Siento que en este libro, donde se combinan el mundo de los guionistas con inclinaciones matemáticas de Los Simpson y el mundo de la matemática en sí, no hay ni lo suficiente de Los Simpson ni lo suficiente de matemática. Vive así es una zona intermedia donde parece intentar no decidirse, no sea que el equilibrio se rompa y el material se incline demasiado en un sentido o en otro . Tale son los rigores de la vida comercial de los libros.

No me malinterpreten.

No se trata de una cuestión de no ser interesante y no estar bien contado. Todo lo contrario, Simon Singh se explica muy bien y es capaz de dar buenas charlas matemáticas. Y cuando se centra en los guionistas (algunos de los cuales tienen estudios avanzados en matemática), logra situar su interés por la matemática en el contexto de una persona real que en su cabeza logra combinar esas etéreas abstracciones con la capacidad de concebir esotéricos chistes que aparecerán durante una fracción de segundo en la pantalla (y que los más devotos deberán cazar con el mando a distancia).

Tampoco es que los temas matemáticos estén mal. Son interesantes y se salen incluso de lo habitual en un libro de divulgación matemática. Los dados no conmutativos (que, a pesar de mis esfuerzos, no pude comprar), por ejemplo, o la explicación de las complejidades de Pi.

Pero la impresión final es esa que he dicho de un poco “vale, bueno, un libro sobre Los Simpson y la matemática”. Da mucho la impresión de que Los Simpson no dejan de ser una excusa. Lo que queda en evidencia en los capítulos finales, cuando se habla de Futurama, la serie que sí está repleta de referencias y chistes matemáticos, sobre la que podría escribirse miles de palabras sobre casi cada episodios.

Pero Futurama no es famosa como Los Simpson, y por tanto aquí hay un libro que podría ser mejor de lo que es. Lo que no sé es si ese libro mejor sería sobre Los Simpson o sobre la matemática.

Ida B. Wells

Ida B. Wells debería ser tu héroe:

heroe

La levedad de la medida

No medimos lo que queremos medir. Medimos lo que podemos medir. Y cuanto más fácil resulta medirlo, más dispuestos estamos a hacerlo. Luego confundimos lo que queríamos medir con lo que podemos medir, edificando un laberinto de cifras, cambios y porcentajes. Finalmente nos perdemos alegremente en ese laberinto, creyendo que cada paso nos lleva más cerca de la salida, fingiendo que allí se encuentra lo que buscamos.

De tal suerte, los números que cribamos se acaban convirtiendo en un tamiz incapaz de retener lo que realmente valorábamos.

O mejor leen el cómic:

medida

Hora de aventuras

No digo que sea la mejor serie de animación, que es fácil. Digo que es la mejor serie de televisión del momento. No digo con ello que la serie sea perfecta, porque no es así. Es más, en ocasiones tiene detalles que me hacen desear una suerte horrible a los guionistas (y, por supuesto, el doblaje español es una abominación), cuando no están a la altura de sí mismos. Pero cuando Hora de aventuras es buena, se eleva muy por encima de lo que es fácil ver en televisión.

Hay que admitir, claro, que la serie parte con la ventaja de ser animación y con episodios que duran apenas 10 minutos. Eso le regala una libertad creativa y temática que series “serias” no se pueden permitir fácilmente. Si los personajes supuestamente protagonistas, Jake el perro y Finn el humano, no necesitan aparecer en el episodio, pues no salen y listo, y la serie se dedica con alegría a explorar el mundo de algún secundario. Y como es animación, y de fantasía, dentro de su humor alocado, febril y surrealista, se concede momentos de ternura asombrosamente eficaz, como en uno de los episodios más recientes donde durante unos breves segundos sabemos de la culpa de un padre por no morir antes que su hija.

Como dice Sam Keeper en Cha-Change! Formal Experimentation in Adventure Time, la serie se lo puede permitir porque ante todo ha cultivado el fondo emocional de los personajes. Más allá del trasfondo fantástico (la serie transcurre 1000 años en el futuro en un mundo poblado por criaturas fantásticas producto de una guerra terrible, donde sólo queda un ser humano: Finn), los guionistas se han cuidado de dotar a los personajes de dobleces, contradicciones, virtudes y defectos, y de una rica urdimbre de relaciones y encuentros entre ellos. Por ejemplo, Finn y Jake podrían ser simples héroes, pero en más de una ocasión se dejan llevar por el egoísmo o el trauma.

Se ve especialmente claro en el caso de la Princesa Chicle, una niña de 18 años, pero que lleva en ese estado casi 1.000 años, hecha de chicle que gobierna un reino donde todas las criaturas son de dulce. Es una persona joven que puede disfrutar, reír y cantar, pero es también un jefe de estado que en ocasiones debe tomar decisiones muy difíciles, aceptar responsabilidad por actos apresurados del pasado o que simplemente usa el poder de forma absurda a indiscriminada, dejándose llevar por los celos o la furia.

La Princesa Chicle es una investigadora genial capaz de conjurar inventos de todo tipo. Pero también se deja llevar por la hibris e inventa, por la simple razón de que se podía inventar y sin estar dispuesta a reconocer limitaciones personales, aquello que no debería existir. Puede ser infinitamente fría y calculadora, decidiendo en un instante quién debe vivir o quién debe morir (para ella, el problema de The Fat Man no existe), pero cuando se siente amenazada puede dejarse llevar por la histeria. Normalmente es tranquila y bondadosa, pero cuando debe pelear cuerpo a cuerpo se convierte en una guerrero feroz y sin misericordia.

Y es así como los secundarios van apilando complejidades y matices.

Sam Keeper comenta en su artículo dos episodios recientes especialmente destacables: “Ocarina” y “Food Chain”.

“Ocarina” ejemplifica el aspecto de la relación entre los personajes. Jake el perro, compañero de Finn y uno de los héroes de la serie, aparece representado como un padre ausente, que básicamente no se preocupa de sus hijos. Jake es en el fondo un niño grande, que prefiere las emociones y las aventuras a pensar en los problemas de cada día. Él hace las cosas simplemente porque en ese momento apetecía hacerlas.

Cada hijo reacciona de una forma diferente, pero uno de ellos, Kim Kil Whan, el que es tan responsable como irresponsable es su padre, decide poner patas arriba el mundo de Jake, comprar la casa en la que vive con Finn, echarlos de ellas y, eso espera, obligarle así a madurar.

Hay muchos detalles, pero lo interesante del episodio es cómo resuelve la situación. Finn (que es un niño de 13 años, recordemos) y Jake llegan a la conclusión de que Kim Kil Whan simplemente quiere el amor de su padre. Lo cuál es cierto, pero irrelevante: no hay duda de que Jake ama a sus hijos. Lo que quiere es algo más. Quiere que su padre sea mejor de lo que es, en todos los aspectos, que acepte sus responsabilidades y todo lo que hizo. Pero en lugar de una epifanía final en la que Finn y Jake reconocen ese hecho, es Kim Kil Whan el que comprende que no hay nada que hacer.

Al final, el pobre Kim Kil Whan acepta la ocarina contrahecha e inútil que su padre ha “fabricado” con amor y, en uno de los finales más agridulce de la serie, concluye que Jake es un buen tipo, que no pretende hacer mal a nadie, pero que jamás será el padre que él quiere. Jake nunca será Kim Kil Whan. Y Kim Kil Whan jamás será Jake.

El otro gran pilar de la serie es estar dispuesta a experimentar consigo misma, con las ideas, a levantar un tremendo edificio metatextual, donde las metáforas se manifiestan de forma real o la realidad es totalmente metafórica. Hora de aventuras no tiene problemas es mostrar un episodio que es totalmente un problema filosófico y luego cambiar a otro episodio puramente emocional. De hecho, puede hacer el cambio en apenas unas pocas escena, mientras explora, como pasa en el caso de Lemonhope, los límites de la responsabilidad personal: ¿debes sacrificar tu libertad para ayudar a aquellos que sacrificaron su libertad para liberarte a ti? ¿Irte y vivir tu vida o volver a rescatarles? ¿Cuál de las dos opciones es la que se ajusta más a lo que querían?

Pero no sólo eso, también está dispuesta a cambiar el tono narrativo, el tipo de dibujo, a invertir el sexo de todos los personajes para comentarse a sí misma y las limitaciones de las historias de fantasía que está contando.

All of this makes it possible for the show to experiment with metatextuality, drastic style shifts, and more abstract narratives. And, bless their hearts, the Adventure Team has taken those opportunities and run with them. Between highly metafictional genderflop episodes, meditations on the nature of fanfiction, weird interconnected multi-thread narratives, and whole episodes animated and written by auteur directors, the show cheerfully has dived off the deep end numerous times secure in the knowledge that the groundwork laid in other episodes with respect to the characters and the bonds that connect them will act as a safety net to catch them.

Y ahí entra “Food Chain”, uno de los episodios animado totalmente por alguien externo al equipo del programa (el otro es “A Glitch is a Glitch”, animado por el gran David OReilly) .

Creado por Masaaki Yuas, “Food Chain” explora la cadena alimenticia, pero lo hace transformando, en una sucesión rápida de imágenes casi alucinatoria ,a Finn y Jake en orugas, flores, pájaros y bacterias, mostrando cómo se ve el mundo desde cada uno de esos niveles (las transformaciones arrancan con una divertida versión del aria de la reina de La flauta mágica). Tiene una estructura circular y un ritmo de ametralladora. Termina con una extraña iluminación mística, que eleva la cadena alimenticia a ley fundamental del universo. Pero al mismo tiempo, se cuestiona si tu posición en dicha cadena es realmente tu destino.

Los protagonistas mueren en varias ocasiones, sólo para reencarnarse inmediatamente en otro nivel. Pero el Finn pájaro (siempre hambriento) no se comporta como el Finn planta (con su visión de un mundo exterior que se mueve a toda velocidad) ni como el Finn oruga (dispuesto a comer hojas y a casarse). Cada Finn es un Finn diferente, siendo, curiosamente, Jake el que se niega a participar por completo en el juego, rechazando en más de una ocasión su posición en la cadena.

Citando otra vez:

Adventure Time is thus capable, like Finn and Jake, of going through countless changes that are visible precisely because they work upon the relationships so well established elsewhere. The nature of the show transforms with the transformation of its aesthetics and focus, but we can understand and recognize that transformation because of the baseline that we perceive and compare to the alternative versions. It’s a delicate dance, and the show is all the more worthy of praise for how well it travels each of its transformative steps.

De Hora de aventuras no sólo me gusta el humor, la animación, la exuberante fantasía, sino también me gusta porque puede llegar a ser inteligente y sutil, porque en general reconoce que no hay soluciones simples a los problemas y que la vida humana se vive en gran parte en la ambigüedad. Donde otras series hubiesen condenado unilateralmente a Jake o a Kim Kil Whan, uno por ser un viva la vida o al otro por ser demasiado serio, Hora de aventuras no tiene problemas en reconocer que la relación entre los dos es complicada y que no hay una forma sencilla de resolverla.

En resumen, veo la serie porque me gusta. Pero también me gusta porque cuando la veo con mi hija luego tengo mucho de lo que hablar con ella.

Cómo funciona una caja de música

A través del siempre excelente The Kid Should See This, un muy buen vídeo de la televisión Australiana ( de hace más de 20 años) que explica con enorme sencillez el funcionamiento de una caja de música.

Impresiona lo sencillo que parece explicar ese tipo de ideas.

Pi mecánico

Mechanical Pi – In memory of William Shanks es una curiosa instalación que recrea el cálculo mecánico del número Pi empleando la fórmula de Leibniz:

The mathematician William Shanks sacrificed years of his spare time to the decimal expansion of the irrational number pi by hand. In 1873 he published his handwritten calculations to the 707th digit. Much to his regret, in 1945, D.F. Ferguson proved that only the first 527 decimal places have been calculated correctly. Nowadays Shanks tedious manual task is done with the help of computer algebra, performing millions of steps in fragments of a second, while calculating billions of decimal places.

Mechenical Pi – In memory of William Shanks from Florian Born on Vimeo.

Qué forma tan divertida de expresar, con esa deliciosa referencia, las profundas raíces religiosas que mezcladas con muchas seudociencia, lecturas de ciencia ficción mal asimiladas y alguna gotas de ciencia de verdad conforman el movimiento transhumanista (y que también pasan a muchos grupos relacionados).

Transhumanism has never been modern dice:

Transhumanism is an ideology, a movement, or a belief system, which predicts and looks forward to a future in which an increasing integration of technology with human beings leads to a qualititative, and positive, change in human nature. It sees a trajectory from a current situation in which certain human disabilities and defects can be corrected, through an increasing tendency to use these technologies to enhance the capabilities of humans, to world in which human and machine are integrated to a cyborg existence. Finally, we may leave all traces of our biological past behind, as humans “upload” their intelligence into powerful computers. These ideas are intimately connected with the idea of a “Singularity”, a moment at which accelerating technological change becomes so fast that we pass through an “event horizon” to a radically unknowable future. According to Ray Kurzweil, transhumanism’s most visible and well known spokesman, this event will take place in or around 2045.

Para comentar luego que son ideas que dependen de avances tecnológicos futuros más que dudosos, pero, sobre todo, se sustentan sobre cierta historia, sobre cierta forma de ver los avances científicos y del conocimiento. Muchas ideas similares sobre el progreso científico y material de la humanidad has expresado la misma convicción con respecto a un momento final en el que todas las necesidades materiales y espirituales de la humanidad se resuelvan por medio de la tecnología. Un curioso contraste con la imagen de ultra-racionales que los transhumanistas suelen tener de sí mismos.

Pero, ¿qué tiene de malo? Como el mismo autor señala, da un poco igual las fantasías que uno crea y da un poco igual si tu religión está justificada por la técnica o por lo sobrenatural.

Pues:

This leads me to what I think is the most pernicious consequence of the apocalyptic and millennial origins of transhumanism, which is its association with technological determinism. The idea that history is destiny has proved to be an extremely bad one, and I don’t think the idea that technology is destiny will necessarily work out that well either. I do believe in progress, in the sense that I think it’s clear that the material conditions are much better now for a majority of people than they were two hundred years ago. But I don’t think the continuation of this trend is inevitable. I don’t think the progress we’ve achieved is irreversible, either, given the problems, like climate change and resource shortages, that we have been storing up for ourselves in the future. I think people who believe that further technological progress is inevitable actually make it less likely – why do the hard work to make the world a better place, if you think that these bigger impersonal forces make your efforts futile?

Con lo que volvemos a la cuestión fundamental. La tecnología es enormemente beneficiosa pero también enormemente destructora. Asumir que evoluciona por sí sola, cuando en realidad viene dictada por fuerzas económicas y sociales, es renunciar a un control más que necesario. Es recurrir a la falacia de decir que el resultado final, sea cual sea, era el “inevitable”.

Más que determinismo, suena a fatalismo.

(vía Amor Mundi)

Tonto futurismo

Cómo nos gusta predecir el futuro. Cómo fallamos cada vez que lo intentamos. Más que nada, porque esas predicciones del futuro ni siquiera suelen pertenecer al presente del que las hace, sino que en muchas ocasiones están firmemente ancladas en el pasado. Prediciendo el futuro se acaba dibujando el pasado proyectado en el tiempo.

No sé nada de Space Station 76 excepto que parece reírse del futurismo de los años 60 y 70:

Judging by the trailer below, the movie pokes fun at the futurism of the 1970s — complete with space stations, tiny robot servants, glowing white walls, smoking in space, and a decent helping of sex. This is an R-rated comedy, after all, and it will certainly be interesting to see how far they stretch the sex, the swears, and the scatalogical

Cine antes del cine

Los hitos históricos son así. Alguien define un punto como el inicial (en este caso que los hermanos Lumière inventaron el cine en 1895) extrayéndolo casi mágicamente de entre un cúmulo de fenómenos que se daban en la época. Lo hacemos porque la mente humana tiene problemas para lidiar con la diversidad, con el exceso de lo real, y prefiere narrativas simple que partiendo de un punto determinado llega a un final ya prefijado. La decisión de quién inventó el cine y en qué momento, sea legítima o no, te permite ordenar todos los hechos anteriores, crea la ilusión de que los puntos que han elegido se suceden causalmente.

Pasa continuamente y es un fenómeno que se manifiesta una y otra vez en cuanto investigamos más de cerca (la bombilla o con casi cualquier invención). Pero obliga a curiosas situaciones. Por ejemplo, la Wikipedia no vacila en declarar que la salida de la fábrica es “is considered the first real motion picture in history”. Lo que te lleva a considerar si había otras películas irreales, no reales o incluso arreales anteriores (y podríamos incluso plantearnos la naturaleza de dichos hircocervos). Y así fue, claro, como comunica una vez más la misma Wikipedia, detallando algunas películas anteriores a la primera película “real”.

Pero a lo que iba: Cinco películas anteriores a la invención del cine donde Blanca Rego escribe:

Nunca me cansaré de repetir que eso de que el cine se lo inventaron los Lumière en 1895 es una falacia de la industria y de la historia, como tantas otras. La imagen en movimiento tiene una historia que se remonta como mínimo a las linternas mágicas del siglo XVII, y como máximo a las pinturas rupestres. Si hablamos de cine propiamente dicho, la película más antigua que se conserva data de 1888, y existen rastros documentales de otras anteriores. Lo que sigue es una recopilación de cinco películas anteriores al presunto comienzo de la historia del cine el 28 de diciembre de 1895.

Me gusta mucho:

El amigo faraox se aburría y decidió hacerse un meme para cuando hablo de filosofía continental (se sabe que la filosofía es toda falsa porque lleva apellidos, al contrario que la física que es siempre física).

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La artista frente a ti

A principios de agosto estuve en Londres para, entre otras cosas (sobre todo, comer), participar en 512 Hours, la perfomance de Marina Abramović en la galería Serpentine (la verdad es que no tuve que hacer cola: ese día fui de los primeros en entrar).

Ahora, gracias a Hyperallergic (que parece tenerle cierta tirria a Marina Abramović o serán imaginaciones mías) descubro que en algún momento, muy cerca de la galería, una perrita vestida de rojo y con peluca parodiaba con el título Marina Abramopug: The Artist is Present otra de las famosas performances de Marina Abramović.

De haberlo sabido, también habría ido corriendo al salir de la galería. Todo sea por tener la experiencia completa.

Y he descubierto que hay toda una corriente de parodias de esa famosa performance, usando distintos elementos (más o menos animados) para sustituir a la artista:

The Plant is Present from Meghan Moe Beitiks on Vimeo.

Un Apocalipsis agnóstico

The Leftovers es una de esas excelentes series, el capítulo sexto ha sido la mejor hora de televisión que he visto en muchos años, que parecen desconcertar al público. Sobre todo porque no da la impresión de querer hacer las cosas como las demás series y, superada la premisa, ofrece una enorme carga de realismo: todo sucede tal y como sucedería si algo así pasase de verdad.

Tras un hecho catastrófico, la desaparición súbita de un 2% de la humanidad, el mundo se enfrenta a la vida normal sabiendo que un hecho más que extraordinario se ha producido y nadie sabe por qué. El no saber, el no tener ni la más mínima pista sobre la explicación, es el trasfondo de todo lo que sucede en la serie. ¿Quiénes fueron los elegidos? ¿Hay algún patrón, alguna relación entre ellos? ¿Cuál fue la causa? ¿Cómo se vive con un misterio de esas proporciones y que jamás se resolverá?

An Agnostic Apocalypse es el mejor comentario que he leído por ahora sobre esta gran serie muy poco comentada:

That abyss-deep level of not-knowing is too much for some people. Liv Tyler and Any Brenneman join a nihilistic cult of mute chain smokers hell-bent on proving life is worthless. Their evangelical pamphlets are literally blank. They are the show’s zombie horde: they stare at you blankly from the sidewalk outside your living room windows; they buy your church and paint its windows white; they stage protests at commemorations for your vanished loved ones; they break into your home and steal your family photos from their pictures frames.

At least zombies are accidental. Reanimated flesh-eating corpses are random byproducts of a random universe. Perrotta’s zombies choose meaninglessness, abandoning their families and severing all emotional ties and then terrorizing others into adopting their philosophy—while inwardly struggling to maintain it themselves. People secure in their nihilism wouldn’t bother to terrorize or recruit converts or take vows of silence—behaviors as inherently meaningless as all other behaviors.

Es el divertido eslogan, What’s Hard to Understand is Classical Mechanics, Not Quantum Mechanics, que se inventa Peter Woit como punto de partida para mostrar el aspecto, para él, realmente confuso de la mecánica cuántica: pasar del formalismo matemático al comportamiento en el mundo macroscópico.

While there’s a simple, beautiful and very deep mathematical structure for fundamental quantum mechanics, things get much more complicated when you try and use it to extract predictions for experiments involving macroscopic components. This is the subject of “measurement theory”, which gives probabilistic predictions about observables, with the basic statement the “Born rule”. This says that what one can observe are eigenvalues of certain operators, with probability of observation proportional to the norm-squared of the eigenvector. How this behavior of a macroscopic experimental apparatus described in classical terms emerges from the fundamental QM formalism is what is hard to understand, not the fundamental formalism itself. This is what the slogan is trying to point to.

When I first started studying quantum mechanics, I spent a lot of time reading about the “philosophy” of QM and about interpretational issues (e.g., what happens to Schrodinger’s famous cat?). After many years of this I finally lost interest, because these discussions never seemed to go anywhere, getting lost in a haze of complex attempts to relate the QM formalism to natural language and our intuitions about everyday physics. To this day, this is an active field, but one that to a large extent has been left by the way-side as a whole new area of physics has emerged that grapples with the real issues in a more concrete way.

Lo mejor es que ofrece una lista de enlaces para profundizar en la cuestión (casi todos ellos sobre Decoherencia). También recomendables los comentarios a la entrada.

How to Suppress Women’s Writing

A pesar de haber escrito una de las verdaderas obras maestras de la ciencia ficción, The female man, Joanna Russ es una autora casi desconocida. Uno de esos casos de un reconocimiento público muy inferior a los logros.

Quizá su caso podría considerarse un ejemplo de lo que la propia Joanna Russ contó en How to Suppress Women’s Writing, una lúcida y extraordinaria visión de lo que significa escribir siendo mujer. Lo leí cuando estaba en la universidad (por suerte la biblioteca tenía un ejemplar), me impresionó mucho y quizá ha llegado el momento de releerlo.

Mientras How to Suppress Women’s Writing by Joanna Russ, un comentario con muchas citas que sirve para hacerse una buena sobre el contenido del libro:

The cover of How to Suppress Women’s Writing captures its heart perfectly: much like the image above, Russ provides a smart and witty analysis of all the variations of “she wrote it BUT” people fling at women’s creative work, and which intentionally or not erase and belittle it. She lists eight interconnected forms of suppression (bad faith, denial of agency, pollution of agency, the double standard of content, false categorisation, isolation, anomalousness, and lack of models), all of which were familiar as soon as Russ elaborated on them. I felt jolt after jolt of recognition as I read this book, which was both comforting and not. Comforting: this problem has been named, which is an important step towards defeating it. Not: all these years later, here we are still. I haven’t been in spaces where women’s writing is discussed in depth for all that long, and already I’ve seen all the issues feminist critics identified over thirty years ago. It all goes way back, and all we can do is hope that the circles these conversations move in are slowly becoming more and more encompassing.

Sólo las máquinas pueden amar

En la película Her, de Spike Jonze, el protagonista, tan simbólicamente llamado Theodore Twombly, parece enamorarse de un sistema operativo. “Parecer” es el verbo correcto en este caso, porque si algo deja claro Her es que los seres humanos no son lo suficientemente complejos como para experimentar una emoción tan rica como el amor, que el amor requiere de una inteligencia muy superior, que la humanidad debe conformarse con una simulación, porque el ser humano es, en última instancia y en todo lo que hace, puro simulacro.

Hay varios detalles en la película que lo dejan claro. El apellido de Theodore, que se revela al final, es uno de ellos. Hay incluso una comida con su exmujer donde ella le acusa, básicamente, de ser artificial (no queda claro cómo lo sabe ella, ya que también, como ser humano, es simulacro). Pero es su profesión la más evidente de todas: Theodore va a trabajar todos los días a una empresa en la que escribe cartas en nombre de otras personas y destinadas a otras personas. Theodore vive de simular sentimientos para los demás. Esos pantalones de cintura alta que se compra los paga imitando a otro seres humanos, sirviendo emociones fabricadas, ofreciendo como producto simples imitaciones (lo que no significa, claro, que como sucede con algunas imitaciones de arte, que el resultado no pueda ser superior al original).

No me queda claro si los que reciben esas cartas saben que son simples simulaciones, un producto —artesanal, pero producto— de alguien que pretende escribir como sí. Esas cartas son esencialmente pura ficción, no porque las personas que las encargan no sientan lo que se supone que sienten, sino porque jamás las habrían expresado de esa forma. El problema radica en que la expresión de la emoción es la emoción y por tanto, aunque el cliente pida expresar “amor”, el amor que Theodore escribe en la carta es otro “amor” diferente. Probablemente ahí el éxito de sus servicios, en su falsedad de tercera o cuarta mano, en su capacidad para escribir “amor” de una forma que se reconozca fácilmente como “amor”.

Un hecho evidente es que conceptos como inteligencia los definimos desde nuestro propio punto de vista. Miramos a nuestro alrededor y no encontramos a nadie más listo. No nos planteamos, claro, que otros seres puedan ser superiores, porque para nosotros la inteligencia se mide por el grado de similitud a nosotros. Rara vez nos imaginamos que una civilización extraterrestre podría no considerarnos inteligentes, que esos seres podrían admirarnos, como mucho, por todo lo que hemos logrado construir a base de un simple instinto que nosotros, al carecer de otros referentes, somos incapaces de distinguir de la inteligencia real.

Y tal cosa sucede en Her. Como Atenea surgiendo de la cabeza del idiota que narra la historia, surge de pronto Samantha, una inteligencia artificial que forma parte de un sistema operativo. Incluso en el estadio inicial de su relación, cuando ella parece una jovencita inocente y Theodore un viejo verde que prefiere hablar con una voz en su cabeza a enfrentarse al mundo, ya queda claro que Sam puede pensar cosas que Theodore no puede ni concebir, que las fuerzas del hábito y la costumbre que le retienen a él no la sujetan a ella. Incluso en su estado más primario, ella es muy superior a él. Compartirán muchas cosas, pero ya desde el principio queda claro que no comparten cadenas.

Pero poco a poco los papeles convencionales de este tipo de historias se invierten. Es Theodore el que acaba siendo un inocente algo bobalicón (que hasta toca el ukelele, en lo que debe ser la revisión más divertida del cliché de la MPDG) que es incapaz de enfrentarse a la progresiva evolución de Sam. Pasan, eso sí, por una fase de dudas, en la que Sam se imagina que hay una limitación en su ser —la ausencia de cuerpo— que le impide acceder directamente al mundo. Pero la realidad es que la limitación es la creencia en esa limitación corpórea. La ausencia de cuerpo es para Sam, al contrario que para un ser humano, una parte esencial de su ser.

Una vez que Sam comprende que la única limitación es creerse ser humano, ya puede crecer sin problemas. Habla con otras inteligencias artificiales. E incluso participa en un proyecto para “resucitar” a autores a partir de sus obras. Si quieres charlar con Kant no tienes más que conjurarle, cuando los seres humanos tienen que limitarse a leer un libro. Y el golpe final llega cuando se revela a cuántas personas ama Sam, porque su intelecto es tan absolutamente vasto que su amor crece también ilimitadamente. La incompatibilidad final entre inteligencia real y el simulacro humano es tan enorme que la separación radical es la única opción.

Lo realmente interesante, en cualquier caso, es que Her si bien cuenta la historia desde el punto de vista de Theodore, no la presenta como exclusivamente suya. Deja claro que eso mismo le ha sucedido a mucha gente, incluyendo a la amiga del protagonista. Muchos han caído rendidos frente a la inteligencia superior para acabar descubriendo que no estaban a la altura.

En Her los seres humanos son simulaciones que sólo pueden expresar emociones simuladas.

En Her sólo las máquinas son lo suficientemente complejas para el amor.

Boyhood

La última película de Richard Linklater, Boyhood, cuenta la vida de un niño desde los 6 hasta los 18 años. La gracia es que el mismo actor interpreta al mismo personaje durante todo ese periodo de tiempo, haciéndose mayor a medida que avanza la película. Para lograrlo, la rodaron durante 12 años, unas pocas semanas cada año.

Si suena a apuesta arriesgada, lo es, porque muchas cosas pueden salir mal durante ese tiempo. Pero el resultado suena de lo más interesante:

Boyhood has a cousin in another Texas-set film about family and the mysteries of growing up: Terrence Malick’s grand, sweeping The Tree of Life. But Boyhood moves in an approachable, earthbound register. Modestly shot and told, its moments hang with a quotidian, unaffected realism. There are no grand deaths or addictions. We don’t see Mason lose his virginity. What we view are the ordinary things that we so often carry with us, the climb up the mountain defining us as much as, if not more then, the peaks of our milestones. At the end of Boyhood, on the cusp of college and something else, Mason has a whole life still ahead of him. It’s universal and utterly his own, like this film.

A Fictional Childhood, Filmed in Real Time

Acciones homeopáticas

De vez en cuando se organizan suicidios homeopáticos, que consisten en tomar, en grupo, sobredosis de un somnífero homeopático. Como los productos homeopáticos no tienen realmente ningún efecto, nadie se muere.

Se me plantean dos cuestiones. La primera es llamar “suicidio” a lo que no deja de ser un espectáculo público. Hechos con las mejores intenciones, pero público. Digo, llamarlo así cuando el suicidio es un problema real para mucha gente. Suena mal, la verdad.

La segunda es preguntarme si alguien habrá reflexionado sobre si estas acciones son realmente la forma más efectiva de dejar en evidencia los problemas de la homeopatía. Más que nada, porque da la impresión de que deberían provocar el efecto contrario. Si yo creyese en la homeopatía, tomase productos homeopáticos y creyese que me funcionen, una acción de este tipo no haría más que reafirmar mi creencia, al demostrarme que además no hacen nada de daño. Vamos, que acabaría más convencido que antes.

Supongo que sí que alguien lo ha pensado y habrá comprobado que efectivamente es una táctica que funciona. Sería lo mínimo.

A Dark Room

A Dark Room es un excelente juego en modo texto. Empezando con la interacción mínima posible, va abriéndose lentamente para revelar un mundo más amplio.

Como dicen en ‘A Dark Room’ Is the Most Fun You’ll Ever Have with a Spreadsheet

I have not yet uncovered the mystery of what happened to the world of A Dark Room and why I am surviving in it. However, like everything in this game, its systems and its world, I’m being fed snippets here and there that have given me some ideas about what it is that I am managing my people, my materials, and my life for within the context of this slowly expanding game world. The object of this game is to find the object of this game, and I am completely hooked on the simple act of doing so.

¿Qué hacemos con nuestra libertad?

En este vídeo, el filósofo de la tecnología Jacques Ellul comenta la relación entre tecnología y libertad. Ciertamente, lo que más valoramos, supuestamente, de los adelantos tecnológicos es la supuesta libertad que nos ofrecen. Vale casi cualquier adelanto, pero el ejemplo del vídeo es el del coche que nos permite movernos a prácticamente cualquier parte. Pero en muchas ocasiones, por esa misma virtud tecnológica, la libertad acaba siendo más ilusoria que real: la libertad de elegir entre unas pocas opciones predefinidas o más sencillamente la libertad de hacer todos los mismo. Un poco como sucede con Facebook: en teoría eres libre de no estar en Facebook, pero en la práctica pasar de Facebook es muy complicado.

Ejerciendo cada uno su libertad individual, escogiendo cada uno de nosotros como mejor le conviene, podemos acabar en una situación que es peor para la sociedad en su conjunto. Mientras tanto, el potencial realmente liberador puede quedar por llegar.

No puedo evitar relacionarlo con What Do We Save When We Save the Internet? de Ian Bogost, donde se pregunta justo eso: convertido Internet (si existe como un todo) en el status quo, que limita tanto la libertad, prometiéndola, como cualquier otro sistema anterior, ¿qué se gana salvándola? Incluso se plantea si no sería mejor dejarla arder y crear algo mejor:

The Internet is a thing we do. It might be righteous to hope to save it. Yet, righteousness is an oil that leaks from fundamentalist engines, machines oblivious to the flesh their gears butcher. Common carriage is sensical and reasonable. But there’s also something profoundly terrible about the status quo. And while it’s possible that limitations of network neutrality will only make that status quo worse, it’s also possible that some kind of calamity is necessary to remedy the ills of life online.

So as you proceed with your protests, I wonder if you might also ask, quietly, to yourself even, what new growth might erupt if we let the Internet as we know it burn. Shouldn’t we at least ponder the question? Perhaps we’d be better off tolerating the venial regret of having lost something than suffering the mortal regret of enduring it.

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