La pequeña comunista que no sonreía nunca, de Lola Lafon

La pequeña comunista que no sonreía nunca, de Lola LafonHace unos años leí un libro que comenzaba con la siguiente frase: “No me imaginaba que acabaríamos así” y ya en aquel momento pensé en como una sentencia tan anodina podía reflejar tan exactamente mi propio estado de confusión. La autora, Natasha Walter, se refería en concreto a la perplejidad que le causaba el cariz que estaba tomando el sexismo en nuestra sociedad. Aunque se me ocurren, como supongo que le sucede a cualquiera, unos cuantos temas en los que la evolución del mundo no está siendo la que yo esperaba, hay pocos en los que me sienta realmente tan asombrada por como se han ido desarrollando los acontecimientos. Así que aunque no había sentido nunca curiosidad por la figura de la gimnasta rumana Nadia Comăneci, cuya vida reconstruye por medio de la ficción Lola Lafon en La pequeña comunista que no sonreía nunca, intuía que podía resultarme interesante el enfoque desde el que la escritora abordaba el personaje.

Blonde, de Joyce Carol OatesMientras la leía venía a mi mente continuamente otra novela, la sorprendente y potentísima reconstrucción que la escritora americana Joyce Carol Oates, hace de la vida de Marilyn Monroe en su libro Blonde. Asociaba ambas novelas porque, siendo completamente diferentes, las dos reflexionan sobre las enormes dificultades que estamos teniendo para superar y trascender la importancia que el cuerpo femenino, su representación y su valoración estética, han tenido y siguen teniendo en la valoración general que se hace de una mujer en cualquier otro aspecto de su vida y en ese sentido la comparación entre ambas novelas me resultaba muy reveladora. Blonde transcurre en los años 50, su protagonista es un icono absoluto, una bomba sexual cuya potencia arrasa con todo. Una de las imágenes más conmovedoras de la novela es la de una mujer destrozada, incapaz de vivir con su propio mito, a la que le están cosiendo directamente sobre el cuerpo (es tan apretado que no es posible hacerlo de otra forma) el famoso vestido con el que aparecerá en la no menos famosa celebración del cumpleaños presidencial. Aparentemente ninguna imagen más alejada de ésta que la de una Nadia de 14 años, una niña en todos los aspectos, que con su impoluto maillot blanco y sin más adornos que los lazos rojos de sus coletas, asombra al mundo con la perfección de su dificilísimo (y peligrosísimo) ejercicio en las barras asimétricas en las Olimpiadas de Montreal del año 1976 o los encantadores movimientos, al ritmo de la canción “Yes, Sir, that’s my baby”, de su ejercicio de suelo. Aparentemente.

Cuatro años más tarde, en las Olimpiadas de Moscú, a la Nadia de la novela le han ocurrido muchas cosas, algunas de ellas relacionadas con la paranoia de control casi surrealista de los países del bloque del Este, otras, con las exigencias sobrehumanas del deporte de alta competición y, otras, las que tienen que ver con su propio crecimiento y el cambio físico y mental que éste trae consigo. En ese momento, al igual que había sucedido en Montreal, más allá de su espectacular rendimiento deportivo, se valora un aspecto inherente a la gimnasia femenina, subjetivo y por tanto difícil de cuantificar, el aspecto digamos artístico o estético de la misma. Y aquí el juicio es demoledor: lo que había sido encanto, pureza e inocencia, se ha transformado en pesadez, falta de frescura y vulgaridad.

Algunos comentarios periodísticos sobre Nadia en Montreal: “una Lolita olímpica de apenas cuarenta kilos, una colegiala de catorce años con silueta de chico que se pliega a todas las exigencias”. “Si buscan una palabra para decir que han visto algo tan bello que no se podía expresar hasta qué punto era bello, digan que era nadiesco”.

Algunos comentarios periodísticos sobre Nadia en Moscú: “La chiquilla se ha transformado en mujer y la magia se ha esfumado”. “De gran niña a mujer. Veredicto: se ha roto el encanto”.

¿Por qué me parece que la comparación entre ambas novelas es reveladora? Precisamente porque en los años que han transcurrido entre las realidades que ambas reflejan se ha producido uno de esos giros con el que creo que no contábamos y porque creo que la aparición de esas gimnastas pre-púberes, que pronto se iban a convertir en la norma, es simbólica en ese sentido. En un momento de la novela Lola Lafon alude al hecho de que en el año 1977 triunfa “un triunvirato de niñas mediáticas”; Nadia Comăneci es una de ellas, las actrices Jodie Foster y Brooke Shields, ambas representando a dos prostitutas infantiles en las películas Taxi Driver y La Pequeña respectivamente, son las otras dos. El tipo de imágenes publicitarias, reportajes, fotografías, entrevistas, etc, que comenzaron a aparecer en los medios en aquel momento, son hoy tan frecuentes que pasan casi desapercibidas, las implicaciones sociales que, desde mi punto de vista, conllevan esas representaciones creo que en gran parte también. No hemos superado todavía un estereotipo y ya estamos lidiando con otro, o con la superposición de ambos… no se. Ya digo, mi estado es de cierta confusión.

Creo que La pequeña comunista que no sonreía nunca, al poner el foco en los años 70 y 80 del siglo pasado, puede ayudar a entender un fenómeno que desde la perspectiva actual es a veces difícil de interpretar, ya que la hipersexualización de las niñas se produce hoy en un entorno social que está tan hipersexualizado en términos generales, que,o bien pasa desapercibida, o bien se infravaloran sus repercusiones.

Contribuye mucho a la confusión en torno a este tema (y a otros que atañen a la imagen y valoración de la mujer) el hecho de que una parte del movimiento feminista concluyera en aquel momento que, al menos en Occidente, ya estaban sentadas las bases para una verdadera igualdad y que, por lo tanto, era una cuestión de tiempo que el sexismo fuese desapareciendo para ser sustituido gradualmente por una cada vez mayor libertad de elección. Sin embargo, lo que realmente sucedió fue que el límite entre ambos términos se volvió más y más confuso y, puesto que una parte importante de la desigualdad persistió a pesar de las apariencias, se tornó cada vez más difícil detectar e interpretar correctamente el sexismo que se esconde detrás de determinadas conductas o representaciones que se han generalizado. Y así, por ejemplo, se valora la hipersexualización actual de la imagen de la mujer como un síntoma de su liberación, permitiendo que determinados modelos, determinados estereotipos, se impongan a nuestras niñas de forma bastante acrítica a una edad cada vez más temprana. Y no lo vemos o, incluso, lo celebramos.

Para terminar con otra frase de Natasha Walter que debería hacernos reflexionar: “si ésta es la nueva liberación, se parece demasiado al viejo sexismo como para convencernos de que se trata de la libertad a la que aspirábamos”.

Categoría: Libros

María Castro

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