiento de Yatima y es posiblemente la mejor plasmación en ciencia ficción de cómo podría funcionar un sistema así, como se implantaría una personalidad en un conjunto de algoritmos. A partir de ahí, se cuentan miles de años de historia, que rápidamente se convierten en millones y finalmente deja de tener sentido el tiempo cuando los personajes pasan a universos superiores de múltiples dimensiones. Los humanos de carne y hueso desaparecen en el primer tercio de la novela (estamos cerca el año 3000) por efecto de un fenómeno astronómico que arroja dudas sobre todas las teorías del universo. Luego resulta que la misma galaxia está amenazada y las polis, las ciudades informáticas, se embarcan en un viaje a planetas lejanos y luego a otros universos, en busca de unos misteriosos extraterrestres que dejaron un mensaje grabado en el agujero de gusano que conectan los pares de partículas (en la física inventada, todas las partículas son bocas de agujeros de gusano).

No estamos ante ciencia ficción fácil. No sólo por el alto contenido científico, que es abrumador y tan duro que es casi metafísica, sino por la impresionante visión que da de la humanidad del futuro. Un problema habitual de las novelas que se adentran en los millones del años es que sus personajes son demasiado cercanos a nosotros, cuando es poco probable que mañana la humanidad siga existiendo. Si bien Egan no se distancia excesivamente, lo cual convertiría a la novela en ilegible, hace lo posible porque sus personajes sean extraños. Y considerando que son seres informático, hay terreno para ello.

Y triunfa, admirablemente, y sus personajes informáticos se adaptan a realidades distintas, se redefinen para entender múltiples dimensiones, construyen modelos de la física del cosmos, se suicidan, renacen, comprenden todas sus emociones y amores (y pueden alterarlas a voluntad) y buscan, desesperadamente, entender el universo. Y cuando deben, no vacilan en viajar por millones de universos en busca de los seres con las respuestan (que no encuentran; sólo su rastro queda). Pocas veces la ciencia ficción ha estado tan cerca de plasmar a ese ser elusivo: el humano del futuro. Diaspora está llena de física, matemática, biología, astrofísica, inteligencia artificial, pero todo al servicio perfecto de un plan definido: la descripción de una humanidad remota. Diaspora es ese tipo de novela que define para mí lo que es la ciencia ficción, y la razón perfecta por la que leo este género.

Desde la lejana isla del otro lado del mundo, está redefiniendo el género sin realmente alejarse de él. Sigue extrapolando a partir de la ciencia, pero el resultado es profundamente original y estimulante. Si Greg Egan no es el mejor escritor actual de ciencia ficción, poco le falta. Hay que leerle.

Publicado en BEM 63 (junio-julio, 1998)

Mil años después de la muerte de Alejandro, a los 70 años y en la cumbre de su poder, la Liga de Delos, comandada por Atenas y Esparta, ha conquistado el mundo. Las ciudades griegas se extienden por toda la tierra uniendo a todas las razas. La Academia, expurgada de todo platonismo por Aristóteles, ha conocido un desarrollo científico extraordinario, confirmando todas las ideas del estagirita y Tolomeo, y ayuda activamente en el proceso bélico. La generación espontánea permite la producción de comida en el frente de batalla y el conocimiento exacto de las propiedades de los cuatro elemento y la música de las esferas permite que las naves aéreas no sólo dominen los cielos de la Tierra sino que también se aventuren hasta Selene y más allá. Sólo hay un problema, el Imperio Chino, con su misteriosa ciencia taoísta totalmente incomprensible para los griegos y basada en extraños conceptos y corrientes, se resiste a la conquista y la guerra amenaza ya con hacerse eterna. Pero los jefes de la Liga han concebido un plan genial: una nave aérea viajará hasta la esfera de Helios, el sol, y robará algo de su sustancia para arrojarla sobre la capital del Imperio Chino y acabar así con la guerra. Cosa que los chinos, por supuesto, no están dispuestos a consentir.

Hay veces en que uno lee el planteamiento de una novela de ciencia ficción y sabe que debe leerla entera. Aunque se da fuera del género, es un situación muy característica de la ciencia ficción. Uno lee la premisa inicial y siente esa combinación de sorpresa, ¿cómo se le habrá ocurrido esto?, e incredulidad, ¿cómo va a resolver semejante situación?, que te impulsa a sumergirte inmediatamente en la narración. Curiosamente, pero no es tan de extrañar, es una característica que comparten habitualmente la ciencia ficción llamada «dura», la que sigue con todo rigor ciencias como la física y la biología, y las ucronías, cuando conciben algún cambio en la historia y elucubran a partir de él. En ambos casos sentimos ese cosquilleo intelectual que nos obliga a saber más sobre una situación intrigante. En el primer caso, tenemos por ejemplo la posibilidad de la existencia de los taquiones y la novela Cronopaisaje, y en el segundo la posibilidad de que la Armada Invencible hubiese triunfado en Pavana.

Celestial Matters de Richard Garfinkle es en ese aspecto más interesante aún, al encontrarse en punto intermedio entre esas dos obras. Es una ucronía en el sentido en que describe acontecimientos históricos que nunca tuvieron lugar, pero lo hace, a la manera de la ciencia ficción dura, en un universo que se rige por las leyes de la ciencia griega, en el que realmente hay cuatro elementos, en el que las esferas rigen el movimiento de los astros (y la Tierra, por supuesto, ocupa el centro del universo) y en el que la materia celestial realmente tiene propiedades completamente diferentes a la materia terrestre (lo que permite construir las naves aéreas, que fueron originalmente desarrolladas para contrarrestar las cometas de batalla de los chinos).

Toda la novela está contada en primera persona por Aias, graduado de la Academia en Pirología y Uranología. Empieza relatando como siendo comandante de la nave celeste Chandra’s Tear, disfrutando de unas vacaciones, que recorren el mundo mediterráneo y permite al lector descubrir cómo es una ciudad griega moderna, sufrió un intento de asesinato por parte de los chinos y se le asignó como guardaespaldas a la capitana Liebre Amarilla, una feroz mujer de las lejanas ciudades cheroki graduada en Esparta. La sospechas sobre el intento de asesinato recaen inmediatamente en Ramonojon (que actúa de forma extraña al haberse convertido secretamente al budismo, la única religión no permitida en la liga) que a su vez acusa a Mihradarius, el hombre que debe diseñar la red para atrapar el fuego del sol, de estar saboteando todo el proyecto. ¿Quién dice la verdad? Lo que sigue a continuación es una historia de aventuras en la que se pone en marcha la operación Ladrón Solar, mientras se van desgranando las consecuencias lógicas de la ciencia griega e incluso se acaba descubriendo un posible síntesis con la ciencia taoísta. Hay motines, sabotajes, luchas de poder y un final que parecía imposible y que sin embargo es perfectamente lógico (y se refiere a algo que sí sucedió en la Tierra).

No voy a decir que Celestial Matters sea una novela perfecta. Tiene muchos de los defectos de una primera obra y en ocasiones el ritmo narrativo se resiente. Pero en pocas ocasiones un autor de ciencia ficción ha demostrado tanto valor a la hora de plantear su obra, y en pocas ocasiones el resultado ha sido tan estimulante intelectualmente (especialmente para los que admiramos la civilización griega). Se habla a menudo de la inventiva de los autores del género, de la forma en que dan vida a un mundo completamente extraño. Pero Richard Garfinkle da vida a un mundo más extraño que cualquier mundo extraterrestre, un mundo que existió y en el que la gente creía realmente estar en continua comunicación con los dioses (como sucede a menudo en la novela, cuando los dioses intervienen para dar consejos, nunca para actuar) o que la materia estaba formada por cuatro elementos. Es simultáneamente un homenaje a toda una civilización que pudo quizá haber conquistado el mundo, una elucubración sobre un concepto fascinante y, en el fondo, un comentario sobre nuestro propio mundo.

Celestial Matters pertenece a esa tradición dentro del género que sabe usar la literatura para la exposición de conceptos intrigantes. La continua aparición de novelas como esta demuestra que la ciencia ficción está lejos de haber perdido su capacidad imaginativa y el viejo sentido de la maravilla.

Publicado en BEM 61 (febrero-marzo, 1998)

A veces los autores están demasiado ocupados escribiendo ciencia ficción para escribir buenas novelas. La ciencia ficción tiene, como género, el problema de ser demasiado espectacular. Se parece a una caja llena de juguetes maravillosos, y lo autores se asemejan en ocasiones a niños de cinco años que intentan jugar con todos a la vez. A veces los autores están tan fascinados por la brillantez de sus ideas que se olvidan que deben fabricar una obra literatura, que algo de fruición estética debe permanecer en su trabajo (cosa que en ocasiones también olvidamos los lectores y podemos juzgar obras por la espectacularidad de su argumento sin preguntarnos si hemos disfrutado realmente de ellas como novelas). Pero esos mismos autores, cuando se concentran algo más en producir una buena novela, demuestran lo que puede dar de sí la ciencia ficción y son capaces de sacarle todo el provecho al género. Abundan los ejemplos, déjenme comparar simplemente Snow Crash de Neal Stephenson con La era del diamante de Neal Stephenson. La primera es una novela ciertamente espectacular, pero sin estructura que sostenga tanta espectacularidad acaba convertida en una confusión cacofónica de brillantes ideas. La era del diamante no está menos provista de ideas brillantes, pero todas ellas están sabiamente utilizadas para obtener el fin último: producir una buena novela, en este caso, una magnífica novela que sólo puede ser ciencia ficción (lo sé, la he leído cinco veces), no menos espectacular que Snow Crash.

Pero posiblemente Iain M. Banks sea un ejemplo aun mejor. Entre otras cosas porque produce dos líneas de obras separadas: como Iain Banks publica novelas que se quieren más cercanas al mainstream, mientras que como Iain M. Banks escribe novelas claramente de ciencia ficción. Pero la distinción no es tan clara como pueda parecer. Sus novelas generales se sitúan en un universo extraordinario, sin dios y caótico que recuerda a la mejor ciencia ficción, mientras que su obra de ciencia ficción en ocasiones se beneficia de sus habilidades en el mainstream. Aun así, sus obras generales suelen ser mejores que sus novelas de ciencia ficción.

El caso más claro es Pensad en Flebas. La novela es ciertamente espectacular, e Iain Banks jamás desaprovecha la oportunidad de destruir algo bien grande, como un orbital, pero está construida como episodios casi independientes y la obra carece de la coherencia mínima. Parece haber olvidado que el hecho de que a un personaje le sucedan muchas cosas no implica que todo lo que le suceda forme una novela. Parece que el autor simplemente no supo limitar sus ansias de jugar con todo. Pensad en Flebas es con mucho la peor novela de la Cultura y para leerlas buenas hay que referirse a El jugador o El uso de las armas. Esta última es posiblemente su mejor novela de ciencia ficción, precisamente por estar más cerca en estructura de sus novelas generales.

The Crow Road es todo lo contrario de Pensad en Flebas. No hay elementos espectaculares, trata de la vida de un joven escocés, un Prentice maravillosamente recreado, de veinte años, de sus amores, pesares y dudas. Hay una ligera trama de asesinato, pero ésta sirve más para iluminar al personaje central que como justificación de la novela. Es más, no hay realmente misterio más allá de descubrir como cambiará el protagonista al llegar al final. Vamos, que tiene todos los puntos para ser una Bildungsroman aburrida de quinientas páginas pero es una obra apasionante de leer y posiblemente la mejor novela de Iain Banks (o Iain M. Banks).

Y no es una novela que renuncie a nada por no ser ciencia ficción, más bien todo lo contrario. El exceso puede ser fructífero, pero también puede ser muy fructífera la frugalidad. Recordemos si no Fases de gravedad de Dan Simmons, un novela perfectamente realista sobre astronautas que se las arreglaba con facilidad casi insultante para evocar el sentido de la maravilla que se supone es patrimonio exclusivo del género. A veces, fijarse límites ayuda a construir mejores novelas, y en el mainstream hay que fijarse algunos.

The Crow Road no huye en absoluto de ninguna de las grandes preocupaciones de la ciencia ficción, es más, en ocasiones se acerca ellas con más profundidad. El lugar del hombre en el universos, nuestra fascinación por el orden natural de las cosas, nuestra imposición de un orden sobre el caos de la vida (el lector también debe imponer un orden a la estructura desordenada de la novela) son preocupaciones permanentemente presentes en la vida de Prentice, desde el momento en que su abuela explota (así empieza, «Fue el día en que estalló mi abuela») hasta la discusión religiosa con su padre, o cuando éste muere desafiando a Dios escalando la torre de una iglesia. Ese tipo de ironías, los personajes ligeramente desquiciados tan propios de Banks, los actos cotidianos descritos como si fuesen extraordinarios, que lo son, el sentido de que el tiempo pasa y hay cosas que se quedan atrás, la posibilidad de vivir la vida sin imponerle un sentido al mundo, abundan aquí y las preocupaciones de los personajes no son menos metafísicas y amplias y no están menos llenas de inteligencia y de asombro que las de un personaje de ciencia ficción, entre otras cosas, por no tener que preocuparse de pertenecer al género.

The Crow Road no es una novela de ciencia ficción, pero merecería serlo… o mejor, la ciencia ficción merecería tener una novela así.

Publicado en BEM 58 (agosto-septiembre, 1997)

Hablaba en el número anterior de la idea y aquí tengo un par. En el futuro, los programas de optimización de código están tan avanzados que son completamente autónomos que saltan de ordenador en ordenador, sin que importe el sistema operativo, optimizando todo el software. Como son independientes del sistema operativo, inevitablemente saltan al cerebro humano y se dedican a optimizar al software que se ejecuta en nuestro cerebro (suponiendo que los seres humanos seamos algorítmicos, claro) para hacernos más listos, rápidos de reflejos y menos dependientes del sueño (saltan al cerebro codificados en el parpadeo de los monitores de ordenador, ¿qué pensaban?). También en el futuro, la Unión Europea ha decidido que los no blancos que habitan en Europa son los que imposibilitan la unión y los expulsa a todos del continente. Así Europa se convierte en un continente exclusivamente de blancos (por desgracia, esta última idea parece cada día más cercana si se miran los telediarios).

Esas dos idea forman con otras mucha la base de Mother of Storms, una de las grandes novelas de 1994 y con la que John Barnes fue merecido candidato al Hugo el año pasado. Cuando comienza parece ser uno de esos thriller de desastres a los que estamos acostumbrados. Una operación militar en el primer tercio del siglo XXI contra Siberia libera a la atmósfera grandes cantidades de metano, lo cual hace aumentar de tamaño a los huracanes que a su vez producen más huracanes. El mundo se enfrenta a grandes desastres ecológicos y a la muerte de mil millones de personas. La narración se cuenta desde el punto de vista de múltiples personajes. Pero no se trata de ese tipo de novelas, la resolución final incluye una imagen de transcendencia y una nueva visión de la sociedad humana (por cierto, parte de la solución necesita de un viaje al cinturón de Kupier). John Barnes ha escrito otras novelas también de interés, aunque son más primerizas, como Sin of Origin o A Million Open Doors.

Kaleidoscope Century [Siglo caleidoscópico], con la que tendría que haber sido candidato al Hugo este año, es otra visión del siglo XXI. Seguimos a su protagonista, un Joshua Ali Quare, que se despierta en Marte en el año 2109 a la edad de 140 años. Joshua se convirtió a finales del siglo XX en un agente secreto, al servicio de lo que quedaba del KGB. Como parte de su preparación se le inyecto una droga que cada quince años rejuvenece su cuerpo en diez, pero como parte de ese proceso Joshua pierde los recuerdos de sus existencia anterior (exceptuando algunos claves como su nombre y código). La novela realmente se centra en la recuperación de Joshua en su habitación de Marte que con ayuda de los registros que en existencias anteriores ha guardado en su ordenador intenta reconstruir su vida.

Antes de hablar del siglo XXI hablemos brevemente del XX. Posiblemente este siglo que se acaba ha sido uno de los más terribles de la historia de la humanidad (posiblemente también uno de los más felices, depende de como uno seleccione los acontecimientos). Hemos tenido dos grandes guerras mundiales, varias guerras regionales, líderes políticos que asesinaron a millones de sus conciudadanos y países enteros cubiertos de tal cantidad de minas antipersonales que seguirá muriendo gente por esa causa durante siglos. ¿Podría ser el siglo XXI peor aun? Ésa es la pregunta de Kaleidoscope Century. Pronto comprendemos que Joshua es un terrorista, un asesino sin escrúpulos que sigue los designios de la misteriosa Organization. A medida que reconstruye sus recuerdos comprendemos que él personalmente es responsable de la muerte de miles de personas, de asesinatos y violaciones en un siglo XXI con plagas de mutSida, una guerra terrible en Europa donde armas cada vez más avanzadas permiten el exterminio de más personas, y la guerra final entre memes, programas informáticos capaces de infectar la mente humana y someterla, en la que simplemente, junto con Sadi otro compañero que aparece varias veces en el libro, está del bando de uno de eso memes. Finalmente a Joshua no le queda más remedio que huir a las colonias espaciales cuando toda la Tierra cae en manos de Resuna, el memes más poderoso. Pero el problema principal es que los recuerdos de Joshua no concuerdan, son contradictorios entre sí.

A pesar de ser capaz de cuidar de una hija y poder vivir vidas sin hacer daño a nadie, Joshua es claramente un monstruo, un ser que mata cuando tiene que hacerlo y tortura y viola por placer. La clave de la novela es simple. Joshua a vivido varias veces su vida. Al final, y realmente no estoy revelando nada, Joshua descubre que en 1988 se construyó accidentalmente un agujero de gusano entre ese año y 2109 por la que puede viajar y recorrer de nuevo el siglo. En la frase final, cuando viaja al pasado a comenzar de nuevo, queda clara su naturaleza. Una frase que en escrita por autores más optimista como Asimov o Heinlein sería una canto a la resistencia humana y su capacidad para sobreponerse a todo, pero que dicha por Joshua no es sino una demostración más de su maldad sin límites y crueldad absoluta, la prueba de que no ha aprendido nada: «El jodido próximo siglo me pertenece».

Kaleidoscope Century es el retrato brutal de un siglo que, por desgracia, podría ser.

La sombra cazadora, de Suso de Toro

Después de leer esta novela me vino a la mente la obra de Iain Banks. Cuando el autor escocés firma como Iain M. Banks, eso quiere decir que estamos ante una novela de ciencia ficción. Pero cuando elimina la “M” nos encontramos, supuestamente, ante una novela mainstream. El problema está en que Iain Banks no puede evitar enriquecer, y esa es la palabra justa, sus novela mainstream con elementos fantásticos y de ciencia ficción. Obras como El puente, The Crow Road o Walking on glass son maravillosos experimentos híbridos; en muchas ocasiones mejores que sus novelas de ciencia ficción.

La sombra cazadora se sitúa en coordenadas similares, en esa región indefinible donde habitan obras que no admiten fácil clasificación. No es una novela de ciencia ficción aunque contiene elementos del género, tampoco una novela de fantasía aunque abunda lo sobrenatural. Es inevitable, leyéndola, retrotraerse a esos ejes para evaluarla. Su voluntaria mezcla de géneros y mitos la hacen interesante.

La estructura de la novela es simple, casi parece una novela juvenil en su sencillez. Los protagonistas son dos adolescentes, dos hermanos (chico y chica), que deben abandonar el paraíso donde viven recluidos para enfrentarse a la maldad que habita en el exterior. Tiempo antes de su nacimiento, su padre, famoso presentador de televisión, aceptó un pacto fáustico (el nombre del padre sólo lo averiguamos de pasada y es, precisamente, Fausto): convertirse en una imagen de realidad virtual para poder presentar varios programas simultáneamente sin envejecer nunca. Esa imagen se ha hecho todopoderosa y domina ahora a una humanidad que, con gafas oscuras para ocultar la estática de sus ojos (“Si un día salís de la finca, no olvidéis poneros estas gafas. Fuera nadie anda sin ellas, está prohibido enseñar la mirada, mirarse a los ojos” les conmina su padre), no puede evitar dejar de mirar a las gigantescas pantallas que cubren el paisaje urbano; apocalíptico, inhumano, sin amor ni parentescos.

El padre muere, los hijos huyen de la casa perseguidos por la Imagen (a la que como una criatura de Frankenstein también se le niega el nombre, y es simplemente la Imagen), que quiere sus muertes o sus vidas, porque en el fondo es también su padre y en cierta forma su hermano. La huida se convierte entonces en un viaje iniciático donde cada personajes aprende sobre sí mismo y sobre los demás. Los puntos de vista se van alternando, y cada personajes tiene la oportunidad de contar fragmentos de la historia desde su punto de vista. A veces esos saltos inesperados sorprenden y dan giros extraños a la narración.

Pero no estamos ante Blade Runner. Abundan también los elementos sobrenaturales. La Imagen no es sino el minotauro, inmerso en su laberinto catódico hecho de imágenes, donde a veces deben penetrar doce jóvenes para no volver jamás. Y el chico, ella se llama Clara y el nombre de él es un secreto, muerto dos veces es capaz de ver el aura de las personas y hablar con su madre muerta.

Confusión quizás de mitos y tradiciones. La sombra cazadora es palimpsesto, aspira a reescribir lo ya dicho. Es una historia ambiciosa que desea jugar a varias cartas simultáneamente, sin ofrecer una interpretación concreta de los acontecimientos. Puede que el autor no haya triunfado en aunar todos los elementos mágicos y realistas, futuros y pasados, pero ha creado una obra diferente e interesante.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

Los cómics Marvel de Rafael Marín

Éste es uno de los mejores libros sobre cómics que ha publicado en España. Esta escrito con amor a la obra estudiada pero con la suficiente lucidez intelectual y distancia crítica como para acercarse a la obra y señalar todos sus aspectos positivos y negativos. Es esos aspectos el libro es impecable. La opiniones están perfectamente explicadas y razonadas. Podrá uno estar en desacuerdo con ellas, pero no será porque el autor no sabe sostenerlas.

El libro consta de una introducción y cuatro capítulos (“El superhéroe Marvel y su concepto”, “Realismo y melodrama en un universo de fantasía”, “Más allá del Mainstream Marvel” y “Lenguaje y estilo de los comics Marvel”) a lo largo de los cuales el autor no nos intenta convencer de la bondad de los cómics Marvel sino de su validez como objeto de estudio. Son además capítulo muy amenos que se leen como una novela sin sacrificar el rigor.

Los mejores, aparte de la introducción, son los capítulos primero y segundo, donde se reúne la mayor parte del contenidos intelectual y de estudio. El capítulo cuarto parece ser demasiado corto para lo que trata (el lenguaje y estilo de los cómics Marvel) y no debería aparecer el último. De hecho el final del libro como exploración intelectual se encuentra en el capítulo 3, y el capítulo 4 no es sino un apéndice.

Entre los defectos del libro, nos encontramos con la falta de un capítulo dedicado a la edición Marvel en España y con la falta de un índice que haga la consulta del volumen más cómoda. Así mismo, el equipo que ha producido el libro ha abusado de un exceso de diseño y en algunas ocasiones los detalles para hacer el volumen más bonito se las arreglan para dificultar la lectura.

A pesar de estos pequeños defectos, este trabajo es sólido es imprescindible. Los cómics Marvel han sido durante muchos años una fuente no reconocida y en ocasiones oculta de ciencia ficción y fantasía. Es interesante la iniciativa de discutir este tipo de obras con seriedad y es digna de elogio la voluntad de publicarla para alcanzar a un público más amplio. Imprescindible.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

El engaño Hemingway de Joe Haldeman

Nos decía Joe Haldeman, en la entrevista publicada en el número anterior de BEM, que hay libros que se escriben porque a uno le pagan por ello y otros que se escriben porque quieres. Este es evidentemente un libro escrito por amor y porque quería escribirlo.

John Baird es un estudioso de la obra de Hemingway. Un día, el lector comprenderá al final del libro que la exacta situación temporal no tiene mucho sentido, un estafador le ofrece falsificar los manuscritos perdidos de Hemingway, aquellos que desaparecieron en una estación de tren francesa. Al principio John es bastante reacio, pero finalmente acaba involucrándose en el proyecto.

Y este libro podría ser sólo un inteligente thriller si no fuese por un par de detalles. Para empezar, su protagonista posee una memoria perfecta. En un par de ocasiones afirma que es incapaz de olvidar nada y que recuerda a la perfección cada palabra de las obras de Hemingway. También su vida tiene curiosos paralelismos con la de Hemingway: la experiencia más traumática de ambos fue la guerra y los dos fueron heridos de forma similar. Y cuando John Baird está más metido que nunca en el engaño, Ernest Hemingway se le aparece y lo mata, y luego le mata otra vez, y otra vez.

Los riesgos de escribir un libro así son evidentes: los homenajes literarios no son fáciles. Uno podría caer en el pastiche y escribir una mala imitación del original. También está el peligro de perder el propio estilo, de hacer algo de forma distinta a como lo harías normalmente. Por otro lado, tenemos el problema de combinar la vida de un escritor real y su obra en una trama de ciencia ficción.

Hay que decir que Joe Haldeman triunfa admirablemente en el empeño. Este tour de force personal no sólo es el homenaje a Hemingway que pretende sino que además es una de las mejores obra de Joe Haldeman. En los momentos en que más se parece a Hemingway, Joe Haldeman nunca deja de ser el mismo.

Tomemos por ejemplo a los protagonistas y su entorno. El héroe John Baird empieza no siéndolo y tiene que demostrar al final que lo es. Lena se busca un amante en el tercer implicado en la estafa. Las mujeres son en general más inteligente y saben con mayor seguridad lo que quieren. Y estos podrían ser los elementos de un cuento de Hemingway (por ejemplo, «The Short Happy Life of Francis Macomber»), pero nunca dejan de ser personajes de una novela de Joe Haldeman. John Baird es consciente de la fuerzas que le impulsan. Lena tiene más papel que las mujeres de Hemingway. Y el amante acaba degenerando hasta convertirse en una fuerza del mal.

La historia gira alrededor de viajes en el tiempo y paradojas temporales (supongo que alguien escribirá para quejarse de que cuento demasiado el argumento). Cambiando de universo en universo John Baird comprende cuán poco influyen las decisiones personales y lo mucho que afecta el azar: por ejemplo, el punto donde te han herido exactamente durante la guerra. Es interesante ver como en cada universo distinto, los personajes han cambiado ligeramente. Un efecto deliberado y con el que el autor juega para dotar de sentido a la obra. En la reflexión posterior el lector comprende que, en el fondo, esta historia acaba varias veces.

Estamos ante una joya cristalina y delicada, pulida con esmero (esta descripción se la he robado a Guillem Sánchez y encaja a la perfección) que merece con justicia los premios que tiene.

Publicado en BEM, 1995

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